VI
Le citaba (digámoslo en estilo tauromáquico); pero él no quería salir de su posición defensiva. Por fin, concluyendo de peinarle, y al dar la última mano a los finos cabellos ondeados sobre la frente, le dijo con un poquito de severidad:
«Rafael, me vas a hacer un favor, y no es una súplica, es más bien mandato. No des ocasión a que me enfade de veras contigo. Si esta noche viene D. Francisco, espero que le tratarás con la urbanidad de siempre, y que no saldrás con alguna pitada... Porque si el buen señor tiene ciertas pretensiones, que ahora no califico, a nosotros nos corresponde agradecerlas, en ningún caso vituperarlas, cualquiera que sea la respuesta que demos a esas pretensiones... ¿Me entiendes?».
-Sí -dijo Rafael inmóvil.
-Confío en que no nos pondrás en ridículo, tratando mal, en nuestra propia casa, a quien desea favorecernos en una forma que ahora [181] no discuto... No se trata de eso. ¿Puedo estar tranquila?
-Una cosa es la buena crianza, a la cual no faltaré nunca, y otra la dignidad, a la que tampoco puedo faltar.
-Bien.
-Así como te digo que nunca desmentiré mi buena educación ante personas extrañas, sean quienes fueren, también te digo que jamás, jamás transigiré con ese hombre, ni consentiré que entre en nuestra familia... No tengo más que decir.
Cruz desfalleció, reconociendo en las categóricas palabras de su hermano la veta dura de la raza del Águila, unida al irreducible orgullo de los Torre-Auñón. Aquel criterio dogmático sobre la dignidad de la familia, ella se lo había enseñado a Rafael cuando era niño, cuando ella, señorita de casa noble opulenta, vivía rodeada de adoradores, sin que sus padres encontraran hombre alguno merecedor de su preciosa mano.
«¡Ah, hijo mío! -exclamó la dama sin disimular su pena-. Diferencias grandes hay entre tiempos y tiempos. ¿Crees que estamos en aquellos días de prosperidad... ya no te acuerdas... cuando por apartarte de relaciones que no eran muy gratas a la familia, te mandamos de agregado a la legación de Alemania? [182] ¡Pobrecito mío! Después vino la desgracia sobre nuestras pobres cabezas, como una lluvia torrencial que todo lo arrasa... Perdimos cuanto teníamos, el orgullo inclusive. Quedaste ciego; no has visto la transformación del mundo y de los tiempos. De nuestra miseria actual y de la humillación en que vivimos, no ves la parte dolorosa. Lo más negro, lo que más llega al alma y la destroza más, no lo conoces, no puedes conocerlo. Estás todavía, por el poder de la imaginación, en aquel mundo brillante y lleno de ficciones. Y no puedo consolarme ahora de haber sido tu maestra en esas intransigencias de una dignidad tan falsa como todos los oropeles que nos rodeaban. Sí, ese viento, yo, yo misma te lo metí en la cabeza, cuando te enamoraste de la chica de Albert, hija de honrados banqueros, monísima, muy bien educada, pero que nosotros creíamos que nos traía la deshonra, porque no era noble... porque su abuelo había tenido tienda de gorras en la Plaza Mayor. Y yo fui quien te quitó de la cabeza lo que llamábamos tu tontería; y en el hueco que dejaba metí mucha estopa, mucha estopa. Todavía la tienes dentro. ¡Y cuánto me pesa, cuánto, haber sido yo quien te la puso!».
-Es muy distinto este caso de aquel -dijo [183] el ciego-. Reconozco que hay tiempos de tiempos. Hoy, yo transigiría, pero dentro de ciertos límites. Humillarse un poco, pase... ¡Pero humillarse hasta la degradación vergonzosa, transigir con la villanía grosera, y todo ¿por qué?, por lo material, por el vil interés...! ¡Oh, hermana querida!, eso es venderse, y yo no me vendo. ¿De qué se trata? ¿De comer un poco mejor?
