La cultura maya se desarrolló en Mesoamérica, una de las seis regiones del mundo en las que surgieron sociedades estatales y urbanas de manera independiente.

 

Se cree que la palabra “maya” viene del antiguo nombre de Yucatán, Ma’ya’ab, que significa, literalmente, “los no muchos”, o más liberalmente, “los elegidos”. Aunque existen registros del pueblo maya que datan de hasta 8000 a.C., la cultura maya como tal comenzó a formarse socialmente alrededor del año 2000 a.C. 

Para facilitar su estudio, los investigadores suelen dividir la historia de la civilización maya en tres etapas; éstas van desde la formación social de la cultura maya hasta el contacto con los españoles que llegaron a Yucatán en el siglo XVI. Estas etapas o periodos suelen ser:

  • Preclásico: 1200 a.C. - 250 d.C. 

  • Clásico: 250 - 950 d.C. 

  • Posclásico: 950 - 1511 d.C.

 

Es importante mencionar que, a excepción del final del Posclásico (cuando se dio el primer contacto entre mayas y españoles), las demás fechas no corresponden a ningún evento en específico, por lo que pueden variar de una fuente a otra. Incluso la fecha de 1511 es debatida: ése fue el año en que el español Gonzalo Guerrero llegó accidentalmente a Yucatán, pero otros historiadores opinan que el Posclásico termina en 1517, cuando Francisco Hernández de Córdova desembarcó en Cabo Catoche; algunos otros van aun más lejos y sitúan la fecha en 1535, cuando se completó la segunda campaña de conquista de Yucatán. 

 

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Algunos logros notables de la civilización maya prehispánica

La lengua y escritura maya

  • La lengua maya yucateca que se habla en Yucatán proviene de otra llamada Proto-Maya, que es la lengua común de la que desciende buena parte de las lenguas nativas del sureste de México. 
  • El sistema de escritura maya (en glifos) se considera el más sofisticado de Mesoamérica. 
  • La escritura maya contemplaba también un ingenioso sistema para representar los números, que permitía el manejo sencillo de cifras enormes.

 

Matemáticas y numeración maya

  • El sistema numérico maya era base 20; se cree que este número se eligió debido al total de dedos de las manos y pies.
  • Cualquier cifra podía representarse con tres símbolos: el punto (equivalente a 1), la barra (equivalente a 5) y el caracol (equivalente a cero). 

 

Astronomía y calendarios

  • Los mayas contaban con varios calendarios con distintos usos, que abarcaban desde 260 días hasta 5,126 años solares.

  • El Tzolkin o ceremonial (de 260 días) y el Haab o solar (de 365 días) se combinaban para crear otro llamado “Rueda Calendárica”, de 52 años. 

  • Para el registro de hitos y fechas importantes se usaba la “Cuenta Larga”: literalmente un conteo de los días (en ciclos de múltiplos de 20) a partir de un inicio mitológico que corresponde al 11 de agosto del año 3114 a.C. El primer ciclo de la cuenta larga terminó el 12 de diciembre de 2012, en lo que se malinterpretó como una predicción del fin del mundo.

  • Otro calendario, el de 819 días, habría servido para calcular y predecir la posición de cada uno de los planetas visibles a simple vista (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno). 

  • La astronomía maya fue de las más avanzadas, comprehensivas y exactas que se desarrollaron sin el uso de telescopios.

  • Los mayas calcularon la duración de un ciclo lunar con mayor exactitud que Ptolomeo, cuyo cálculo fue la base de la astronomía europea por 1400 años.

  • El calendario solar de los mayas (es decir, la medición de una vuelta completa al sol) era más exacto que el calendario juliano que usaban los españoles al momento del contacto.

  • Varias construcciones mayas están alineadas de varias formas con eventos celestes; aunque los más difundidos son los equinoccios, se cree que en realidad los más relevantes eran los solsticios y el cenit (el momento exacto en el que el sol se encuentra en el centro del cielo, y no produce sombras laterales). 

