Valencia está preciosa esa noche de mayo, cubierta de estrellas que rodean a una luna brillante y resplandeciente. Da un paseo por la vereda del río Turia, junto al viejo caudal seco, antes de regresar a su habitación. Durante ese tiempo, Raúl se ha acordado mucho de Wendy. Esa chica necesita alguien que le dé cariño y apoyo. Quizá, mientras cenaban, la ha presionado demasiado. Lo mejor hubiera sido escucharla y no opinar ni dar consejos. Simplemente, oírla hablar de sus historias. Acaban de conocerse y, tal vez, se ha metido demasiado en su vida. Pero es que se sentía tan reflejado en ella. También él lo pasó mal porque creía que nadie le entendía. Nada le salía bien y se encerró en sí mismo, lamentándose de su mala suerte. Una voz que le hubiera animado y le hubiera dicho que la vida es una sucesión de rachas positivas y negativas le habría venido bien. Y es que ha aprendido que siempre hay que afrontar cada etapa con decisión, ganas y mucha fuerza para seguir adelante. Antes de entrar en el hotel, compra un yogur cubierto de trozos de mango y dulce de leche en Llaollao y se lo come sentado en un banquito de la Gran Vía del Marqués del Turia. Saca el móvil de la sudadera y examina las redes sociales y el WhatsApp. No hay nada nuevo de Valeria. Ella también fue una chica incomprendida como Wendy. Seguro que si se conocieran, se caerían genial, como sucedió con Alba. Las tres son jóvenes muy especiales, cada una con su forma de ser propia. Al pensar en su novia, siente un fuerte sentimiento de melancolía. Le encantaría cobijarla entre sus brazos en esa preciosa noche estrellada. ¿Qué estará haciendo en ese momento? Encerrada en su habitación, escucha hablar a Ernesto y a Meri. Parece que su amiga se ha molestado por alguna cuestión, pero sobre lo que discutan no es problema suyo. Coge su reproductor de música y sube al máximo el volumen. Su madre siempre le dice que algún día se quedará sorda. Le encanta aquel tema de María Villalón, La ciudad de las bicicletas, que suena altísimo en sus auriculares. Lo canta en voz baja, susurrando cada palabra. Recuerdo que era perfecto nuestro alrededor... Cuando terminen los exámenes le propondrá a Raúl ir en bici al Retiro. Nunca pierde en las carreras que hacen, porque siempre le deja ganar. Sonríe al pensarlo, abraza una ardilla de peluche que él le regaló y lamenta no poder estar junto a su novio en ese instante. Mañana ganará el concurso de cortos, está convencida. Ojalá tuviera tan claras otras cosas. «Simplemente, mi lado de la balanza superaría el lado en el que está Raúl.» ¿Sería tan raro enamorarse de otra persona, aunque quieras ya a una? Estúpido César. Cómo le odia. Tanto como no poder olvidarse de todo lo que hoy ha pasado. Demasiadas dudas en su interior, que no deberían existir. Una balanza... Recuerda que tenía una de juguete que le regalaron cuando era una niña. Disfrutaba mucho con ella imaginando que era frutera o dependienta de un supermercado. ¿Dónde estará? Abre el armario y alza la mirada. En la parte de arriba, en unas baldas inalcanzables, están guardados trastos de hace mil años. Quizá la encuentre ahí. Acerca una silla hasta allí y sube en ella. De puntillas, entre puzles, juegos de mesa y libros infantiles, la encuentra. Con cuidado de no caerse, la alcanza y baja muy despacio. Ya sentada en la cama revisa uno de los tesoros de su infancia. Además de la balanza, hay una red llena de tomates, pimientos, naranjas, manzanas y plátanos de plástico, de pequeñas dimensiones. No comprende cómo podía divertirse con aquello cuando era una niña. Pero lo cierto es que el recuerdo que tiene es el de pasar horas y horas jugando con todo aquello. Ahora lo usará de otra manera. —Derecha, Raúl; izquierda, César —murmura para sí. Raúl es guapísimo, César también. Empate: un pimiento en cada uno de los platitos de la balanza. Raúl es un cielo y la quiere. No está segura de lo que siente César, a pesar de lo que él vaya diciendo. No tiene claro si está enamorado de ella de verdad. Así que pone un tomate en el lado de su novio. Los dos son creativos, ingeniosos e imaginativos, cada uno en su parcela. Un plátano de plástico en cada uno de los platos. Hay algo en lo que César supera a Raúl: en su descaro. Y eso, debe reconocerlo, la atrae. Nadie le hace hervir la sangre tanto como él. Una naranja, aunque le fastidie ponerla en el lado izquierdo, para el chico del metro. Empate a tres. Resopla con las manos sobre la cabeza. ¿Y si hace trampas? Entra en el hotel, saluda al