Torquemada en la cruz

Benito Pérez Galdós

Торквемада на кресте

Перевод М. Абезгауз

XII

Pausa. «¡Qué hermoso era el jardín de mi casa!... y lo será todavía, aunque oí que le han quitado una tercera parte para construir casas de vecindad. ¡Qué hermoso era el jardín, y qué horas tan gratas he pasado en él!... Paréceme que entro en el hotel y subo por la escalera de mármol. Allí las soberbias armaduras que poseía mi padre, adquiridas de la [237] casa de San Quintín, parientes de los Torre-Auñón. En el despacho de mi padre están Donoso, D. Manuel Paz, el general Carrasco, que delira por los negocios, y envainando para siempre su espada se dedica a hilvanar ferrocarriles, el exministro García de Paredes, Torres, el agente de Bolsa, y otros puntos... Allí no se habla más que de combinaciones financieras que no entiendo... Me aburro, se ríen de mí; me llaman don Galaor... Insultan en mí a la diplomacia, que el general llama, remedando a Bismarck, vida de trufas y condecoraciones... Me largo de allí. Paréceme que veo el despacho con su chimenea monumental, y en ella un bronce magnífico, reproducción del Colleone de Venecia. En los stores, bordados los escudos de Torre-Auñón y del Águila. La alfombra, de lo más rico de Santa Bárbara, es profanada por los salivazos del agente de Bolsa, que al entrar y al salir parece que se trae y se lleva en la cartera toda la riqueza fiduciaria del mundo... Y todo eso es ahora polvo, miseria; y los gusanos le ajustan a mi padre la cuenta de sus negocios... Torres el agente se pegó un tiro en Monte Carlo tres años después, y el general anda por ahí miserable, paseando su hemiplejia del brazo de un criado. Sólo viven él y Donoso, petrificado en su suficiencia administrativa, [238] que a mí me carga tanto, aunque me guardo muy bien de decírselo a mis hermanas, porque me comerían vivo».
     Pausa... «¡Oh, qué linda era Cruz, qué elegante y qué orgullosa, con legítimo y bien medido orgullo! La llamábamos Croisette, por la estúpida costumbre de decirlo todo en francés. Fidela, al venir de Francia, nos encantaba con su volubilidad. ¡Qué ser tan delicado, y qué temperamento tan vaporoso! Diríase que no estaba hecha de nuestra carne miserable, sino de substancias sutiles, como los ángeles que nunca han puesto los pies en el suelo. Ella los ponía por gracia especial de Dios, y podía creerse que al tocarla se nos desbarataba entre las manos, trocándose en vapor impalpable. Y ahora... ¡Santo Dios!, ahora... allá la miro metida en fango hasta el cuello. He querido sacarla... No se deja. Le gusta la materia. Buen provecho le haga... Cuando yo me fui a la Embajada de Alemania, que entonces era todavía Legación, salí de casa con el presentimiento de que no había de volver a ver a mi madre. Esta se empeñó en que no me llevara a Toby, el perro danés que me regaló el primo Trastamara. ¡Pobre animal! Nunca me olvidaré de la cara que puso al verme partir. Murió de enfermedad desconocida, dos días antes que mi madre... Y [239] ahora que me acuerdo: ¿a dónde habrá ido a parar el bueno de Ramón, aquel criado fiel, que tan bien entendía mis gustos y caprichos? Cruz me dijo que puso un comercio de vinos en su pueblo, y que fabricando Valdepeñas ha hecho un capital... Él tenía sus ahorros. Era hombre muy económico, aunque no sisaba como aquel bribón de Lucas, el mozo de comedor, que hoy tiene un restaurant (14) de ferrocarril. Con los cigarros que le robaba a mi padre, compró una casa en Valladolid, y con lo que sisaba en el Champagne sacó para establecer una fábrica de cerveza».
     Pausa. «¿Qué hora será?... ¿Pero qué me importa a mí la hora, si soy libre, y el tiempo no tiene para mí ningún valor? Mi hotel no duerme aún. Siento rumores en la portería. Los criados arman tertulia con el portero, esperando la vuelta de la señora... Ya, ya me parece que siento el coche. Es la hora de salir del Real, la una menos cuarto, si no ha sido ópera larga. Wagner y su escuela no nos sueltan hasta la una y tres cuartos... Ya está ahí... abren la verja... entra el coche. ¡Si me parece que estoy en mis tiempos de señorito! El mismo coche, los mismos caballos, la noche igual, con las mismas estrellas en el cielo... para quien pueda verlas... Ya cierran. El hotel se entrega al sueño como sus [240] habitantes... Yo siempre principio a sentir...».