 

 

En un lugar del continente americano, bajo capas de tierra, raíces y siglos, descansa una historia olvidada por el tiempo. Lo que yace oculto entre esta selva es el legado de un pueblo que descifró el cielo, dominó el tiempo y creó uno de los universos culturales más complejos que haya existido sobre esta tierra.

Ellos no solo construyeron templos, construyeron pensamiento, medían el tiempo en ciclos cósmicos, registraban eclipses con una precisión que desconcierta a la ciencia moderna y dejaron inscripciones que apenas estamos empezando a comprender. Lo sorprendente es que todo esto lo hicieron sin la rueda, sin animales de carga o metal para tallar la piedra. lograron levantar una de las civilizaciones más impresionantes del mundo antiguo. Lo que construyeron no fue solo material, fue simbólico, espiritual, fue eterno. Un viaje entre ruinas cubiertas de misterio, códices que sobrevivieron al fuego y voces contemporáneas que aún conservan la memoria de su linaje. Los mayas, el eco de una civilización eterna.

Los orígenes de la civilización maya se pierden en lo más profundo de la historia. Hace más de 3000 años, grupos nómadas comenzaron a asentarse en las regiones tropicales, siendo lo que hoy conocemos como el sureste de México, Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador. Allí, rodeados por selvas densas, ríos caudalosos y una naturaleza exigente, empezaron a domesticar su entorno. El cultivo del maíz, en especial, marcó un punto de inflexión en su vida. Las primeras aldeas agrícolas del preclásico se organizaron en torno a esta planta sagrada. Surgieron choosas alineadas, espacios comunes, primeros ritos y poco a poco estructuras sociales más [Música] complejas. A medida que aumentaba la producción agrícola, también lo hacía la población y con ella la necesidad de nuevas formas de organización. Con esto surgieron las primeras jerarquías.

Algunas familias controlaban los excedentes, los rituales y la interpretación de los ciclos naturales. Cuando hablamos de los orígenes de los mayas, tenemos que alejarnos de la idea de una civilización que apareció de repente. Fue un proceso gradual, una evolución social y espiritual. Las primeras aldeas dieron paso a centros ceremoniales y esos centros a ciudades auténticas.

Alrededor del año 1000 antes de Cristo comenzaron a surgir en las Tierras Bajas los primeros grandes centros urbanos.
Nacala fue una de las ciudades pioneras, pero sería el mirador la que marcaría un antes y un después.

Sus pirámides monumentales, sus plazas y su escala desafían cualquier idea preconcebida sobre las capacidades del mundo preclásico. Para entonces ya existía una élite gobernante, una arquitectura planificada y un incipiente sistema de escritura.

Durante los siglos siguientes, las ciudades se multiplicaron. En vez de un imperio centralizado como el romano o el egipcio, los mayas desarrollaron una red de ciudades estadoindes, pero culturalmente conectadas.

Cada ciudad tenía su propio linaje real, sus ciclos rituales y su calendario político. Sin embargo, compartían la lengua escrita, las creencias astronómicas y los principios básicos de organización social.

Esta red se expandió como una telaraña por toda Mesoamérica y con ella surgieron nombres que hoy resuenan con poder. Cada una de estas ciudades floreció con una mezcla de poder político, religión y arte.

Durante el periodo clásico, que va aproximadamente del 250 al 900 después de Cristo, la civilización maya alcanzó su apogeo. Fue un periodo de brillantez intelectual y artística sin precedentes en América. Las ciudades crecieron en complejidad, las inscripciones más largas y los rituales más elaborados.

Uno de los aspectos más impactantes del mundo maya es la escritura. Cada ciudad documentaba su historia en piedra.
Tenían nombres de reyes, fechas exactas, alianzas, guerras y lo hacían con una precisión cronológica admirable. Era una civilización con conciencia histórica. Ellos sabían que estaban escribiendo para el futuro.

