Paul resultó ser un tipo encantador. Su español, como mi hermana había dicho, era tan bueno como el suyo o el mío. Durante la comida pude conocerlo algo mejor. Acababa de cumplir veintisiete años y no siempre la vida le había sonreído como ahora. Se quedó huérfano de padre siendo muy jovencito y pasó un tiempo enfermo por depresión. Con esfuerzo, voluntad y mucho coraje salió adelante. Gadea no paraba de sonreír escuchándole hablar. —¿Por qué no te vienes al cine esta noche con nosotros? —me preguntó él, ya en el postre. —Eso, Meri. ¡Vente con nosotros! —Queremos ir a una comedia. —Pero española —comentó Gadea—. Vamos a ver si Paul es capaz de captar el humor de aquí. —No creo que el humor español sea muy diferente del humor inglés. Los dos terminan en risas. ¿No? Aquel comentario me hizo sonreír. Que aquel chico rubio y mi hermana estuvieran en casa me estaba sirviendo de bálsamo durante aquellas horas. No tenía que pensar en Paloma o en Bruno y eso me ayudaba a estar más tranquila. —No quiero molestar. —¡Qué vas a molestar! —gritó Paul exagerando los gestos—. ¡Estaremos encantados de que vengas con nosotros! —¿Seguro? —Claro que no molestas, Meri —aseguró Gadea. Al final, me convencieron. Quedé con ellos en que me recogerían sobre las siete. Primero debían ir a mirar pisos para Paul. Esos días se quedaría con nosotras en casa hasta que encontrara un lugar donde vivir. Una vez que tuviera apartamento, su familia le mandaría algunas de sus cosas desde Manchester. Fue mi madre la que insistió en que nada de hoteles, que en nuestra casa había espacio suficiente para todos. Después de comer, me despedí de ellos y regresé a mi cuarto e intenté dormir un poco. Lo conseguí hasta que el ruido del teléfono me despertó. Era Valeria. —Hola, Val —respondí restregándome la mano por los ojos. —¿Estabas dormida? —Algo así. —Perdona, Meri. Es que... Se quedó callada. En ese momento, reaccioné y me incorporé de un brinco. Es increíble la cantidad de cosas que se te pueden pasar por la cabeza en menos de un segundo. —¿No te habrás hecho ya el test de embarazo? ~ 66 ~ —No. No me lo he hecho —dijo serena—. Por eso te llamo. ¿Me puedes acompañar a la farmacia a comprarlo? —Es domingo. No sé cuál puede estar abierta por aquí cerca. —He mirado por Internet las que están de guardia hoy por la tarde. Valeria me explicó que no quería ir a una farmacia cercana, donde pudieran reconocerla. Prefería ir a alguna en otra zona de Madrid donde nadie supiera quién era. —¿Hasta Goya? —Por favor, Meri. —¿No podemos ir a una farmacia que esté más cerca? ¿A la de Atocha o a la de la calle Mayor? —¡No! Imagina que me reconoce el farmacéutico o que está por allí uno de los clientes de la cafetería. —He quedado a las siete para ir con mi hermana al cine. —Te da tiempo de sobra —indicó ella casi rogándome—. Te prometo que a las siete estás en tu casa. No me quedó más remedio que ceder. Le prometí que estaría con ella cuando llegara el momento y ese momento había llegado. La recogí en Constanza y juntas caminamos hacia la estación de metro de Ópera, donde tomaríamos la línea dos hasta Goya. Estaba muy nerviosa. —Tranquilízate —le dije al verla temblando. —No puedo. ¿Qué hago si estoy embarazada? —Pues... —No podría ir a la universidad el curso que viene. De hecho, no sé si podría presentarme a selectividad —se contestó a sí misma, sin dejarme responder—. Cambiaría mi vida por completo. Porque tener lo voy a tener. Eso sí que está claro. Clarísimo. Hablaba muy deprisa. Si se quedaba callada, luego continuaba con lo que estaba diciendo, pero de una forma desordenada y confusa. —Val, cálmate, por favor. Me