Carina no es culpable de nada ni tengo razones para irritarme por su
manera de saludarme, por ese beso fugaz en la mejilla, por la forma en la
que levanta la botella de vino que trae como si hubiese algo que celebrar,
por su paso tan rápido al entrar que podría pensarse que el piso le
pertenece, y ahora tan lento que tropiezo con sus tacones y me disculpo
cuando realmente no quiero disculparme, por cómo examina muebles,
cuadros, fotografías, cada detalle de mi casa, según avanza hacia el salón,
como si con su beneplácito otorgase el derecho a existir de todos esos
objetos que he ido acumulando.
Y sin embargo me irrita su presencia, como me irritan a veces los
resultados de algunas de mis decisiones. Soy yo quien la ha llamado, yo
quien la ha invitado a venir por un impulso nacido del deseo de saber algo
más de Clara; podría haber roto su tarjeta, o haberla guardado en un cajón
y olvidado como tantas otras tarjetas, informaciones, medicamentos
caducados, agendas antiguas, o como esos recortes de prensa que voy
almacenando hasta que, si un día los vuelvo a descubrir, ni siquiera
entiendo por qué había decidido conservarlos. Soy yo el responsable de que
se encuentre ahora aquí, con ese traje de chaqueta rojo, de corte parecido al
que llevó al entierro y que me resulta incongruente, demasiado elegante,
demasiado formal, un traje para una cita de trabajo, con el que no parecería
adecuado sentarte en el suelo o beber una cerveza directamente de la
botella, y en el fondo ya no estoy seguro de querer que me cuente cosas de
mi supuesta relación con Clara, porque de alguna manera me doy cuenta de
que es infantil pretender introducirme de rondón en una historia
sentimental que no es la mía, y siento el mismo pudor con el que antes, es
decir, antes de que se me estropease la televisión, asistía unos minutos a
esos programas a los que va la gente a contar sus problemas sentimentales,
a exhibir sus miserias y sus carencias, a hacer gala de sus odios y rencores,
y yo cambiaba rápidamente de canal porque tenía la impresión de ser
forzado a presenciar episodios íntimos, valiosos sin duda para sus
protagonistas, pero que al mostrarse en público se volvían pornográficos,
hombres y mujeres que nos enseñan aquello que deseamos ver pero
sabemos que no debiéramos ver, snuff movies de nuestras miserias,
presentaciones en directo de los cadáveres del alma, las torturas que nos
infligimos para hacer significativa nuestra vida: «Ved, me sacrifico ante
vuestros ojos para produciros placer, martirizo mi dignidad, me humillo,
muestro lo más vergonzoso, ecce homini».
Pero la he llamado y está aquí, quizá tan tensa como yo y acaso
preguntándose ella también para qué ha venido, si ha sido por curiosidad
morbosa, para saber cómo era el amante de su hermana, imaginarla
conmigo, lo que hacíamos y lo que no, si soy un hombre cariñoso, peor o
mejor de lo que ella imaginó; o también puede que haya aceptado mi
invitación como una manera de recuperar partes de Clara que ella
desconocía, y ahora tendría la oportunidad de disfrutar de una visión más
completa de su hermana, también de cosas que quizá le ocultó en su
momento. Somos buitres del pasado, habituados a hurgar en la carroña que
han ido dejando nuestros errores e insuficiencias. Y como esas aves que
regurgitan el gusano o el insecto que han devorado para alimentar a sus
hijos, también nosotros sacamos de nuestro interior todo aquello que quedó
a medio digerir, como si comiéndolo una y otra vez pudiéramos acabar de
metabolizarlo, de hacerlo definitivamente nuestro.
Ella mira alrededor, se sienta en el sofá y afirma, como para sí misma:
—Clara decía que no salías mucho.
—Exageraba. Tengo amigos, quedo a cenar, voy al cine. Quizás menos
que otras personas, pero no soy un ermitaño.
Sonríe bajando los ojos, como si le hiciese gracia un recuerdo que no
quisiera compartir. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que se desvele mi
impostura? Hay mil detalles que sin duda no coinciden en la narración que
Clara ha hecho de Samuel y la que se podría hacer de mi vida. No soy un
viajero, es cierto, pero tampoco vivo encerrado ni en mí mismo ni en mi
apartamento, como al parecer hacía el otro Samuel. Y poco a poco irán
volviendo a su memoria detalles a los que hasta ahora no había dado
importancia pero que no se ajustan a la persona que tiene delante.
—¿Sabes que no te había visto nunca?
—Lo imagino.
—Quiero decir, que nunca había visto ni siquiera una foto tuya. No
quería.
—¿Por qué no querías?
—Ella, Clara, no quería. Decía que eras suyo, por lo menos los fines de
semana que le concedías eras suyo, y que empezar a mostrarte habría sido
una manera de compartirte con los demás, de entregarles algo de ti, y que
tenía demasiado poco como para cometer ese acto de generosidad. Era más
tonta...
—¿Y?
—Y nada.
—Quiero decir, que si soy muy distinto de como me habías imaginado.
—Más anguloso, más rígido, también más duro.
—Vaya.
—Te imaginaba un poco escurridizo, supongo que porque nunca me ha
gustado cómo tratabas a Clara, de segundo plato, sólo cuando te convenía,
sin atreverte de verdad. Por eso le dije que tenía que cortar contigo, bueno,
ya lo sabes. Y sin embargo, me has invitado a venir.
—No creo que eso cuente mucho ahora.
—Algo más pequeño, menos musculoso, un poco más desaseado.
—No tenías muy buena opinión de mí.
—La tenía bastante mala. Si te digo la verdad, nada ha cambiado como
para corregir esa opinión. ¿Qué iba a cambiar ahora salvo que ya no puedes
hacerle daño?
—Te juro que nunca he querido hacerle daño, a Clara no.
—Ya. De todas formas, no he venido a hacerte reproches.
No ha venido a hacerme reproches, no sé a qué ha venido, no sé por qué
me dio su tarjeta de visita ni por qué volvió sobre sus pasos en el tanatorio
para ofrecerme un pañuelo. Y me pregunto si tiene alguna deuda con Clara,
o si la tengo yo, algo que aún queda por saldar y por eso está aquí, con su
traje de chaqueta y una cierta rigidez en la espalda —¡ella sí es rígida!—, y
con ese ceño que tiende a fruncirse, como el de alguien que se niega a
relajarse, a fiarse de los demás, como alguien que sabe que en cualquier
momento va a tener que defenderse o atacar.
—No me lo vas a preguntar, ¿verdad?
—¿Quieres comer algo? ¿Algo de picar?
—No es ésa la pregunta.
—¿No te voy a preguntar qué?
—Por qué he venido.
—Me da igual. Me alegro mucho de que estés aquí.
—No te pongas melifluo.
Por primera vez me hace gracia. No recuerdo haber oído nunca la
palabra melifluo, la he leído, claro, pero nunca conocí a alguien capaz de
utilizarla. Además, me gusta que le desagrade ese tono de hombre amable
y seductor que me ha salido sin quererlo, y que me lo haga saber.
Saco a pesar de su negativa unos platitos de queso y jamón. Pasamos las
dos horas siguientes conversando; como si nos conociésemos de hace
tiempo pero sin haber tenido ocasión de intimar. Desvío las preguntas que
no entiendo o las contesto de manera neutra: «¿Qué tal en la televisión?»,
«bueno, ya sabes, no es más que un trabajo», y espío inquieto la aparición
de algún gesto suyo de sorpresa o incredulidad. Prefiero contarle la
separación de mi mujer, que presento como un acto civilizado que no nos
ha obligado a llegar a los juzgados y a escenificar el habitual y penoso
espectáculo que pueden ofrecer dos adultos intentando que el otro pague
por cada uno de sus errores, por el tiempo que nos ha hecho perder, por
cada herida, por cada desilusión. «La lavadora por la vez que, en público,
dijiste lo cansino que soy; los niños por todas las veces que miraste con
disgusto mi barriga; la casa, el coche, la televisión por haberme hecho
creer que podría siempre contar contigo.» No, mi mujer, a la que llamé
Nuria, y Carina aceptó el nombre sin un gesto, se había ido sin reproches,
sin venganzas, sin estridencias. Había constatado que ya no éramos felices
y que no teníamos por qué aceptar esa blanda cadena perpetua a una
moderada satisfacción a la que nos habíamos resignado. Creo que el relato
impresionó a Carina y quizá empezó a apreciarme algo más por mi manera
de contar la separación, sin hablar despreciativamente de mi mujer, incluso
dejando entrever un afecto que aún nos unía.
—Se fue, cogió todas sus cosas, ninguna de las mías, y se fue.
—¿Había otro hombre?
—No creo, pero lo habrá pronto, a ella le gustaba mucho la vida en
pareja. Bueno, dependiendo de la pareja.
—¿Y tú, no luchaste?
—¿Para retenerla? Nuria tenía razón, y creo que nos habíamos quedado
sin auténticos motivos para seguir juntos, salvo el miedo a estar solos en la
vejez. Pero para eso falta mucho tiempo.
Y ahora Carina bebe varios sorbos del vino que ella misma ha traído,
absorta, o más bien preparando una pregunta que no intuyo y que me llena
de temor, porque aún no he ensayado suficientemente mi papel.
—Al separarte, si Clara no se hubiese matado en el accidente, ¿habrías
querido vivir con ella?
—No, no inmediatamente. Habría necesitado un tiempo para estar solo.
No habría podido pasar así, sin más, de una cama a otra.
—Pues eso no te planteaba muchos problemas cuando era tu amante.
—Era una situación muy difícil.
—¿La tuya o la de ella?
—También entonces intentaba separarlas, por ejemplo no llamándola
cuando mi mujer salía un momento a la compra o de paseo, enviándole
correos electrónicos sólo si sabía que después iba a estar horas solo, y si
pasaba un fin de semana con Clara, la noche del domingo no regresaba a
casa y el lunes iba directamente al trabajo. Dejaba siempre esos
amortiguadores de tiempo, esa cámara de descompresión emocional, para
no manchar ninguna de las dos relaciones con la presencia de la otra. Por
eso tampoco la traje nunca a esta casa.
Carina no me ha interrumpido, parece impresionada o conmovida y yo
tengo la sensación de haber conseguido reducir la cuenta de puntos
negativos que creo tener en su lista.
—¿Estaba al tanto tu mujer? ¿Tenía alguna sospecha?
—¿Sabes lo que me gustaría? Que me hablases de Clara. Que me
contases quién era como lo harías con alguien que no la conoce de nada.
—No me has contestado.
—Porque no me apetece.
Saca del bolsillo dos horquillas. Una se la pone entre los labios y con la
otra sujeta un mechón de pelo que le caía por encima de un ojo.
—Vale —dice aún con la segunda horquilla en la boca—. Pero a cambio
de algo.
—Claro.
—Que luego hagas tú lo mismo. Que me cuentes tú quién era mi
hermana. ¿Hecho?
Es tan agradable la sensación de vértigo, sentir que en cualquier
momento vas a caer, pero la amenaza no te produce miedo sino
anticipación, el deseo ya de que la adrenalina te recorra de arriba abajo
haciendo que se te erice el cabello. Ese instante antes de la aceleración
definitiva, antes de estrellarte contra el fondo, ese instante en el que
empiezas a estar vivo.
