Próxima estación: Barajas. Sólo queda una parada más para que el metro llegue al final del recorrido. Durante el trayecto, Meri se ha preguntado cientos de veces qué hará cuando esté en la T4. Encontrar a Paloma será casi imposible, si es que continúa en el aeropuerto. Porque lo más probable es que ya esté en Londres. Han pasado muchas horas desde que le dieron el alta en el hospital. Tiempo suficiente para hacer las maletas, sacar los billetes y coger el vuelo rumbo a Inglaterra. En cambio, no se piensa rendir ahora. No es el momento para hacerlo. Buscará toda la tarde hasta que esté segura de que localizar a su chica es misión imposible. En Internet ha visto que hay siete vuelos a Londres en los que se podía haber ido ya y otros siete que aún no han salido. Varios de los que todavía no han despegado están a punto de hacerlo y ya no le daría tiempo a llegar. Así que únicamente tendría posibilidades de encontrar a Paloma si su avión fuera el de las 19.00 o el de las 20.10 con llegada al aeropuerto de Heathrow, o el de las 21.00 que aterriza en Gatwick. Tres cartuchos, sólo tres para conservar la esperanza. Por fin, llega a la última parada. Se detiene en el andén de la T4 y los últimos pasajeros bajan cargados de maletas, a toda velocidad. María sale y camina lo más deprisa que puede. Se siente fatigada y no tiene ni idea de por dónde debe buscar. Se detiene y echa un vistazo a su alrededor. Hay gente por todas partes, de todas las nacionalidades, de todas las razas, de todos los tamaños y formas. Hombres, mujeres y niños. Abuelos y abuelas con nietos. Solteras, solteros y alguna pareja de recién casados. Un enjambre de personas esperando volar a alguna parte del mundo a cientos de kilómetros de distancia. Si antes creía que su misión era difícil, ahora está convencida de que será imposible. Pero allí parada no conseguirá nada. Debe ponerse en marcha. Camina hacia un panel donde se anuncian las salidas y las llegadas y busca el próximo vuelo a Londres. Es de British Airways y sale a las 19.00. Y ahora, ¿por dónde tiene que ir? No sabe cómo averiguar dónde se hace el check in de ese vuelo, así que decide preguntar a unas azafatas que vienen caminando de frente hacia ella. Éstas no tienen ni idea y le indican que consulte en una ventanilla de información. La chica les da las gracias y se dispone a buscar un mostrador de atención al cliente. La cabeza le va a explotar. Mientras anda, examina detenidamente a todas las jóvenes de uno sesenta, rubias y delgaditas con las que se va cruzando. Acertar una quiniela sería más sencillo. Se está volviendo loca y cree que en cualquier momento se desmayará en plena T4. Por fin, encuentra un stand de información, pero la fila es interminable. Resopla desesperada. Si se pone en la cola, perderá mucho tiempo y sus escasas opciones de localizar a Paloma se esfumarán por completo. Así que decide preguntar a todo el que se va encontrando hasta que un señor mayor le indica dónde están los mostradores de British Airways. No era tan complicado, pero sus capacidades están bajo mínimos después de todos los sobresaltos del día. Meri acelera el paso hacia los mostradores de facturación que van del 900 al 905. Es la primera vez en muchos minutos que recupera algo de esperanza. Pero ésta desaparece tan rápido como había llegado. Ni Paloma ni su madre están en aquel lugar de la terminal. Se lamenta de su infortunio y desgastada, física y mentalmente, decide aguardar allí. Se sienta en el suelo apoyándose en un cartel de publicidad y espera, fijándose bien en todas las personas que pasan por delante de ella. A lo mejor aparece de un momento a otro. Sin embargo, transcurren los minutos y sus posibilidades se reducen. Nunca se había sentido tan vacía como en ese instante. Está rendida. Los ojos le escuecen muchísimo por culpa de las lentillas, pero sabe que si se las quita no verá nada. Las rodillas también le duelen de correr y el sueño lucha por vencerla. Para combatirlo, recurre a los recuerdos de aquellos maravillosos dos meses y medio con Paloma. Cómo la extraña. ¿Qué va a hacer sin ella? Saca una vez más el móvil y la llama. Desconectado. Quiere gritar de la impotencia, de la rabia. No entiende por qué se ha llegado a aquella situación tan absurda. Sólo se trata de amor. Simplemente es una cuestión de amor. Cuarenta y cinco minutos sentada esperando. Ni rastro. No puede más. Se levanta del suelo para estirar las piernas, que se le estaban quedando dormidas. Respira hondo y mira el reloj del móvil. Se ha hecho muy tarde. Entonces suena su teléfono. No tiene registrado ese número. Descuelga y responde: —¿Sí? —¡Tú! ¿Dónde está mi hija? ¡Sé que está contigo! —exclama una voz femenina, fuera de sí—. ¿Quieres que te denuncie? Los gritos de Nieves sacuden los tímpanos de Meri, que no entiende de qué le está hablando. —Disculpe, señora. ¿Qué es lo que me está diciendo? —No te hagas la tonta. ¿Dónde la tienes? ¿Eso significa que Paloma no está con ella? María se tapa el oído izquierdo para escuchar mejor lo que la mujer dice. Quiere estar segura de lo que cree que ha sucedido. —No está conmigo. —¡Mentira! —Se lo juro, señora. Yo creía que ya se había ido a Londres. —Ésa era la idea, hasta... que se ha escapado... corriendo —indica la mujer. Le cuesta expresarse debido a la tensión. —No está conmigo. Y no tengo ni idea de dónde puede haber ido —señala