Thalia - Cada día más fuerte. Perdón

Querido Perdón:
¿Cuántas veces pasaste a mi lado y le hablaste a mi corazón?
¿Cuántas veces quisiste tomarme de la mano para caminar juntos? Realmente no lo sé.
Nunca has dejado de insistir, has tocado a mi puerta desde que era una niña; algunas veces
comimos juntos; otras tantas ni siquiera te abrí la puerta.
Pero hoy reconozco que eres parte de mí.
Tu amor, tu paciencia, tu tenacidad y enseñanza, han logrado hacerme entender lo importante
que es soltar las ataduras que no me permitían ver con claridad y actuar con sinceridad.
Gracias a ti, he logrado encontrar el equilibrio en mi vida.
Gracias a ti me he recuperado, he perdonado lo que me hacía daño a mi alrededor; he
perdonado a muchas personas, cercanas y lejanas, conocidas y desconocidas, amadas o queridas,
que de alguna manera me han dañado a lo largo de mi vida; y lo más importante es que tú, mi
amado Perdón, me enseñaste a reencontrarme, abrazarme y aceptarme tal como soy.
A ti no te dejaré ir nunca de mi lado.
Te pido que siempre camines conmigo.
Que de tu mano enfrente lo que no comprendo.
Que vea con tus ojos, para perdonar lo que no entiendo y dejarlo ir.
Perdón, hermano mayor de la Libertad… Gracias por estar conmigo.

Aceptar mis errores ha sido un paso crucial en mi proceso de sanidad espiritual. Para mí no ha sido
nada fácil aprender a perdonar, sobre todo perdonarme a mí misma. Es más, si no hubiese sido por
mi hermana Ernestina, con quien tuve el ejemplo más hermoso de lo que es el perdón absoluto, jamás
lo hubiese logrado.
La noche del 22 de septiembre de 2002 mi vida, y la de toda mi familia, cambió para siempre. Ese
día, mis hermanas Laura y Ernestina fueron secuestradas. Este terrible evento es, y ha sido siempre,
uno de mis traumas más grandes, una de las experiencias que más me ha costado superar. No podía
asimilar ni perdonarme a mí misma que por mi condición de figura pública y por estar casada con
una persona como Tommy, un potentado dentro de su medio, alguien les hubiera arrebatado la
libertad a mis hermanas. Es en gran parte por eso, por respeto a la privacidad de mis hermanas y
teniendo en cuenta la delicadeza del asunto que jamás me he pronunciado sobre este tema
públicamente. Sin embargo, no puedo hablar de mi vida, del proceso por el que he tenido que pasar
para conocerme, aceptarme y encontrar mi balance, sin contar cómo viví ese terrible momento.
Porque puedo decir, sin lugar a dudas, que ha sido la prueba más grande que ha puesto Dios en mi
camino. Sólo el perdón ha podido ayudarme a sobrellevar este suceso que paralizó nuestra
cotidianidad y me ha enseñado a vivir con este inmenso dolor que todavía siento cada vez que
recuerdo aquéllos treinta y cuatro días infernales. Porque aunque físicamente fueron mis dos
hermanas las que fueron secuestradas, anímicamente, toda la familia estuvo secuestrada durante esos
treinta y cuatro días; afloraron los miedos, los dolores, las heridas más antiguas y sobre todo la
zozobra de no saber el final real de aquella experiencia.
El 22 de septiembre de 2002 había transcurrido como un día normal y estaba anocheciendo.
Después de que me hicieran un masaje, subí a mi recamara para prepararme a dormir, cuando de
pronto sonó el teléfono: “Bueno…”, respondí como siempre. Al otro lado de la línea escuché: “Está
Thalia?”. Era la voz de un desconocido por lo cual de inmediato supe que algo no estaba bien. A mi
casa nadie me llama preguntando por Thalia, pues nadie conocido me llama por mi nombre artístico.
Alcancé a pensar que quizás fuera algún fan que había conseguido mi teléfono y que quería algún tipo
de información personal, así que le pedí que no volviera a llamar y colgué, pero el hombre insistía
preguntando si estaba Thalia en casa. Luego, sin perder un instante, añadió:
—Tú no me conoces, pero soy un amigo de tus hermanas y las tengo secuestradas, para que lo
sepas, las tengo en mi poder y te estoy llamando porque en su celular estaba tu número de teléfono.
Las tengo conmigo, en mi poder, a estas dos viejas…
Antes de seguir oyendo, mi reacción inmediata fue decirle que dejara de molestar, colgando
rápidamente el teléfono. Bajé corriendo hasta donde estaba Tommy, y le conté lo que había pasado.
Él intentó calmarme, pero pude ver que en sus ojos se asomó la preocupación y el temor. Aunque no
quería creer lo que acababa de escuchar, muy en el fondo de mi ser sabía que esa voz decía la
verdad. Podía intuírlo, palparlo, no había equivocación; mi mente lo negaba, pero muy en el fondo mi
corazón lo afirmaba. Sentí una adrenalina muy extraña, una ansiedad desesperante.
Inmediatamente, llamé a la casa de mi hermana Laura y me contestó uno de mis sobrinos, su hijo
mayor:
—Mi amor, ¿donde está tu mamá? —le pregunté.
Su voz sonaba asustada, cuando me contestó:
—Tía, me acaban de llamar a decirme que a mi mamá y a mi tía Titi las tienen secuestradas.
En ese momento me sepultó una avalancha de miedo, angustia, temor, dolor, impotencia; esa
desesperación que no te deja moverte ni pensar bien. Me dieron ganas de correr y gritar por todas
partes, jalarme los pelos, arrancarme la piel. ¿A quién buscas, a quién le pides ayuda, quién puede
confortar tu corazón en esos momentos? En esos instantes supimos que no era una broma de mal
gusto. Laura y Titi estaban secuestradas. No lo podía creer. La cabeza me daba vueltas y de
inmediato entré en estado de shock. Una de las cosas que más me afectó fue que todo esto estaba
pasando en México y yo estaba en Nueva York, y eso hacía que la sensación de impotencia fuera aún
más grande.
He tenido tres accidentes automovilísticos muy fuertes, en los que, de no haber sido por Dios,
quizás no habría sobrevivido. Esa sensación repentina de “¿qué fue lo que pasó?” que sobreviene
cuando sientes que tu presente se ve interrumpido por algo catastrófico, me resultó muy familiar. Es
prácticamente un choque de frente, un golpe que no esperas, una catástrofe que no percibes que viene
inminente hacia ti y lo que ocurre es una sensación de irrealidad-real; exactamente lo que sentí esa
noche al recibir esa llamada.
De inmediato pensé en ellas, en cómo estarían, si estaban golpeadas, si las habían lastimado.
Pensé en cómo estarían solas a expensas de quién sabe quién, asustadas, pensando en sus hijos, en su
familia. El único pensamiento que daba vueltas y vueltas en mi cabeza era ¿cómo puedo ayudar?
¿Qué puedo hacer? Qué impotencia, Dios mío, qué dolor, qué soledad. Y mis sobrinos, los hijos de
mi hermana Laura y las hijas de Titi, ¿cómo se sentirían? Qué orfandad… Lo único que quería era
abrazarlos y transmitirles la seguridad de que todo iba a pasar y que todo estaría bien. Sabía que mi
mamá iba a enloquecer en cuanto lo supiera, y el solo pensar en eso me partía el corazón. Qué
momento tan difícil… Tanto dolor, tanta angustia y yo en Nueva York tan lejos de mi tierra, de mi
familia, de todo.
Me sentí terriblemente perdida. Un temor absoluto me recorre toda el alma cada vez que recuerdo
aquel día, y puedo decir que ha sido un proceso muy largo el de llegar a aceptar, entender y procesar
todo ese dolor para seguir adelante. Ha sido un trabajo interior muy profundo pues la asimilación de
que esto también le ha pasado a otras familias no minimiza el dolor. Independientemente de cuántas
personas tienen que pasar por esto a diario, se siente como si uno fuera la única persona y la única
familia a la que jamás le haya pasado. Sin embargo sabes que hay otros seres que han vivido lo que
tú estás viviendo en ese momento, y lo que hay que comprender, eventualmente, es que nadie tiene la
culpa de lo que pasó, simplemente es lo que nos tocó vivir. Durante mucho tiempo me torturé y me
culpé a mí misma por todo lo que tuvieron que vivir mis hermanas, hasta que al fin comprendí, con
mucho trabajo, que todo eso en realidad se escapa de mis manos pues al final todo está en manos de
Dios. Así es que he tenido que aprender a sacarme todo ese dolor, esa impotencia, esa carga, esa
culpa, desde lo más profundo de mi corazón, para poder recobrar mi paz y mi equilibrio.