Carina acaba de sujetarse el pelo con la otra horquilla. Asiente. Su
mirada asciende por la escalera que lleva a la terraza. Asiente de nuevo.
—De acuerdo —digo—. Luego te cuento yo quién era tu hermana.
Clara, según Carina
—Yo no sé si te habrá contado, supongo que algo te habrá dicho, pero te
lo cuento yo ahora desde el otro lado, el lado de la hermana mayor y
responsable, porque yo era la responsable, el lado de la hermana que mira
con los ojos de los padres, la que se ha convertido en un sucedáneo paterno
y dice que no le gusta la Coca-Cola porque sabe que es lo que se espera de
ella, o que no quiere una motocicleta porque la bicicleta es más sana y no
contamina el medio ambiente, o que prefiere no empezar a fumar porque
luego se es un esclavo del tabaco para toda la vida —y ya ves, empecé a
fumar a los veinticinco—, pero te quería hablar de mi hermana, no de mí,
de la hermana pequeña que empieza a echarse a perder, a hacer cosas
peligrosas que quitan a mis padres el sueño y que me llevan a enfrentarme
con ella, a decirle: «Pero tú estás tonta, ¿tú te das cuenta de lo que estás
haciendo sufrir a papá y a mamá?, te creerás más mayor por hacer esas
cosas pero resultas infantil». Con lo que trazo un frente en el que mis
padres y yo quedamos a un lado y ella atrincherada del otro y la obligo a
adoptar la postura de la adolescente despreciativa, la que dice: «Y tú qué
sabrás», la que dice: «Es mi vida, no la tuya», la que dice: «¿Y a ti qué te
importa si me quemo?, el dedo es mío».
»Lo que yo no había entendido entonces es que Clara no era
autodestructiva. Puede que sobrevalorase su propia resistencia, que fuese
demasiado optimista: Clara pensaba que era capaz de atravesar un basurero
sin mancharse, que, como un rayo de luz, podía tocar cualquier cosa, estar
en cualquier lugar, sin formar verdaderamente parte de lo que la rodeaba.
Como un espíritu en una mansión habitada, entraba en todas las estancias,
se sentaba a la mesa con los demás, escuchaba sus tragedias y sus peleas,
mientras ella llevaba su ingrávida existencia de fantasma. ¿Te contó que se
fue a San Petersburgo en autostop con una amiga? ¿Que la detuvieron una
vez por resistencia a la autoridad en una casa ocupada que pretendía
desalojar la policía? Tenía quince años, quizá ni siquiera los había
cumplido, una edad en la que no te abalanzas sobre un policía en traje
antidisturbios y le arrancas el escudo y la visera, ya ves, esa chica tan
tierna que tú conocías era capaz, a una edad en la que ni siquiera había
terminado de crecer, de pelearse con un hombre que pesa casi el doble que
ella y que está acostumbrado al uso de la fuerza; se sentía invulnerable.
»Mi padre quiso encerrarla en casa, pero no puedes prohibir a una chica
de quince años salir a la calle; no te queda más remedio que permitirle ir al
colegio, al médico, a la clase de guitarra, a la de inglés. Así que le quitó las
llaves para que tuviese que regresar a una hora en la que hubiera alguien
levantado. Clara dejó de venir a casa a dormir. Yo sabía por dónde andaba
porque algún amigo común me lo venía a contar; la habían visto en la plaza
del Dos de Mayo, sentada en una manta que compartía con tres o cuatro
perros y con un punki que probablemente lo era desde los ochenta; una
compañera de clase me señaló la casa en Lavapiés donde creía que pasaba
Clara las noches, un pequeño edificio de dos pisos, en la esquina de un
callejón, encalado, con cubierta de teja, contraventanas de madera y rejas
de hierro pintadas de negro, esto es, con aspecto más rural que urbano, al
que la cal ya amarillenta y los muchos desconchones imponían un aire de
abandono y ruina, cubierto, en la parte baja y alrededor de los balcones, de
pintadas que no recuerdo exactamente, pero sí la impresión de violencia y
de rabia que me causaron, suficiente como para que no deseara de ninguna
manera vivir en aquel lugar; igual que la música preferida por Clara, con la
que sólo podía imaginar al cantante llenando de saliva a las primeras filas
del público mientras rugía su odio. Nunca me invitó a abrirme a ella, a
desear compartir esas emociones que siempre me hablaban de disolución,
heridas, del abrazo de lo feo y lo oscuro, canciones que sólo puedes cantar
haciendo muecas y poniendo tu cuerpo en posturas antinaturales; hasta los
temas de amor que escuchaba Clara iban teñidos de desesperación, de
tozuda vocación de infelicidad. Dirás que soy muy conservadora en mis
gustos, que me falta atrevimiento o un mínimo de estridencia que me haga
parecer original, y supongo que tendrás razón. Yo misma me lo reprocho y
en aquella época confieso que, sin que haya querido nunca ser como mi
hermana, sí me habría gustado copiar de ella alguna de sus poses.
»Mi madre quería llamar a la policía y denunciar la desaparición de su
hija pequeña. Fui yo quien la convencí de que esperase un tiempo a que las
incomodidades de la vida en la calle la devolviesen a casa, asegurándole
que era preferible que perdiese unas semanas de clase y se convenciese por
sí misma de que ésa no era vida para ella a que la forzasen a regresar y
fomentasen lo que querían evitar, una rebelión radical; al fin y al cabo,
Clara siempre había sido una chica razonable, y seguro que pasada esa fase
de inseguridad, una vez que hubiese dejado clara su independencia,
volvería a casa y a su vida de chica normal de clase media que había
llevado hasta poco antes, una chica incluso particularmente dulce y
complaciente, estudiosa, callada. Porque a pesar de todo el tiempo que
pasaba con andrajosos, a Clara le gustaba ducharse y lavarse el pelo cada
día, cambiarse de ropa, dormir en sábanas limpias. En realidad, yo estaba
convencida de que no se acostaba con ninguno de esos chicos y que no
pillaría el sida ni la sífilis, ni siquiera un herpes, no la veía en la cama
abrazada a un cuerpo maloliente, con la nariz metida entre greñas
grasientas, y es entonces cuando me vino esa idea de que Clara atravesaba
la vida como un rayo de luz, o más bien debería decir como una sombra,
porque en aquella época iba siempre vestida de negro y se había teñido el
pelo de ese mismo color; su melena parecía el ala de un cuervo. Pero había
truco. No quiero decir que estuviese engañando a nadie; a lo mejor a sí
misma, pero sin ser consciente de ello. Llevaba un collar de perro —
comprado en una tienda de animales—, se había afeitado las sienes, aunque
podía tapar a voluntad la parte rasurada con la melena que crecía más
arriba, llevaba cadenas, botas Doc Martens, pendientes aparatosos,
enormes anillos de acero o latón. ¿Te das cuenta? Ninguna de las
transformaciones a las que se sometía era permanente. Adornos
estrafalarios, cortes radicales de pelo, tintes, ropas siniestras, eso era todo.
Ni un solo piercing; ni uno de esos imperdibles que sus amigos se clavaban
en labios, aletas nasales, cejas, pezones, clítoris, escrotos; en lugar de con
tatuajes indelebles se adornaba las manos, a veces también la cara, con
jena, no tenía tampoco marcas de agujas hipodérmicas; yo la había espiado
más de una vez en el cuarto de baño, y el hecho de que se desnudase ante
mí con tanta naturalidad ya indicaba que no tenía nada que ocultar. Y
aunque es posible que probase alguna droga —también yo he tomado
éxtasis, marihuana y, sólo dos veces, cocaína—, nunca tuvo el
comportamiento que una espera de un drogadicto. Y si aquello cambió de
repente, fui yo la culpable.
Entretanto se ha hecho de noche. Estamos abajo, en el salón, a oscuras.
Yo sentado en el pequeño sofá de cuero anaranjado, un sofá de IKEA que
no lo parece hasta que te lo encuentras en casa de un amigo y luego de otro,
de color burdeos, o negro, o marrón; ella está sentada en un cojín en el
suelo, a veces empuña una de sus esquinas, juega con ella, o ahueca el
cojín como si estuviese preparando la cama de una muñeca. Ahora, al
transcribir todo esto, probablemente estoy prestando a sus frases una
cadencia, un tono y una sintaxis que son los míos. La recuerdo y la
recuerdo con mis palabras, porque cuando contamos lo que nos rodea lo
hacemos siempre en nuestra lengua, después de filtrarlo con ojos, con
entendimiento y emociones que creemos neutrales o los únicos posibles
pero que no dejan nunca de ser los nuestros, distintos, limitados. Ella habla
en frases más cortas que las mías, duda menos también; adopta a veces un
tono sarcástico tan ajeno al mío que soy incapaz de reproducirlo. Y tiene
una manera de hablar en la que con frecuencia las frases resultan
demasiado tajantes, como anticipándose a que la contradigan.
El volumen de su voz ha ido bajando sin que nos demos cuenta, casi
diría que se ha reducido al mismo tiempo que la luminosidad del cuarto,
como si la voz se adaptase a la penumbra, y temo que cuando la oscuridad
sea completa ella se quedará callada. Hemos alcanzado el volumen de la
confidencia, el de la intimidad, y me dan ganas de echar otro cojín al suelo
y sentarme al lado de Carina, quizá apoyar la cabeza en su regazo mientras
continúo escuchando la historia de su hermana.
—Porque, a pesar de lo que le había dicho a mi madre para
tranquilizarla, según pasaba el tiempo sin que Clara regresara —estamos
hablando de semanas, más que de meses— yo me iba sintiendo más
inquieta. La seguía de lejos, a través de comentarios de conocidos
comunes, también acercándome alguna vez a verla sentada sobre la manta
sucia, o pidiendo dinero a los transeúntes, sin extender la mano como en
las caricaturas de los mendigos, sino sonriendo, punk afable, como si
pidiese por broma o juego, pero su amabilidad no solía lograr que alguien
le diese dinero, o un cigarrillo, ni siquiera que aminorasen el paso, al
contrario, lo aceleraban como temiendo algo de esa chica, casi una niña, de
ese ángel oscuro que les obligaba a ver un lado de la existencia que casi
nadie quisiera conocer.
»Sobre todo, me gustaba espiarla cuando jugaba con los perros,
correteando por la plaza, llamándolos, haciendo cabriolas y retozando con
ellos: entonces reencontraba a la Clara que conocía, y que rompía en esos
momentos la costra de dureza con la que se había recubierto, para salir a la
luz y revelarme a esa hermana divertida, infantil, llena de ilusión, a la que
yo quería proteger. Pero luego se sentaba, encendía un cigarrillo, se ponía
los auriculares y desaparecía en ese mundo hosco que se estaba
construyendo para habitarlo en el futuro.