     Más que sueño, lo que empezaba a sentir era hambre, y echando mano al zoquete de pan que llevaba en el bolsillo, dio principio a su frugal cena, que le supo más rica que cuantos manjares delicados solía llevarle Cruz de casa de Lhardy.
     «¡Qué apuradas andarán mis hermanas buscándome! -dijo, comiendo despacito-. Fastidiarse. Os habíais acostumbrado a que yo fuese un cero, siempre un cero. Convenido: soy cero, pero os dejo solas, para que valgáis menos. Y yo me encastillo en mi dignidad de cero ofendido, y sin valer nada, absolutamente nada para los demás, me declaro libre y quiero buscar mi valor en mí mismo. Sí, señoras del Águila y de la Torre-Auñón: arreglad ahora vuestro bodorrio como gustéis, sin cuidaros del pobre ciego... ¡Ah, vosotras tenéis vista; yo no! Mi desdicha se compensa con la inmensa ventaja de no poder ver a la bestia. Vosotras la veis, la tenéis siempre delante, y no podéis libraros de su grotesca facha, que viene a ser vuestro castigo... ¡Qué rico está este pan!... ¡Gracias a Dios que he perdido al comer aquella sensación mortificante del olor de cebolla!».
     Sintió sueño, y se estiraba en el banco buscando la postura menos incómoda, haciendo [241] almohada del brazo derecho, cuando se le acercó un pobre, que arrastraba un pie como si fuera bota a medio poner, y alargaba en vez de mano, para pedir limosna, un muñón desnudo y rojo. La voz bronca del mendigo hizo estremecer a Rafael, que se incorporó diciéndole:
     «Perdone, hermano. Yo soy pobre también, y si no he pedido todavía es por la falta de costumbre. Pero mañana, mañana pediré».
     -¿Es usted por casualidad ciego? -dijo el otro, desesperanzado de obtener limosna.
     -Para servir a usted.
     -Estimando.
     -Si hubiera venido usted un poquito antes, habríale dado parte del pan que acabo de comerme. Pero lo que es dinero no puedo darle. No llevo sobre mí moneda alguna, ni perro grande ni chico... Soy más pobre que nadie. He venido ¡ay!, muy a menos. Y usted, ¿qué es?
     -¿Cómo que qué soy?
     -Quiero decir si es usted también ciego.
     -No, gracias a Dios. No soy más que cojo; pero de los dos cabos, y manco de la derecha... La perdí dando un barreno.
     -Por la voz, me parece que es usted viejo.
     -Y usted muy parlanchín. ¡Porras!, como todos los ciegos, que echan el alma y los hígados por la pastelera lengua. [242]
     -Dispense usted que no le conteste en ese lenguaje ordinario. Soy persona decente.
     -Sí, ya se ve... ¡Persona decente! Yo también lo fui. Mi padre tenía catorce pares.
     -¿De qué?
     -De mulas.
     -¡Ah!... creí que de bemoles... ¿Con que mulas? Pues eso no es nada en comparación de lo que tuvo el mío. Ese palacio que está frente a nosotros, si hablara, no me dejaría mentir.
     -¡Porras maúras (15)! ¿A que va a decir que es suyo el palacio?
     -Digo que lo fue; la verdad...
     -Mecachis, y que se lo limpiaron los usureros. Como a mí, como a mi padre, que era mayorazgo, y por tomar dinero a rédito para meterse en negocios nos dejó más pobres que las ratas.
     -¡Los malditos negocios, el compra y vende!... Y henos aquí a los hijos pagando las culpas de la ambición de los padres. Ahora pedimos limosna, y de seguro los que nos empobrecieron pasan a nuestro lado sin darnos una triste limosna. Pero Dios no nos desampara, ¿verdad? Donde menos se piensa salta una persona caritativa. Hay almas caritativas. Dígame usted que las hay, pues yo, la verdad, no quisiera morirme de hambre por esas calles. [243]
     -¿No tiene familia?