Дорогое Прощение,

сколько раз ты проходило рядом со мной, разговаривая с моей душой?

Сколько раз ты хотело взять меня за руку, чтобы идти вместе? Я, в самом деле, не знаю.

Ты всегда было упорным. С самого детства ты стучало в мою дверь. Иногда мы вместе ели, а иногда я даже не открывала тебе дверь.

Но сегодня я признаю, что ты – часть меня.

Твоей любви, твоему терпению, твоей настойчивости и урокам, какие ты мне давало, удалось заставить меня понять, что самое важное – это избавиться от оков, которые не позволяли мне видеть все в ясном свете и действовать с честью.

Спасибо тебе за то, что мне удалось достичь равновесия в жизни.

Спасибо за то, что я вернула себя саму, простив всех, кто причинил мне боль. Я простила многих людей: близких и далеких, знакомых и незнакомых, любимых или любящих, которые тем или иным образом на протяжении моей жизни делали мне больно. А самое главное это то, что ты, мое любимое Прощение, научило меня находить себя, обнимать и принимать такой, какая я есть.

Я никогда не позволю тебе уйти от меня.

Я прошу, чтобы ты всегда шло рядом со мной.

Чтобы твоей рукой я сражалась с тем, чего не понимаю.

Чтобы смотрела на все твоими глазами, чтобы прощать то, чего не понимаю, чтобы дать ему уйти.

Прощение, старший брат Свободы,.. спасибо тебе за то, что ты со мной.