»Cuando me convencí de que no iba a volver por sí sola, fui un día a la
plaza, no a espiarla una vez más sino a hablar con ella; te confieso que no
me atrevía a ir a la casa ocupada, donde intuía maleantes, camellos, gente
rota e hiriente, y preferí buscarla en campo abierto, allí donde solía
sentarse con el punki cincuentón. Clara estaba pidiendo dinero cuando me
acerqué, y entonces sí, tendió la mano hacia mí con la palma hacia arriba,
como si con ese gesto quisiera señalarme que no nos unía ningún lazo, que
yo era una transeúnte más, o a lo mejor tan sólo lo hizo porque de repente
se sintió incómoda en su papel, y al exagerarlo se salía de él, lo convertía
en una broma, en algo postizo. Yo me salté esa mano que era también una
defensa, un límite, y le di un abrazo y un beso. “Ven, te invito a una
cerveza”, le dije. “Prefiero que me des cien pesetas”, contestó sin dureza,
pero me acompañó a la terraza de un bar tras hacer un gesto a su
compañero, al que él no respondió, señalando adónde íbamos. Contaba con
tener que enfrentarme a una Clara a la defensiva y a una conversación
tensa, salpicada de reproches mutuos. Me sentía como una embajadora de
la unidad familiar que pretendía engatusarla para que regresara a nuestra
tibia existencia, en un momento en el que ella prefería el frío y el calor
extremos, sin estar yo del todo convencida de que la tibieza fuese mejor
que la intemperie. Y hablamos un buen rato, tomando cerveza, de temas
que nada tenían que ver con lo que me había llevado a esa plaza ocupada
por yonquis, mendigos y madres con niños. Y le conté de mis estudios —ni
una palabra sobre el ambiente en nuestra casa, sobre suspiros y reproches,
sobre el gesto ausente de nuestro padre—; Clara me escuchaba, hacía
comentarios breves y sin mucha atención, contemplaba el ir y venir de la
plaza. Y después poco a poco fui introduciendo la necesidad de que tomase
una decisión, o más bien de no tomar esa decisión que condicionaba de tal
manera su futuro, que podía transformarla en una persona que sin duda no
quería ser; le dije que una vez que has vivido ciertas cosas —no
especifiqué cuáles— ya no hay marcha atrás, ya no puedes volver a ser
quien eras. Ella, cortésmente, no me dijo: “¿Y tú qué sabes?”, pero estoy
segura de que lo pensaba, de que ella creía que alguien que nunca se ha
atrevido a hacer nada arriesgado no está cualificado para dar consejos, ni
siquiera para entender a quien sí se arriesga.
»Supongo que porque me fui quedando sin argumentos, porque me daba
rabia tener que convencer a mi hermana pequeña de que estaba haciendo
una tontería, y sobre todo, porque me hacía sentir como si yo fuese una
señora mayor —¡tenía veintiún años!— que hablaba de lo conveniente y lo
sensato, que hablaba del futuro y la responsabilidad, del sufrimiento de los
padres, me puse a buscar un flanco por el que herirla.
»Ella mantuvo la amabilidad, aunque en ningún momento pareció de
verdad interesada en mis argumentos. No diré que no me escuchase, pero
lo hacía más bien como quien oye por enésima vez las quejas de una madre
lamentándose de haber dejado su trabajo y de lo aburridas e ingratas que
son las faenas caseras; entendemos su malestar, pero no es el nuestro, y no
nos sentimos responsables de él. Clara, cuando me había quedado ya sin
palabras, me tomó una mano, acarició, como solía hacer de niña, mis uñas
una por una, y me preguntó afectuosamente: “¿Y tú qué? ¿Vas a ser una
buena hija, llegar puntual por las noches, terminar la carrera, encontrar un
trabajo hasta que te cases y tengas dos hijos, la parejita? ¿Irás a casa todas
las navidades, los cumpleaños, los bautizos?, porque bautizarás a los niños
para que no se ofenda la abuela, ¿no?”.
»Lo gracioso, si lo pienso ahora, es que no terminé la carrera, no me he
casado, no he tenido hijos y al final me distancié yo más de mis padres y
del resto de la familia que ella, quizá porque Clara hizo su revolución
juvenil a tiempo mientras que yo la pospuse para cuando ya era adulta.
»Pero en aquel momento no me hizo ninguna gracia; mi hermana estaba
expresando en voz alta mis temores de entonces; es verdad que me daba
miedo no ser capaz de encontrar mi propia vida, haber perdido ya
irremediablemente la posibilidad de ser quien yo quería ser —aunque,
claro, no tenía la menor idea de quién quería ser—, y envidiaba a Clara la
decisión con la que se había lanzado a inventarse su propia biografía,
mientras yo me limitaba a interpretar un guión que no había escrito.
»—¿Y tú? —le dije—. ¿Vas a seguir jugando a las muñecas? —no me
entendió; levantó la mano para saludar a su amigo, consiguiendo que los
perros se incorporasen y, como su dueño los había atado a un aparcabicis,
comenzaran a gimotear, a parar las orejas, a dar vueltas sobre sí mismos—.
Porque no creas que no me he dado cuenta —le dije, y retiré la mano que
aún tenía entre las suyas—. Peinados estrambóticos, colores fúnebres,
mucho collar de perro y mucho anillo, pero nada irreversible. Estás
jugando, jugando a ser la más mala de la clase. Y jugarás unas semanas,
hasta que te aburras, pero tú no estás en esto. Tú no estás en ningún sitio.
»—¿De qué coño hablas?
»—De que tus amigos van en serio. Se pinchan, se hacen daño, rechazan
la vida confortable, se hacen cortes, se hacen sangre. Pero tú hueles a
champú de melocotón y usas crema de manos. Y no veo ni un pinchazo,
nada que deje cicatrices.
»No había entendido que a Clara, a pesar de todo, le importaba mucho
mi opinión, que para ella seguía siendo la hermana mayor. Que el hecho de
que desvelase esa impostura de la que no creo que hubiese sido consciente
hasta ese momento la ponía en una situación embarazosa. No respondió
nada.
»No respondió nada y yo no imaginé lo que significaba su silencio,
incómoda yo misma con lo que acababa de decirle, como si por maldad
hubiese escondido el libro que la ha atrapado o roto su CD favorito.
»Me fui con la sensación de deber cumplido y de derrota a un tiempo.
Había hecho lo que había podido por mi hermana, pero te mentiría si no te
confesase que me sentía mal, falsa, más como si hubiese ido allí a aguarle
la fiesta que a ayudarla, como esas adolescentes que, teniendo poco éxito
entre los chicos, si su amiga se echa novio, se dedican a señalar cada uno
de sus defectos y a atribuirle todas las malas intenciones imaginables.
»Te digo ahora todo esto, pero entonces no pensaba las cosas de una
manera tan clara. Era consciente de mi malestar y echaba la culpa de él a
mi hermana, que me hacía desempeñar un papel tan poco agradecido. Y no
sé qué habría pasado si, unos días más tarde, quizá una semana, Clara no
hubiese venido a casa a una hora en la que, dijo luego, pensaba que yo
estaría en la universidad y nuestros padres en el trabajo, pero no se había
dado cuenta, ella, con su vida sin obligaciones ni plazos ni horarios, de que
era festivo. Entró en casa sin encontrarse con nadie; mis padres habían
salido, no recuerdo a qué, y yo estaba en mi habitación. Aunque oí el ruido
de la puerta, pensé que eran mis padres que volvían. Al cabo de un rato
escuché a mi hermana canturrear en el baño una de sus siniestras melodías,
poniendo una voz como uno imagina que podría ser la del diablo o al
menos la de un alma en pena. Entré sin llamar y me la encontré desnuda,
saliendo de la ducha. Ella se abalanzó sobre la toalla y, sin envolverse en
ella, se la puso por delante con cara de susto, tapando su cuerpo como si en
lugar de mí estuviese ante ella un hombre desconocido. No me preguntes
cómo lo adiviné tan deprisa, supongo que por lo desacostumbrado que me
resultaba que se tapase tan púdicamente cuando nos habíamos visto
desnudas mil veces, y no sólo cuando éramos niñas. Muy poco antes de que
se marchase a su vida callejera nos arreglábamos juntas, juntas nos
depilábamos, y nos dábamos crema en las zonas del cuerpo a las que una
no llega bien, y también en otras para las que no habríamos necesitado
ayuda, sencillamente porque era agradable sentir esa intimidad, esa
cercanía. Le arranqué la toalla y su esfuerzo por esconder uno de sus
brazos me indicó lo que tenía que buscar. Dijo que había tenido que ir al
médico, que no se encontraba bien, y le habían hecho un análisis de sangre.
»—Pero ¿tú te has vuelto loca? ¿Te has vuelto loca de verdad?
»Salí del baño, más que nada porque no se me ocurría qué decir, cómo
reaccionar ante la monstruosidad de que mi hermana se estuviese metiendo
heroína. Era mi hermana pequeña, y toda la rabia que había sentido las
últimas semanas se transformó en miedo, porque Clara ya no estaba
jugando a las muñecas, como yo le había dicho, sino que había pasado a las
cosas serias, no sé si para impresionarme, para demostrarme que todo
aquello no era una pose adolescente. Ella echó el seguro de la puerta y
tardó aún unos minutos en salir, ya vestida con sus atuendos más tétricos,
con una camiseta con un rótulo en rojo y negro, de letras picudas que me
hicieron pensar en algo vagamente nazi y con una repugnante calavera a la
que le salían gusanos, no recuerdo ya si por los ojos o la boca; llevaba los
brazos cubiertos con unos manguitos negros que tapaban de la muñeca al
codo. Justo en ese momento mis padres entraron en casa, se quedaron en el
recibidor perplejos, mi padre con una sonrisa como si acabase de recibir
una agradable sorpresa que no se cree del todo, mi madre contraída,
esperando una nueva decepción o una noticia desagradable.
»—¡Se pincha! —dije—. Clara se está metiendo heroína.
»Mi hermana no lo negó. Entró muy deprisa a su dormitorio y salió al
momento con una pequeña mochila que al parecer había llenado antes con
ropa que quería llevarse. No sé si llegó a decir algo a mis padres al
dirigirse a la puerta o si pretendía ignorarlos por completo. Mi padre, un
hombre manso, al que mi hermana y yo siempre habíamos reprochado en
secreto que no se atreviese a plantar cara a mi madre, que nunca nos
defendiera y que ni siquiera se atreviera a mediar en nuestras riñas,
extendió un brazo al frente con la palma abierta, como si quisiese empujar
una puerta.
»—Clara —dijo.
»—Mierda, papá —respondió mi hermana. Mi madre se giraba ya,
descompuesta, superada por la situación; ella, que tantas veces nos había
hecho doblegarnos a sus deseos con un grito o incluso con una bofetada, o
sólo con un gesto como sacado de la Biblia, un gesto de profeta antiguo
amenazando con alguna plaga, daba la impresión de haberse rendido, de ser
incapaz de enfrentarse a la pérdida de su hija. Entonces mi padre,
produciendo un extraño sonido que parecía salir del pecho más que de la
boca, a medias entre rugido y estertor, dio a mi hermana un puñetazo en la
cara que la hizo caer al suelo. Lo recuerdo perfectamente: no el golpe en sí,
yo estaba a espaldas de mi hermana y no pude verlo en realidad, porque la
golpeó de frente, no en la boca ni en la nariz, por suerte, sino debajo del
pómulo; lo que recuerdo es a mi padre con el brazo extendido y la mano
cerrada, teniendo que dar dos pasos para conservar el equilibrio, al tiempo
que a mi hermana se le doblaban las piernas y se sentaba en una posición
parecida a la del loto, llevándose las dos manos a la cara.
