—No entiendo para qué quieres estar veinte minutos antes de hora en el instituto. —Ya te lo he explicado antes, mamá. Tengo que ir a la biblioteca y sacar varios libros para los exámenes de la semana que viene. —¿Y no puedes sacarlos después de las clases? —No. Porque luego te impacientas y me echas la bronca por retrasarme —le dice Elísabet a su madre, que conduce malhumorada por el madrugón—. Si me hubieras dejado venirme sola como hacías antes, te podías haber quedado en la cama un rato más. —Estas semanas que quedan de curso prefiero que vengas en coche. Aunque a partir del lunes te traerá tu padre. —Qué pesados sois. No me va a pasar nada. La chica resopla y mueve la cabeza enfadada. Aunque no quiere tener otra discusión con su madre como la de ayer. Por la noche, más o menos, arreglaron las cosas, a pesar de que Susana sigue muy pendiente de todo lo que hace. No es que no tenga confianza en ella, simplemente sabe que no está recuperada. Y le da mucho miedo que pueda recaer y sufrir una crisis de las de antes. —Tienes que entender que es normal que nos preocupemos por ti. —Lo entiendo, mamá. No hablemos más del tema, por favor. No quiere oír otra vez el mismo sermón de siempre. Ya vale de escuchar que sólo pretenden cuidar de ella y que hacen lo que pueden para que esté lo mejor posible. Si ellos supieran que vuelve a ver a Alicia, ni siquiera la dejarían salir de casa. Pero esta vez, controlará sus emociones. No permitirá que aquella chica, que todo el mundo dice que no existe, la vuelva a meter en un lugar para locos. Ella es su verdadera enemiga. Ella y esos dos estúpidos de Valeria y Raúl, que ayer le dejaron claras sus intenciones. De todas maneras, hoy volverá a tratar de acercarse a su antigua amiga. —Hemos llegado —dice Susana, bostezando—. A la una y media paso a por ti. —Sí, mamá. Hasta luego. La chica le da un beso en la mejilla y se baja del coche. El aspecto del instituto por fuera a esa hora de la mañana es tenebroso. Solitario, casi vacío. Hasta se escuchan los graznidos de algún pájaro mañanero en el silencio que envuelve al edificio. Elísabet se asegura de que su madre se encuentra lejos y que ya no la puede ver. La chica no entra en el centro, sino que camina deprisa hacia la parte de atrás, rodeando la verja. ¿Habrá llegado ya? Sí, allí está él. Vestido con unos vaqueros negros y una camiseta roja. Se ha puesto una gorra del mismo color que la parte de arriba y unas botas oscuras. Qué guapo es. Cuando la ve, la recibe con una sonrisa. —Siempre llegas a los sitios antes que yo. —El exceso de puntualidad es uno de mis defectos. —Tú no tienes defectos, Ángel. —Alguno que otro hay por ahí. —Pues yo aún no he descubierto ninguno. Aquel joven es lo más parecido a la perfección que existe. Se quedó prendada de él desde la primera vez en que coincidieron, hace quince días. Ella estaba sentada en el salón de su casa leyendo un libro de Anabel Botella, cuando apareció de repente. —Perdona, ¿el baño? Llevaba un peto azul y tenía el pelo enmarañado. Sus ojos claros la embrujaron de inmediato. —¿Quién eres tú? —Soy Ángel. —¿Y qué haces en mi casa y para qué quieres ir al baño? El chico le enseña las manos. Están llenas de pintura blanca. Elísabet deja la novela a un lado y se levanta del sofá. ¿Por qué hay un tío tan bueno en su casa con las manos manchadas de pintura? —Está ahí —le responde, señalándole la puerta del final del pasillo de la planta baja. —Gracias. —Oye, existes, ¿verdad? —¿Cómo dices? —Eres real, no eres fruto de mi imaginación, ¿no? —Es la manera de ligar más extraña que han utilizado conmigo. —No estoy ligando contigo. —Pues lo parece. Y tras esas palabras, una sonrisa. El joven se da la vuelta y camina hasta el cuarto de baño. Cuando