Los gobernantes mayas eran más que figuras políticas. eran considerados mediadores entre el mundo terrenal y el divino. Su legitimidad no dependía solo del linaje, sino de su capacidad para mantener el orden cósmico. Ciudades como Tical y Calacmul protagonizaron intensas rivalidades. Durante más de un siglo, estas dos potencias disputaron el control regional mediante guerras, matrimonios estratégicos y redes de alianzas. En este contexto, otras ciudades más pequeñas podían cambiar de bando, rendir tributo o ser destruidas por completo.

Es fácil imaginar a los mayas como pueblos separados, pero en realidad existía una unidad cultural muy fuerte. Incluso hoy muchas comunidades mayas hablan variantes de una misma lengua ancestral. Eso demuestra una raíz común, una conexión profunda que sobrevivió guerras, crisis políticas e incluso la llegada de los europeos. La civilización maya no se sostuvo por un emperador, sino por una red de ideas compartidas.

La observación astronómica seguía guiando los rituales. El calendario sagrado, el solkin continuaba marcando los días y la relación con el cosmos seguía siendo el pilar de su existencia. En el mundo maya nada era casual. Cada estrella tenía un mensaje.

Cada ciclo del cielo correspondía a una acción en la tierra. El universo no era un lugar inerte, era un ser vivo, lleno de fuerzas invisibles, espíritus ancestrales y dioses que caminaban entre los hombres. Para los mayas el mundo no era lineal, era cíclico. El tiempo se medía en grandes eras. llamadas vactunes, que duraban más de 394 años. Cada uno de estos ciclos tenía un propósito cósmico y estaba regido por deidades específicas. El paso del tiempo no era simplemente una sucesión de días, era un movimiento espiritual que podía abrir o cerrar portales entre los distintos niveles de existencia.

Según su cosmovisión, el universo estaba dividido en tres planos fundamentales: el cielo, el mundo de los vivos y el inframundo. Todo estaba conectado por un eje simbólico que los unía, el Huacahan, el árbol cósmico, a veces representado como una seiva sagrada. Las raíces del árbol descendían al inframundo. Su tronco atravesaba el mundo humano y su copa sostenía las estrellas. Los dioses mayas no eran figuras lejanas, eran presencias activas cercanas. Algunos tenían múltiples formas, nombres y funciones. Uno de los más importantes era Itsamná, deidad creadora. y patrono de los sabios, Señor del cielo. También estaba Chac, Dios de la lluvia, imprescindible en una tierra donde la agricultura dependía del equilibrio hídrico. El inframundo llamado Shibalba era un lugar complejo, no era necesariamente el infierno, sino un reino lleno de pruebas, oscuridad y renacimiento. El mito fundacional del Popolbug del libro sagrado de los mayas quiché relata la historia de los héroes gemelos Junapu e Xbalanque, quienes descienden a Shibalba para enfrentarse a los señores de la muerte. Allí triunfan mediante la astucia y el sacrificio para después ascender a convertirse en el sol y la luna.

Este relato no era solo una historia, era una enseñanza cósmica. La oscuridad debía ser enfrentada para que renaciera la luz. La muerte era necesaria para que la vida floreciera.

Los rituales eran parte esencial de esta conexión con los dioses. Había ceremonias para la siembra, para pedir lluvia, bendecir las guerras y para consagrar reyes. Y en el corazón de estos rituales estaba la sangre. El sacrificio no era visto como violencia, sino como reciprocidad.

La sangre humana o animal era la ofrenda más valiosa, pues contenía la energía vital que alimentaba a los dioses. Los gobernantes mayas como representantes divinos realizaban autosacrificios rituales perforándose la lengua, las orejas o los genitales, ofrendando su propia sangre en ceremonias públicas.

Los altares, los códices y las inscripciones muestran imágenes vívidas de estos actos, no como brutalidades, sino como momentos solemnes de transformación. Para los mayas, dar sangre era dar vida.