»—Tú no sales de aquí —dijo mi padre, y fue a sentarse a un sillón,
frente al televisor, donde se dejó caer con gesto de agotamiento. Mi madre
y yo quedamos convertidas en estatuas, no sé si perplejas las dos por esa
extraña conjunción del estallido de mi padre y de la docilidad de mi
hermana, que recogió la mochila que había ido a parar junto al sofá y se
fue a su dormitorio.
»Sé que Clara aún vio algunas veces a sus amigos okupas o punks o lo
que fuesen, pero empezó a vestirse de otra manera, a dejar en casa el collar
de perro y algunos anillos, no se volvió a teñir el pelo de negro. Y tampoco
volvió a pincharse; luego me contó que sólo lo había hecho una vez, pero
se hizo una escabechina porque el amigo que la ayudó era casi tan
inexperto como ella y además con los nervios tuvo que pincharla varias
veces y por eso se le formó tamaño cardenal alrededor de la vena. Sé
también que mi padre se disculpó varias veces por el puñetazo y, aunque
había sido providencial, lo siguió lamentando durante años. Y no sé, pero
pronto empecé a pensar que Clara, consciente o inconscientemente, había
venido a casa para que alguien le impidiese volver a salir, que quizá no
había sido del todo casual que yo viese su brazo: quizá sí sospechaba que
nos encontraría en casa y deseaba ser retenida a la fuerza, para no verse
obligada continuar ese tonto descenso a los infiernos que había iniciado
para demostrarme que su vida no era un juego.
»Pero ella y yo ya no volvimos a llevarnos como antes. Porque Clara de
verdad había crecido o porque yo no supe cómo relacionarme con ella,
también porque la que poco después entró en crisis fui yo, y dejé la
universidad, me fui de casa, empecé a trabajar de secretaria en las oficinas
de una empresa de cosmética.
»Clara y yo nos seguimos llevando bien, una y otra vez intentamos
recuperar la ternura de la infancia, esa confianza que hacía que su cuerpo
casi me resultase tan familiar como el mío —con la excitación de saber sin
embargo que era el de mi hermana—, como cuando juegas con una muñeca
y por un lado es distinta de ti, y por otro es parte tuya, es tu voz, es tus
sensaciones, tus sentimientos, tus deseos, tus miedos; pero dejamos de
meternos juntas en la cama para hablarnos casi al oído, y una o dos veces
que lo intentamos la confidencia sonaba forzada. Ya no la maquillaba, ni
ella a mí, ya no nos probábamos juntas los vestidos de nuestra madre, ya
no nos mirábamos en el espejo, orgullosas cada una de la otra, ya no podía
decir: “Es mi hermana”, o si lo decía era la mera afirmación de un vínculo
jurídico, algo que puedes escribir en el libro de familia, pero que ha
perdido ese poder que antes tenía, ya no era esa barrera que se interponía
entre mí misma y la soledad de la vida adulta.
La oscuridad es casi completa. Aunque las ventanas del salón dan a un
pequeño patio, la luz de otras ventanas y la que pueda llegar del reducido
rectángulo de cielo que recortan las azoteas de los edificios dispuestos
alrededor del patio apenas alcanzan para que pueda distinguir el perfil de
Carina, el movimiento de su brazo al llevar el vaso a los labios. Ahora sí
echo un cojín al suelo y me siento a su lado; aunque su voz no ha temblado
en ningún momento, ni sonido alguno me hace pensar que pueda estar
llorando, algo me dice que debería consolarla, no sé si por la muerte de su
hermana o por esa frase rotunda con la que ha terminado la historia y que
me hace intuir una vida triste, los días y las noches de una mujer que no ha
encontrado la manera de ser feliz y que sospecha que no lo va a conseguir.
Entonces esa rigidez que tanto me molestaba al principio, ese blindarse
tras ropas demasiado formales, sus pasos decididos, esa incómoda energía
que desprenden sus movimientos, como si encarase cualquier acción con
una decisión que parece excesiva para la nimiedad de su objeto, empiezan
a resultarme simpáticos, ya no una prueba de arrogancia o inflexibilidad,
más bien el gesto torpe de quien quisiera protegerse y no sabe cómo.
Acaricio su cabeza, y ella se vuelve hacia mí. Sonrío inútilmente en esa
oscuridad. Aguardo.
Aguardo.
Me dice: «Nunca creí que haría esto» y, después de un mero roce con los
labios, de entrechocar suavemente los dientes con los míos, me llena la
boca de su lengua y su saliva, y su cuerpo se vuelve insoportablemente
presente, como si se acabase de materializar, de hacerse carne un espíritu,
de desnudarse ante mis ojos un ser rotundo y tangible; ahora, ya, quisiera
estar en la cama con ella, a solas con su cuerpo, olvidado del deseo porque
el deseo soy yo. «Nunca», repite, e, incorporándose, tira de mi mano hacia
arriba para que yo también me levante, y después hacia el dormitorio,
aunque yo no le he dicho que aquella puerta conduce al dormitorio; me
lleva de la mano como un adulto llevaría a un niño a acostar, pero de
repente se detiene, «dame un minuto», dice, y entra en el cuarto de baño.
Mientras me desnudo, escucho los ruidos de ese cuerpo al otro lado de la
puerta, imagino sus movimientos; oigo el chirrido que hace la llave del
grifo al girar, la vibración de las tuberías, el agua al caer en el lavabo, oigo
la tapa del retrete al chocar contra la cisterna, una cremallera, los zapatos
que caen contra las baldosas, ahora la imagino en ropa interior —¿cómo es
su ropa interior, blanca, negra, con, sin encajes?, cara, seguramente cara,
quizá elegida para la ocasión, pero no, nunca, ha dicho, nunca habría creído
que haría eso, así que quizá sea una ropa interior que no había pensado
mostrar, o quizá a pesar del nunca la ha elegido a conciencia, para saberse
hermosa aunque no hubiese ojos que pudiesen corroborarlo—, el chorro de
su orina cayendo contra el agua del retrete, y me pregunto si debería poner
música para evitarle el embarazo de saber que lo estoy oyendo todo,
también el rasgar del papel higiénico, el rollo girando en el portarrollos de
metal, y yo estoy entretanto desnudo, sentado en el borde de la cama, un
poco incómodo con mi propio cuerpo, no acostumbrado a su desnudez con
ella, a mostrarse por primera vez, su excitación y todas sus imperfecciones
sumadas, el animal que soy cuando no bebo bourbon o no hago
presupuestos o no intento impresionar a nadie o no hablo de mí mismo sin
hablar de mí mismo, eso, animal, costillas, barriga, extremidades, el sexo
reclamando atención. Y yo esperando a que se abra la puerta o al siguiente
sonido que, como un radar, me revele su posición, pero ahora no oigo nada,
silencio, así que imagino que sigue sentada en el retrete, pero ¿por qué?, ¿a
qué aguarda?, ¿se ha arrepentido?, ¿está diciéndose que no puede acostarse
con el ex amante de su hermana, que es una infidelidad acostarse con un
recuerdo de ella, como si fuese una manera de robárselo? Aguardo, mi
cuerpo cada vez más inquieto, la excitación remitiendo, ahora siento frío y
decido meterme en la cama pero no lo hago —ah, mis decisiones—, sigo
allí, cada vez más consciente de estar sentado desnudo en una esquina de la
cama, en una postura de transición, que sólo se justifica porque hace un
momento contaba con verla salir del baño también desnuda y venir a frotar
su piel contra la mía, pero no sale, y empiezo a perder la noción del
tiempo, no sé si será demasiado indiscreto llamar a la puerta, lo mismo
tiene la regla y no encuentra los tampones y está intentando limpiarse con
papel higiénico, pero hace mucho que no oigo el rasgarse del papel ni el
girar del portarrollos, «¿Carina?».
—¡Carina!
Acerco el oído a la puerta y no sé si oigo o no oigo, si es el silencio o la
respiración, o qué. O qué.
«Carina.» Toco con los nudillos, pero no responde y cuando abro
cautelosamente ella está sentada en el retrete, con la camisa a medio
desabrochar, las piernas desnudas y las bragas alrededor de los tobillos, lo
que no me excita ni me parece impúdico sino que me enternece, pero me
dice: «Sal». Su voz suena dura aunque sin urgencia, no se asusta de que la
vea así, en esa postura que en general sólo se comparte tras cierto tiempo
de intimidad, no es ésa la razón de que quiera que me vaya. «Sal de aquí»,
ordena. «¿Qué sucede?, ¿qué te pasa?», pero cierro la puerta, y cuando es
ella la que sale, ya vestida, señala hacia el interior del baño, creo que hacia
la bañera.
—¿Por qué coño me has mentido? ¿Para qué?
Yo también ahora con los calzoncillos puestos y una camiseta, una
mínima protección para mi desconcierto.
—No sé. ¿Por qué te iba a mentir?
—Eso te estoy preguntando. ¿Te parecía que quedabas peor, que me
haría una mala opinión de ti? ¿Querías quedar como un hombre
considerado, como un adúltero honesto?
Yo sigo sin entender de qué me habla, miro hacia donde señala la mano
de Carina para intentar encontrar allí una clave que me desvele el enigma
de su rabia, pero no hay nada, nada que no haya visto mil veces, mi cuarto
de baño, y sí, al fondo la bañera, champús, jabones líquidos y en pastilla,
una crema corporal, la mampara de plástico transparente, ¿y qué? ¿Y qué?
Carina recoge su bolso, que se vaya a la mierda Carina, recoge los zapatos
que se había quitado en el cuarto de baño, uno ha ido a parar bajo el lavabo,
el otro tiene que sacarlo de detrás del retrete, «pero ¿por qué te iba a
mentir, me lo vas a explicar o qué?».
Se va.
Cierra la puerta tras de sí con más cuidado del que habría esperado de
una mujer tan enfadada o tan herida o tan yo qué sé qué. Me vuelvo a poner
los pantalones. Entro en el cuarto de baño. Me siento en el inodoro,
contemplo desde allí lo que me rodea, como si al adoptar la misma postura
que Carina, al tener exactamente la misma perspectiva, pudiese ver lo que
ella ha visto y descubrir así el motivo de su enfado.
|
Карина ни в чем не виновата, и у меня нет причин раздражаться на ее приветственный мимолетный поцелуй в щеку, на то, как она подняла принесенную ее бутылку вина, как будто должна была что-то отмечать, на ее торопливые шаги. Она так стремительно вошла в квартиру, что можно было бы подумать, что эта квартира принадлежит ей. А теперь Карина идет к гостиной, не спеша, рассматривая мебель, картины, фотографии. Она внимательно изучает каждую деталь в моем доме, все до мелочей, так, будто это она предоставляет мне право иметь все эти вещи, которые я собрал. Карина движется так медленно, что я споткнулся о ее каблуки. Я извиняюсь, хотя на самом деле вовсе не хочу извиняться.
