"Друзья с другого берега". Рассказ
Yo crecí en el sur de Tejas, cerca del Río Grande, que es la frontera entre México y los Estados Unidos. Cuando era niña, vi a muchas mujeres y niños que habían cruzado hasta este lado para conseguir trabajo, ya que en México no había. Muchos se mojaban al cruzar el río, por lo que algunos de este lado se burlaban de ellos y les llamaban "mojados."
Esta es la historia de Prietita, una muchacha mexicanoamericana, y su amigo nuevo Joaquín, un muchacho mexicano del otro lado del río.
Gloria Aiizaldúa
Prietita estaba sentada en una rama bajita del mesquite detrás de su casa cuando Joaquín llegó a la puerta de la cerca vendiendo leña. "¿Por qué anda en camisa de manga larga en este calorón cuando casi todos los muchachos andan sin camisa?" se preguntó Prietita.
"¿Viniste del otro lado? Tú sabes, de México," le preguntó Prietita, quien ya había notado que su español era distinto al suyo.
"Sí," contestó Joaquín, manteniendo la cabeza agachada. Un mechón de su pelo liso, tan negro que parecía azul, cubría su frente y parte de su cara. Con sus dedos flacos estiraba los puños de la camisa sobre sus muñecas.
Cuando él se agachó a levantar la leña, ella notó que sus brazos estaban cubiertos de llagas horribles. Se dió cuenta de que él sentía vergüenza de tener esas llagas. Prietita pensó en la curandera y en sus remedios, pero antes de poder hablar, Joaquín ya salía con la cabeza bajada.
Prietita oyó a los muchachos de su vecindad gritando y fué a asomarse.
"¡Miren al mojadito, miren al mojadito!" gritó su primo Teté.
"Hey, mojado, ¿por qué no te vas pa'l otro lado de donde viniste?" dijo otro muchacho.
Prietita sintió que su cuerpo se entiezaba. Sintió pena por Joaquín y coraje hacia los otros muchachos. Había conocido a Teté y a sus amigos toda su vida. Se sentía dividida entre su amigo nuevo y sus amigos viejos.
Uno de los muchachos se agachó y recogió una piedra. Prietita corrió y se puso delante de Joaquín. "¿Qué les pasa a ustedes? Qué valientes son, un montón de machos contra un pequeño muchacho flaco. ¡Deberían tener vergüenza!"
"¿Y a ti qué te importa? ¿Quién te dijo que te metieras?" dijo Teté.
"Cállate, Teté. Vente," le dijo otro, halandolo del brazo. Los muchachos se fueron, vacilando, como si ellos mismos hubieran decidido irse.
Prietita y Joaquín quedaron mirándose uno al otro. "Ya no te van a molestar," le dijo Prietita.
"Agradezco tu apoyo," respondió Joaquín, inclinando la cabeza hacia ella y sonando muy adulto. "Te quiero dar las gracias," continuó."Tuve miedo."
Prietita miraba su pie haciendo círculos en la tierra, y dijo, "Yo sé. Ven, te acompaño a tu casa."
Llegaron a un jacal que estaba casi cayéndose y que le faltaba una pared. En lugar de la pared tenía una lona. "Mamá, tenemos visita," dijo Joaquín.
"Pásele, pásele," dijo una mujer chaparrita y delgadita con una cara pálida y pelo húmedo. Alzó una punta de la lona para permitirles entrar. "¿Quiere algo de comer?"
"No, gracias," dijo Prietita, sentándose sobre un petate que cubría el piso de tierra. En las caras de los dos vió el orgullo y supo que compartirían su poca comida aunque después pasaran hambre.
La mujer dijo, "Cruzamos el río porque la situación al otro lado está muy mal. No conseguía trabajo y el muchacho andaba en garras."
"Es lo mismo de este lado," dijo Joaquín. "Aquí no más hemos hallado uno que otro trabajo donde sólo nos pagan con comida o ropas viejas.
"Yo les avisaré a mis vecinas. Quizás les den trabajo," dijo Prietita.
Prietita se quedó un rato y luego les dijo, "Tengo que irme para empezar mis quehaceres. Joaquín, por favor tráe un poco de leña mañana y a ver si te quedas un rato a jugar conmigo."
Al día siguiente Joaquín llegó a la puerta de la cerca otra vez. Prietita le pidió que le diera un empujón en el columpio hecho de una llanta que colgaba del mesquite. Al día siguiente volvió, y al próximo también. Prietita siempre le guardaba parte de su lonche. Se lo ponía en una bolsa de papel y se lo dejaba en la puerta de la cerca para que no se avergonzara de su pobreza. Cuando Joaquín se sintiera más comodo con ella, lo llevaría a la curandera para curar sus llagas.
Una tarde mientras Prietita y Joaquín jugaban un juego mexicano llamado lotería, una vecina llegó muy de prisa gritando, "¡La migra, allí viene la migra!"
Joaquín saltó de su silla. "Tú sabes que siempre buscan en los jacales viejos. ¡Van a encontrar a mi mamá y se la van a llevar!"
Prietita y Joaquín corrieron a buscar a su mamá. Cuando llegaron al jacal, Prietita dijo, "¡Vengan conmigo, apúrense!" Los tres corrieron a la calle.
"¿Dónde nos escondemos?" preguntó Joaquín.
Prietita tomó la mano de Joaquín y la sintió temblar. "La curandera sabrá que hacer," le dijo, conduciéndolo por las calles del pueblito, mientras su mamá les seguía muy de cerca.
Cuando entraron a la casa de la curandera vieron que ella ya estaba cerrando las cortinas. "Joaquín," dijo, "tú y tu mamá, métanse debajo de la cama y quédense quietos."
Detrás de las cortinas, Prietita y la señora miraban la camioneta de la migra pasar despacito por la calle. Se paraba frente a cada casa y uno de los dos agentes de la migra se bajaba. Casi todas las veces se bajaba el agente chicano para preguntar, "¿Saben ustedes dónde se esconden los mojados?" Algunos indicaban que no con la cabeza y otros se quedaban callados. Algunos se metían en sus casas.
Siempre había una persona que contestaba, "Sí, vi a unos por allá," apuntando al lado del pueblo donde vivían los gringos. Todos se reían, hasta el agente chicano.
Cuando la camioneta de la migra se acercó a su casa, Prietita y la señora sintieron que ya no podían respirar, pero la camioneta siguió por la calle sin detenerse.
Dos horas despues de que la migra se había ido, Prietita, Joaquín y su mamá estaban sentados en la cocina de la curandera tomando té de yerbabuena y calmándose del susto.
"Prietita, Joaquín, vengan," dijo la curandera. "Vamos a recoger unas yerbitas."
Prietita, te voy a enseñar a preparar estas hierbas en una pasta que puedes usar para curar los brazos de Joaquín. "Ya es hora de aprender. Estás lista."