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Torquemada en la cruz

Benito Pérez Galdós

Торквемада на кресте

Перевод М. Абезгауз

VIII

Desde la muerte de su hijo Valentín, de triste memoria, Torquemada se arregló una vivienda en el principal de la casa de corredor que poseía en la calle de San Blas. Juntando los dos cuartitos principales del exterior, le resultó una huronera bastante capaz, con más piezas de las que él necesitaba, todo muy recogido, tortuoso y estrecho, verdadera vivienda celular en la cual se acomodaba muy a gusto, como si en cada uno de aquellos escondrijos sintiera el molde de su cuerpo. A Rufina le dio casa en otra de su propiedad, pues aunque hija y yerno eran dos pedazos de pan, se encontraba mejor solo que bien acompañado. Había dado Rufinita en la tecla de refistolear (6) los negocios de su padre, de echarle tal cual sermoncillo por su avaricia, y él [58] no admitía bromas de esta clase. Para cortarlas y hacer su santa voluntad sin intrusiones fastidiosas, que cada cual estuviese en su casa, y Dios... o el diablo en la de todos.
     Tres piezas tan sólo, de aquel pequeño laberinto, servían de vivienda al tacaño para dormir, para recibir visitas y para comer. Lo demás de la huronera teníalo relleno de muebles, tapices y otras preciosidades adquiridas en almonedas, o compradas por un grano de anís a deudores apurados. No se desprendía de ningún bargueño, pintura, objeto de talla, abanico, marfil o tabaquera sin obtener un buen precio, y aunque no era artista, un feliz instinto y la costumbre de manosear obras de arte le daban ciencia infalible para las compras así como para las ventas.
     En el ajuar de las habitaciones vivideras se notaba una heterogeneidad chabacana. A los muebles de la casa matrimonial del tiempo de doña Silvia habíanse agregado otros mejores, y algunos de ínfimo valor, desmantelados y ridículos. En las alfombras se veían pedazos riquísimos de Santa Bárbara cosidos con fieltros indecentes. Pero lo más particular de la vivienda del gran Torquemada era que, desde la muerte de su hijo, había proscrito toda estampa o cuadro religioso en sus habitaciones. Acometido, en aquella gran desgracia, [59] de un feroz escepticismo, no quería ver caras de santos ni Vírgenes, ni aun siquiera la de nuestro Redentor, ya fuese clavado en la cruz, ya arrojando del templo a los mercachifles. Nada, nada... ¡fuera santos y santas, fuera Cristos y hasta el mismísimo Padre Eterno fuera!... que el que más y el que menos, todos le habían engañado como a un chino, y no sería él, ¡ñales!, quien les guardase consideración. Cortó, pues, toda clase de relaciones con el Cielo, y cuantas imágenes había en la casa, sin perdonar a la misma Virgencita de la Paloma, tan venerada por doña Silvia, fueron llevadas en un gran canasto a la bohardilla, donde ya se las entenderían con las arañas y ratones.
     Era tremendo el tal Torquemada en sus fanáticas inquinas religiosas, y con el mismo desdén miraba la fe cristiana con todo aquel fárrago de la Humanidad y del Gran Todo que le había enseñado Bailón. Tan mala persona era el Gran Todo como el otro, el de los curas, fabricante del mundo en siete pasteleros días, y luego... ¿para qué? Se mareaba pensando en el turris-burris de cosas sucedidas desde la Creación hasta el día del cataclismo universal y del desquiciamiento de las esferas, que fue el día en que remontó su vuelo el sublime niño Valentín, tan hijo de Dios [60] como de su padre, digan lo que quieran, y de tanto talento como cualquier Gran Todo, o cualquier Altísimo de por allá. Creía firmemente que su hijo, arrebatado al cielo en espíritu y carne, lo ocupaba de un cabo a otro, o en toda la extensión del espacio infinito sin fronteras... ¡Cualquiera entendía esto de no acabarse en ninguna parte los terrenos, los aires o lo que fuesen!... Pero ¡qué demonio!, sin meterse en medidas, él creía a pies juntillas que o no había cielo ninguno, ni Cristo que lo fundó, o todo lo llenaba el alma de aquel niño prodigioso, para quien fue estrecha cárcel la tierra, y menguado saber todas las matemáticas que andan por estos mundos.