Меня раздражает ее присутствие, как бесят иногда последствия каких-то моих решений. Но ведь это я позвонил ей, пригласил прийти в порыве родившегося желания узнать побольше о Кларе. Я мог бы порвать ее визитку или положить в коробку и забыть про нее, как и про многие другие визитки, уведомления, просроченные лекарства, давние записные книжки или вырезки из журналов, которые я храню до тех пор, пока когда-нибудь снова не обнаружу их. А ведь я даже не понимаю, зачем я решил хранить их. И сейчас я в ответе за то, что встретился здесь с Кариной. На ней красный костюм, похожий на тот, что она носила на похоронах, совсем не подходящий для встречи со мной. Он слишком элегантный, слишком формальный, это костюм для деловых встреч. В таком костюме покажется неуместным сесть на пол или выпить пивка прямо из бутылки. И в самой глубине души я уже не уверен в том, что хочу, чтобы она рассказала мне о моих мнимых отношениях с Кларой. Каким-то образом я понимаю, что это просто ребячество – мое стремление вот так вот сразу, очертя голову, влезть в чужое прошлое и чьи-то сентиментальные отношения с Кларой. Я чувствую стыдливость, такую же, какую чувствовал раньше, глядя телевизор. К слову сказать, до того, как сломался телевизор, я по нескольку минут смотрел передачи, в которых люди собирались рассказать о своих сердечных проблемах, выставить напоказ свои несчастья и недостатки, похвастаться своей ненавистью и злобой, но быстро переключал телевизор на другой канал, потому что возникало ощущение того, что ты вынужден присутствовать в интимных эпизодах жизни людей, безусловно важных для главных действующих лиц. Но, вынесенные на публику, эти эпизоды становятся порнографией. Мужчины и женщины показывают нам то, что мы хотим увидеть, зная, что не должны были бы смотреть эти снафф-видео наших несчастий, непосредственные презентации трупов наших душ, пытки, которые мы себе причиняем, для того, чтобы сделать нашу жизнь более значимой: “Смотрите все, на ваших глазах я приношу себя в жертву, чтобы доставить удовольствие. Я попираю свое достоинство, унижаюсь, выставляю себя на позор и поругание. “Се человек*”.
Но я ей позвонил, и вот она здесь. Пожалуй, она так же напряжена, как и я. Вполне вероятно, она тоже спрашивает себя, зачем сюда пришла. Было ли это нездоровым любопытством, или она пришла узнать, каким был любовник ее сестры? Представить ее со мной, узнать, что мы делали, а что – нет, и нежный ли я мужчина, лучше или хуже того, как она себе представляла. А, может, ее согласие на мое приглашение было просто способом вернуть себе частички той Клары, которую она не знала, и теперь подвернулся походящий момент получить более полное представление о своей сестре и ее делах, которые она, возможно, скрывала до этой секунды. Мы – грифы прошлого, приученные рыться в падали, оставленной нам нашими ошибками и недостатками. Как птицы, срыгивающие сожранных ими червяков или насекомых, чтобы накормить птенцов, мы тоже исторгаем из своего нутра все полупереваренное, как будто, съев остатки еще раз, и другой, мы смогли бы переварить и усвоить эту пищу, сделав ее бесповоротно частью нас самих.
Оглядевшись, она присаживается на диван и, словно самой себе, убежденно говорит:
- Клара говорила, что вы почти никуда не выходили.
- Она преувеличивала. У меня есть друзья, я ужинаю с ними, хожу в кино. Возможно, реже, чем другие люди, но я не затворник.
Она улыбается, опустив глаза, словно ее позабавило воспоминание, которое она не хотела ни с кем делить. Сколько времени пройдет, прежде чем мой обман лишит ее сна? Существуют тысячи мелочей, которые, естественно, не совпадают с рассказами Клары о Самуэле и о том, что она могла бы делать, живя со мной. Я не ездок и не гуляка, это верно, но и не отшельник, каким, похоже был тот, другой Самуэль. Я не замыкаюсь в самом себе и не запираюсь в своей квартире. Мало-помалу в ее память вернутся детали, которым до этого момента она не придавала значения, и которые не соответствуют человеку, стоящему напротив.
- Ты знаешь, что я никогда тебя не видела?
- Представляю.
- Я хочу сказать, что никогда не видела даже твоего фото. Не хотела.
- Почему же ты не хотела?
- Это она не хотела, Клара. Она говорила, что ты был ее, по крайней мере, в те выходные, что ты отводил для нее, ты был только ее. Показывать тебя кому-то, это значило бы делить тебя с другими, отдать другим частичку тебя, а у нее было слишком мало тебя, чтобы так расщедриться. Она была такой глупышкой.
- И что же?
- Да ничего.
- Я хочу сказать, что сильно отличаюсь от того, каким ты меня представляла.
- Более ершистый, более суровый и более непреклонный.
- Подумать только!
- Я представляла тебя немного скользким, потому что мне никогда не нравилось, как ты обращался с Кларой, она всегда была для тебя на втором плане. Ты был с ней только тогда, когда тебе было удобно, не решаясь на настоящие отношения. Поэтому я и сказала сестре, чтобы она порвала с тобой. Ну вот, теперь ты это знаешь. И, тем не менее, пригласил меня прийти.
- Не думаю, что теперь это о многом говорит.
- Немного пониже ростом, не такой мускулистый и чуть более неряшливый.
- У тебя было не очень-то хорошее мнение обо мне.
- Довольно плохое. Даже если, я говорю тебе правду, ничего же не изменилось, чтобы исправить это мнение. Да и что теперь изменится, кроме того, что ты уже не можешь причинить ей боль?
- Клянусь, я никогда не хотел причинить Кларе боль.
- Ладно, проехали. В любом случае, я пришла не для того, чтобы упрекать тебя.
Она пришла не упрекать меня, я вообще не знаю, зачем она пришла. Не знаю, зачем дала мне свою визитку, зачем свернула на дорожку к крематорию, чтобы предложить мне платок. Я спрашиваю себя, не в долгу ли она перед Кларой, и не должен ли чего-то я. Быть может, я еще не расплатился, и поэтому Карина здесь, своим костюмом и осанкой выдавая непреклонность. А ведь она непреклонна! Она хмурит брови, словно не желая расслабляться, не доверяя остальным, как будто знает, что в какой-то момент ей придется защищаться или атаковать.
- Ты же не станешь спрашивать меня, правда?
- Хочешь что-нибудь съесть? Перекусить?
- Это не тот вопрос.
- О чем же мне не спрашивать тебя?
- Зачем я пришла.
- Мне все равно. Я очень рад, что ты здесь.
- Не будь сладкоречивым.
Впервые она мне нравится. Я не припомню, чтобы слышал от кого-нибудь медоточивые слова. Конечно, я их читал, но не знал ни одного человека, который говорил бы их. Кроме того, мне нравится, что она терпеть не может этот слащавый тон соблазнителя, вырвавшийся у меня помимо воли, и дает мне это понять.
Несмотря на ее отказ, я достаю тарелочки с сыром и ветчиной, и пару следующих часов мы проводим за беседой, словно были знакомы тысячу лет, но не имели случая сблизиться. Я уклоняюсь от вопросов, которых не понимаю, или даю на них какие-то общие, ничего не значащие ответы, типа: “а что там по телевизору?” или “да ладно, ты же знаешь, что это всего лишь работа”, с тревогой следя, не выдаст ли она жестом свое удивление или недоверие. Я предпочитаю рассказывать ей о своем разрыве с женой, как о цивилизованном расставании, а не как о вынужденных тасканиях по судам и инсценировке обычного тягостного и мучительного спектакля, в котором два взрослых человека стараются, чтобы другой заплатил за каждую из их ошибок, за потерянное ими время, за каждую рану и каждое разочарование. “Стиральная машина – за тот раз, когда ты принародно сказал, какая я нудная; дети – за каждый раз, когда ты с досадой разглядывал мой живот; дом, машина, телевизор – за то, что заставил поверить, что я всегда могу положиться на тебя.” Нет, моя жена, которую я назвал Нурией (Карина восприняла это имя, не шелохнувшись), ушла без упреков, без шума и криков. Она не мстила мне, просто отметила тот факт, что мы уже не были счастливы, и нам ни к чему было малодушно и трусливо соглашаться на это пожизненное заключение, довольствуясь малыми радостями и покорно с этим смирившись. Думаю, что этот рассказ взволновал Карину. Возможно, она даже стала оценивать меня чуть больше за мою манеру повествования о разводе, ведь я не говорил о своей жене с пренебрежением и даже намекал на объединявшую нас привязанность друг к другу.
- Она ушла, забрала все свои вещи и ушла.
- У нее был другой?
- Не думаю, но, возможно, скоро появится, ей очень нравилась совместная жизнь. Впрочем, в зависимости от пары.
- И ты не боролся?
- Чтобы удержать ее? Нурия была права. Думаю, у нас не было настоящего повода, чтобы
продолжать совместную жизнь, только страх одиночества на старости лет. Но для этого недостаточно много времени.
Теперь Карина сосредоточена. Она делает несколько глотков принесенного ею вина, готовясь задать какой-то неясный для меня вопрос, которого я сильно боюсь, потому что недостаточно хорошо отрепетировал свою роль.
- Если бы Клара не погибла в том несчастном случае, хотел бы ты жить с ней после развода?
- Нет, не сразу же. Мне было бы необходимо какое-то время побыть одному. Я не смог бы вот так запросто шагнуть из одной кровати в другую.
- Но ведь это не составляло для тебя труда, когда она была твоей любовницей.
- Это была очень непростая ситуация.
- Для тебя или для нее?
- Тогда я также старался держать их на расстоянии друг от друга, например, я не звонил Кларе, если жена выходила ненадолго за покупками или прогуляться. Я посылал жене сообщения по электронке только если знал, что она долгое время будет одна, или если я проводил выходные с Кларой и вечером в воскресенье не возвращался домой, а в понедельник ехал прямиком на работу. Мне оставалось только всегда смягчать бурю, снижать накал страстей, чтобы не замарать ни одни из этих двух отношений присутствием другой женщины. Поэтому в этом доме нет ничего Клариного.
Карина не прерывала меня. Она казалась взволнованной и потрясенной, и у меня создалось ощущение, что своим рассказом мне удалось уменьшить счет негативным моментам, надо думать, имевшимся в ее списке.
- Твоя жена была в курсе? У нее были подозрения?
- Знаешь, чего мне хотелось бы? Чтобы ты поговорила со мной о Кларе, рассказала, какой она была, как рассказала бы тому, кто ничего о ней не знает.
- Ты мне не ответил.
- Потому что мне не хочется.
Карина достает из сумочки две шпильки. Одну она сжимает губами, а другой скрепляет прядь волос, упавшую на глаза.
- Ладно, – соглашается она, все еще держа вторую шпильку во рту. – Но только в обмен кое на что.
- Конечно.
- Так вот потом ты сделаешь то же самое. Ты расскажешь мне, какой была моя сестра. Договорились?