-¡De vivir -dijo briosamente, echando lumbre por los ojos, la noble dama-, de vivir! ¿Sabes tú lo que es vivir? ¿Sabes lo que es el temor de morirnos los tres mañana, de aquella muerte que ya no se estila... porque está lleno el mundo de establecimientos benéficos... de la muerte más horrible y más inverosímil, de hambre? ¿Qué, te ríes? Somos muy dignos, Rafael, y con tanta dignidad no creo que debamos llamar a la puerta del Hospicio, y pedir por amor de Dios, un plato de judías. Esa misma dignidad nos veda acercarnos a las puertas de los cuarteles, donde reparten la bazofia sobrante del rancho de los soldados, y comer de ella para tirar un día más. Tampoco nos permite nuestro dignísimo carácter salir a la calle los tres, de noche, y alargar la mano esperando una limosna, ya que nos sea imposible pedirla con palabras... Pues bien, hijo mío, hermano mío, [184] como no podemos hacer eso, ni tampoco aceptar otras soluciones que tú tienes por deshonrosas, ya no nos queda más que una, la de reunirnos los tres, y bien abrazaditos, pidiendo a Dios que nos perdone, arrojarnos por la ventana y estrellarnos contra el suelo... o buscar otro género de muerte, si esta no te parece en todo conforme con la dignidad.
Rafael, anonadado, oyó esta fraterna filípica (10) sin chistar, apoyados los codos en las rodillas, y la cabeza en las palmas de las manos. Atraída por la entonada voz de Cruz, Fidela curioseaba desde la puerta, pelando una patata.
Pasado un ratito, y cuando la primogénita, recogiendo los objetos del tocador, se congratulaba mentalmente del efecto causado por sus palabras, el ciego irguió la cabeza con arrogancia, y se expresó así:
«Pues si nuestra miseria es tan desesperada como dices, si ya no nos queda más solución que la muerte, por mí... sea. Ahora mismo. Estoy pronto... vamos».
Se levantó, buscando con las manos a su hermana, que no se dejó coger, y desde el otro extremo de la habitación le dijo:
-Pues por mí tampoco quedará. La muerte es para mí un descanso, un alivio, un bien inmenso. Por ti no he dejado ya de vivir. [185] Siempre creí que mi deber era sacrificarme y luchar... pero ya no más, ya no más. ¡Bendita sea la muerte, que me lleva al descanso y a la paz de mis pobres huesos!
-¡Bendita sea, sí! -exclamó Rafael, acometido de un vértigo insano, entusiasmo suicida que no se manifestaba entonces en él por vez primera-. Fidela, ven... ¿Dónde estás?
-Aquí -dijo Cruz-. Ven, Fidela. ¿Verdad que no nos queda ya más recurso que la muerte?
La hermana menor no decía nada.
-Fidela, ven acá... Abrázame... Y tú, Cruz, abrázame también... Llevadme; vamos, los tres juntitos, abrazaditos. ¿Verdad que no tenéis miedo? ¿Verdad que no nos volveremos atrás, y que... resueltamente, como corresponde a quien pone la dignidad por encima de todo, nos quitaremos la vida?
-Yo no tiemblo...-afirmó Cruz, abrazándole.
-¡Ay, yo sí! -murmuró Fidela, desvaneciéndose. Y al tocar con los brazos a su hermano, cayó en el sillón próximo y se llevó la mano a los ojos.
-Fidela, ¿temes?
-Sí... sí -replicó la señorita, trémula y desconcertada, pues había llegado a creer que [186] aquello iba de veras; y por parte de Rafael bien de veras iba.
-No tiene el valor mío -dijo Cruz-, que es todavía más grande que el tuyo.
-¡Ay, yo no puedo, yo no quiero! -declaró Fidela, llorando como una chiquilla-. ¡Morir, matarse...! La muerte me aterra. Prefiero mil veces la miseria más espantosa, comer tronchos de berza... ¿Hay que pedir limosna? Mandadme a mí. Iré, antes que arrojarme por la ventana... ¡Virgen Santa, lo que dolería la cabeza al caer! No, no, no me habléis a mí de matarnos... Yo no puedo, no; yo quiero vivir.
Actitud tan sincera y espontánea terminó la escena, apagando en Rafael el entusiasmo suicida, y dando a Cruz un apoyo admirable para llevar la cuestión al terreno para ella más conveniente.
