Llega a la casa donde vive Paloma con la lengua fuera. No ha respondido a ninguna de las llamadas que le han hecho sus padres. Sabe lo que van a decirle y no está ni para consejos ni para advertencias. Lo único que pretende es verla, comprobar que está bien y tratar de suavizar la situación. Meri está segura de que eso es todo lo que aspira a conseguir. De momento. Toma aire y respira hondo. No tiene un plan sobre lo que va a contarles, sólo desea ver a su chica. Muy nerviosa y agitada, llama al timbre, pero nadie responde. Insiste. Sin embargo, el resultado es el mismo. ¿No están en casa? Prueba una tercera vez. Y en esta ocasión sí escucha pasos al otro lado de la puerta. No son los pasos de su novia, de eso no hay duda. Lo único que le apetece en ese instante es salir corriendo. En cambio, aguanta inamovible frente a la puerta. Ésta se abre y delante se encuentra con el padre de Paloma, al que solamente conocía por fotos. Él también la reconoce a ella. —Buenas tardes, señor —dice María temblorosa. Aquel hombre le impone muchísimo. Lleva un traje negro y corbata, va peinado con gomina y la raya a la derecha; su mirada es la menos amistosa que ha visto en su vida. Si antes tenía ganas de huir, ahora esas ganas se han multiplicado por mil. Pero Meri permanece allí, quieta. Valiente. No se va a ir de allí hasta que hable con ella. —No sé cómo tienes la osadía de venir a mi casa —comenta Basilio Vidal, con tono amenazador —. Es irritante qué poca decencia. —Verá, señor. Yo sólo quiero... —¿Es que no has hecho ya bastante daño a esta familia? —la interrumpe—. Por tu culpa, nuestra hija cree algo que no es. —Con todos los respetos, señor Vidal, su hija sabe perfectamente lo que es y lo que siente. —No me repliques. Haz el favor de irte. —No me voy a ir. Quiero mucho a su hija, necesito verla. ¿No lo comprende? —¡Cállate y márchate de aquí! —Déjeme ver a Paloma, por favor. —Eso no va a ser posible. No vas a verla más en tu vida. No eres una buena influencia para ella. —Por favor, necesito verla. —Tú lo que necesitas es un psicólogo especializado en lo tuyo. Es increíble que aquel hombre piense de esa forma. Un abogado con tanto prestigio, que se dedica a defender a otras personas y que cree que la homosexualidad es una enfermedad mental. Le dan ganas de contestarle que el que necesita un psicólogo es él, pero perdería cualquier opción de ver a su chica. —Solamente quiero verla un momento. Sólo será un minuto, por favor. —Ya te he dicho que eso no es posible. —Déjeme entrar y decirle que todo está bien. Nada más. Se lo prometo. Me iré en cuanto la vea. —Paloma no está aquí. Y no estará en un tiempo. Aquella afirmación termina de hundir a Meri, que arruga la frente y baja los brazos abatida. —¿No está? —No. Se ha ido con su madre. —¿Adónde? —A Londres. Hemos decidido que se vaya allí un tiempo a vivir con sus tíos y sus primos. Aquí va a ser imposible que se olvide de todo lo que ha pasado. Como si le hubieran disparado en el centro del corazón. La chica tiene la sensación de que todo ha terminado. ¡A Londres! Demasiado lejos para todo lo que planearon juntas. Nunca más volverá a verla.— No lo entiendo. —No tienes que entender nada —le dice Basilio, que por primera vez durante la conversación parece relajarse—. Ella no es como tú. Si siente esas cosas que dice, es porque tú se las has metido en la cabeza. —Eso no es así, señor. —Claro que lo es. —Si a su hija le gustan las chicas, es porque lo siente. Conmigo o sin mí, eso no va a cambiar. —Ya lo veremos. —Si no soy yo, serán otras chicas. Españolas, inglesas o de donde sean. Pero ser homosexual no es algo que se elija, es algo que va con la persona. Y no desaparece sin más. A Paloma siempre le gustarán las chicas. Las palabras de María vuelven a molestar al hombre, a quien no le gusta nada que le lleven la contraria. Sin embargo, tiene la situación bajo control. Con su hija lejos de aquella muchacha pelirroja, todo volverá a ser como antes. —¿Algo más? —No, señor. —Muy bien. Pues espero que encuentres la solución a tu problema. Y deja tranquila a mi hija de una vez por todas o nos veremos en los