     -Mis hermanas, hombre de Dios. Pero no quiero nada con ellas.
     -Ya, ¡contra!, le han desamparado ¡porras verdes! Como a mí, lo mismo que a mí.
     -¿Sus hermanas?
     -No... ¡pior, pior! (16) -dijo el otro con una voz bronca y arrastrada, que parecía extraer con gran trabajo de lo más hondo de su cuerpo-. ¡Son mis hijas las que me pusieron en la calle!
     -¡Ja, ja, ja! ¡Sus hijas! -exclamó Rafael, acometido de violentísimas ganas de reír-. Y dígame, ¿son señoras?
     -¿Señoras? -dijo el otro con todo el sarcasmo que cabe en la voz humana-. Señoras del pingajo y damas del tutilimundi. Son...
     -¿Qué?
     -Púas coronadas... Agur.
     Y se fue, arrastrando la pata, echando demonios por su boca, entre gruñidos bestiales, babeándose como un perro con moquillo.
     -Pobre señor... -murmuró Rafael, volviendo a tomar la postura de catre-. Sus hijas, por lo que dijo, son... ¡Qué abismos nos revela el fondo de la miseria cuando bajamos a él! Si yo me durmiera, ahogaría en mi cerebro ideas que me mortifican. Probaremos. Más duro es esto que mi cama; pero no me importa. [244] Conviene acostumbrarse al sufrimiento... ¡Y vaya usted a saber ahora con qué me desayunaré mañana! Lo que Dios me tenga reservado, café o chocolate, o mendrugo de pan, él lo sabe, en alguna parte estará... ¿No se desayunan los pájaros? Pues algo ha de haber también para mí...
     Quedose aletargado, y tuvo un sueño breve con imágenes intensísimas. En corto tiempo soñó que se hallaba en el vestíbulo del hotel cercano, tendido en un banco de madera. Vio entrar a su padre con gabán de pieles, accidente de invierno que no le chocaba a pesar de hallarse en pleno verano. Su padre se maravilló de verle en tal sitio, y le dijo que saliese a comprar diez céntimos de avellanas. ¡Cuánto disparate! Aun soñando, discurría que todo aquello no tenía sentido. Después salió el perro danés aullando, con una pata rota y el hocico lleno de sangre. En el momento de abalanzarse en socorro del pobre animal, despertó. En un tris estuvo que se cayera del banco de piedra.
     Le dolían los huesos; el frío empezaba a molestarle, y su estómago no parecía conforme con pasar toda la noche al raso sin más sustento que un pedazo de pan. Para sobreponerse al clamor de la Naturaleza desfallecida, salió de estampía por el paseo adelante, [245] tropezando con los árboles, y besando el santo suelo en dos o tres tumbos que dio al perder el equilibrio. Pero supo sacar fuerzas de flaqueza, y sostener el cuerpo con los bríos del ánimo. «Vamos, Rafael, no seas niño; a la primera contrariedad, ya estás aturdido y sin saber qué camino tomar. Pronto ha de amanecer, y o mucho me engaño, o Dios, que vela por mí, ha de depararme un alma caritativa. No siento pasos... Debe de ser la madrugada. ¡Qué soledad! ¿Cómo podría enterarme de que ha salido el sol, o de que va a salir? ¡Ah!, siento cantar un gallo, anunciando el día. Será ilusión tal vez, pero me parece que es el gallo de Bernardina el que canta. Y otra vez, y otra... No, son muchos gallos, todos los gallos de estos contornos que dicen a su manera: 'Basta ya de noche...'». Lo que no siento aún es el gracioso piar de los pajarillos. No, no amanece todavía. Más adelante, en otro banco, podré dormir otro poquito, y cuando los pájaros me avisen, dejaré las ociosas plumas, digo, la ociosa berroqueña... Adelante, y valor. De seguro que ninguna de estas avecillas que ahora duermen inocentes en el ramaje que se extiende sobre mi cabeza, se preocupa ni poco ni mucho de lo que ha de comer cuando despierte. El desayuno, en alguna parte está. Las almas caritativas [246] duermen también ahora, y dormirán la mañanita; pero de fijo no faltará alguna que madrugue».
