A las diez en punto llega a su casa. Puntual, como a él le gusta. Exceptuando la de Bruno y la de Rodrigo, nunca había ido a la casa de ningún chico que no pertenezca a su familia. Ester llama al timbre y espera a que le abran. Félix no tarda en hacerlo. Va muy guapo, con una camiseta negra y unos vaqueros azules. —Qué bien que ya estés aquí —dice, enderezándose las gafas—. Pasa, por favor. Se dan dos besos y la chica entra en el piso. Es un apartamento bastante amplio, no demasiado recargado y con mucha luz. La pareja camina por un largo pasillo iluminado por fluorescentes hasta un salón. —¿Estás solo? —Más o menos. Mi padre se ha ido a correr al Retiro y mi madre ha ido al supermercado, pero vendrán dentro de un rato. Nuestra intimidad durará poco. —No pasa nada. Tengo ganas de conocerla. —No sabes lo que dices... La sonrisa de Félix precede a la entrada en el salón, en el que ya está preparado el desayuno. —¡Pero qué es todo esto! —No sabía muy bien qué es lo que te gusta, así que he puesto un poco de todo. —¡Madre mía! La mesa del salón se ha convertido en un bufé como el que sirven en los hoteles de muchas estrellas: cereales, fruta, cruasanes, tostadas, pasteles, embutidos y hasta huevos revueltos y salchichas. —¿Prefieres café, té o Cola Cao? También puedo preparar chocolate caliente. —No, no. Un Cola Cao está bien. —Perfecto. Ahora vengo. La chica se sienta en el sofá y espera a que Félix regrese. Es admirable lo que ese chico se ha esmerado para hacerle el desayuno. Aunque es exagerado todo lo que hay encima de la mesa. No cree que se coman ni la mitad. El joven vuelve a los pocos minutos con una bandeja con dos vasos de leche caliente, cucharillas y el bote de Cola Cao. La pone sobre la mesa y se sienta al lado de ella. —Muchas gracias. No sé ni por dónde empezar. —Tienes donde elegir. Ester se prepara el Cola Cao y moja en él un cruasán. Félix coge otro y la imita. Según le explica, están tan ricos porque son recién hechos. Antes de que ella llegara, fue a la panadería que tienen enfrente de su casa a comprar media docena. Luego, cada uno se come una tostada con mantequilla. Y acaban compartiendo una manzana. —No puedo más —comenta la chica, echándose hacia atrás. —¿Y los huevos y las salchichas? La joven suelta una carcajada y se inclina sobre él. Le acaricia la cara y le da un beso en los labios. Cuando terminan de besarse, Félix la mira perplejo. —Es mi forma de agradecerte el gran desayuno que has preparado y la manera de pedirte perdón por no comerme las salchichas y los huevos revueltos. Pero si tomo algo más, reviento. —Bueno, pues ya me lo como yo. Ahora la que se queda perpleja es Ester. El chico engulle las cuatro salchichas que ha cocinado y acaba también con los huevos revueltos. Todo en menos de cinco minutos. —¿Siempre te das estos atracones? —Necesito proteínas para mantener el cerebro en forma. Además, el desayuno es la comida más importante del día. —¿Y dónde metes todo esto que comes? —¿Prefieres la respuesta corta irónica o la respuesta larga técnica? —Mejor no respondas. La pareja sigue dialogando un cuarto de hora más mientras digieren el banquete que se acaban de dar. Están muy a gusto, pero tienen que ponerse a estudiar o perderán demasiada mañana. Se levantan del sofá y se dirigen a la habitación de Félix. A Ester le sorprende lo ordenada que está. Todo perfectamente colocado, sin una mota de polvo ni una sola prenda de ropa por medio. —¿Siempre está así o has limpiado porque venía yo? —Soy un tipo ordenado. No me gusta buscar algo y no encontrarlo a la primera. Si está colocado en su sitio, pierdes menos tiempo. Sólo se trata de una cuestión práctica. —Eres muy controlador. —Lo que puedo controlar, ¿por qué no controlarlo? —Pero así, dejas poco camino a la improvisación. —Si hay que improvisar, se improvisa. Aunque me gusta tener un plan A y un plan B. Algunas veces, hasta un plan C. Y sólo tiene diecisiete