Alguien había sido tan «considerado» que había dejado la bolsita de la farmacia encima de la máquina, sujeta con un chicle masticado, y se había llevado el test de embarazo. Así de paranoica puede llegar a ser la gente. Valeria y yo llegamos a su casa completamente desoladas. Mi padre y su madre ya habían regresado, así que tuvimos que inventarnos una excusa convincente sobre la marcha para que no sospecharan nada. Lo de haber cenado en un restaurante chino por un capricho de Val fue suficientemente creíble para los dos a pesar de que a ninguna nos entusiasma la comida china. Pero funcionó, afortunadamente. Mi padre se ofreció a llevarme a casa para que no caminara sola de vuelta. Ni siquiera nos dio tiempo de planear el siguiente paso. Así que cuando ya estaba dentro del coche le escribí un WhatsApp: «No te preocupes más de la cuenta. Mañana hablamos y buscamos una solución. Descansa esta noche e intenta no pensar demasiado en lo que ha pasado. Un beso, hermanastra favorita». Sin embargo, Valeria no me respondió. Imaginé que tendría que estar destrozada, sin ánimo ni para contestar mi mensaje. Mantener la incertidumbre un día más, sin saber si estaba embarazada o no, debía de ser horrible. Además, todo el capítulo vivido con el Predictor la había desgastado aún más. Me daba mucha pena, pero estaba agotada y sin capacidad para continuar insistiéndole sobre que se animara. Por otra parte, yo tenía mis propios problemas. Uno de ellos me lo encontraría en cuanto pisara mi casa. Me agobiaba saber que iba a dormir bajo el mismo techo que aquel impresentable. Mi padre aparcó justo delante del edificio. Iba a despedirse de mí cuando de repente sentí un impulso irrefrenable de hablarle de Paul. —¿Sabes que Gadea tiene novio? Su gesto se torció. Frunció el ceño y masculló en un tono poco agradable. —¿Un novio? ¿Quién es? —Un tío que ha conocido en Manchester —respondí, como si no le diera ninguna importancia a lo que estaba diciendo—. ¿No te lo ha presentado? Evidentemente, sabía que no. Ni se lo había presentado ni conocía su existencia. Reconozco que en aquel momento saqué a relucir mi lado oscuro. Pero de alguna manera me veía forzada a actuar. —Pues no. No me lo han presentado. ¿Está aquí? —Sí, ha llegado hoy con Gadea. —Sabía que tu hermana había venido hoy de Inglaterra. De hecho, he quedado con ella para desayunar mañana. Pero no tenía ni idea de que había venido acompañada. ¿Hasta cuándo se queda ese chico? —No se va. —¿Cómo que no se va? ~ 81 ~ —Va a vivir en Madrid un año. Dando clases en una academia. Es que es profesor —añadí—. Tiene veintisiete años. Podía percibir como mi padre poco a poco se iba inquietando cada vez más y su frente estaba más arrugada. Apagó el motor del coche y quitó las llaves del contacto. —¿Y dónde se va a quedar? —En casa. Pero creo... —y bajé el tono de voz—. Creo que él y Gadea ya tienen piso para irse a vivir juntos. —¿Qué? ¿Vivir juntos? Aquél fue el detonante definitivo para que mi padre perdiera los nervios. Nadie le había informado de aquella historia. Que su hija se marchara a vivir con un desconocido no le parecía normal. Bajamos del coche y subimos al piso. Mi madre fue la que nos recibió. —Hombre, Ernesto. ¿Qué haces por...? —¿Dónde está Gadea? —Todavía no ha llegado. —¿Tú le has dado permiso para que se vaya a vivir con ese novio suyo al que ni siquiera conozco? —¿Se van a vivir juntos? Es la primera noticia que tengo —indicó mi madre incrédula—. Lo que tu hija y Paul me contaron es que están buscando un piso para él. Los dos me miraron a mí. Yo me encogí de hombros y me marché a mi habitación. Tumbada boca arriba en la cama, los escuchaba hablar. Durante un rato estuvieron conversando sobre aquello de lo que se acababan de enterar. En cierta manera, me sentía un poco culpable por haberle fastidiado el plan a mi hermana. Pero, por otro lado, con mis padres en contra, sería más difícil que se fueran a vivir juntos. Cuando Gadea y Paul llegaron a casa se dieron de bruces con el enfado de mis padres. La tensión fue creciendo hasta desembocar en gritos. Los tres se echaron en cara muchas cosas y aquello empezaba a no gustarme. Mi intención no era que se lanzaran cuchillos envenenados en cada frase. Al único que no se le escuchaba hablar era al profesor de Manchester. Era tanta la crispación existente que tuve que salir de mi cuarto para intentar calmar las cosas. En cambio, cuando mi hermana me vio, su ira se centró en mí. —No podías estar calladita, ¿verdad? —me dijo muy enfadada—. Todo esto es por tu culpa. —No, Gadea. No le eches la culpa a tu hermana —me defendió mi padre—. La culpa es tuya por no hacer las cosas bien. —¿Y qué querías que hiciera? Si os hubiera dicho que me iba a vivir con mi novio, hubierais reaccionado precisamente así. —Irte a vivir con un chico es algo muy serio. —¡Es mi novio! ¡Soy mayor de edad! ¿Qué es lo que esperabais? —Que os conozcáis más antes de dar un paso tan importante. —¿Más? Lo conozco perfectamente. ~ 82 ~ Mi hermana y mi padre discutían como si Paul no estuviera delante. El chico miraba atónito a ambos cuando lo nombraban, sorprendido por la que se había liado en un momento. Si no me cayera tan mal, me hubiera dado lástima. Pero no se merecía mi compasión. Al contrario, si aquella discusión