«Ya ves, nuestra querida hermanita nos deja plantados en mitad del camino... y sin ella ¿cómo vamos a matarnos? No es cosa de dejarla solita en el mundo, entre tanta miseria y desamparo. De todo lo cual se deduce, querido hermano, chiquitín de la casa (acariciándole con gracejo), que Dios no quiere que nos suicidemos... por ahora. Otro día será, porque en verdad no hay más remedio».
-Ah, pues conmigo no cuenten -manifestó [187] Fidela, nuevamente aterrada, tomándolo muy en serio.
-Por ahora no se hable de eso. Con que, tontín, ¿me prometes ser razonable?
-Si ser razonable es transigir con... eso, y dar nombre de hermano a... Vamos, no puedo: no esperes que yo sea razonable... no lo soy, no sé la manera de serlo.
-Pero hijo mío, ¡si no hay nada todavía! ¡Si no es más que un rumor, que no sé cómo ha llegado a tus oídos! En fin, ya conozco tu opinión, y la tendré en cuenta. D. José hablará contigo, y si entre todos acordamos rechazar la proposición, entre todos acordaremos también lo que se ha de hacer para vivir... Mejor dicho, no hay que discutir más que el asilo en que hemos de pedir plaza. Esta no quiere que muramos; tú no quieres lo otro. Pues al Hospicio con nuestros pobres cuerpos.
-Pues al Hospicio. Yo no transigiré nunca con... aquello.
-Bien, muy bien.
-Que venga D. José. Él nos dirá dónde debemos refugiarnos.
-Mañana se ajustará la cuenta definitiva con nuestro destino... Y como aún tenemos un día -agregó la dama con transición jovial-, hemos de aprovecharlo. Ahora almuerzas. Tienes lo que más te gusta. [188]
-¿Qué es?
-No te lo digo; quiero sorprenderte.
-Bueno: lo mismo me da.
-Y después que almuerces, nos vamos de paseo. Tenemos un día que ni de encargo. Llegaremos hasta la casa de Bernardina, y te distraerás un rato.
-Bien, bien -dijo Fidela-; yo también quiero tomar el aire...
-No, hija mía, tú te quedas aquí. Otro día saldrás tú, y yo me quedo.
-¿De modo que voy...?
-Conmigo -afirmó la dama, como diciendo: «lo que es hoy no te suelto»-. Tengo que hablar con Bernardina...
-¡Salir! -exclamó el ciego, respirando fuerte-. Buena falta me hace. Parece que se me apolilla el alma...
-¿Ves, tontín, como el vivir es bueno?
-¡Oh... según y conforme...!
|
VI
Крус еще раз попыталась «подколоть» брата (мы выражаемся на языке тореро), но тот упорно не желал принимать боя. Наконец, причесав его, Крус последний раз провела гребнем по шелковистым вьющимся волосам и сказала с оттенком строгости в голосе:
— Сделай мне одолжение, Рафаэль... Это не просьба, а почти приказ... Будь по-прежнему вежлив с доном Франоиоко, если он придет к нам сегодня вечером. Не вздумай грубить ему — я рассержусь не на шутку. Ведь каковы бы ни были намерения доброго сеньора и независимо от нашего ответа, нам следует питать к нему благодарность, а не вражду. Ты меня понял?
— Да, — отвечал Рафаэль, не двигаясь с места.
— Надеюсь, ты не осрамишь «ас, не станешь в нашем собственном доме оскорблять человека, стремящегося оказать нам благодеяние — не вдаюсь в подробности, как именно, покуда речь об этом не идет... Я могу быть спокойна за тебя?
— Одно дело — учтивость, от которой я никогда не отступлю, а другое — достоинство. Ему я также не могу изменить. Я не посрамлю благовоспитанности перед чужими, кто бы они ни были. Но знай, что никогда — никогда, слышишь? — не примирюсь я с этим человеком, не соглашусь принять его в нашу семью... Я все сказал.
В непреклонности брата Крус распознала суровую прямоту истых дель Агила, помноженную на высокомерную гордыню Торре Ауньонов. Эти понятия о священной чести рода внушила Рафаэлю она сама, когда брат был еще ребенком, а она — богатой наследницей, окруженной толпами поклонников, из которых ни один не оказался, по мнению родителей, достойным драгоценной руки их старшей дочери.