     Hacia el fin de la Castellana, volvió a darse su ración de banco; mas no pudo pegar los ojos, ni siquiera sosegar sus cansados huesos. Dos perros vagabundos se llegaron a él, y le olieron y le hocicaron. Quiso Rafael retenerles con voz cariñosa; pero los dos animales, que debían de estar dotados de gran penetración y agudeza, entendieron que de allí muy poco o nada sacarían. Después de infringir ambos sosegadamente, en el banco del ciego, las ordenanzas de policía urbana, se fueron en busca de aventura más provechosa.
     Levantose Rafael al rayar la aurora, cuya claridad saludaron las avecillas, y restregándose las manos para proveerse de un poco de calor, que supliera bien que mal la falta de alimento, echó a andar y desentumeció sus piernas. El valor no le abandonaba; pero iba comprendiendo que la iniciación en el oficio de mendigo tiene sus contras, y que el aprendizaje había de ser para él durísimo. ¡Qué bien le habría venido en aquella hora un poco de café! Pero las almas caritativas no parecieron con la provisión del precioso líquido. Pasos de hombres y brutos oyó en dirección al centro de Madrid: eran trajinantes, mercaderes [247] de hortalizas y huevos que llevaban frutas a la plaza. Sintió el ruido de cántaros de leche que chocan con el movimiento de la caballería que los conduce. ¡De buena gana se habría él tomado un vasito de leche! ¿Pero a quién, ¡Santo Dios!, se lo había de pedir? Gentes de pueblo pasaron al lado suyo sin hacerle caso. De fijo que si él se lanzara a pordiosero, alguien le daría. «Pero el mérito grande de las almas caritativas -pensó-, será que me socorran sin que yo pase por la vergüenza de pedirlo». Por desgracia suya, en aquel tímido ensayo de mendicidad, las almas compasivas se abstenían de socorrer a un necesitado que no empezaba por marear al transeúnte con enfadosos reclamos de limosna. Largo trecho anduvo desorientado, sin saber a dónde iba, y al fin el cansancio y el hambre determinaron en su espíritu el propósito de pedir albergue a Bernardina; pero al hacer esta concesión a la dura necesidad, quería engañarse y dar satisfacciones a su entereza diciéndose: «No, si no haré más que tomar un bocadillo y seguir luego. A la calle otra vez, al camino».
     No le fue tan fácil encontrar el rumbo. Pero si sentía cortedad para implorar limosna, no la sentía para pedir informes topográficos. «¿Voy bien por aquí a Cuatro Caminos?». [248] Esta pregunta, sin número de veces repetida y contestada, fue la brújula que le señaló la derrota por campos, carreteras y solares baldíos, hasta que dio con sus cansados huesos en el corralón de los Valientes.

XII

«Как прекрасен был наш сад! — продолжал вспоминать Рафаэль после минутного раздумья. — Наверно, он и сейчас прекрасен, хотя, по слухам, треть его застроена. Как красив был сад, и сколько блаженных часов провел я в нем!.. Вот я вхожу в дом и поднимаюсь по мраморной лестнице. Вокруг развешаны великолепные доспехи, перевезенные из особняка Сан Кинтинов, родственников Торре Ауньонов. В кабинете отца сидят Доносо, дон Мануэль Пэс, генерал Карраско, — этот прямо бредит коммерцией: навсегда вложил шпагу в ножны и отдался проектированию железных дорог, — бывший министр Гарсия де Паредес, биржевой маклер Торрес и другие лица... Разговор идет о денежных манипуляциях, я ничего в них не смыслю... Мне делается скучно, все смеются, называют меня доном Галаором... Подшучивая надо мной, они высмеивают дипломатическую карьеру, которую генерал вслед за Бисмарком считает «жизнью обманов и наград»... Я ухожу от них. Как сейчас вижу кабинет с большим камином: на камине замечательная бронзовая копия венецианского памятника Коллеони. На шторах вышиты гербы Торре Ауньонов и дель Агила. А на драгоценном ковре — из лучших образцов святой Варвары — плевки биржевого маклера, который собрал в своем портфеле чуть ли не все векселя и акции мира... И все это ныне обратилось в прах; лишь могильные черви проверяют счета отцовских сделок... Три года спустя в Монте-Карло маклер Торрес пустил себе пулю в лоб; у несчастного генерала парализована рука, и слуга водит его на прогулку, как малого ребенка. Остались в живых лишь генерал да окаменевший в своем чиновничьем самодовольстве Доносо, которого я терпеть не могу, только не говорю об этом сестрам, а то они меня живьем съедят...»