No era un acto punitivo ni un espectáculo, era una forma de activar el universo. Sin esa energía vital, los dioses no podían mantener el equilibrio cósmico. Por eso los rituales eran tan complejos y rigurosos. Se hacían en fechas exactas, en lugares precisos, con símbolos muy definidos. Nada se dejaba al azar.

Los templos mayas no eran simplemente construcciones, eran representaciones físicas del cosmos. Las pirámides, con sus niveles escalonados simbolizaban los planos del universo. En el interior de los templos, muchas veces en oscuridad total, los sacerdotes realizaban rituales acompañados de incienso, música de caracoles y tambores y el uso del calendario ritual, un ciclo de 260 días que marcaba los ritmos espirituales del mundo maya.

Cada día tenía un significado único, una influencia que podía ser positiva o peligrosa. Las decisiones importantes, como la elección de un gobernante o el comienzo de una guerra, debían tomarse basándose en la lectura de estos calendarios.

El calendario maya es una de las creaciones más sofisticadas del pensamiento antiguo. Tenían varios calendarios funcionando al mismo tiempo, uno solar, otro ritual y otro de largo conteo. Lo impresionante es que lograron sincronizar estos sistemas de forma precisa. Algunos eventos que ellos calcularon ocurren exactamente cuando dijeron, "Estamos hablando de una comprensión profunda del tiempo, muy distinta a la nuestra. Hoy, siglos después de que los templos fueran cubiertos por la selva, muchas de estas creencias siguen vivas.

En las comunidades indígenas de Chiapas, de Guatemala y de Yucatán se siguen haciendo ofrendas al maíz. Se consultan los días propicios, se honra a los ancestros y se recuerda que el tiempo no avanza, sino que gira. En lo alto de las pirámides, entre glifos y ofrendas, vivían los dioses. Pero en la base de esas pirámides vivía el pueblo. Y era ese pueblo con sus herramientas, sus creencias y su sabiduría práctica, el que sostenía el peso de una civilización milenaria.

La sociedad maya era un organismo vivo, un tejido cuidadosamente estructurado donde cada grupo tenía una función específica, una posición social determinada y un papel espiritual dentro del orden cósmico. En la cúspide de la estructura social se encontraba el kuhul Ayau, el rey sagrado a quien no se elegía sino que se heredaba por sangre. El Ayau no solo gobernaba, también era guía espiritual, guerrero, astrónomo y mediador entre el cielo y la tierra. Su autoridad emanaba de su capacidad para interpretar las señales divinas y mantener el equilibrio entre los planos del universo. Su poder era ritual, ideológico y visible.

Vivía en palacios, usaba atuendos con jade y plumas de quetzal y su imagen era grabada en estelas para la eternidad. Junto al rey, la nobleza cumplía funciones clave. Estaban los sacerdotes que interpretaban el calendario y conducían los ritos. Los astrónomos que registraban el movimiento de los astros y los guerreros de alto rango que encabezaban campañas y capturaban a los prisioneros.

La nobleza maya era algo más que privilegio. Su rol era sostener el mundo. Si el Ayao era el nexo con los dioses, los nobles eran los engranajes del cosmos. No es casual que muchos de ellos fueran astrónomos o sacerdotes. El conocimiento era poder y estaba íntimamente ritualizado. Incluso los matrimonios entre nobles eran eventos cosmológicos. El campesinado era la base de la economía maya. Cultivaban no solo maíz, sino también frijol, chile, aguacate, algodón y cacao. Lo hacían en parcelas familiares llamadas milpas. Esta técnica milenaria no solo era eficaz, sino ecológicamente sostenible. El conocimiento sobre las estaciones, el suelo y los ciclos agrícolas se transmitía oralmente, generación tras generación.

En los hogares se veneraban deidades menores, espíritus protectores del hogar y ancestros familiares. Las mujeres solían ser las encargadas de mantener los altares domésticos, ofrecer incienso, colocar flores o cuidar el fuego ritual.