Какое приятное ощущение головокружения. Ты чувствуешь, что вот-вот в любой момент упадешь, но угроза падения порождает в тебе не страх, а предвкушение, желание того, чтобы от окатившего тебя с головы до ног адреналина, волосы встали дыбом. В этот миг решающего ускорения перед тем, как разбиться о дно, в этот самый миг ты начинаешь жить.
Карина закончила скреплять волосы второй шпилькой и садится поудобней. Ее взгляд скользит вверх по лестнице, ведущей на террасу. Она меняет позу и садится по-другому.
- Идет, я согласен, – говорю я. – Потом я расскажу тебе, какой была твоя сестра.
Клара со слов Карины.
- Не знаю, говорила ли она тебе или нет, думаю, что-то говорила, но сейчас я рассказываю тебе все с другой точки зрения, со стороны старшей сестры, ответственной за нее, потому что я отвечала за нее. Я говорю с точки зрения сестры, которая смотрит на все глазами родителей и в какой-то степени заменяет их, говоря, что ей не нравится Кока-Кола, потому что именно это от нее и ожидается. Или говорит, что не любит мотоцикл, потому что велосипед полезнее для здоровья и не загрязняет окружающую среду. Или что она предпочитает не начинать курить, потому что потом станет рабом табака на всю жизнь. Хотя видишь, в двадцать пять я-таки начала курить. Впрочем, я ведь хотела поговорить с тобой о своей сестре, не о себе, о младшей сестренке, которая начинает пропадать, совершать опасные поступки, которые лишают родителей сна и доводят меня до того, что я ее ругаю: “Ты – дура! Неужели ты не понимаешь, что заставляешь родителей страдать? Поступая так, ты думаешь, что становишься взрослой, а на деле оказываешься ребенком”. Вот тебе в общих чертах результат – я с родителями по одну сторону баррикады, она окопалась по другую. Я заставляю ее принять позицию подростка, говорящего с пренебрежением: “Да что ты понимаешь? Это моя жизнь, моя, а не твоя! Тебе-то какая разница, если я обожгусь? Палец-то мой”.
Тогда я не понимала, что Клара не была саморазрушительницей. Возможно, она переоценивала свои силы, потому что была большой оптимисткой. Клара думала, что может пройти через помойку, не загрязнившись, что, как лучик света, может коснуться любой вещи, находиться в любом месте, не являясь по-настоящему частью того, что ее окружало. Как дух в жилой особняк, она входила во все дома, усаживалась за стол вместе с остальными, слушала их трагедии и ссоры, ведя легкую жизнь невесомого призрака. Она рассказала тебе, что вместе с подругой ездила в Петербург автостопом? Что один раз ее задержали за сопротивление властям в доме, захваченном людьми, которых собиралась выселять полиция? Ей даже не исполнилось пятнадцать лет, возраст, когда ты набрасываешься на спецподразделения полиции, вырывая из рук щиты и отрывая с касок защитные щитки. Как видишь, та нежная и мягкая девушка, которую ты знал, в столь юном возрасте могла драться с мужиком, привыкшим применять силу и почти вдвое тяжелее ее. Она чувствовала себя неуязвимой.
Отец хотел запереть ее дома, но ты не можешь запретить пятнадцатилетней девушке выходить на улицу. Ничего не оставалось делать, как разрешить ей ходить в школу, поликлинику, на занятия по английскому и в класс игры на гитаре. Он отобрал у нее ключи, чтобы она вынуждена была возвращаться, когда кто-нибудь еще не спал. Клара перестала ночевать дома. Я знала, где она находилась, поскольку кто-то из наших общих друзей, наконец рассказал, что ее видели на площади Второго Мая. Она сидела на одеяле с тремя или четырьмя собаками и каким-то панком, который, вероятно, был там с восьмидесятых. Одна школьная подружка показала мне дом в квартале Лавапьес, где, как она думала, и ночевала Клара – маленькое, побеленное двухэтажное зданьице на углу узенького переулка, с черепичной крышей, деревянными ставнями и железными покрашенными черными решетками. На вид домик был скорее деревенский, нежели городской с пожелтевшей, во многих местах облупившейся известкой. Он навевал атмосферу заброшенности и разрухи. Я и врагу не пожелала бы жить в подобном месте. В нижней части и вокруг балконов дом был грубо размалеван неумелыми граффити со следами насилия, вызывавшими во мне чувство ярости и злости, равно, как и музыка, которую любила Клара. Слушая ее, я могла только представить певца, который брызгал слюной на публику в первых рядах, рыча и выплескивая свою ненависть. Клара никогда не предлагала мне открыться ей, не хотела разделить чувства, которые всегда говорили мне о моральном разложении, болезненных ранах, об обуявшем ее ужасе и мраке. Эти песни ты можешь петь, только гримасничая и принимая немыслимые позы. Песни о любви, которые слушала Клара, были окрашены отчаянием и безысходностью, это был настойчивый призыв к несчастью. Ты скажешь, что я слишком консервативна в своих пристрастиях, что мне не хватает смелости или немного резкости, чтобы казаться оригинальной, и я думаю, ты будешь прав. Я и сама упрекаю себя, и временами признаю, что, никогда не желая быть такой, как моя сестра, я хотела бы в чем-то быть похожей на нее.
Мама хотела позвонить в полицию и заявить об исчезновении своей малолетней дочери. Я убедила ее подождать какое-то время, пока неудобства уличной жизни не вернут сестру домой. Я уверила ее в том, что лучше, если Клара, пропустив несколько учебных недель, сама убедится, что такая жизнь не для нее, чем если ее вернут силой, провоцируя настоящий бунт, которого все-таки хотелось избежать. В конце концов, Клара всегда была здравомыслящим, разумным подростком, и эта стадия неуверенности у нее непременно прошла бы. Она осмыслила бы свою независимость, вернулась домой, к прежней жизни нормальной девчонки среднего класса, очень милой, покладистой, прилежной и молчаливой. Ведь, несмотря на все время, проведенное с оборванцами, Клара любила каждый день принимать душ, мыть голову, менять одежду и спать на чистых простынях. Я на самом деле была убеждена в том, что она не переспала ни с кем из этих ребят и не подцепила ни СПИД, ни сифилис, ни герпес. Я не представляла ее лежащей в кровати и обнимающей дурно пахнущее тело с засаленной патлатой головой. И тогда мне в голову пришла эта мысль, что Клара идет по жизни как лучик света, вернее, как тень, потому что в то время она всегда была одета в черное и красила волосы в тот же цвет. Ее шевелюра была похожа на воронье крыло. Но это была уловка. Я вовсе не хочу сказать, что она обманывала кого-либо, разве только саму себя, да и то неосознанно. Она носила собачий ошейник, купленный в зоомагазине, выбрила виски, хотя по желанию могла скрыть их волосами, растущими на оставшейся части головы. Она носила цепи, ботинки “Док Мартенс”, шикарные серьги, огромные стальные или латунные кольца. Понимаешь? Она постоянно меняла свой имидж, ни на чем не останавливаясь. Сумасбродные украшения, немыслимые стрижки, радикальный цвет волос, ужасающе мрачная одежда – все это было. Но ни единого пирсинга, ни одной булавки, которые ее друзья втыкали себе в губы, носы, брови, соски, клиторы, мошонки – не было. В местах, где руки, а иной раз и лицо, украшались татуировкой с несмываемой краской, не было следов подкожных игл. Я не раз смотрела на нее в ванной комнате, и то, как она совершенно естественно раздевалась передо мной, уже указывало на то, что ей нечего скрывать. Хотя, возможно, она и пробовала какой-нибудь наркотик (я тоже употребляла экстази, марихуану, и только два раза кокаин), она никогда не вела себя, как наркоманка, ожидающая дозу. И если что-то вдруг изменилось, то в этом виновата я.
Между тем стемнело, и наступила ночь. Мы с Кариной сидим впотемках внизу, в гостиной. Я на маленьком кожаном диванчике оранжевого цвета, купленном в ИКЕА, хотя так не скажешь, пока не встретишь такой же, но бордовый, черный или коричневый, у одного друга, у другого, у третьего и т.д. Карина сидит на полу, на подушке. Время от времени она сжимает и теребит один из уголков подушки, поигрывая с ним, или принимается ее взбивать, словно готовя постель для куклы. Сейчас, записав все это, я, возможно, придаю сказанным ею фразам присущий мне ритм, тон и построение. Я вспоминаю наш с ней разговор, но передаю его своими словами, поскольку, когда мы рассказываем о том, что нас окружает, мы всегда говорим своим языком, смотря на все своими глазами, по-своему осмысливая. Нам думается, что мы беспристрастны, испытывая единственно возможные чувства, которые, тем не менее, никогда не перестают быть нашими и только нашими, отличными от чувств других людей. Карина говорит более отрывисто, скупыми, короткими фразами, у нее гораздо меньше сомнений. Иногда ее тон становится саркастическим и таким чужим для меня, что я просто неспособен его передать. Она говорит решительно, безапелляционно, часто повторяясь, будто предвидя, что ей возразят, и слова, сказанные ей, становятся резкими. Постепенно голос Карины звучит все глуше. Я сказал бы, что по мере того, как в комнате меркнет свет, затихает и голос, словно приспосабливаясь к полумраку. Я боюсь, что когда наступит кромешная тьма, он умолкнет совсем. Между нами устанавливается атмосфера доверительной близости, и у меня возникает желание бросить вторую подушку на пол, сесть рядом с Кариной, положив голову ей на колени и продолжая слушать историю ее сестры .
- Поскольку, вопреки тому, что я сказала маме, чтобы успокоить ее, время шло, а Клара не возвращалась (речь идет о неделях, нежели чем месяцах), я все больше тревожилась. Из разговоров наших общих знакомых я узнавала о ней, следила за ней издали, иногда подходила, увидев ее сидящей на грязном одеяле или просящей денег у прохожих. Она не протягивала руку, как нищие с карикатур, а приветливо улыбалась, как панк-шутник, играючи просящий деньги ради прикола. Но своей приветливостью она обычно не добивалась того, чтобы ей дали динеро, сигарету или хотя бы задержались. Наоборот, люди ускоряли шаг, словно испугавшись чего-то в этой девушке, почти что ребенке, в этом темном ангеле, заставлявшем их увидеть ту сторону бытия, которую почти никто не хотел познавать.
Особенно мне нравилось наблюдать за ней исподтишка, когда она играла с собаками, резвилась, носясь с ними по площади, подзывая их, прыгая и кувыркаясь. И тогда я снова встречалась с той Кларой, которую знала. В эти минуты она разрушала покрывавшую ее коросту черствости и бессердечия, чтобы выйти к свету и раскрыть передо мной ту веселую, жизнерадостную, ребячливую сестренку, полную мечтаний, которую мне хотелось защитить. Но потом она садилась, закуривала сигарету, надевала наушники и скрывалась в том мрачном мире, который она строила, чтобы впоследствии жить в нем.