«А Крус! Как она была прелестна, как изящна, как горделива — естественная и законная гордость! Мы звали ее Круазет — дурацкая привычка говорить всегда по-французски! После возвращения из Франции Фидела, хрупкая и воздушная, очаровывала всех своей живостью. Ее походка была так божественно грациозна! Словно не из нашей презренной плоти была она создана, а из невесомого вещества, подобно ангелам божьим. Так и казалось: лишь притронься к ней — и она растает у тебя в руках, испарится неосязаемым облачком. А теперь... Господи боже мой! Теперь она готова окунуться в грязь по горло. Я хотел спасти ее... Но она упорствует. Она слишком привержена к земным благам. Богатство обольщает ее... Уезжая в Германию для службы в посольстве (тогда это была еще миссия), я покидал дом с предчувствием, что расстаюсь с матерью навсегда. Она уговорила меня не брать с собой Тоби — датского дога, подаренного мне кузеном Трастамарой. Бедный пес! Никогда не забуду выражения его глаз в момент расставания. Он сдох за два дня до маминой смерти... Причины так и не дознались... А интересно, что сталось с добряком Рамоном, моим верным слугой, так хорошо изучившим мои привычки и прихоти? Крус говорила, будто он занялся виноделием в своей деревне и сколотил изрядный капиталец... У него и прежде водились денежки: человек он бережливый и не вор, как этот мошенник Лукас, буфетчик, который теперь держит ресторан при вокзале. На одних только сигарах, наворованных у моего отца, Лукас купил дом в Вальядолиде, а из нашего шампанского выкроил кругленькую сумму на постройку пивоварни».
«Который теперь может быть час?.. Впрочем, что мне до этого? Я свободен, и время для меня ничего не значит. В моем доме еще не спят. Из швейцарской доносятся голоса. Верно, слуги собрались у привратника и судачат в ожидании хозяйки... Кажется, я слышу стук колес. Сейчас разъезд из Оперы — без четверти час, если спектакль не затянулся. С вагнеровских опер раньше двух не уйдешь... Вот и сеньора... отпирают ворота... коляска выезжает. Во времена моей юности мне подавали такой же экипаж, таких же лошадей, и ночь и звезды на небе— все было такое же... Только тогда я мог их видеть... Вот уже запирают. Дом и его обитатели погружаются в сон... И меня тоже клонит...»
Но еще больше, чем сон, томил его голод, и, вытащив из кармана кусок хлеба, Рафаэль принялся за свой скудный ужин, показавшийся ему куда вкуснее тонких яств, принесенных Крус от Ларди.
«Бедные мои сестры, верно, совсем с ног сбились, разыскивая меня,— подумал он, медленно доедая хлеб.— А, вы привыкли считать меня нулем! Ну что ж: я нуль, но без нуля другие цифры значат меньше. Так и вы без меня. Я укроюсь в крепости моей чести; пусть в глазах людей я ничто, но я свободен и представляю ценность для самого себя. Да, сеньоры дель Агила и де ла Торре Ауньон, устраивайте теперь ваш позорный брак и не заботьтесь о бедном слепце. Ах! Вы-то ведь зрячие, не то что я. За мое несчастье я вознагражден хоть тем, что не вижу эту скотину. А вы его видите, он вечно у вас перед глазами, и никуда-то вы не скроетесь от его гнусной рожи — пусть это будет вам наказанием... Как вкусен этот хлеб!.. Слава богу, меня больше не преследует убийственный запах лука!»
Рафаэлю захотелось спать, и он вытянулся на скамье, стараясь улечься поудобнее, подложив под голову руку вместо подушки. В этот момент к нему подошел какой-то нищий, волочивший ногу, словно наполовину стянутый сапог. Прося подаяния, он протягивал вместо руки голую красную культяпку. Рафаэль вздрогнул, услышав его хриплый голос.
— Прости, брат, — отозвался юноша. — Я сам бедняк. Правда, я еще не выучился просить милостыню, но завтра... Завтра начну. — Вы случайно не слепой? — спросил калека, о
тчаявшись получить подаяние. — Да, к вашим услугам.
