Ньевес Идальго - Черный Ангел. Глава. 37
Fue una ceremonia íntima. Apenas veinte invitados, entre los que se contaba Boullant, Pierre, Timmy, Victoria, Amanda y Lidia, amén de los criados y de Armand, que hizo las veces de padrino y entregó a una novia espléndida y radiante. Se habían levantado arcos en el jardín adornados con orquídeas. A Kelly le pareció más hermoso que una catedral. Las muchachas de «Belle Monde», con Veronique a la cabeza, la habían convertido en la princesa de cuento y relucía con aquel vestido blanco de seda, y el cabello recogido en bucles y adornado con perlas. Y fue además una ceremonia curiosa. Porque, casi al finalizar, cuando el sacerdote les dio su bendición y los dos jóvenes quedaron unidos de por vida, Armand tomó la mano de Lidia y se dirigió al hombre. Estaba muy serio y muy guapo, vestido de oscuro. – Padre -dijo alto y claro, y todos le prestaron atención-. ¿Puedo pedirle que vuelva dentro de quince días para celebrar otra boda? El sacerdote se fijó en la preciosa mujer mulata que acompañaba al francés y asintió, porque ya iba siendo hora de que algunas parejas santificaran una unión hasta entonces censurable. – En quince días, monsieur Briset. Armand enlazó el talle de Lidia y la besó, sin importarle la presencia del representante de la Iglesia. En el jardín hubo un mutismo general. Luego, Fran lanzó un silbido, Pierre lo imitó y los asistentes prorrumpieron en aplausos y felicitaciones. – ¿Por qué no ahora? -preguntó Lidia, con sus oscuros ojos fijos en los del hombre al que amaba, ansiosa por unirse a él. – Quiero que tú también luzcas un vestido precioso. Lidia le lanzó los brazos al cuello y le estampó un sonoro beso en la boca. El cura tosió, pidió silencio alzando las manos y anunció: – Damas y caballeros, si me permiten… -Los murmullos se fueron apagando-. Creo que la presente ceremonia no ha finalizado aún. Señor De Torres, puede besar a la novia. Fue Kelly quien lo besó, abrazándose a su cuello y ofreciéndole su boca. Y allí, en aquel instante, supo que no amaría a otro hombre mientras le quedase un hálito de vida. A medianoche, casi todos, incluido el sacerdote, estaban un poco achispados. Miguel había hecho sacar las mejores botellas de añejo de sus bodegas y tanto Veronique como Amanda se habían superado en la preparación del banquete. Sentado a medias en un sillón y rodeado de Fran y Pierre - Armand estaba demasiado ocupado atendiendo las zalamerías de su prometida y soportando las bromas a costa de su próximo enlace-, le costaba centrarse en la conversación. No podía apartar los ojos de Kelly que, al otro extremo del salón, charlaba con Virginia y Veronique. Su esposa… ¡esposa, sí!, brillaba como un faro en la noche. No encontraba palabras para definir cómo se sentía, exento de tanta presión interior como lo atormentaba. Era libre para ser él mismo y conducirse tal como le inculcó su padre. Y para eso necesitaba a Kelly. La necesitaba para él, para demostrarle lo mucho que la amaba. Egoístamente, preferiría que los invitados se hubieran ido, pero parecían remisos a abandonar la fiesta. Un codazo de Fran llamó su atención. – Te preguntaba qué vas a hacer ahora. – Mejor no preguntes, hombre -bromeó. – Me refiero a tu vida -se rió Boullant con ganas-. A tu vida. ¿Qué iba a hacer? Lo que desde luego era seguro era que acababa de despedirse de la piratería para siempre. Kelly había cambiado su vida por él, y él iba a cambiar la suya. Se acabó el pillaje. Se lo debía. Y también se debía a sí mismo un poco de paz. El pasado seguía latente, lacerando su alma. Diego ya no estaba y de ambos nada sabía su familia en España. ¿Cómo estarían sus padres? Posiblemente los daban a los dos por muertos. Los echaba terriblemente de menos, pero era mejor así, que no supieran a ciencia cierta del asesinato de su hermano y en lo que él se había convertido. Tenía que olvidar y comenzar una nueva vida, sin fantasmas. No le contestó a Fran, se disculpó y salió. Kelly lo vio, dijo algo al oído de Virginia y siguió sus pasos. Lo encontró sentado bajo un árbol, con aire abstraído y con el extremo de una ramita en la boca. Se sentó a su lado y se dejó abrazar. – ¿Cansado? – No. – Esos no piensas irse nunca -bromeó ella, acurrucándose más contra él. – Los echaré rápido si no se largan. Kelly advirtió una nube de tristeza que apagaba su mirada y lo besó en la boca. – Dime qué te sucede. – Nada que deba preocuparte. – Me he casado contigo, ¿recuerdas? Ahora