años. ¿Cómo será cuando tenga una empresa, sea padre de familia o dirija un instituto? Se lo imagina. Aunque tal vez con los años se relaje un poco. Quizá entienda que en la vida no hay que hacer planes para todo. Si empiezan a salir en serio, ella se encargará de que disfrute más. De momento, sólo es su alumna y una buena amiga. Sentados en la mesa en la que suele estudiar, Félix le explica cómo representar funciones. Ester no se entera muy bien de qué va eso de las asíntotas verticales y horizontales. Preferiría salir a la calle y dar un paseo juntos. Seguir conociéndole. Pero sabe que le toca hincar los codos hasta que acaben los exámenes finales. —¿Entiendes lo de la asíntota oblicua? —¿Qué? ¿Oblicua? —Te lo acabo de explicar. —Pues no me he dado cuenta. El joven suspira y se pone de pie. Se dirige hasta donde tiene el ordenador y busca una página en Google. Cuando pincha en el link deseado y se abre lo que quería encontrar, llama a Ester. —Mira. Aquí lo explica muy clarito: «Una función racional tiene asíntotas oblicuas cuando el grado del numerador es una unidad mayor que el grado del denominador». ¿Comprendes? Ester niega con la cabeza, algo avergonzada. Nota que el chico empieza a desesperarse un poco. Sin embargo, salvada por la campana. En este caso por la madre de Félix, que acaba de llegar del supermercado y llama a voces a su hijo para que vaya. —Espera aquí un momento, voy a ayudar a mi madre a guardar la compra. Mírate esos ejemplos hasta que yo venga. No es difícil. —¿No puedo ir yo también? Quiero conocerla. —¡No! Vamos mal de tiempo. Luego te la presento. El joven no dice nada más. Sale de la habitación y cierra la puerta. Que obsesión con controlarlo todo. Si es ella la que no tiene ni idea de asíntotas. Con la ilusión que le hacía conocer a su madre. Pero le hace caso y mira los ejemplos, no vaya a ser que se enfade. Lee un par de veces lo que le ha dicho, pero sigue sin comprender nada. ¡Estúpidas asíntotas oblicuas! Tendrá que esperar a que regrese de ayudar a su madre para que se lo vuelva a explicar mejor todo. Mientras, hará tiempo revisando sus redes sociales. Entra primero en Twitter y encuentra algo que jamás hubiera querido descubrir. La cuenta que se abre en el ordenador de Félix es la de «Ángel Exterminador», el último usuario que amenazó a Bruno. Su amigo tenía razón. ¿Quién es esa chica nueva de la caperuza roja? ¡Es preciosa! Nunca había visto a nadie tan perfecto. Le encantan sus ojos verdes, su flequillo en forma de cortinilla y cómo arruga la nariz cuando sonríe. Quiere acercarse a hablar con ella pero está con el gilipollas ese de Bruno Corradini. Ese capullo le hizo trampas en el torneo de ajedrez de hace dos años y por su culpa no consiguió el primer puesto. Sigilosamente, se acerca hasta ellos y escucha su conversación, escondido tras una columna. —Hola, me llamo Ester. Encantada de conocerte. —Hola, soy... Corradini. Bruno Corradini. —¿Corradini? Eso es... —Sí, como el apellido de Chenoa. Pero no somos familia. —Ah. No iba a decir eso. No sabía que Chenoa se llamara así. Iba a preguntarte si tu padre era italiano. Es muy graciosa. Y ha dicho que se llama Ester. La quiere. Está seguro de que la quiere. No le hace falta más tiempo para saberlo. Pero es demasiado para él, un gafotas empollón antisocial. ¿Quién va a salir con alguien así? Una chica como ella seguro que no. Lo peor de todo es que se ha hecho amiga de Corradini. No lo comprende. Una chica tan perfecta no puede ir con el enano ese. Algún día se dará cuenta de que ese tío es lo peor que existe. Le odia. Casi año y medio después, Félix no ha podido olvidar a Ester. Hasta sueña con ella, aunque normalmente sus sueños terminan siendo pesadillas. La ama. La quiere demasiado. Sin embargo, nunca ha conseguido llamar su atención. Ni siquiera con sus sobresalientes. ¿Algún día se atreverá a hablar con ella? El destino quiso que un domingo de marzo se la