     Bueno. Pues con tales antecedentes se comprenderá que la única imagen que en la casa del prestamista representaba a la Divinidad era el retrato de Valentinito, una fotografía muy bien ampliada, con marco estupendo, colgado en el testero principal del gabinete, sobre un bargueño, en el cual había candeleros de plata repujada, con velas, pareciéndose mucho a un altar. La carilla del muchacho era muy expresiva. Diríase que hablaba, y su padre, en noches de insomnio, entendíase con él en un lenguaje sin palabras, más bien de signos o visajes de inteligencia, de cambio de miradas, y de un suspirar hondo a que respondía [61] el retrato con milagrosos guiños y muequecillas. A veces sentíase acometido el tacaño de una tristeza indefinible, que no podía explicarse, porque sus negocios marchaban como una seda, tristeza que le salía del fondo de toda aquella cosa interior que no es nada del cuerpo; y no se le aliviaba sino comunicándose con el retrato por medio de una contemplación lenta y muda, una especie de éxtasis, en que se quedaba el hombre como lelo, abiertos los ojos y sin ganas de moverse de allí, sintiendo que el tiempo pasaba con extraordinaria parsimonia, los minutos como horas, y estas como días bien largos. Excitado algunas veces por contrariedades, o cuestiones con sus víctimas se tranquilizaba haciendo la limpieza total y minuciosa del cuadro, pasándole respetuosamente un pañuelo de seda que para el caso tenía y a ningún otro uso se destinaba; colocando con simetría los candeleritos, los libros de matemáticas que había usado el niño y que allí eran como misales, un carretoncillo y una oveja que disfrutó en su primera infancia; encendiendo todas las luces y despabilándolas con exquisito cuidado, y tendiendo sobre el bargueño, para que fuese digno mantel de tal mesa, un primoroso pañuelo grande bordado por doña Silvia. Todo esto lo hacía Torquemada con cierta [62] gravedad, y una noche llegó a figurarse que aquello era como decir misa, pues se sorprendió con movimientos pausados de las manos y de la cabeza, que tiraban a algo sacerdotal.
     Siempre que le acometía el insomnio rebelde, se vestía y calzaba, y encendido el altar, se metía en pláticas con el chico, haciéndole garatusas, recordando con fiel memoria su voz y sus dichos, y ensalzando con una especie de hosanna inarticulado... ¿qué dirán ustedes?, las matemáticas, las santísimas matemáticas, ciencia suprema y única religión verdad en los mundos habidos y por haber.
     Dicho se está que aquella noche, por lo muy excitado que estaba el hombre, fue noche de gran solemnidad en tan singulares ritos. Sintiéndose incapaz de dormir, ni siquiera pensó en acostarse. La tarasca le dejó solo. Encendidas las luces, apagó la lámpara de petróleo, llevándola a la sala próxima para que el tufo no le apestara, y entregose a su culto. El recuerdo de las señoras del Águila, y el vigor con que su conciencia le afeaba la conducta observada con ellas, mezcláronse a otras y sentimientos, formando un conjunto extraño. Las matemáticas, la ciencia de la cantidad, los sacros números, embargaban su espíritu. Caldeado el cerebro, [63] creyó oír cantos lejanos sumando cantidades con música y todo... Era un coro angélico. El rostro de Valentinico resplandecía de júbilo. El padre le dijo: «Cantan, cantan bien... ¿Quiénes son esos?».
     En su interior sentía el retumbar de una gran verdad proferida como un cañonazo, a saber, que las matemáticas son el Gran Todo, y los números los espíritus, que mirados desde abajo... son las estrellas... Y Valentinico tenía en su ser todas las estrellas, y por consiguiente todito el espíritu que anda por allá y por acá. Ya cerca de la madrugada rindiose D. Francisco al cansancio, y se sentó frente al bargueño, apoyando la cabeza en el ruedo de sus brazos, y estos en el respaldo de la silla. Las luces se estiraban y enrojecían lamiendo el pábilo negro; la cera chorreaba, con penetrante olor de iglesia. El prestamista se aletargó, o se despabiló, pues ambos verbos, con ser contrarios, podían aplicarse al estado singular de sus nervios y de su cabeza. Valentín no decía nada, triste y mañoso como los niños a quienes no se ha hecho el gusto en algo que vivamente apetecen. Ni habría podido decir D. Francisco si le miraba realmente, o si le veía en los nimbos nebulosos de aquel sueñecillo que en la silla descabezaba. Lo indudable es que hijo y padre se hablaron; [64] al menos puede asegurarse, como de absoluta realidad, que D. Francisco pronunció estas o parecidas palabras: «Pero si no supe lo que hacía, hijo de mi alma. No es culpa mía si no sé tocar esa cuerda del perdón... y si la toco, no me suena, cree que no me suena».
     -Pues... lo que digo -debió de expresar la imagen de Valentín-, fuiste un grandísimo puerco... Corre allá mañana y devuélveles a toca teja los arrastrados intereses.
     Levantose bruscamente Torquemada, y despabilando las luces, se decía: «Lo haremos; es menester hacerlo... ¡Devolución... caballerosidad... rasgo! ¿Pero cómo se compone uno para el rasgo? ¿Qué se dice? ¿De qué manera y con qué retóricas hay que arrancarse? Direles ¡ñales!, que fue una equivocación... que me distraje... ¡ea!, que me daba vergüenza de ser rumboso... la verdad, la verdad por delante... que no acertaba con el vocablo por ser la primera vez que...».