— Понятно.
— Приди вы немного раньше, я поделился бы с вами хлебом. Но денег я не могу дать. У меня нет ни гроша, ни единой монетки... Я беднее всех нищих. Увы! Я все потерял. А вы что такое?
— То есть как, что я такое?
— Я хотел спросить, не слепы ли вы.
— Нет, слава богу. Я только хром, да правой руки недостает… Я потерял ее в морском сражении.
— Судя по голосу, вы человек немолодой.
— А вы чересчур болтливый. Черт возьми! Все слепые таковы: готовы прозакладывать сердце и печенку, только бы проклятым языком потрепать.
— Извините, я не могу ответить вам в таких простонародных выражениях. Я человек из общества.
— Оно и видно. Из общества! Я тоже был «из общества». Мой отец имел свыше двадцати...
— Чего?
— Мулов.
— Ах, мулов! Ну, нечего и сравнивать с владениями моего отца. Умей говорить вот этот особняк, подле которого мы находимся, он не дал бы мне солгать.
— Черт побери! И ты скажешь, он был твоим, этот дворец?
— Скажу, что был моим, и это правда.
— Вот те на! Небось ростовщики оттяпали. Вот и у нас то же: отец — старший сын в семье — унаследовал именьице, а потом понадобились ему деньги — лавку открыть, — взял он ссуду у процентщика, все спустил и оставил нас голыми и босыми, бедней церковных крыс.
— Проклятая коммерция, проклятая торговля!.. А сыновья должны расплачиваться за грехи суетных отцов. Мы протягиваем руку за подаянием, а те, кто нас разорил, равнодушно проходят мимо, не бросив нам даже ломаного гроша. Но господь бог не оставит нас. Когда меньше всего ожидаешь, тут-то и встретишь милосердного человека. Свет не без добрых людей. Они существуют, не правда ли? Откровенно говоря, не хотелось бы умереть с голоду здесь на улице.
— А семьи у вас нет?
— Есть сестры, божий человек. Но я не желаю иметь с ними ничего общего.
— Ах, чтоб им! Они вас бросили? Тысяча чертей! Вот и у меня то же самое.
— И у вас сестры?
— Нет... хуже, хуже! — сказал нищий хрипло и тягуче. Казалось, он с превеликим трудом извлекает звуки из глотки. — Мои собственные дочери выбросили меня на улицу!
— Ха-ха-ха! Дочери! — воскликнул Рафаэль, которым овладело непреодолимое желание рассмеяться. — А скажите мме, они благородные дамы?
— Дамы? — произнес калека тоном самой горькой насмешки. — Голодранки они, а не дамы, и грубиянки, каких на всем свете не сыскать. Они...
— Кто?
— Змеи подколодные... Ну, прощайте.
И он удалился, волоча ногу, изрыгая проклятия, хрипя и брызгая слюной, точно искалеченная собака.
— Бедняга... — прошептал Рафаэль, снова укладываясь на свое жесткое ложе. — Если верить этому несчастному, то его дочери... Какие открываются бездны, когда погружаешься на дно нищеты!.. Если бы мне удалось заснуть, мрачные мысли хоть ненадолго перестали бы терзать меня. Попробую. Эта постель пожестче моей. Но что поделаешь! Надо привыкать к страданиям... Что-то будет у меня на завтрак? Что бог пошлет: кофе, или шоколад, или кусок хлеба — ему лучше знать: где-нибудь уж он мне пищу припас... Птицы ведь завтракают? Значит, и для меня что-нибудь найдется...
Рафаэль задремал, но сон его был недолог и полон беспокойных сновидений. Ему приснилось, будто он лежит на деревянной скамье в вестибюле особняка. Входит отец в меховой шубе; зимняя одежда на отце не удивляет Рафаэля, хотя стоит жаркое лето. Отец поражен, видя сына в столь неподходящем месте, и посылает его купить кулек лесных орехов. Какой вздор! Даже во сне Рафаэлю ясно, что все это сплошная бессмыслица. Вдруг с воем прибегает датский дог. У него перебита лапа, морда в крови. Рафаэль бросается на помощь к бедному животному и ...просыпается, чуть не свалившись с каменной скамьи.