— Пойми, мальчик мой! — воскликнула Крус, не скрывая душевной боли. — Не те нынче времена, Прошли наши счастливые и... Помнишь, как тебя отправили в Германию в составе посольства, чтобы удалить от неподходящих друзей? Бедняжечка! Как раз тогда на злополучные наши головы обрушилось несчастье, подобно урагану, сметающему все с лица земли. Прахом пошло наше достояние, а вместе с ним и фамильная гордость. Ты ослеп, ты не видел, как свершались эти перемены. Ты и сейчас не видишь самой горькой стороны нашей нищенской, полной унижений жизни. Самого ужасного, того, что давит и уродует душу, ты не знаешь, не можешь знать. На крыльях воображения ты и поныне витаешь в блестящем и суетном мире былого. И горше всего мне сознавать, что я сама воспитала в тебе эту непримиримость, ложную и превратную, как и вся та мишура, что окружала нас прежде. Да, я сама, сама начинила тебе голову спесью, когда ты влюбился в молоденькую Альберт, прехорошенькую и отлично воспитанную девушку из семьи честного банкира. А мы-то считали это бесчестьем: она, мол, не дворянка, ее дед держал шляпный магазин на Пласа Майор! Я, как мы тогда говорили, выбила у тебя из головы вздорную прихоть, а взамен набила тебе мозги трухой предрассудков. ¦Ты еще по сей день от нее не избавился. И если бы ты знал, как мне больно, что я сама втолковала тебе эту чепуху, как больно!
— Одно нельзя равнять с другим, — возразил слепой. — Я согласен, времена переменились, и приходится идти на уступки. Претерпеть известную долю унижения — куда ни шло. Но унизиться до постыдного бесчестья, принять в семью хама — и все во имя чего? Во имя жизненных благ, во имя грязных денег! Ах, сестра моя любимая! Это значит продать себя, а я не продаюсь. Ради чего вся затея? Ради вкусного обеда?
— Ради жизни! — сверкнув глазами, с жаром возразила Крус — Жить! Знаешь ли ты цену жизни? Знаешь, что такое голодная смерть? Самая ужасная, самая нелепая смерть — ведь в мире нынче полным-полно разных благотворительных заведений! Ты смеешься? Да, мы преисполнены достоинства, Рафаэль, а с этим достоинством как постучать в ворота богадельни, прося Христа ради миску жидкой похлебки? Как подбирать у входа в казарму объедки с солдатского стола, чтобы протянуть днем долее? Благородное воспитание этого не позволяет. Уж не пойти ли нам всем троим ночью на улицу, молча протягивая руку за милостыней? Ведь язык у нас не повернется просить ее... Так вот, дитя мое, милый мой братик, раз мы не можем на это пойти, а другой выход ты считаешь позорным, нам остается лишь взяться за руки, попросить прощения у господа бога и, бросившись втроем в окно, размозжить себе головы о мостовую... Или — если эта смерть кажется тебе не подобающей для достойнейших наших особ — избрать иную...
Ошеломленный Рафаэль выслушал речь сестры, не проронив ни звука, упершись локтями в колени, закрыв ладонями лицо.
Вконец перепуганная Фидела робко заглядывала в дверь с недочищенной картофелиной в руке.
Некоторое время все трое молчали. Но когда Крус, снова берясь за туалетные принадлежности, уже поздравляла себя мысленно с одержанной победой, слепой надменным движением вскинул голову и сказал:
— Ежели нужда наша такая отчаянная, как ты говоришь, ежели нет нам выхода, кроме смерти, — пусть будет так! Я готов умереть... сейчас же... Идемте!
Он встал, протягивая руки к сестре, но та, отпрянув на другой конец комнаты, воскликнула:
— За мной дело ие станет. Для меня смерть — отдых, облегчение, невыразимое благо. Лишь ради тебя я еще живу на свете. Я считала своим долгом бороться, жертвуя собой... Но больше нет сил, нет сил. Да будет благословенна смерть, дарующая отдохновение душе и мир моему бедному телу!
— Да будет благословенна! — воскликнул Рафаэль в порыве безумного восторга, неудержимой тяги к самоубийству, уже не впервые овладевавшей им. — Фидела, идем... Где ты?