VIII

После смерти сына Валентина — царство ему небесное! — Торквемада обосновался на втором этаже доходного дома на улице Сан Блас. Комнат в его квартире оказалось больше чем требовалось; все они, за исключением двух с окнами на улицу, были узкие, тесные, кривые,— настоящие клетки. Однако самому дону Франсиско его жилище приходилось по вкусу: каждая из каморок, как раковина улитки, хранила, казалось, отпечаток его существа. Руфине он выделил другой дом: хоть дочь и зять были добрейшие души, Торквемада предпочитал жить отдельно от них. Руфинита повадилась совать нос в отцовские дела и вечно читала ему наставления насчет его скупости. Процентщик терпеть не мог подобных шуток и решил вовремя пресечь их, дабы ничья назойливость не мешала ему поступать по собственному усмотрению; пусть каждый живет сам по себе, и да пребудет со всеми бог... или там дьявол!
В этом логове ростовщик пользовался лишь тремя комнатами: в одной он спал, в другой ел, в третьей принимал посетителей. Прочие помещения были забиты мебелью, коврами и другими ценными вещами, приобретенными на аукционах или купленными за гроши у неимущих должников. Ни с одним предметом — будь то резной шкафчик, картина, статуэтка, веер, безделушка из слоновой кости или табакерка — Душегуб не расставался без барыша, и хотя он отнюдь не родился художником, великолепное чутье и многолетний опыт безошибочно руководили им при покупке и продаже предметов искусства.
Разнобой в обстановке жилых комнат выдавал отсутствие вкуса у хозяина. К мебели из первого дома, приобретенной еще во времена доньи Сильвии, Торквемада добавил и более дорогую и совсем дешевую, старомодную и нелепую с виду. Ценнейшие гобелены мануфактуры святой Варвары уживались рядом с грубыми войлочными кошмами. Но самым удивительным в квартире великого Торквемады было полное отсутствие гравюр и картин религиозного содержания. В яростном неверии, охватившем его вслед за жестоким ударом судьбы — смертью сына, — он не желал видеть ни святых, ни богородицу, ни даже спасителя нашего, распятого на кресте или изгоняющего торгашей из храма — все равно. Ничего, ничего... Чтоб и духу не было святых, Христа и самого всевышнего! Все они, кто больше, кто меньше, провели его как малого ребенка, и не ему их почитать, не ему... чтоб их! Итак, он решительно порвал с небом и распорядился все изображения, не исключая и святой девы с голубем, столь чтимой когда-то доньей Сильвией, свалить в большую корзину и снести на чердак: пусть их там знаются с пауками да с мышами.
Торквемада был страшен в своей фанатической ненависти к религии; он презирал христианскую веру наравне с туманным хламом Человечности и Великого Целого из проповедей Байлона. Это Великое Целое — такой же негодник, как и тот, другой, о котором болтают в церкви, будто он состряпал мир в семь дней... а к чему, спрашивается? Ростовщик мучительно размышлял о неразберихе событий со дня творенья до дня всемирной катастрофы и крушения небесных сфер - дня; когда испустило последний вздох прекрасное дитя Валентин. Что там ни говори, Валентин был сыном бога столько же, сколько и его, Торквемады, а талантом0мог помериться-с любым Великим Целым и Предвечным отцом. Дон Франсиско слепо верил, что сын его своим духом и плотью до краев заполняет похитившее; его: небо, или же — если и впрямь несть конца ни земле, ни небесам — все бесконечное и безграничное пространство. Какого черта! Торквемада, конечно, не мерил, но был убежден, что либо вовсе не существует никакого неба, ни бога, его создавшего, либо все небесное пространство заполнено душой чудесного ребенка, которому тесна была тюрьма земной юдоли и мало всей математики подлунной.