Кости ноют, холод становится все мучительнее, желудок бунтует против непривычно скудного ужина. Желая превозмочь физические муки, Рафаэль внезапно вскакивает и шагает вперед по бульвару. Он натыкается на деревья и, теряя равновесие, падает ничком. Но ему все же удается преодолеть свою слабость и силой духа подбодрить тело. «Ну, Рафаэль, будь мужчиной! При первых же трудностях ты растерялся и не знаешь, какой путь избрать. Скоро наступит день. Может быть, я обольщаюсь, но я уверен, бог-заступник пошлет милосердную душу мне в помощь. Пока шагов не слышно... Должно быть, скоро рассвет. Как пустынно вокруг! Взошло ли солнце, или только еще занимается заря? А, вот и петух поет, возвещая день. Наверно, это лишь воображение, но мне кажется, будто кричит петух Бернардины. Еще, еще поют... Нет, их много, все петухи околотка кричат каждый на свой лад: «Конец ночи!» Но звонкого щебета птичек я не слышу. Значит, еще темно. Вздремну немного на другой скамье, а когда птицы разбудят меня, оставлю пуховики, то бишь гранитное ложе, и смелее вперед! Ни одна из этих пташек, спящих невинным сном в листве над моей головой, не задумывается о том, что ждет ее поутру. Где-нибудь да приготовлен завтрак! Милосердные люди, верно, тоже пока спят, но кто-нибудь из них встанет ведь на рассвете!»
Почти в конце Кастельяны Рафаэль снова прилег на скамью. Но глаза его не сомкнулись ни на минуту, а измученное тело не отдыхало. Два бродячих пса подошли к слепому, обнюхали его и ткнулись мордами ему в лицо. Рафаэль хотел удержать их и ласково заговорил с ними, но смышленые животные, должно быть, сразу учуяли, что здесь им поживиться нечем. Преспокойнейшим образом нарушив у скамьи слепого санитарные правила, они побежали на поиски других приключений, сулящих большие выгоды.
Но вот приветственное пение птиц возвестило рассвет. Рафаэль встал. От голода и слабости его знобило. Он растер себе руки и плечи, чтобы хоть немного согреться, и пошел, разминая затекшие ноги. Бодрости духа он не терял, однако начинал понемногу понимать, что нищенствовать не так-то просто и что ему придется немало выстрадать, осваивая это ремесло. Хорошо бы сейчас выпить чашечку кофе! Но милосердные души не спешили напоить его чудесным напитком. Рафаэль прислушивался к шагам людей и стуку копыт по мостовой: это торговцы зеленью, фруктами и яйцами везли свой товар к центру Мадрида, на рыночную площадь. Вот громыхают бидоны с молоком, подпрыгивают в такт движению повозок. С каким удовольствием выпил бы он стаканчик молока! Но у кого — боже милостивый! — у кого попросить? Весь этот народ идет мимо, не обращая на него ни малейшего внимания. Разумеется, попроси он у кого-нибудь Христа ради, ему бы сразу подали. «Истинно милосердные люди, — рассуждал слепой, — помогут и без постыдного попрошайничества с моей стороны». Пустые мечты! Сострадательные люди не торопились облагодетельствовать несчастного, который не решался докучать прохожим мольбами о помощи. Рафаэль прошел изрядное расстояние, не зная, где он и куда идет. В конце концов усталость и голод убедили его искать приюта у Бернардины. Но уступая тяжкой необходимости, Рафаэль из самолюбия пытался обмануть себя. «Я лишь немного подкреплюсь там и пойду дальше, — внушал он себе, — опять на улицу, бродить по дорогам».
Нелегко было слепому добраться до места. Однако если он стыдился обращаться за милостыней, то вовсе не робел, выспрашивая дорогу. «Пройду я здесь на Куатро Каминос?» — бессчетно повторял он вопрос, и ответы прохожих служили ему верным компасом в странствии по дорогам, полям и пустырям, пока он не добрался, вконец измученный, до дома Бальенте.

 


Capítulos 1 / 2 / 3 / 4 / 5 / 6 / 7 / 8 / 9 / 10 / 11 / 12 / 13 / 14 / 15 / 16 / 17 / 18 / 19 / 20 / 21 / 22 / 23 / 24 / 25 / 26 / 27 / 28 / 29 / 30 / 31 / 32