más que nunca, tus preocupaciones son las mías. – Pensaba en mi hermano. Y en mis padres. – También yo pienso constantemente en mi familia -suspiró ella. Y al momento se encontró sentada sobre las rodillas de su marido. – Te llevaré a Inglaterra, Kelly. Aunque me cuelguen. – ¡No quiero que vayas a Inglaterra! -se asustó ella. – Pues ¡tú no irás sola! Le acarició el mentón y su dedo índice jugueteó en sus labios, sensual e incitadora. – No estaba pensando en ir sola, mi malhumorado capitán pirata. ¿No crees que podríamos invitar a tu cuñado y a tus suegros a conocer «Belle Monde»? ¡Claro! ¿Cómo no se le había ocurrido? ¿Qué había hecho él, salvo jugar a ser un demonio, para merecer semejante mujer? Sólo pudo estrecharla un poco más antes de decir: – Creo que «Belle Monde» les gustará, pero… ¿les gustaré yo? – Papá te dará un puñetazo a modo de salutación. En cuanto a James, es posible que sean varios. Pero mi madre es propensa a dejarse convencer por los hombres atractivos y gallardos y no cabe duda de que me acabo de casar con uno. – Me gustaría que Diego estuviese aquí -se sinceró, lleno de tristeza-. Y que mis padres supieran que estábamos vivos. – Diego nos acompaña ahora, mi amor, esté donde esté. ¿Nunca escribiste a España? – La última carta la envié desde Maracaibo, hace años. Después, una vez caímos prisioneros, no pude hacerlo. Y más tarde… me flaquearon las fuerzas para anunciarles que mi hermano… ¡No podía decirles que había muerto por mi culpa! -concluyó. – Pero ¡no fue culpa tuya! – Sí, lo fue. Diego era el menor. Y yo no supe impedir que lo mataran… Se le quebró la voz y Kelly lo acompañó en su desahogo. Lo amaba, pero no encontraba el modo de curar sus heridas y eso la hacía sufrir. – Fue el destino, Miguel. – Ni siquiera pude enterrarlo. – Yo lo hice. -La mentira le vino a los labios de repente. Enfrentó la mirada incrédula de su esposo y se dijo que ya no había vuelta atrás. Si mintiéndole conseguía llevar un poco de paz a su alma, no le importaba arder en el infierno-. Contraté a dos hombres de Port Royal, les indiqué el lugar y ellos se encargaron de hacerlo. Tu hermano descansa en paz, Miguel, no debes torturarte. – ¿Por qué no me lo dijiste? – No querías ni verme después del triste suceso. Varias veces intenté acercarme a ti, pero me rechazabas como a una apestada. – ¡Santo Dios! -Tomó su cara entre las manos-. Ya te amaba entonces, pero eras como una estrella en un firmamento que no podía alcanzar, Kelly. Eras la sobrina del hombre que se había convertido en dueño de mi existencia. Quería olvidarte. ¡Debía olvidarte o lanzarme contra tu primo para que acabase también conmigo! Y, cariño, la sed de venganza era más fuerte que mi deseo de morir. – ¿Y ahora? ¿Piensas aún en vengarte de ellos? Miguel apretó los dientes y no vaciló: – Si alguna vez me encuentro con ellos, los mataré. Era una promesa y así lo entendió ella. Rezó para que nunca se cruzaran sus caminos. – ¿Volvemos dentro y despedimos a los invitados de una vez? ¿O es que nunca nos vamos a quedar a solas? -preguntó ella con picardía. En el poderoso pecho de Miguel prendió una llama que ya conocía. Y se dispuso a hacer justo lo que su esposa deseaba. Con los párpados entornados, veía su cuerpo desnudo y la placidez de su cara y pensó que era la mujer más hermosa del mundo. Allí, tumbada sobre la arena blanca de la solitaria cala donde acudían desde su boda, le parecía una ninfa salida del mar, la novia de Neptuno. Cocoteros de tronco infinito que desafiaban un cielo azul impoluto, y trinos y gorjeos de guacamayos y colibríes, amén de alguna iguana perezosa, eran su única compañía. Enredó sus dedos en el cabello dorado y húmedo, que brillaba como oro pulido bajo los rayos del sol. Se volvió un poco para disimular la incipiente erección, insaciable la necesidad que tenía de ella. No habían tenido luna de miel, pero hacían frecuentes excursiones en las que él oficiaba de guía, enseñándole la fauna y flora local, pequeñas cascadas, vegetación frondosa y recónditos espacios naturales como aquella apartada y solitaria cala, refugio romántico donde, al principio, ella se mostró remisa a que ambos se bañaran completamente desnudos. ¿Y si aparecía alguien? Terminó por ceder una vez que él le jurara que se trataba de un lugar privado al que difícilmente nadie se arriesgaría a ir, so pena de recibir un disparo. Meterse sin ropa en el mar significó una liberación para Kelly, que se desinhibió completamente, encantada