— Она здесь, — ответила за сестру Крус.
— Идем, Фидела. Правда, у нас нет другого прибежища, кроме смерти?
Самая младшая молчала.
— Фидела, где же ты? Обними меня... И ты, Крус, тоже обними. Ведите меня. Мы пойдем обнявшись, все вместе... Ведь вы не боитесь? Мы не отступим, правда? У нас хватит духу покончить счеты с жизнью, не колеблясь, как подобает людям чести?
— Я не дрогну, — обнимая Рафаэля, подтвердила Круус.
— Ай, страшно! — в ужасе отшатнувшись, прошептала Фидела; она упала в кресло и закрыла лицо руками.
— Фидела, ты боишься?
— Да, да...— вся дрожа, отвечала девушка, видя, что намерение Рафаэля серьезно.
— Нет у нее твоего мужества, а моего — и подавно, — сказала Круус.
— Ах нет, я не могу, не хочу! — по-детски рыдая, закричала Фидела. — Умереть, убить себя! О нет, смерть ужасна! Лучше самая страшная нищета, грызть капустные кочерыжки... В тысячу раз лучше! Надо просить милостыню? Пошлите меня. Я скорее пойду с сумой, чем брошусь в окно... Пресвятая дева, стукнуться головой о мостовую! Нет, нет, и не поминайте мне о самоубийстве... Я не могу, я жить хочу...
Столь искреннее и внезапно вырвавшееся признание положило конец мучительной сцене: безумный порыв Рафаэля угас, а Крус получила блестящую возможность перевести разговор в более приемлемое русло.
— Как видишь, наша обожаемая сестренка встает нам поперек дороги. А без нее разве можем мы покончить с собой? Как оставить ее одну-одинешеньку в целом свете, беззащитную, без средств к существованию? Нет, милый наш малыш, — Крус ласково погладила брата по голове, — богу неугодна наша жертва... пока, во всяком случае. Быть может, потом... Ведь поистине другого выхода нет...
— Ой, на меня не рассчитывайте! — воскликнула Фидела, всерьез принимая речи сестры и снова перепугавшись до смерти.
— Ну, ну, не будем сейчас толковать об этом. Итак, глупыш, ты обещаешь мне быть благоразумным?
— Если быть благоразумным означает согласиться... с этим... Назвать своим братом человека... О нет, не могу! Не надейся на мое благоразумие. У меня его нет. Мне неоткуда взять его.
— Но мальчик мой! Ведь пока еще ничего не случилось! Это только слух, бог весть как дошедший до твоих ушей... Твое мнение мне известно, и я с ним посчитаюсь. Дон Хосе побеседует с тобой, и если на семейном совета мы решим, что «е можем принять его предложение, то обсудим также, как быть дальше... Или, лучше сказать, выберем, в какой богадельне просить приюта. Фидела не хочет умирать, ты не хочешь примириться с доном Фран-сиско... Остается одно — в богадельню до конца наших дней...
— Да, в богадельню. Я никогда не соглашусь на... на другое.
— Ну, и прекрасно.
— Пусть дон Хосе придет и скажет нам, где просить убежища.
— Завтра мы окончательно решим нашу судьбу. А сегодня у «ас еще целый день впереди, — неожиданно меняя тон, весело заключила Круус.— Так проживем его как можно лучше. Завтракай, Рафаэль, сегодня твое любимое блюдо.
— Какое?
— Не окажу, это сюрприз.
— Право же, мне безразлично.
— А после завтрака пойдем на прогулку. День сегодня выдался на славу. Навестим Бернардину, и ты немного рассеешься.
— Вот отлично, я тоже хочу подышать воздухом, — подхватила Фидела.
— Нет, девочка моя, ты останешься дома. В другой раз пойдешь ты, а я останусь.
— С кем же я иду? — спросил Рафаэль.
— Со мной, — отвечала старшая таким тоном, словно хотела сказать: «Уж сегодня я от тебя не отстану». — Мне надобно переговорить с Бернардиной.
— Гулять! — воскликнул слепой, вздыхая полной грудью. — Что за блаженство; у меня, кажется, вся душа пропылилась.
— Видишь, дурачок, как жизнь прекрасна? -- О, смотря какой ценой...
|