La Navidad en las Montañas - Рождество в горах (Ignacio Manuel Altamirano)
Capítulo VI
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Después de este abrazo volvimos a montar a caballo, y continuamos nuestro camino en silencio, porque
la emoción nos embargaba la voz.
La obscuridad se había hecho más densa; pero yo veía en el cura, cuyo semblante aun no conocía, algo
luminoso; tan cierto es que la simpatía y la admiración se complacen en revestir a la persona
simpática y admirada con los atractivos de la Divinidad.
Iba yo repasando en mi memoria los hermosos tipos ideales del buen sacerdote moderno, ... a los cuales
se parecía mi compañero de camino, y no recordaba más que a dos con los cuales tuviera una extraña
semejanza. El uno era el virtuoso _Vicario de Alde_, de Enrique Zschokke[1], cuyo diario había leído
siempre con lágrimas, porque el ilustre escritor suizo ha sabido depositar en él raudales de inmensa
ternura y de dulcísima resignación.
El otro era el _P. Gabriel_, de Eugenio Sue[2], que este fecundo novelista ha sabido hacer popular en
el mundo entero con su famoso _Judío Errante_. En aquella época aun no había publicado Victor Hugo[3]
sus _Miserables_, y por consiguiente no había yo admirado la hermosa personificación de Monseñor
Myriel, que tantas lágrimas de cariño ha hecho derramar después. Verdad es que conocía la historia de
varios célebres misioneros cuyas virtudes honraban al cristianismo; pero siempre encontraba en su
carácter un lunar que me hacía perder en parte mi entusiasta veneración hacia ellos. Sólo había
podido, pues, admirar en toda su plenitud a los personajes ideales que he mencionado. Así es que el
haber encontrado en medio de aquellas montañas al hombre que realizaba el sueño de los poetas
cristianos y al verdadero mitador de Jesús, me parecía una agradabilísima pero fugaz ilusión, hija de
mi imaginación solitaria y entristecida por los recuerdos. Y, sin embargo, no era así; el sacerdote
existía, me había hablado, caminaba junto a mí, y pronto iba a confirmar con mis propias observaciones
la idea que acababa de darme de su carácter asombroso, en pocas palabras dichas con una sencillez y
una sinceridad tanto más incuestionables, cuanto que ningún interés podía tener en aparecer de tal
modo a los ojos de un viajero pobre, militar subalterno e insignificante...
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