Aparcan el coche en la calle de detrás de aquella en la que vive Paloma. Las dos chicas permanecen abrazadas en el asiento trasero del vehículo. Paz suspira cada vez que las ve a través del espejo retrovisor. Son encantadoras y hasta hacen buena pareja. Qué cruel es la vida en ocasiones. Te da y te quita constantemente. Y lo hace sin avisar. Aquellas dos niñas han encontrado algo que muy pocos encuentran en la vida: una persona cómplice que te entienda y te quiera de verdad. Qué más da si no llegan ni a los dieciocho. En todo caso, serían ellas las que tendrían que decidir hasta cuándo dura aquello. Esa bonita historia de amor adolescente no debería tener aquel final. Ellos, por su parte, no pueden hacer nada más. Si fuera por ella o por Ernesto, darían la vuelta ahora mismo. Sin embargo, cualquier paso en falso les supondría un grave problema. La familia de Paloma no se anda con bromas. —Chicas, hemos llegado —señala Ernesto, que no esperaba tener un día tan movido como aquél —. ¿Queréis que vayamos todos, vais vosotras dos...? —Todos —se adelanta a responder Paloma. —Muy bien. Vamos entonces. —¿Puedo despedirme a solas de ella? —le pide Meri a sus padres—. Serán sólo un par de minutos. —Por supuesto, hija. Paz y Ernesto salen del vehículo y se alejan lo suficiente para respetar su intimidad. Las muchachas se besan cuando ya nadie las mira. Luego, se quedan unos segundos echadas de lado, apoyando las cabezas la una en la otra. —¿Sabes conducir? Podríamos darnos a la fuga. —Hasta dentro de dos años no aprenderé —comenta María, frotándose los ojos. Le escuecen por las lentillas desde hace horas. —Qué pena. Yo tampoco sé. En realidad, no sé hacer nada. Me van a expulsar de Inglaterra por tonta. Ni siquiera sé el idioma. —No digas eso. Sabes hacer muchas cosas bien. Y tendrás mucho tiempo libre para aprender inglés. Paloma le acaricia la cara y después el pelo. Siempre le encantó su cabellera roja. Meri hace lo mismo. Las dos están agotadas, exhaustas del día frenético que llevan. —¿Sabes dónde me gustaría estar ahora? —¿Dónde? —En una de las salas del grito —responde, recordando sus primeras citas a solas—. Gritaría muy fuerte que me dejaran vivir en paz. Que quiero estar contigo y que no me quiero ir a ninguna parte. —Algún día volveremos. —Lo veo difícil, pelirrojita. Estaré en Londres. No creo que allí tengan salas del grito. Sólo sé que beben mucho té. Odio el té. —Intentaré ir a visitarte. —Mis padres no dejarán que nos veamos más. Aquello suena a despedida final. A partir de ahora va a ser imposible mantener cualquier tipo de contacto. Estará muy vigilada en Inglaterra, de eso está completamente segura. Espera que por lo menos le permitan utilizar Internet para comunicarse con ella de vez en cuando. —No quiero que esto se acabe. —Ni yo, Meri. Pero tú tienes que seguir tu vida —señala la chica, limpiándose una lágrima—. Yo nunca me voy a olvidar de ti. Siempre te voy a querer. De nuevo esa frase. Ella también la va a querer siempre. Aunque empieza a asumir que las cosas a partir de ahora ya no serán igual. Es imposible que sean lo mismo porque estarán muy lejos. Separadas. Le cuesta hasta respirar cuando lo imagina. Se vuelven a besar y se abrazan una última vez. María abre la puerta y salen del coche. Dan pasitos cortos, una junto a la otra. Comprendiendo ambas que aquella historia se está acabando. —¿Estáis bien? —pregunta Paz en cuanto las ve. Ninguna contesta. Se limitan a sonreír levemente y a continuar andando hacia el edificio donde vive Paloma. Es una casa enorme, situada en una de las zonas nobles de la capital. Cuando llegan a la entrada, las