servía para que no se fueran a vivir juntos, habría merecido la pena. A pesar de los gritos y los reproches. —No te vas a ir a vivir con él —sentenció mi padre, poniendo un autoritario punto final a la conversación. —¿Que no? ¡Eso ya lo veremos! —Pues sí, lo veremos. —Esto es increíble... Gadea, enfurecida, agarró a Paul de la mano y lo arrastró hacia la puerta. Abrió, salieron y cerró con violencia. El portazo se escuchó desde el salón. —Está demasiado consentida —soltó mi padre, que echaba humo. —¿Me estás echando a mí la culpa de esto? —preguntó mi madre molesta. —Vive contigo. —¿Y eso qué tiene que ver? —Que si siempre ha hecho lo que ha querido es porque tú la has dejado. Y así es como comenzó otra de las clásicas discusiones entre mi padre y mi madre. Duró más de una hora. Gadea y Paul no regresaban y yo me marché a mi cuarto de nuevo, harta de aquel maldito domingo. Me tapé la cabeza con la almohada e intenté dormir. No lo conseguí hasta bien entrada la madrugada. Sin embargo, cuando el reloj acababa de dar las tres de la mañana, la puerta de mi dormitorio se abrió. Me desperté y me encontré a mi hermana sentada en la cama, a punto de zarandearme. —Hola —le dije con voz soñolienta. —Hola, perdona por despertarte. —No te preocupes —murmuré incorporándome un poco. Me puse la almohada detrás de la espalda y me apoyé contra la pared—. ¿Cuándo has vuelto? —Hace veinte minutos. —No te he escuchado llegar. —He entrado de puntillas —dijo sonriendo, lo que me dio a entender que estaba de mejor humor y me había perdonado por revelar sus planes. —¿Has hablado con mamá? —Sí. He hablado con ella. Pero mañana lo haré con más tranquilidad. Sólo le he dado las buenas noches y le he dicho que no me voy a ir a vivir con Paul de momento. Aquello terminó de desvelarme. No esperaba esa noticia. —¿No? ¿Y eso? —No quiero una guerra con papá y con mamá —indicó—. Ha sido el propio Paul el que me ha convencido de que es mejor que esperemos un poco. El piso ya lo tenemos pagado, aunque no pueda entrar hasta el viernes. —¿Y dónde se quedará estos días? ~ 83 ~ —En un hotel. Uno barato de por aquí cerca. —¿No va a quedarse con nosotras? —No. Prefiere estar en un hotel para no ocasionar más problemas. —Siento que se haya formado todo este lío. En realidad, no lo sentía. Sentía que mi hermana hubiera discutido y se hubiera enfadado con mis padres. Pero no sentía en absoluto que, de momento, no se fueran a vivir juntos. Aunque fuera de manera provisional. Quizá en ese tiempo Gadea descubriera la fobia de su novio a los homosexuales. —¿A ti te cae bien Paul? —me preguntó algo nerviosa. —Pues... no me ha dado tiempo a conocerlo mucho —respondí intentando ser lo más diplomática posible. —Ya. Pero ¿qué te parece? Tanta insistencia tenía que ser por algo. Tal vez, Gadea había notado ya mi hostilidad hacia su novio. Después del cine, apenas había cruzado con él un par de frases y, durante la discusión con mis padres, no lo había defendido. A lo mejor se había dado cuenta de que odiaba a aquel tipo. —Que es tu novio y... —¿Es por lo que te dijo en el cine antes de que yo llegara? —me interrumpió—. ¿Por eso te cae mal? ¿Se lo había dicho? ¿Le había contado lo que me había comentado de la pareja de gais? No me lo podía creer. No podía creer que le hubiera reconocido su homofobia a mi hermana y ésta estuviera tan tranquila. —Es que es normal que no vea con buenos ojos a un tío que odia a los homosexuales. —Él no odia a los homosexuales. —Gadea, Paul es homófobo. —¡Qué va! Simplemente, es un bromista —me dijo sonriendo—. A mí tampoco me gusta que haga bromas de homosexuales. Y se lo he dicho hoy. No te preocupes, que no volverá a hacerlo. Y menos después de explicarle que tú... —¿Se lo has dicho? —Sí, se lo he contado. Creo que tenía que saberlo. Se ha sentido fatal al enterarse y te manda millones de disculpas por sus bromas. —Lo que dijo en el cine no eran bromas. —Claro que lo eran. Mi hermana me lo repitió varias veces ante mi negativa. Estaba segura de que Paul había hablado despectivamente de aquellos chicos y sobre los homosexuales en general, no sólo eran simples bromas. Pero Gadea continuaba defendiéndole. Decía que lo conocía muy bien y que su forma de pensar no era la que yo insinuaba. No quería seguir discutiendo más, así que di por finalizada la charla. —Está bien. Quizá lo interpreté mal. —Seguro, Meri. Él no es así. Es un buen tío, te lo aseguro —insistió—. ¿Cómo iba a salir yo con un homófobo sabiendo además que tú eres lesbiana? Pues lo estaba haciendo, aunque pensara que no. Aquel tío había jugado bien ~ 84 ~ sus cartas. Sabía que había metido la pata, que se había mostrado más de lo que debía y que su forma de pensar podría perjudicar su relación con mi hermana. Mi reacción le había señalado el camino. Había descubierto que mi tirantez hacia él era fruto de lo que pasó en la sala de cine. Ahora sería más complicado demostrar su homofobia. Lo peor de todo es que en el fondo sabía que me detestaba por mi condición sexual y que iba a disimular cada vez que nos viéramos. ¿Algún día lograría desenmascararlo? |
Кто-то оказался настолько “любезным”, что оставил аптечный пакет на автомате, прихватив с собой вместе со жвачкой тест на беременность. Так параноики могут становиться людьми. |