estás poniendo nerviosa a mí. —Lo siento. Pero es que..., es... que puede que sea madre en menos de nueve meses. ¡Madre mía! ¿Tú sabes lo que es eso? ¡Madre de una criatura! ¡Si no he cumplido ni los dieciocho todavía! Definitivamente, aquél era un buen motivo para estar nerviosa. La comprendía. De ser cierto que estuviera embarazada, estaría viviendo los meses más importantes de su vida. Habría un antes y un después y sus preocupaciones cambiarían de grado y de intensidad. Sin embargo, tenía que intentar que se tranquilizase. —No adelantes acontecimientos. Puede tratarse sólo de un retraso. —¿Sabes la de veces que me he dicho eso en los últimos días? —Imagino que muchas. —¡Millones de veces! Me iba a la cama, me tumbaba y me repetía decenas de veces: «No te preocupes, Val, sólo es un simple retraso». ~ 67 ~ —Le ha pasado a muchas chicas. —Lo sé. Lo sé —repetía nerviosa—. Pero luego me decía: ¿y si no es un retraso? ¡Por Dios, Meri! ¡Si hasta he pensado nombres! Me apretó el brazo tan fuerte cuando gritó aquello que grité con ella. Me había hecho daño. Menos mal que entramos en el metro y allí se calmó un poco. Por lo menos, no chillaba, ni hablaba tan deprisa. —Te das cuenta de que en unos meses la gente me cederá su asiento para que no vaya de pie. Es lo que les pasa a las embarazadas, ¿no? —susurró. Me di una palmada en la frente y moví la cabeza. Aquello estaba llegando a un punto que rozaba la locura. Las especulaciones e insinuaciones de Valeria respecto a lo que pasaría si su embarazo se hacía realidad duraron hasta el final del trayecto. Cuando llegamos a la estación de Goya bajamos del metro y salimos a la calle. El sol aún lucía con fuerza y hacía calor. La farmacia estaba cerca, en el número 69 de la calle, y nos dirigimos hacia ella. —Estoy como un flan —me comentó deteniéndose a pocos metros de distancia. —Vamos, Val. Sé fuerte. Lo que tenga que ser será. —¿Puedes pedirlo tú? —¿Yo? —Creo que me desmayaré si hablo. La creía. Estaba muy roja y la frente le brillaba del sudor. ¿Y si era verdad que se desmayaba cuando hablara con el farmacéutico? En el fondo, a mí tampoco me reconocerían allí. —Está bien. Lo haré yo. Me dio las gracias mil veces, me abrazó y caminamos hasta la farmacia. Cuando entramos, vimos que no éramos los únicos clientes, así que tuvimos que esperar un buen rato. Aquello se hizo eterno. Valeria me agarraba el brazo y lo apretaba con fuerza. —Perdona, ¿te estoy haciendo daño? —Un poco. Si sigues apretando así, me vas a hacer un gran moratón. Val me soltó y me pidió disculpas por no darse cuenta de sus actos. Sólo quedaban dos señoras delante de nosotras. En ese instante, sonó mi teléfono. Se trataba de Laura. Me aparté un poco de la fila y contesté, ante la mirada curiosa de mi hermanastra. —¿Sí? —¡Hola, ojos bonitos! —Hola, Laura, ¿qué tal? —¿Por qué hablas en voz baja? —Estoy... algo ocupada. —No me digas que has vuelto con Paloma. —¡No! —exclamé, lo que hizo que todo el mundo en la farmacia me mirara, incluida Valeria—. No. No he vuelto con ella. —Entonces, ¿qué es eso misterioso que estás haciendo? No quiero mentiras, ~ 68 ~ ya lo sabes. Resoplé. Me estaba arrepintiendo de haber cogido el móvil. No era un buen momento para hablar con ella. —Mi hermana ha vuelto de Manchester y estoy de compras con ella. Necesitaba despejarme un poco de todo y salir de casa. —¡Ah! ¡Qué bien! Estoy deseando conocerla. —Sí, bueno..., ya te la presentaré algún día —respondí, sin pensar muy bien lo que decía. Sólo quedaba una persona delante para que llegara nuestro turno y Valeria me apremiaba para que colgara. —¿Le has contado lo nuestro? —¿Lo