Когда я убедилась в том, что Клара сама и не собиралась возвращаться, я отправилась на площадь, но не следить за ней, а поговорить. Тебе я признаюсь, что не решилась пойти в дом, по моим предчувствиям, занятый всяким сбродом – мелкими продавцами наркоты, сломленными, язвительными людьми. Я предпочла отыскать ее на открытой площади, там, где она обычно сидела с пятидесятилетним панком. Клара просила деньги, когда я подошла к ней. И вот тогда она протянула ко мне руку ладонью вверх, словно желая показать мне этим жестом, что нас не связывали никакие узы, что я была еще одна прохожая. А может быть она сделала это потому, что вдруг почувствовала себя неудобно в своей роли и выходила из нее, преувеличенно-фальшиво шутя. Я схватила руку сестры, которая была ее защитой и границей, обняла и поцеловала Клару.
- Пойдем, я угощу тебя пивом, – сказала я сестре.
- Лучше дала бы сто песет, – не очень уверенно возразила она, но направилась за мной на веранду бара, сделав знак своему приятелю и показывая, куда мы пошли. Тот не отозвался.
Я понимала, что мне придется в чем-то противостоять обороняющейся Кларе, понимала, что у нас будет напряженный разговор с взаимными упреками. Я чувствовала себя послом от семейного союза, рассчитывающим умаслить Клару, заговорить ей зубы, чтобы она вернулась в нашу тепленькую жизнь, в то время как она предпочитала запредельную стужу или столь же чрезмерную жару. Я не совсем была убеждена в том, что эта теплота была лучше непогоды. Какое-то время, попивая пиво, мы разговаривали на темы, не имеющие ничего общего с тем, что привело меня на площадь, заполоненную наркоманами, нищими и матерями с детьми. Я рассказала ей о своей учебе, не сказав ни слова об атмосфере, царящей в нашем доме, о вздохах и упреках, о нашем отце, бродящим по квартире с отсутствующим видом. Клара без особого внимания слушала меня, вставляя скупые замечания и сосредоточенно разглядывая выход на площадь. Потом постепенно возникла необходимость принятия, а скорее всего непринятия, решения, которое, таким образом, обуславливало ее будущее. Это решение могло сделать ее таким человеком, каким она, вне всякого сомнения, быть не хотела.
- С тобой что-то произошло, – сказала я ей, не уточняя, что именно случилось, – обратной дороги нет, ты уже не можешь снова стать такой, какой была.
Она вежливо промолчала, не сказав в ответ: “Да что ты понимаешь?”, но я уверена – она так подумала. И еще подумала о том, что тот, кто никогда не осмеливался на что-то рискованное и опасное, не достаточно компетентен не только для того, чтобы давать советы, но и для того, чтобы понять того, кто рискует.
А раз у меня не было аргументов, меня бесило то, что я должна убеждать младшую сестру в том, что она поступала глупо. Особенно злило то, что это заставляло меня чувствовать себя старухой, которая читала нотации о подходящем и благоразумном, о будущем, об ответственности, о переживаниях родителей, а ведь мне был двадцать один год! Думаю, поэтому я стала искать, с какой стороны оскорбить ее, причинить ей боль.
Клара сохраняла маску равнодушной любезности, хотя в какой-то момент мне показалось, что ее по-настоящему заинтересовали мои доводы. Не скажу, что она совсем меня не слушала. Скорее слушала так, как в который уж раз слушают сетования матери, сожалеющей о том, что она бросила свою работу и о скучных и неблагодарных домашних делах. Мы понимаем ее беспокойство, но это не новость, и мы не отвечаем ей. Когда все доводы были исчерпаны, и у меня не осталось слов, Клара взяла мою руку в свою, нежно погладила меня, как гладят ребенка, и ласково спросила:
- А что ты? Будешь хорошей дочерью, станешь приходить вовремя по вечерам, отучишься, найдешь работу, выйдешь замуж, и у тебя будет двое детей? Ты всегда будешь отмечать дома рождество, дни рождения, крестины? Ты станешь крестить детей, чтобы не обиделась бабушка, разве нет?
Боже, сейчас я думаю, как забавно – я не закончила учебу, не вышла замуж, у меня нет детей и, в конце концов, я отдалилась от родителей и остальных родственников больше, чем она. Возможно, так случилось потому, что Клара вовремя устроила свою юношескую революцию, а я откладывала до тех пор, пока не стала взрослой. Но в тот момент мне было не смешно. Моя сестра высказала вслух мои тогдашние страхи. Это правда, я боялась, что не смогу найти свой путь в жизни, боялась безвозвратно потерять возможность стать тем, кем хотела бы быть, хотя у меня не имелось ни малейшего представления, кем я хотела быть. Я завидовала Кларе, ее решимости, с которой она сама творила собственную биографию, в то время как я ограничивалась строгим следованием сценарию, написанному не мной.
- А ты, – спросила я ее, – все будешь продолжать играть в игрушки? – Клара меня не поняла. Она подняла руку, приветствуя своего друга, чем переполошила его собак, которых он привязал к велосипедной стойке. Они приподнялись, насторожив уши и начали скулить и вертеться на месте. – Не думай, что я не поняла, – выпалила я, выдернув свою ладонь из ее рук. – Все твои вызывающе-взбалмошные прически, мрачные, похоронные цвета, куча собачьих ошейников и уйма колец – все это игра, нет ничего необратимого. Ты играешь в плохую девчонку, самую плохую из своего круга. Ты поиграешь несколько недель, пока тебе не надоест, ведь ты не такая, и это не твое место.
- Какого черта, о чем ты говоришь?
- О твоих друзьях, для них это серьезно. Они колются, причиняя себе вред, отвергают комфортабельную жизнь, режутся, губят себя. Но от тебя пахнет персиковым мылом и кремом для рук. И я не вижу ни следов уколов, ни шрамов.
Я не понимала, что Кларе, несмотря ни на что, было очень важно мое мнение, что для нее я продолжала оставаться старшей сестрой. В тот момент я не понимала, что ставлю ее в неловкое положение тем, что раскрыла ее обман и не верю, что она все делала сознательно. Клара ничего не ответила.
Она ничего не ответила, а я не понимала, что означало ее молчание. После того, как я закончила говорить, мне и самой было так неловко, будто по злобе я спрятала книжку, которую она взяла, или разбила ее любимый диск. Я ушла с чувством выполненного долга, испытывая одновременно горечь поражения. Для сестры я сделала все, что могла, но я покривила бы душой, если бы не призналась тебе, что мне было плохо. Я чувствовала себя обманщицей, как будто пришла туда больше для того, чтобы испортить ей праздник, а не помочь, как делают не слишком-то пользующиеся успехом у ребят девчонки, завидев целующуюся с парнем подружку, с жаром начиная указывать на каждый их недостаток, приписывая им все мыслимые скверные намерения.
Сейчас я говорю тебе все это, но тогда я не думала об этих вещах именно так, не представляла себе их настолько ясно. Это была осознанная тревога, и я винила в ней сестру, заставлявшую меня играть неблагодарную роль. Не знаю, что бы произошло, если бы через несколько дней, может, неделю, Клара не пришла бы домой. Как она сказала потом, она думала, что в это время я была в университете, а родители – на работе. Она не понимала, какой веселой, праздничной жизнью она живет – ни обязательств, ни сроков, ни расписания. Она вошла в дом, ни с кем не повстречавшись. Родители куда-то вышли, не помню, куда, а я была в своей комнате. Я хоть и услышала стук двери, но подумала, что это вернулись родители. Через какое-то время я услышала, как в ванной сестра напевает одну из своих злосчастных мелодий. Она пела таким голосом, что можно было подумать, что это голос самого дьявола или, по меньшей мере, страдающей, измученной души. Я вошла без стука и увидела ее голой, выходящей из душа. Она с испуганным лицом судорожно схватила полотенце и, не заворачиваясь, прикрылась им спереди, закрывая тело так, будто перед ней вместо меня находился незнакомый мужчина. Не спрашивай меня, как я так быстро все разгадала. Думаю, оттого, что мне было непривычно, что она столь целомудренно прикрывается полотенцем, когда мы тысячу раз видели друг друга голыми, и не только когда были детьми. Незадолго до того, как она ушла к своей уличной жизни, мы вместе приводили себя в порядок, удаляли волосы и запросто помогали друг другу, намазывая кремом труднодоступные места. Нам было приятно чувствовать нашу близость. Я выхватила у нее полотенце, а ее усилие спрятать одну из рук указало мне то, что я должна была найти. Она сказала, что неважно себя чувствовала и ходила к врачу, чтобы ей сделали анализ крови.
- Ты сошла с ума? Ты и вправду сошла с ума?
Я вышла из ванной просто никакая, потому что мне ничего не пришло в голову. Я не знала, что сказать и как среагировать на эту чудовищность – сестра начала колоть героин. Это была моя маленькая сестренка, и весь гнев и ярость, которые я испытывала в последние недели превратился в страх – ведь Клара уже не играла в игрушки, как я ей говорила, здесь происходили серьезные вещи. Не знаю, а вдруг она сделала это, чтобы поволновать меня, показать мне, что все это было не просто подростковой рисовкой. Клара закрыла дверь ванной на защелку, а спустя несколько минут вышла оттуда, облачившись в свой мрачный наряд – футболку с надписью красно-черными заостренными буквами, заставившими меня подумать о чем-то смутно-нацистском, и отвратительным черепом, из глазниц или рта которого, уже не помню, вылезали черви. От запястья до локтя руки Клары были закрыты какими-то черными наручами. Вот тут-то в квартиру и вошли мои родители. Растерявшись, они остановились в прихожей. Отец улыбался, словно получив приятный, неожиданный подарок и ничему не веря. Мама сжалась, ожидая нового разочарования или неприятной новости.
- Она колется! – сказала я. – Клара начала колоть героин.
Сестра этого не отрицала. Она торопливо ушла в свою спальню, а через секунду вышла оттуда с маленьким рюкзачком, набитым, кажется, еще раньше одеждой, которую она хотела унести с собой. Собиралась ли она сказать что-нибудь родителям или хотела полностью их проигнорировать, этого я не знаю. Мой отец, мягкий человек. Мы с сестрой втихаря всегда укоряли его, что он не осмеливался дать маме отпор, никогда нас не защищал. Он не решался даже быть посредником в наших с сестрой ссорах. И вот сейчас он протянул вперед руку с открытой ладонью, как будто хотел захлопнуть дверь.
- Клара, – проговорил он.
- Все это фигня, папа, – ответила сестра. Наперекор создавшемуся положению уже поворачивалась разозленная мама. Она, как это уже было много раз, пыталась подчинить нас своим желаниям криком ли, оплеухой или только жестом древнего пророка, угрожавшего каким-либо вселенским бедствием, словно почерпнутым из Библии. Воздев руки к небесам, она казалась смиренной, неспособной сопротивляться потере своей дочери. Тогда отец, издав странный звук (что-то среднее между рычанием и хрипом), вырвавшийся скорее из груди, чем изо рта, ударил сестру по лицу. От этого удара Клара упала на пол. Я отлично это помню. Не удар, нет, я стояла спиной к сестре и не могла видеть его; отец ударил Клару по лицу, к счастью, не по губам и не по носу, а чуть ниже скулы. Я помню отца с вытянутой рукой со сжатым кулаком, вынужденного сделать два шага, чтобы сохранить равновесие. Через некоторое время сестра поджала ноги, усевшись на полу в позе лотоса и поднеся руки к лицу.
