Cuando llegué a mi casa, Gadea y Paul ya estaban esperándome. Les dije que había ido a ver a Valeria, sin explicarles el motivo, y que me había retrasado un poco porque el tiempo se me había echado encima. —No te preocupes. La película empieza a las ocho y ya tenemos sacadas e impresas las entradas —comentó mi hermana dándonos a cada uno la suya. Nos despedimos de mi madre y los tres caminamos hacia los cines de Callao. Llegamos con bastante tiempo de antelación, así que decidimos entrar en Starbucks. Cada uno nos pedimos un frappuccino diferente. Yo opté por uno mediano de fresa. Nos sentamos en una de las mesitas de fuera a esperar que dieran las ocho. —¿Habéis tenido suerte con lo del piso? —les pregunté, mientras disfrutaba de una suave brisilla que se había levantado. —No demasiada. Hemos visto tres —indicó Gadea—. Pero ninguno nos ha gustado. —¿No? Vaya. —O eran muy pequeños, o no estaban amueblados, o eran muy caros. —El problema principal es el precio —añadió Paul—. Ganaré menos dinero en la academia que de profesor en el instituto. Y aunque tenga un poco ahorrado, no sé si podré aguantar todo un año. —Hasta hemos pensado en... irnos a vivir juntos este año. ¡Irse a vivir juntos! Eso sí que era una decisión valiente. Me sorprendió que mi hermana se planteara algo así. —¿Has hablado con papá y con mamá del tema? —No. Es algo que se nos ha ocurrido esta tarde. No sé, quizá entre los dos podemos conseguir un piso mejor y repartir los gastos. Hasta podría buscar un trabajo para pagar mi parte. —A mí me encantaría tenerte de compañera de piso —indicó sonriente Paul. —A mí también me gustaría mucho. Los dos se miraron con gran intensidad y terminaron dándose un beso apasionado en los labios. Me alegraba ver a mi hermana tan feliz, con aquel chico rubio tan majo. Aunque no estaba muy segura de que a mis padres les agradara tanto que Gadea se marchara a vivir con alguien prácticamente desconocido. De hecho, mi padre aún no sabía ni de la existencia de Paul. En pleno beso, mientras daba otro sorbo a mi frappu de fresa, sonó mi móvil. De nuevo era Laura. Me levanté, me alejé un poco de ellos y respondí. —¿Sí? —Ojos bonitos, ¿ya estás en casa? —Pues... no. Voy al cine ahora con mi hermana y con su novio. —¿Al cine? —Sí. En Callao. Me han pedido que vaya con ellos. —¿Puedo ir con vosotros? —¡No! —exclamé algo nerviosa—. La película empieza en diez minutos. —Me da tiempo a llegar si cojo un taxi. ¿Qué me dices? Me puse la mano en la cara y me froté los ojos. Algunas veces Laura conseguía sacarme de mis casillas. Pero en esta ocasión no iba a convencerme. —Que no. —¿Por qué no? Será divertido. —Laura, no. Cuando salga del cine te llamo. —Eso dijiste antes y te he tenido que llamar yo. —Perdona. Se me pasó —me disculpé. Tenía razón, debí llamarla—. Mi hermana quiere pasar tiempo conmigo. Llevábamos muchos meses sin vernos. Se me fue la cabeza... Lo siento. —Bien. Lo entiendo —indicó con su voz cantarina y risueña. —¿Lo entiendes? —no estaba acostumbrada a que me entendiera a la primera. —Claro. No problem. ¿Entonces me llamas cuando salgas del cine? —Sí. Cuando acabe la película será lo primero que haga. —Genial. Pues esperaré ansiosa volver a escuchar tu preciosa voz. Aquello me hizo sonreír. Ya no sólo le gustaban mis ojos, también le parecía bonita mi voz. Parecía un juego en el que seguía sumando puntos. —Laura, me están esperando. —Muy bien. Que disfrutes con la película. Y llámame cuando termine. —Lo haré. Hasta luego. —Por cierto, ¿qué vais a ver? —La gran familia española. —¡Guay! ¡Adiós, ojos bonitos! Cuando colgó me quedé un instante parada, mirando el móvil. ¿Por qué le había dicho que no viniera? Sólo era ver una película. Nada más. Estuve tentada de volver a llamarla y decirle que viniera, pero no lo hice. Podía tomarlo como una cita y seguía siendo pronto para eso. Paloma estaba muy reciente. Guardé el teléfono y regresé a la mesa de Starbucks. Sólo estaba Paul. —Tu hermana ha ido al baño. —Ah. Bien. —¿Era algún noviete? —me preguntó, mostrándome una sonrisa pícara. —¿Cómo? —El del teléfono. Se te veía muy acaramelada a él. —¡Ah! No, no. Era una amiga. —¡Pensaba que era tu novio! Estaba claro que mi hermana todavía no había hablado con él acerca de mi condición sexual. Y tampoco iba a hacerlo yo en ese momento. No veía oportuno contarle que a mí lo que me gustaban eran las chicas. Prefería que fuera Gadea la que lo hiciera o, al menos, que ella estuviera presente cuando hablara del tema. Seguimos charlando haciendo tiempo. Aquel joven era simpatiquísimo. Tenía un sentido del humor muy particular y me hacía reír cuando hablaba. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Mi hermana tardaba demasiado. Estaba a punto de ir en su búsqueda cuando recibí un WhatsApp. «Hay una cola tremenda en el baño porque está estropeado el de chicas. ¿Por qué no vais entrando y compráis las palomitas y las Coca-Colas?» Le comenté a su novio el mensaje que había recibido de mi hermana y dio el visto bueno. Le respondí a Gadea afirmativamente y entramos los dos en el cine. No había mucha gente comprando palomitas, así que no tardamos en hacernos con tres cubos pequeños y tres refrescos. —¿Es la sala dos? —me preguntó Paul sujetando como podía lo suyo y lo de mi hermana. —Sí. En la dos. Entramos y nos colocamos en la fila once, en la parte izquierda de la sala. Todavía las luces estaban encendidas. —A ver qué tal la película—comentó él introduciendo la mano en su cubo de palomitas—. Hacía mucho que no venía al cine. —Yo voy de vez en cuando con mis amigos. —Espero entenderlo todo. —Seguro que sí. Tu español es perfecto. —Tengo que mejorar —reconoció masticando el puñado de palomitas que se había metido en la boca. —Mi hermana te ayudará en lo que haga falta. —Tu hermana es genial. Estoy muy enamorado de ella. Se notaba que lo decía de verdad, con el corazón. Realmente, daba la impresión de estar enamorado de Gadea. —Me alegro de que haya encontrado a alguien que la quiera tanto. Se lo merece. —Intentaré hacerla muy feliz. Espero que tus padres no se enfaden mucho cuando les digamos que nos vamos a vivir juntos. —Primero tenéis que encontrar piso. Paul sonrió. Dio un sorbo a su refresco y aproximó su cara a la mía. —¿Te cuento un secreto? —me dijo en voz baja—. Pero no se lo digas a nadie. —No diré nada. Un nuevo secreto que guardar. Me estaba haciendo especialista en no contar a nadie lo que la gente me contaba. Pero estaba muy intrigada por lo que escondía aquel chico rubio de Manchester. —Ya tenemos piso. —¿Qué? Pero... ¿cómo? —La decisión de irnos a vivir juntos la teníamos tomada desde hace tiempo. Pero no podíamos llegar y soltarlo de primeras. Es mejor que tus padres me conozcan un poco primero. Me quedé boquiabierta, sin poder decir nada. Así que desde que llegaron Gadea y Paul habían estado actuando. Tenían planeado todo antes de volar a Madrid. —Entonces, ¿hoy no habéis ido a ver ningún piso? —¡Sí! Uno. En el que nos vamos a quedar. Ya habíamos hablado con la dueña antes de verlo. Lo encontró tu hermana en una página de Internet y nos encantó a los dos. Sólo nos faltaba verlo y dar el sí. Pero hasta el viernes no podemos entrar en él. Así que... tendremos que seguir haciendo como que buscamos piso un par de días más. Era una locura, aunque, pensándolo bien, aquel plan no era nada malo. Ganaban tiempo para que mis padres lo conocieran un poco más y no se llevaran un gran susto cuando les dijeran que se iban a vivir juntos. —¿Por qué no me lo habéis dicho antes? —Gadea no quiere contárselo a nadie. —¿Y por qué me lo cuentas a mí? —Eres una buena chica. Confío en ti. Pero no le digas a tu hermana nada, ¿eh? —me pidió guiñando un ojo—. Hemos pagado mil quinientos euros de adelanto. —¿Ya habéis pagado? —Sí, dos meses de alquiler como adelanto y reserva. —Quiero verlo. En ese instante, la puerta del cine se abrió, pero no era Gadea la que entraba, sino dos chicos que iban cogidos de la mano. Paul los siguió con la mirada hasta que se sentaron en la fila de delante de nosotros y se dieron un beso en los labios. —No me lo puedo creer —me susurró al oído. —¿Qué pasa? —Con lo grande que es el cine y los maricones se sientan delante de nosotros. No lo soporto. Qué asco. Me quedé helada al escucharlo hablar así de aquellos chicos. —No tengo nada en contra de ellos. No soy homófobo, no me entiendas mal —continuó diciendo—. Pero no comprendo cómo un tío puede acostarse con otro tío. Es algo que está fuera de mi entendimiento. Es antinatural. ¿Antinatural? Sin quererlo, me estaba diciendo que yo no era natural, que mis sentimientos y mi condición no eran normales. Su opinión sobre la homosexualidad me daba náuseas. Aquellos comentarios sí que eran homófobos. —¿Te importa si nos cambiamos de sitio? Estoy incómodo aquí. Estuve a punto de llevarle la contraria. Explicarle que yo sentía como ellos, que me gustaban las chicas y que eso no era nada antinatural. Que era una persona normal y corriente y él un estúpido homófobo. Sin embargo, no lo hice. Me levanté en silencio cuando él se puso de pie y lo seguí hasta la otra parte del cine, tres filas más adelante. Allí no teníamos a la vista a la pareja gay. Unos segundos más tarde llegó Gadea, que besó a su novio en cuanto se sentó. Yo estaba inmóvil, asombrada y dolida por lo que Paul había comentado sobre los homosexuales. Estaba segura de que mi hermana no estaba al corriente de su manera de pensar. —¿Qué tal, chicos? ¡Menos mal que he llegado a tiempo! No os imagináis qué cola había en el baño. Sonreí a duras penas. Las luces se apagaron y la película comenzó. En cambio, yo sólo podía pensar en lo que Paul había dicho. ¿Creería lo mismo de las lesbianas? Posiblemente, sí. Su concepto sería el mismo. Y eso significaba un gran problema. Gadea estaba a punto de irse a vivir con un tío que menospreciaba a los homosexuales como yo. Un tío del que estaba enamorada y que la hacía feliz. Definitivamente, aquél era un nuevo gran problema. |
Когда я пришла домой, Гадеа и Пол уже ждали меня там. Не вдаваясь в объяснения причин, я сказала, что встречалась с Валерией, и немного задержалась, не рассчитав время. . |