María, a la que aquella noticia le ha supuesto una enorme bocanada de felicidad—. ¿La ha llamado al móvil? —Su móvil lo tengo yo. De la felicidad por saber que su chica no se ha marchado todavía a Londres, Meri pasa a la preocupación. ¿Dónde habrá ido? No dispone de teléfono. Seguramente no tenga dinero y no pueda regresar al centro de la ciudad, ni llamarla desde una cabina. —¿Hace cuánto que no la ve? —Una hora más o menos. Puede estar en cualquier parte. Lo que daría ahora mismo por saber dónde. Se habrá escondido de sus padres. ¿Y si ha ido a su casa? Es una posibilidad. Ahora llamará a sus padres para contarles lo que ha pasado. —¿De verdad que no está contigo? ¿No me estarás mintiendo? Es mi hija, menor de edad. Y si está en tu casa, podemos acusaros de secuestro. —Señora, soy la primera a la que le encantaría saber dónde está Paloma. —Todo esto es por tu culpa. —No soy yo la que se la ha querido llevar a rastras a Londres. —Tienes un problema. Y no voy a permitir que sigas pervirtiendo a mi hija con tus ideas. La mujer le va repitiendo lo mismo que hace unas horas le soltó su marido. Pero a María ahora la afecta menos. Sabe que tiene una última oportunidad para volver a ver a su novia. Sólo debe encontrarla antes de que lo hagan sus padres. Sin esperar más tiempo, cuelga a Nieves y llama a su madre. Le cuenta todo lo que ha sucedido y le advierte por si Paloma decide ir a su casa. Paz no está muy de acuerdo con el comportamiento de su hija, pero se alegra de que por lo menos esté bien. ¿Dónde habrá ido? Sin dinero es difícil que haya salido del aeropuerto. A no ser que se lo haya pedido a alguien o lo haya robado. Ella es capaz de las dos cosas. Aunque también podría estar escondida en alguna parte de la terminal. Si es así, otra vez le toca buscar la aguja en el pajar. Pero lo hace con más energía. Con mayor ilusión. Ahora está segura de que volverá a verla. Tiene la convicción absoluta de que así será. Luego, ya verán lo que hacen, porque la situación sigue siendo crítica. Al menos podrá abrazarla y besarla una última vez. Y la busca por cada uno de los rincones del aeropuerto con esa premisa. La de su encuentro, la de gritarle que la quiere y susurrarle al oído cuánto la ama. Que no se preocupe por nada, que esté donde esté, siempre la tendrá en su corazón. Y si hace falta, la esperará e irá a Inglaterra a verla. Y tomarán el té juntas. Y visitarán el Museo Británico o se harán una foto fingiendo que sujetan el Big Ben. Tantas y tantas cosas que pueden hacer... El límite estará donde ellas lo pongan. A pesar de sus padres, a pesar de lo que piensen los demás. Mientras se quieran, nada podrá detenerlas. Suena el teléfono. —¿Dónde estás? —Es su padre. —Sigo aquí. En el aeropuerto. —¿En qué zona? Hemos venido a por ti. —¿Habéis venido? —Sí. Estamos aquí. —Pero, papá..., no hacía falta. Siento haberos molestado tanto pero... —María, luego hablamos más tranquilos. Ahora dime en qué parte exacta del aeropuerto te encuentras, por favor. —Estoy en la T4. A la altura de los mostradores de American Airlines. —Muy bien. No te muevas de ahí. Ahora nos vemos —le ordena Ernesto, justo antes de finalizar la llamada. A la chica no le da tiempo ni de responder. Debe hacerle caso, aunque siga queriendo buscar a Paloma. Ellos lo están pasando muy mal también por todo lo que ha sucedido y por lo menos tiene que contentarlos esperándolos allí. Aquel día será imposible de olvidar para toda la familia. María se detiene delante del mostrador 835. Estira para que los gemelos no se le suban. Siente las piernas cargadísimas. No deja ni un instante de mirar para todas partes. A lo mejor la casualidad quiere que su chica pase por allí en ese momento. Y casi le da un vuelco el corazón cuando a lo lejos aparece la figura de una jovencita que tiene un físico similar al de Paloma. Conforme se va acercando, más se le va pareciendo. ¿Paloma? —¡Pelirrojita! ¡Soy yo! —grita la chica, cuando está a pocos metros, y sale corriendo hasta ella. Meri cree que aquello es un sueño. ¡Es ella de verdad! Llora como nunca antes lo ha hecho al sentirla de nuevo entre sus brazos. Besa su boca y escucha su corazón latir muy cerca del suyo, disparados a la misma velocidad. Jamás se había alegrado tanto de algo. Verla allí, tenerla, es la mayor felicidad de su vida. Pero Paloma no va sola. Detrás, dos personas caminan hacia ellas, preocupadas pero sonrientes. —Bueno, salgamos de este laberinto, que estaréis agotadas y tenemos mucho de lo que hablar — comenta Ernesto, suspirando. Paz asiente con la cabeza y abraza a María, que mantiene la sonrisa más significativa que le haya visto nunca. Contemplándolas tan contentas a las dos, no comprende cómo alguien puede querer separarlas. A ella también le sorprendió cuando se enteró de que su hija era lesbiana. Pero lo importante no es si le gustan los chicos o las chicas. Lo importante es que sea feliz y pueda expresarlo como quiera. |
Следующая станция: Барахас. Остается еще одна остановка, и метро привезет ее к концу забега. Всю дорогу Мери сто раз спрашивала себя, что ей делать, когда она окажется у терминала Т4. Отыскать там Палому будет практически невозможно, даже если она все еще в аэропорту. Но, вероятней всего, в это время она будет уже в Лондоне. dar un vuelco el corazón – ощутить внезапный испуг от неожиданности
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