La espiritualidad maya no estaba encerrada en templos, estaba en todas partes, en el maíz que se cocinaba, en el fuego que no debía apagarse y en la forma de caminar hacia el campo. Vivían dentro de un universo simbólico y las mujeres eran las principales guardianas de ese orden desde lo cotidiano.

En las ciudades, los artesanos trabajaban organizados por gremios. Había talleres especializados en todo tipo de técnicas. Algunos artistas eran patrocinados por la nobleza y producían piezas de alta calidad, muchas de ellas destinadas al culto o a la conmemoración de eventos históricos.

Las ciudades no eran caóticas, tenían una planificación cuidadosa. A veces incluso calzadas elevadas conectaban puntos clave. La arquitectura maya era funcional. Aunque no existe evidencia de una policía como tal, la justicia se aplicaba a nivel comunitario. Los delitos eran juzgados según la gravedad.

El robo podía pagarse con trabajo forzado, pero los crímenes graves eran castigados con la muerte o el sacrificio ritual. Los lineamientos de convivencia eran transmitidas oralmente y reforzadas por la religión. El ocio también formaba parte de la vida. Se jugaba al pocta poc, el juego de pelota sagrado que representaba el movimiento de los astros. y el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad. Aunque algunos partidos eran rituales y simbólicos, otros eran recreativos.

Además había danzas, música con tambores y flautas, historias contadas al anochecer y celebraciones ligadas al calendario agrícola y religioso. La medicina combinaba el conocimiento herbolario con prácticas rituales. Los curanderos conocían las propiedades de cientos de plantas.
Sabían cómo curar con masajes, temascales y oraciones. Su saber era ancestral y muchas de esas prácticas aún quedan vigentes en comunidades indígenas actuales.

Uno de los hallazgos más impactantes al trabajar en comunidades mayas contemporáneas es constatar cuánto del antiguo tejido social aún perdura. la organización comunitaria, el respeto al calendario agrícola o el uso ritual del maíz. Todo eso sigue vigente. Es como si la historia no hubiera sido interrumpida, sino que se hubiera adaptado. La vida cotidiana con sus ritmos y sus símbolos continúa siendo profundamente maya, aunque el mundo alrededor haya cambiado. Durante más de 600 años, el mundo maya clásico brilló con una intensidad pocas veces vista en la historia de la humanidad.

Un sistema de ciudades estado interconectadas con arquitectura majestuosa, conocimientos astronómicos avanzados y una cosmovisión profundamente integrada con la vida diaria. Pero incluso los imperios más sofisticados son vulnerables al desequilibrio. A finales del siglo IIVo, los signos del cambio comenzaron a emerger.

Las inscripciones en piedra se interrumpieron. Los templos dejaron de ser reparados. La actividad ritual pública se hizo más escasa. Algunas sus ciudades entraron en guerra, otras simplemente se quedaron en silencio. En la región del sur, conocida como las tierras bajas mayas, el colapso fue más visible. Muchas de las urbes más poderosas del periodo clásico fueron abandonadas en cuestión de pocas generaciones. Las plazas, antes repletas de danzantes y sacerdotes, quedaron vacías. Durante años, los arqueólogos buscaron explicaciones, pero no hubo una sola causa, fue una tormenta perfecta.

El colapso fue el resultado de múltiples tensiones acumuladas. Por un lado, una sobreexplotación del medio ambiente. Por otro, sequías prolongadas que afectaron la agricultura.

Sumemos a eso la fragmentación política, guerras entre reinos y la pérdida de legitimidad de la clase gobernante. La combinación de estos factores en una civilización tan estructurada provocó un desequilibrio que no pudo sostenerse. La arqueología ha revelado que muchas ciudades sufrieron deforestación intensa. demanda de madera para la construcción, la cocción de cal para estucar templos y la expansión agrícola dejaron grandes zonas erosionadas.

Las reservas de agua, muchas veces dependientes de cenotes, pozos o reservorios artificiales, comenzaron a secarse. El maíz, base alimenticia y símbolo espiritual, dejó de crecer con la abundancia de antes y con él se debilitó el tejido social.