de nadar desnuda junto a su esposo, lo que propiciaba una actividad sexual frenética, porque entonces ella se dio cuenta de que no sólo no le importaba, sino que la excitaba especialmente lucirse desvestida y frívola. Kelly se desperezó, se acomodó sobre un codo y le sonrió abiertamente. – ¿Por qué te escondes? ¿Nunca descansa? -Y fijó las gemas de sus ojos en su entrepierna, con un descaro indisimulado. – Eres tú quien no lo deja descansar. Cada vez que te miro cobra vida propia. Las mejillas de ella se arrebolaron. Escondió el rostro en el hombro de Miguel y se estremeció al contacto de su boca en la clavícula, respondiéndole de inmediato con caricias atrevidas, en tanto la mano masculina ascendía despacio, muy despacio, por su pierna, y fue abriéndose a una naturaleza que porfiaba por redimirse. Y así, se entregó, una vez más, al hombre que amaba. Perdidos en su reducto de paz, ninguno de ellos se dio cuenta de que estaban siendo observados. Habían pasado veinte días desde la boda y Miguel volvió a tomar el control de los negocios. Tenía mucho trabajo por delante. Empezar su nueva vida de hacendado y acondicionar El Ángel Negro y el Prince para convertirlos en barcos mercantes no era tarea fácil. A partir de entonces, sólo se dedicaría al comercio legal. Importaría productos de Europa y del norte de América y exportaría los suyos. Otros lo habían hecho ya con excelentes resultados. Además, Fran y Pierre se unirían a él en la compañía que tenía pensado fundar, añadiendo el Missionnaire a sus dos navíos. Tres barcos veloces y bien equipados que surcarían los mares abasteciendo de géneros ambas orillas del océano. Aquella mañana, Kelly despidió a Miguel con un beso, pidiéndole luego a Roy que le preparara el caballo. Cuando llegaron a la cala, el hombre la ayudó a desmontar y ató los animales a un arbusto, y se tumbó luego a la sombra de una pequeña cueva a esperar que ella regresara. Hacía tres días que seguían la misma rutina, porque Kelly no quería renunciar al solaz de bañarse en el mar. Miguel hubiese preferido que fuera Armand su guardaespaldas, pero estaba con Lidia de viaje de novios en la ciudad y Miguel se mantuvo firme en que Kelly no fuera sola a la cala. Así que tuvo que acceder a la compañía de Roy. Disfrutaba, por tanto, en solitario, nadando o tendida al sol, esperanzada con los nuevos y maravillosos cambios que empezaba a sentir en su cuerpo. De momento, era su secreto. No quería comentarle nada a Miguel hasta no estar segura de que esperaban un hijo. Sonrió y se tumbó sobre la arena, imaginando ya que sería una niña morena y guapa, como su padre… Una mano ruda le tapó la boca, la levantaron sin contemplaciones y unos brazos de acero la estrecharon. Ronroneó, mimosa, creyendo que era Miguel, pero aquel abrazo la estaba asfixiando y cuando abrió los ojos, las pupilas se le dilataron de terror. ¡Edgar! Se revolvió y pataleó, aunque sin resultado. Le importaba un ardite su desnudez, su preocupación mayor residía en Roy. Si su primo había llegado hasta ella, él podía estar muerto. Se debatió con más ímpetu cuando unos dedos repulsivos se deslizaron por sus nalgas. – Deja eso para otro momento y larguémonos -oyó una voz que se imponía. Antes de que la golpearan en el mentón y perdiera el conocimiento, alcanzó a ver a un sujeto alto, moreno y atractivo, con atuendo de caballero. Edgar admiró el rostro perfecto de su prima, reteniéndola un instante más en sus brazos. La lascivia lo impulsaba a imaginar cuántas cosas podría hacer con aquella zorra, ahora que le pertenecía, antes de matarla. Iba a pagar muy caro haberle despreciado en «Promise». Incluso le divertiría entregarla a la tripulación del barco de Daniel de Torres. Ante la impaciencia del español, que recogía el vestido de la muchacha, se la cargó al hombro, caminaron hasta la chalupa que habían dejado oculta al otro lado de las rocas y minutos después se alejaban de la cala. |
Свадьба была скромной. На ней едва ли набралось человек двадцать гостей, среди которых были Бульян, Пьер, Тимми, Виктория, Аманда и Лидия, помимо слуг и Армана, который был посаженым отцом и передал жениху сияющую от радости ослепительную невесту. В саду возвышались арки, украшенные орхидеями, и он показался Келли прекраснее собора. Девушки из “Прекрасного мира”, во главе с Вероникой, подобрали локоны Келли и украсили их жемчугом, превратив невесту в сказочную принцессу, блистающую на балу в своем шелковом белом платье. |