tribunales. —Cometen ustedes un gran error. Ya se darán cuenta. —El error fue ser tan permisivos. Si hubiéramos sido menos condescendientes con ella, no habríamos llegado a estos límites. Meri siente de verdad la situación por la que está pasando Paloma. Ya no sólo porque las separen, sino por lo que le espera en el futuro. No está segura de que lo soporte. Ella es un acordeón de sensaciones y se viene arriba y abajo con mucha facilidad. En esos dos meses lo ha podido comprobar. Por lo general, la mayor parte del tiempo suele estar muy feliz, eufórica. A veces, descontroladamente alegre. Pero cuando está mal todo la afecta mucho. Cae en depresión y no es sencillo animarla. Imagina que ahora está viviendo uno de esos momentos tan difíciles. Si al menos pudiera hablar con ella para tranquilizarla... —¿El avión ha salido ya? —Eso a ti no te importa. —Por favor, señor Vidal. Quiero despedirme de ella antes de que se vaya. —Lo siento. No tengo más que hablar contigo. Adiós. Y sin darle más tiempo para que le siga rogando que le diga cuándo sale el vuelo a Londres, cierra la puerta sin más contemplaciones. ¿Punto y final? La joven se queda unos segundos paralizada delante de la casa. Tiene la tentación de volver a tocar el timbre; insistirle a aquel hombre para que le revele si el avión que lleva a Paloma a Londres ha salido ya. Pero sabe que no va a obtener una respuesta de Basilio Vidal. Él no la ayudará. Saca el móvil e intenta una llamada desesperada. El móvil de su chica continúa desconectado. Suspira triste y emprende el regreso a casa. ¿Qué puede hacer? Se resiste a perderla para siempre. Pero cabe la posibilidad de que esté ya volando o incluso que se encuentre en Londres. Sostiene todavía el móvil en la mano cuando suena. Es el número de su madre. No quiere seguir preocupándolos y esta vez sí contesta. —Hola, mamá. —¡Hija! ¡Por fin! ¿Dónde estás? —Voy camino de casa. He estado hablando con el padre de Paloma. —¿Has ido a su casa? —pregunta Paz alarmada. —Sí. Pero no he podido verla. Se la han llevado a Londres. Lo dice y sigue sin creerlo. En Londres... ¿Por qué las cosas son tan difíciles? Si lo único que buscaban era ser felices la una con la otra. No molestaban a nadie. ¿Por qué dos chicas no se pueden querer sólo por no ser de sexos diferentes? —Lo siento mucho. ¿Cuándo se ha ido? —No tengo ni idea. Su padre no me lo ha querido decir. Ni siquiera sé si su avión ha salido ya o está en el aeropuerto. Piensa un segundo en lo que acaba de decirle a su madre: ni siquiera sabe si su avión ha salido ya... ¿Y si está todavía en el aeropuerto? Sólo es una remota posibilidad. Encontrarla allí sería como buscar una aguja en un pajar. Además, aunque el vuelo no haya despegado, si ha pasado el control de pasajeros, ya no podrá verla. Sus opciones de encontrarla son mínimas. Pero existen. Esa improbable y complicadísima opción existe. —¿Vienes para casa entonces? —Mamá, me voy al aeropuerto. —¿Qué? María, por favor, ¿qué dices? —Tengo que despedirme de ella. No sé si la encontraré allí, pero debo intentarlo. No pierdo nada. —Hija, olvídate de esa chica. Vuelve a casa y hablamos con tranquilidad. Pero Meri ya ha tomado una decisión y no piensa renunciar a la única posibilidad que le queda de ver a su chica. Se despide de su madre y busca la estación de metro más cercana. Por un instante, se ilusiona. Piensa que no todo está perdido, que Paloma no ha partido ya hacia Londres y la encontrará en el aeropuerto. Pero esos segundos de esperanza se convierten en tristeza cuando asume la verdadera realidad. Su relación no puede ser y aunque se vuelvan a ver, ella estará muy lejos cuando acabe el día. |
Девушка подбегает к дому, где живет Палома, с высунутым от быстрого бега языком. Мери не ответила ни на один звонок своих родителей. Она знает, что те ей скажут, а ей не нужны ни советы, ни предостережения. Единственное, что она хочет, это увидеться с Паломой, убедиться, что у нее все хорошо, и постараться как-то сгладить ситуацию. Мери уверена, что это всё, к чему она стремится. Во всяком случае, пока.
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