Al mismo tiempo, el sistema político mostró signos de agotamiento. El poder maya estaba profundamente vinculado al orden cósmico. Si los gobernantes no podían garantizar el equilibrio como lo era la lluvia, cosechas o la paz, su legitimidad se venía [Música] abajo. Y cuando las ciudades comenzaron a luchar entre sí por el control de rutas, recursos o alianzas, la inestabilidad se aceleró.

La figura del Yao no era solo simbólica, era esencial para el orden del mundo.
Cuando la población dejó de ver en él a un mediador eficaz entre lo humano y lo divino, la estructura entera se fracturó. No fue solo un colapso material, fue un colapso ideológico. La fe en el sistema, en los calendarios y en los ciclos se erosionó y con ella todo el modelo se desmoronó desde dentro.

Algunas ciudades resistieron más tiempo, se adaptaron, otras fueron abandonadas por completo, tragadas por la selva y olvidadas por siglos. Lo que antes fue una red interconectada se fragmentó, pero es importante comprender que los mayas no desaparecieron.

Lo que colapsó fue una forma de organización, no un pueblo. Muchas comunidades sobrevivieron en regiones menos afectadas, se trasladaron, formaron nuevas alianzas, adaptaron sus creencias y preservaron su lengua, su conocimiento y su vínculo con la tierra. En el norte de la península de Yucatán, nuevos centros comenzaron a crecer.

Ciudades como Chichenitzá adoptaron elementos del mundo maya clásico, pero también incorporaron prácticas y estilos diferentes. Se abrieron al intercambio con pueblos del Golfo. El mundo maya se transformó, pero no se extinguió.

La idea de que los mayas desaparecieron es errónea. Ellos sobrevivieron al colapso, a la colonización y aún hoy están aquí. Viven en comunidades que hablan lenguas mayas. Practican formas de espiritualidad heredadas, consultan calendarios ancestrales y siembran el maíz, como se ha hecho desde hace siglos.

El colapso fue el fin de una era, no el fin de un pueblo.
El colapso del mundo maya clásico marcó el fin de una etapa, una transformación profunda en su estructura política, en sus ciudades y en la forma en que las comunidades se relacionaban con el entorno. Las ciudades cambiaron, las rutas comerciales se reconfiguraron.
Las prácticas rituales evolucionaron y mientras algunas regiones fueron abandonadas, otras se convirtieron en nuevos centros de poder.
El conocimiento, la lengua y la tradición siguieron su curso. Hoy, más de 1000 años después del colapso de sus ciudades más emblemáticas, los mayas no son solo figuras talladas en piedra.

Son personas vivas, comunidades enteras que siguen hablando lenguas mayas, que siembran la tierra con las mismas técnicas ancestrales, que celebran ceremonias marcadas por calendarios que sus ancestros crearon siglos antes de la llegada de Europa. En muchos casos ha sido preservada no por los libros, sino por la transmisión oral. la resistencia cultural y el orgullo identitario de generaciones que decidieron no olvidar.

La civilización que muchos creyeron extinguida, simplemente aprendió a caminar de otra forma. Estudiar a los mayas es mirar más allá del pasado. Es entender cómo una cultura puede adaptarse sin perder su esencia. Cómo incluso tras el colapso, la conquista, la marginación y el olvido. Una civilización puede seguir hablando en voz baja tal vez, pero con absoluta claridad.

A veces escuchamos que los mayas fueron una gran civilización en pasado, pero eso no es correcto. No somos una sombra del pasado. Somos herederos activos de un conocimiento que sigue vivo. Nuestra lengua no es antigua, es hablada. Nuestros calendarios no son reliquias, siguen marcando nuestros días. La historia oficial quiso encerrarnos en los museos, pero nosotros seguimos aquí y ahora, en las comunidades, en los campos y en las aulas. Y mientras eso exista, los mayas no serán recordados, serán reconocidos.

 

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