dos chicas se dan la mano. Es la más pequeña la que hace sonar el timbre. Mira a su novia y la besa apasionadamente. En ese instante se abre la puerta. Tanto Nieves como Basilio presencian la escena. Sus caras traducen la repulsión que sienten en ese momento. —¡Qué descaradas sois! —grita enfadada la mujer, que ni saluda a los padres de María—. Pero ya nos encargaremos nosotros de que eso cambie. ¡Vamos! Agarra de la mano a su hija y, prácticamente sin contemplaciones, la arrastra hacia el interior de la casa. Paloma no deja de mirar ni un segundo a Meri hasta que desaparece de su visión. Ambas lloran y sienten como les tiembla todo el cuerpo. —Muchas gracias por traer a mi hija de vuelta a casa —indica Basilio, que ya se ha permitido el lujo de quitarse la corbata y la chaqueta. —Esto debería tener otra solución —comenta Paz—. ¿No podemos sentarnos y hablarlo? —No hay nada de lo que hablar, señora. —Sí que lo hay. Nuestras hijas... —Nuestras hijas son diferentes —apunta el hombre, en un tono calmado—. Ustedes eduquen como quieran a la suya, que nosotros intentamos hacer lo mejor para la nuestra. Ya ha conseguido lo que quería, Basilio Vidal no tiene intención de alterarse más por hoy. Se echa el pelo hacia atrás y sonríe mientras habla. —Paloma y Meri quieren estar juntas, ¿qué problema hay en que se gusten? —No es natural. —Créame. No he visto una relación más natural en mi vida —insiste Paz enfadada. —Piensen y hagan lo que quieran. Pero lejos de mi hija. —Cómo puede ser tan inhumano. Tan... —Señores, no tengo nada más que hablar con ustedes. Buenas noches y gracias de nuevo. —Y cierra la puerta de la casa. María y sus padres se quedan unos segundos delante de la fachada de aquella preciosa vivienda. Están descolocados por la poca empatía de aquel hombre. Los tres se dan la vuelta y regresan en silencio al coche. —Ni siquiera creo que le dejen volver a tener móvil —murmura Meri, abrochándose el cinturón. —Esperemos que algún día se den cuenta del error que están cometiendo con esa niña. —Son así, no van a cambiar, mamá. —Lo siento mucho, hija. No sabes cuánto siento que tengas que vivir una experiencia como ésta. Ernesto estira el brazo hacia la parte de atrás para que María le coja la mano. Ésta lo hace y apoya la cabeza contra el asiento delantero. Se siente sin fuerzas para nada. Tiene mucho sueño. Cierra los ojos derruida y cuando está a punto de dormirse, suena su teléfono. Es de un número que no tiene grabado en la memoria del smartphone. Descuelga y escucha su voz. —¡Pelirrojita! ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Nunca lo olvides! ¡Esté donde esté, siempre te querré! Los gritos de Paloma se confunden al final con los de su madre, que le pide que suelte el teléfono de su padre. Parece que están forcejeando por el móvil. —¡Yo también te quiero! —exclama Meri, segundos antes de que se corte la llamada—. ¡Y siempre lo haré! |
Они паркуют машину на улице, что находится за той, где живет Палома. Девушки, крепко обнявшись, сидят на заднем сиденье. Каждый раз, взглянув на них в зеркало заднего вида, Пас тяжело вздыхает. Они – чудесная пара и любят друг друга, а жизнь, порой, бывает так жестока. Она постоянно дает тебе что-то и отнимает без всякого предупреждения. Эти девочки нашли в своей жизни то, что мало кто находит – человека, который полностью тебя понимает и по-настоящему любит. Какая, к черту, разница, что им еще нет восемнадцати. В любом случае, это они должны были решать, как долго они будут вместе. Их прекрасная история юношеской любви не должна была иметь такой финал.
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