Итак, после вышеизложенного читатель не удивится, что единственным образом, представлявшим в доме ростовщика божественную силу, был портрет Валентинито — увеличенная фотография в великолепной раме. Дон Франсиско повесил портрет на самом видном месте — над конторкой, где, словно на алтаре стояли чеканные серебряные канделябры со свечами. Выразительное личико ребенка казалось живым, и бессонными ночами отец вел с сыном беззвучные беседы жестами, взглядами и глубокими вздохами, а тот в ответ чудесным образом подмигивал и кивал головой. Хотя дела скряги шли как по маслу, его томила по временам глубокая, неизъяснимая печаль, и ничто не могло утолить эту тоску, кроме общения с портретом. Подолгу и безмолвно вглядывался в него дон Франсиско с бессмысленным лицом, выпучив глаза точно в экстазе, не в силах двинуться с места. Бег времени замирал, минуты тянулись как часы, а часы — как нескончаемые дни. Иной раз, выведенный из себя пререканиями и ссорами со своими жертвами, ростовщик успокаивался, тщательно вытирая пыль с портрета шелковым платком, предназначенным специально для этой цели; симметрично расставлял подсвечники, раскладывал кругом учебники по математике (для отца они были лучше молитвенников), доставал салазки и игрушечную овечку — детские забавы Валентина... Потом зажигал все свечи, старательно снимая с них нагар, и расстилал на конторке вместо скатерти большой платок, искусно расшитый руками доньи Сильвии. Все это проделывалось с торжественной важностью. Однажды ночью дону Франсиско померещилось, что он служит обедню: медленные движения его рук и головы напоминали священнодействие.
Мучимый бессонницей, он вставал, надевал халат и туфли, зажигал свечи на своем алтаре и вступал в беседу с сыном, прославляя его, воскрешая в памяти его голос и речи, и беззвучно пел осанну... чему бы вы думали? — математике, святой математике, высшей науке и единственной истинной религии в сущих и грядущих мирах.
И вот, как повествуют летописцы, Торквемада, придя той ночью в сильное возбуждение, торжественно отслужил свою еретическую обедню. Чувствуя, что ему не заснуть, он не стал и ложиться. Служанка вышла, оставив его одного. Дон Франсиско зажег свечи, прикрутил фитиль лампы и вынес ее в другую комнату, чтобы не пахло керосином, а затем предался своему странному обряду. Воспоминание о сеньорах дель Агила, угрызения совести за давешний поступок, другие видения и чувства — все спуталось в один неразрывный клубок. Математика, наука чисел, священные знаки парализовали его дух. Разгоряченному мозгу почудилось тихое пение: кто-то под музыку нараспев складывал и умножал... Это ангельский хор. Лик Валентинито сияет от восторга. «Как чудесно они поют!.. Кто это?» — спрашивает отец.
И вдруг великая истина, точно молния, озарила его душу: математика — это и есть Великое Целое, а числа — духи... звезды, если смотреть снизу... И Валентинито объемлет все светила, а значит, воплощает в себе святой дух.
Перед рассветом дона Франсиско сломила усталость; он присел у конторки, обхватив руками спинку стула и уронив голову на руки. Багровое пламя свечей колебалось, касаясь черных фитилей. Воск стекал струйками, наполняя комнату тяжелым запахом церкви. Процентщик не то спал, не то бодрствовал: оба слова в равной мере определяли странное состояние его нервов и мозга. Валентин молчал, надувшись, как ребенок, которому отказали в исполнении прихоти. Дон Франсиско не мог сказать, на самом ли деле видел он сына, или же тот явился ему в туманных видениях дремоты, сморившей его в кресле. Несомненно, лишь одно: отец и сын беседовали друг с другом; по крайней мере, дон Франсиско безусловно произнес эти или подобные слова: «Но ведь я же не знал, что делаю, сын души моей! Разве я виноват, что не умею дудеть в эту дудку прощенья... А если и возьмусь играть на ней, так не выходит у меня, уж ты мне поверь, не выходит...» — «Значит, — отвечало изображение Валентина, — ты был свинья свиньей... Беги туда утром же и верни им наличными эти несчастные проценты».
Торквемада вскочил и, снимая нагар со свечей, долго бормотал себе под нос: «Так и сделаем. Так и поступим. Вернуть деньги... Великодушие... Щедрость... Но с какого бока за нее взяться, за эту щедрость? Что сказать? С чего начать? О, черт бы их... Я им скажу, что это недоразумение... я такой рассеянный... Нет, лучше скажу — не хотел их подавлять великодушием... Эх, да что там, всю правду выложу: слов, слов не нашел — ведь это впервые...».

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