encontrara por la calle. Está tan guapa... Camina muy deprisa y parece nerviosa. ¿Dónde irá? Decide seguirla, sin que se dé cuenta de su presencia. Llega a un edificio y llama al telefonillo. Habla con alguien pero no logra escuchar nada. ¿Por qué se pone las manos en la cara y se muerde las uñas? No puede ser. ¡El que ha abierto la puerta del edificio es Corradini! El joven se aproxima a la pareja y los vigila más cerca. Tapado por un árbol, de rodillas, puede escuchar mejor lo que dicen. —¿Estás bien? —No mucho. Es que... Hay algo que no... Llevo toda la tarde dándole vueltas a... Y es que... no debería, sé que no debería... —No me estoy enterando de nada de lo que estás diciendo. —Normal. No me entiendo ni yo. —Pues suéltalo. —Bruno, me gustas; ¿quieres ser mi novio? ¡No! ¡Novia del capullo ese, no! Félix se muerde la lengua para no gritar y se contiene para no salir de su escondite y darle una paliza allí mismo. Es lo que desea en ese momento, acabar con él. Corradini, siempre Corradini. Alguien lo puso en la Tierra para fastidiarle la existencia. Las veces que no ha sacado sobresaliente, siempre lo ha logrado él. El único torneo de ajedrez que no ha ganado de entre todos los torneos en los que ha participado en el instituto fue por su culpa. ¡Si hasta han compartido psicólogo! Y ahora esto. La chica de quien está enamorado desde hace tanto tiempo quiere salir con aquel tipo bajito y desagradable. ¡Odia a muerte a Bruno Corradini! Pero la conversación entre esos dos no ha terminado todavía. —¿Me lo estás... diciendo... en serio? —Sí. Totalmente en serio. Sé que no me he portado demasiado bien contigo... —No digas eso. —Es la verdad. Tú me has apoyado siempre. Has estado a mi lado cuando lo he necesitado. Y me he dado cuenta de que me gustas más que como amigo. Quiero que seamos una pareja. —Esto es una gran sorpresa. —Lo sé. Y perdona por atreverme a lanzarme de esta manera. Te estoy poniendo en un compromiso. Pero... tenía que decírtelo. Félix tiene ganas de vomitar. No puede creerse lo que está viendo y escuchando. En cambio, la situación empeora. El éxtasis del odio llega cuando Bruno y Ester se abrazan y terminan dándose un beso en los labios. Se acabó. No puede más. Y escapa corriendo de allí. No llora, porque nunca llora. Pero promete que eso no quedará así. La ira se apodera de él. Quiere hacerle sufrir. Llevarlo al límite. Por eso empieza a amenazarle con anónimos a través de Twitter. Algo infantil, impropio de su inteligencia y su capacidad, pero está seguro de que esos mensajes le inquietan y le ponen nervioso. Los días pasan y descubre que algo ha sucedido entre ellos. No salen juntos. Es más, ha visto a Bruno con otra chica, aunque está seguro de que sigue amando a Ester por las miradas furtivas que se dedican en el instituto. Ella sí que parece que no sale con nadie. Es su momento. Su gran oportunidad. Si se ha enamorado de aquel estúpido, ¿por qué no puede enamorarse de él? Debe intentarlo. Demostrarse a sí mismo que no sólo es inteligente, sino que también puede lograr encantar a una chica. A esa chica que tanto quiere. Eso sí, si algún día consigue algo con ella, no sólo será porque continúa amándola y la ha deseado día y noche desde hace casi dos años. Si enamora a Ester, será una perfecta venganza y un triunfo enorme sobre su gran enemigo: Bruno Corradini. |
Эстер была пунктуальна, как нравится Феликсу, и пришла к нему домой ровно в десять. За Кто эта новенькая девушка в красной шапочке? Она красавица! Он никогда не видел такой замечательной девушки. Ему нравятся ее зеленые глаза, аккуратненькая, свисающая на лоб челка, нравится, как она морщит нос, когда улыбается. Ему хочется подойти и заговорить с ней, но она с этим придурком, с Бруно Коррадини. Два года назад этот кретин подложил ему свинью, смошенничал на шахматном турнире. Это из-за него он не занял первое место.
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