se ha lavado las manos regresa hasta donde está Elísabet. —Tengo que seguir ayudando a mi padre a pintar la fachada de tu casa. Luego te veo. Y así fue, se volvieron a ver. Conversaron. Se cayeron bien. Rieron. Se contaron cosas. Y así durante unos días en los que Ángel y su padre también pintaron las habitaciones y la cocina. —¿Quieres que vayamos a algún sitio? —No puedo. Las clases empiezan dentro de quince minutos. No puedo faltar o no podré examinarme de los finales la semana que viene. —¿Has vuelto a verla? —¿A Alicia? No. Desde ayer, antes de encontrarme contigo, no la he vuelto a ver. —Si la ves, pasa de ella. —Lo haré. Aquel chico la comprende. Por fin alguien que no se toma su problema como una catástrofe mundial. Ángel la escucha y no se alarma por que esté enferma. No quiere sobreprotegerla. Sólo que esté bien. Contenta. Por eso le gusta tanto. No es sólo un físico y una cara bonita. Es mucho más. Cuánto se alegra de haberle contado su historia. —¿En serio que ves a una chica que no existe? —Sí. Aunque hace semanas que no aparece —le confiesa—. Pero Alicia parece tan real... como tú y como yo. Te lo juro. Los dos están sentados en la cocina que Ángel y su padre acaban de pintar. Toman un chocolate caliente que ella misma ha preparado. Es el último día que trabajará en su casa. Lo echará mucho de menos.— ¿Y cómo sabes que no existe? —Porque todo el mundo me lo dice. —No te creas nada de lo que el mundo te dice. —En esto no me queda más remedio. Creo que tienen razón —admite resignada—. Oye, ¿cuándo te volveré a ver? —Cuando tú quieras. —No me dejan salir sola a la calle. —Pues ya hablaremos el día que vuelva aquí. —No queda nada por pintar en toda la casa. —También arreglamos antenas y tuberías, limpiamos chimeneas... Misteriosamente, la antena de televisión se estropeó a los tres días. Los padres de Eli volvieron a llamar al hombre que les había pintado la casa, convencidos por su hija. Éste, como ella esperaba, no venía solo. Con él traía a su hijo, con el que pudo volver a conversar. —Esta semana vuelvo a clase. —Qué bien. Me alegro. —He convencido a mis padres. Aunque no imaginas lo que me ha costado. —¿Y los médicos lo aprueban? —No. Creen que debo esperar un tiempo para volver. Pero necesito regresar al instituto. Y de esa manera, puede que consiga también que me dejen salir sola de casa y nos podamos ver más a menudo. —Me parece bien. Así no tendrás que estropear más veces la antena de televisión de tu casa. —¿Te has dado cuenta? —Me dedico a esto. —Jo. Es que me gusta hablar contigo. ¿Quieres que quedemos el jueves por la tarde? —Sí. Me gustaría. Ese día trabajo en la calle Carretas. Podemos quedar allí cuando termine e ir a dar una vuelta luego. —¡Genial! La cita de ayer en la calle Carretas fue prácticamente perfecta, aunque llegó tarde a casa y le cayó una bronca de su madre. Tan sólo faltó algo para redondearla: un beso. Pero esta vez no va a dejar pasar la ocasión. Eli se aproxima a Ángel. Rodea su cuello con las manos, apoyándose en su espalda, y se alza sobre sus zapatos. Lo que viene a continuación es lo que lleva esperando dos semanas. Cierra los ojos y encuentra sus labios. —Tengo que irme —le dice unos minutos después, tras volver a saborear su boca—. ¿Cuándo te volveré a ver? |
- Я не понимаю, зачем тебе приспичило быть в школе на двадцать минут раньше. В тот день она сидела дома, в гостиной, и читала книжку Анабель Ботельи, когда вдруг словно из-под земли появился он. - Хочешь, сходим куда-нибудь? - Ты, правда, видишь несуществующую девушку? Вчерашнее свидание на улице Карретас было превосходным, чуть ли не идеальным, хотя она sobreproteger – чрезмерно опекать, заботиться
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