- Ты не выйдешь отсюда, – сказал отец, собираясь сесть в кресло напротив телевизора, но повалившись на него без сил. Мы с мамой застыли, как статуи. Не знаю, возможно, мы так растерялись от странного совпадения вспышки отца и покорности сестры, которая подобрала рюкзачок, валявшийся рядом с диваном, и направилась к себе спальню.
Я знаю, что Клара еще несколько раз встречалась со своими дружками, незаконными захватчиками домов, панками или кем там они были, но одеваться она начала по-другому, забросив дома собачьи ошейники и какие-то кольца, и красить волосы в черный цвет она перестала. Колоться она тоже больше не стала. Потом она рассказала мне, что ширнулась только один раз и то сильно себе навредила, потому что дружок, который ей помог, был почти такой же неопытный, как она сама и, кроме того, нервный. Он был вынужден уколоть ее несколько раз, и поэтому вокруг вены образовался большущий синяк. Я также знаю, что отец много раз извинялся за то, что ударил ее тогда, и хотя тот удар и был спасительным, он еще долгое время сожалел об этом. Не знаю, но я вдруг начала думать, что Клара сознательно или неосознанно пришла домой для того, чтобы кто-то помешал ей снова уйти. Возможно, то, что я увидела ее руку, вовсе не было случайностью. Возможно, она подозревала, что встретит нас дома, и хотела, чтобы ее удержали силой. Клара не хотела быть обязанной продолжать это глупое падение в ад, которое она инсценировала, чтобы показать мне, что ее жизнь не была игрой.
Но теперь мы с Кларой уже не были так дружны, как прежде. Клара и в самом деле выросла, и я не представляла, как мне установить с ней связь. К тому же, чуть погодя, у меня самой в жизни наступил переломный момент. Я бросила университет, ушла из дома, начала работать в офисе одной косметической фабрики.
Мы с Кларой по-прежнему неплохо ладили друг с другом, несколько раз пробовали даже вернуть былую детскую нежность, ту родственную доверительность и близость, когда кажется, что ее тело становится почти что моим, но тем не менее ты понимаешь, что это тело сестры. Это чувство сродни тому, когда ты играешь с куклой – с одной стороны она отличается от тебя, а с другой – она часть тебя: у нее твой голос, твои ощущения, чувства, твои желания и страхи.
Но мы перестали ложиться рядом друг с другом на кровать, чтобы о чем-то пошептаться. Иногда мы пытались, но наша доверительность звучала неестественно и не красила ни ее, ни меня. Мы уже не примеряли вместе одежду матери, не смотрелись в зеркало, гордясь друг другом, никто из нас не мог сказать: “это моя сестра”, а если и говорил, то это была простая констатация юридического факта, о котором ты можешь написать в книге о своей семье, но прежняя сила единства была потеряна. Уже не было барьера, стоящего на пути между самим собой и одиночеством взрослой жизни.
Почти кромешная темнота. Окна гостиной, хотя и смотрят в маленький дворик, но огоньков других окон и все слабеющего света, льющегося с маленького, вырезанного крышами окрестных домов, прямоугольничка небес, едва хватает для того, чтобы можно было различить очертания Карины и движение ее руки, подносящей стакан к губам. Вот теперь я бросаю подушку на пол и сажусь рядом с ней. Хотя голос Карины никогда не дрожал, и не было ни единого звука, заставляющего меня думать, что она могла заплакать, что-то подсказывает мне, что мне нужно было бы ее утешить. Я не знаю из-за смерти сестры или из-за выразительной фразы, которой она завершила свой рассказ. Эта фраза заставила меня интуитивно почувствовать, сколь печальна ее жизнь – дни и ночи женщины, не нашедшей способа стать счастливой и подозревающей, что так и не найдет. Но тогда эта суровость, так беспокоящая меня вначале, эта броня под одеждой очень даже понятны. Мне уже начинают казаться милыми ее решительные шаги, порывистые, энергичные движения, словно она противостоит чему-то с решимостью, которая кажется излишней для подобных мелочей. Все это уже не свидетельство высокомерия или непреклонности, а, скорее, неумелый жест человека, желающего защититься, но не знающего, как. Я глажу ее по голове, и она поворачивается ко мне. В этой темноте я улыбаюсь напрасно. Я жду.
Жду.
Карина говорит мне: “Никогда бы не подумала, что сделаю это”. После легкого касания наших губ и нежного соприкосновения зубов, ее язык и слюна проникают в мой рот, наполняя его. Ее тело становится нестерпимо настоящим, словно дух Карины только что материализовался, обретя плоть и кровь, и перед моим взором сбрасывает одежды совершенное, осязаемое существо. Сейчас мне захотелось оказаться с ней в кровати, наедине с ее телом, забыв про желание, потому что я сам и есть желание. “Никогда”, – повторяет Карина, поднимаясь. Она тянет меня за руку вверх, чтобы я тоже поднялся, а потом тащит к спальне, хотя я и не сказал ей, что та дверь ведет в спальню. Она ведет меня за руку, как взрослый ребенка, чтобы уложить его спать, но вдруг останавливается. “Дай мне минутку”, – говорит она, входя в ванную. Пока я раздеваюсь, я слушаю шорох тела по другую сторону двери, представляю движения. Я слышу звук поворачивающегося крана и шипение, вибрацию труб, льющуюся в раковину воду. Я слышу звук стукнувшейся о бачок крышки унитаза, расстегиваемой молнии и упавших на плитку туфель. Теперь я представляю Карину в нижнем белье. Интересно, какое у нее белье – белое, черное, с кружевами или без? Дорогое, это уж точно – дорогое, возможно, выбранное к подходящему случаю. Впрочем, нет, она сказала, что никогда, никогда не думала, что сделает это, так что, пожалуй, белье будет таким, какое она и не думала выставлять напоказ. А может, несмотря на это “никогда”, она выбрала белье сознательно, чтобы сознавать себя прекрасной, хотя и не было глаз, которые могли бы это подтвердить. Под звуки льющихся в туалете струй я спрашиваю себя, не включить ли музыку, чтобы избежать неловкости и чтобы она не смущалась, поняв, что я все слышал. Она отрывает туалетную бумагу, и рулончик крутится в металлическом держателе. Тем временем я, голый, усаживаюсь на край кровати, и мне несколько неуютно, я немного стесняюсь собственного тела. Я не привык быть голой перед ней, мы виделись впервые. Я стеснялся своего возбуждения и своего далеко несовершенного тела, как-то неловко было показать себя таким, каков я есть, когда не пью бурбон, не составляю сметы, ни на кого не пытаюсь произвести впечатление, не говорю о себе самом как не о себе. Вот так, просто животным с ребрами, брюхом, конечностями, членом, требующим внимания. Я жду, чтобы
открылась дверь или следующего звука, который, как радар, укажет мне Каринино положение, но сейчас я ничего не слышу. Тишина, и я представляю, что она по-прежнему сидит на унитазе, вот только – зачем? Чего она ждет? Она раскаялась и сожалеет? Она говорила, что не может спать с бывшим любовником сестры, что это измена – спать с вспоминанием о ней? Словно это был способ украсть любовника у сестры. Я жду, и с каждой минутой мне все тревожнее, возбуждение плоти ослабевает. Сейчас я чувствую холод и решаю лечь в кровать, но не ложусь, ох уж эти мои решения! Я остаюсь на том же месте, все больше осознавая, что сижу голышом на углу кровати в подвешенном состоянии, рассчитывая на то, что вот-вот увижу, как она, обнаженная, выходит из ванной, подходит ко мне, нежно трется о меня своим телом, и, наконец-то, я чувствую ее кожу своей. Это служит мне оправданием. Но она не выходит, и я начинаю терять представление о времени. Не будет ли слишком бестактным постучаться в дверь, не знаю. Может, у нее месячные, она никак не найдет тампоны и пытается привести себя в порядок туалетной бумагой, но уже сколько времени я не слышу, чтобы она отрывала бумагу, не слышно также, чтобы крутился держатель. “Карина?”
- Карина!
Я приближаю ухо к двери, но не пойму, слышу я или нет. За дверью то ли тишина, то ли дыхание, то ли что-то еще.
- Карина, – постукиваю я костяшками пальцев, но она не отвечает. Когда я осторожно приоткрываю дверь, она сидит на унитазе в наполовину расстегнутой блузке, с голыми ногами и трусами на щиколотках. Это не возбуждает меня и не кажется постыдным, я даже тронут, но она говорит мне: “Выйди”. Голос ее звучит твердо, но спокойно. Она не испугалась того, что я увидел ее в таком виде, что, в общем-то, нормально после того, как люди некоторое время были близки. Но не в этом кроется причина ее желания, чтобы я ушел.
- Выйди отсюда, – приказывает Карина.
- Что случилось? Что с тобой? – спрашиваю я, закрывая дверь.
Когда она, уже одетая, выходит, то показывает внутрь ванной, думаю, что ванной.
- Зачем ты мне соврал? Зачем?
Теперь я тоже натянул трусы и футболку, небольшую защиту от своего замешательства.
- Я не понимаю? В чем я тебя обманул?
- Это я спрашиваю тебя. Тебе казалось, что тебе станет хуже, если я составлю о тебе плохое мнение? Тебе хотелось остаться уважаемым человеком, порядочным, как неверный муж?
Я по-прежнему не понимаю, о чем она говорит. Я смотрю туда, куда Карина показывает рукой, чтобы попытаться найти там ключ к разгадке ее гнева, но там нет ничего такого, что я не видел бы тысячу раз. Моя ванная; в ее глубине – шампунь, жидкое мыло и кусок обычного, крем для тела, прозрачная пластиковая ширма, и что? И что? Карина хватает свою сумочку, заброшенную ею черт-те куда, подбирает туфли, оставленные в ванной. Один из них валялся под ванной, другой она достала из-за унитаза.
- Ну, зачем, зачем ты мне соврал? Собираешься ты мне объяснить или нет?
Карина уходит.
Она тихо закрывает за собой дверь, гораздо тише, чем я ожидал от такой рассерженной или такой страдающей женщины, словом, такой, какой я ее знаю. Я снова надеваю штаны, вхожу в ванную, сажусь на унитаз и разглядываю то, что меня окружает, будто переняв от Карины ее позу. Я внимательно изучаю ту же самую картину, что и она. Быть может, я увижу то, что увидела она, тем самым раскрыв причину ее злости.
Снафф-видео – короткометражные фильмы, в которых изображаются настоящие убийства, без использования спецэффектов, с предшествующим издевательством и унижением жертвы
* ecce homini – “Се человек”, фраза, сказанная Понтием Пилатом при бичевании Христа и возложении на него тернового венца незадолго до распятия
ser el segundo plato (= ocupar un lugar secundario para esa persona) – быть на втором месте для кого-то
por sus pasos – по пути в…
camello (persona que vende droga en pequeñas cantidades) – человек, продающий наркотики дозами, на сленге “гонец”
aparcabicis – стойки, у которых люди оставляют велосипеды, идя за покупками и т.п.
parar las orejas – это выражение употребляется по отношению к животным, которые к чему-то внимательно прислушиваются
echar novio (=besarse, acariciarse) - целоваться
|