nuestro? —Sí. Que tienes una chica preciosa y con mucho estilo detrás de ti a la que ya has besado dos veces y estás deseando volver a hacerlo. Le encantaba hacer ese tipo de comentarios. Sin embargo, yo no estaba en disposición en ese instante de seguirle el juego. —Laura, te llamo luego, ¿vale? —¡Oh! Eso significa que no le has hablado de mí a Gadea. —Tengo que colgarte. Lo siento. Después hablamos. —Bien, llámame cuando tú puedas. Y dale un beso a tu hermana de mi parte. —Lo haré. Adiós. Creo que le fastidió que le colgara de esa forma y que no le diera oportunidad de tontear un poco más conmigo. Pero Valeria me necesitaba. Había llegado nuestro turno. El farmacéutico resultó ser una mujer. Eso me daba más confianza. Tendría unos cuarenta años y su rostro parecía agradable. —Buenas tardes. ¿Qué queréis? —Pues... queríamos un... quería una... prueba de... embarazo —conseguí responder, con Valeria apretándome el muslo. La mujer nos miró muy seria cuando se la pedí. Pero no tardó en recuperar su tono agradable y nos trató con mucha amabilidad. —Esperad un segundo —nos dijo, y se dirigió a la parte trasera de la farmacia. A Valeria se le iba a salir el corazón del pecho. —¿No me habrá reconocido y ha ido a llamar a mi madre? —¡Qué dices! —A la cafetería viene mucha gente cada día. Igual ha estado allí alguna mañana desayunando y sabe quién soy. —Val, no digas tonterías. ¡Tranquilízate, que no pasa nada! —Claro. Tú no tienes un bebé creciendo dentro de tu barriga. —Ni tú tampoco. De momento —le recordé bajando la voz porque alguien más acababa de entrar en la farmacia—. Espera a hacerte la prueba para darlo por seguro. Valeria se calló aunque seguía muy tensa. Algo que aumentó cuando la ~ 69 ~ farmacéutica regresó. Puso sobre la mesa varias cajitas y desplegó la mayor de sus sonrisas. —Éstas son las que tengo. Y nos estuvo explicando cómo funcionaba cada una y el precio que nos costaría. Una vez que acabó su exposición, Val y yo nos miramos. Creí entender la señal que me hizo y elegí el Test Predictor. Pagué los dieciséis euros que costaba y salimos de la farmacia tras despedirnos y darle las gracias a la simpática farmacéutica. —¡Dios! Lo tenemos. —Sí. Ahora sólo falta que... —¡Calla, por favor! ¡Creo que me va a dar algo! Le entregué la bolsita con el Predictor a Valeria y regresamos a la estación de Goya. Examiné el reloj del móvil y comprobé que en menos de media hora mi hermana y Paul irían a por mí. —No tengo tiempo para ir contigo a casa, Val. —¿No? ¿Me vas a dejar ahora? —He quedado con Gadea. —No puedo hacerlo sola. —Llama a Raúl y se lo cuentas. Así estaréis los dos juntos en esto. —¿Estás loca? ¡No le diré nada hasta que no lo sepa con seguridad! No quería dejarla sola en un momento como aquél. Seguramente, no se atrevería a hacer nada sin alguien a su lado. Pero si anulaba lo del cine tendría que mentirle a mi hermana y a Paul o contarles lo que estaba pasando. Estaba harta de mentir y tampoco iba a explicarle lo del posible embarazo de mi hermanastra. Así que... —¿Eres capaz de esperar a esta noche para hacerte el test de embarazo? |
Пол оказался просто очаровашкой. Его испанский, как и говорила сестра, был таким же правильным, как и наш с ней. За обедом я смогла узнать его немного лучше. Совсем недавно ему исполнилось двадцать семь лет, и отнюдь не всегда жизнь улыбалась ему, как сейчас. Будучи мальчишкой, он остался без отца, впал в депрессию и долго болел, но благодаря силе воли и смелости, сумел справиться с болезнью. Гадеа весело смеялась, слушая, что говорит ее парень. un antes y un después – очень важное событие, в корне меняющее жизнь рой или нет. |