recepcionista y se dirige al ascensor. Raúl todavía tiene en la boca el regusto dulce del yogur que se acaba de tomar. Y, al mismo tiempo, el sabor amargo de lo que pasó anteriormente con Wendy. Mañana tratará de solucionarlo en el desayuno. El pasillo está tranquilo en la tercera planta. No se escucha ni un solo ruido, salvo sus pasos al caminar por la alfombra roja. Delante de la 311, saca la llave y abre. Está a punto de pasar adentro, cuando la puerta de la habitación de enfrente también se abre. El chico ve a Wendy Minnesota con un gracioso pijama amarillo repleto de dibujos de animales de la selva. La chica corre de puntillas hacia él y le empuja para que entren rápidamente en el cuarto. —Como me vea alguien así, me muero —le dice, cerrando la puerta. —¿Por qué? Es un pijama muy... curioso. ¿Eso es un elefante? —Sí. Lo es. —Muy bonito. Como la jirafa y... el hipopótamo. La joven enrojece, algo que a Raúl en seguida le recuerda a Valeria. Su cara blanquísima llena de pecas se ha coloreado de rojo. Aun así, trata de conservar intacta su postura a la defensiva. Se mantiene seria hasta que observa detenidamente el rostro del chico. —¿Has comido chocolate? —No. ¿Por qué? —Es que tienes ahí una mancha marrón —le advierte, sonriendo y señalando la parte derecha de la comisura de sus labios. —Debe de ser dulce de leche —apunta. Entra en el baño y se limpia con agua—. Es que me he tomado un yogur en Llaollao. —¿Sí? Me encantan esos yogures. —Si no te hubieras ido tan deprisa... —Si no te hubieras metido en mi vida... Los dos se observan desafiantes, aunque ambos terminan riendo. —Tienes razón. Perdóname —se disculpa en primer lugar Raúl, mientras se sienta en la cama—. No quería molestarte con lo que te dije. —Yo tampoco estuve muy brillante. No dijiste nada malo, pero salto a la mínima y me pongo a la defensiva. —Olvidémoslo entonces. —De acuerdo. Olvidado queda. —Me alegro de haber hecho las paces. —Yo también —indica Wendy más tranquila—. No quiero considerarte mi enemigo. —¿Lo dices por el concurso? —Sí. Somos rivales. Aunque me caigas bien, eso no puedo alejarlo de mi mente. Si te soy sincera, necesito ganar el primer premio. Quiero demostrarle a todo el mundo que valgo para algo. Las palabras de aquella joven pecosa con el pelo naranja conmueven a Raúl. Para él también es muy importante aquel premio, pero lo gane o no, su vida seguirá adelante de la misma forma. Tiene a Valeria, a su familia, a sus amigos y más oportunidades a las que intentará aspirar. La confianza no se va a ir a ninguna parte y sus ganas por continuar mejorando y aprendiendo, tampoco. La meta es llegar a ser un gran director de cine, con ese premio o sin él. Sin embargo, para Wendy aquello es mucho más importante. Especialmente para su autoestima, que está por los suelos. Ganar el certamen significaría un gran impulso para ella y una enorme inyección de positividad. —Creo que tienes muchas posibilidades de ganar. —Como dijiste hace un rato, las mismas que tú. Cincuenta por ciento. —Si yo fuera jurado, te votaría. A Wendy se le escapa otra gran sonrisa cuando escucha al joven. Por mucho que lo desee, no puede caerle mal. Aunque lo intentó antes. Buscó el primer pretexto que tuvo para quitarse de en medio, para considerarlo un enemigo. Pensar en él como el obstáculo final para lograr su objetivo. Pero en cuanto llegó a su habitación supo que aquello no había dado resultado. Aquel chico le gusta. Quiere ganarle a toda costa, pero su corazón le impide odiarlo. Y es que hay sensaciones y sentimientos que no se pueden controlar. Continúan empatados. Hay seis piezas de plástico en cada uno de los platitos. ¡Eso no puede ser! ¿Cómo van a estar igualados si uno es su novio y el otro un caradura? No está conforme con el resultado. Pero si pretende ser honesta consigo misma, tiene que considerar todos los detalles. Piensa un instante qué extra puede haber de uno u otro que decante la balanza hacia alguno de los lados. Sostiene una manzana. ¿Dónde la pone? Y entonces piensa en sus sonrisas. La de Raúl es limpia, sincera... Le gusta cuando la mira fijamente y se va abriendo paso poco a poco en su cara. Es una sonrisa preciosa. La de César es atractiva, pícara..., en ocasiones ofensiva y descarada. Es la sonrisa de quien sabe que domina la situación. Sin duda, son dos sonrisas muy especiales. ¿Cuál la atrae más? ¿La sonrisa de César o la de Raúl? ¿Coloca la manzana en el lado derecho o en el lado izquierdo de la balanza? La decisión final tendrá que esperar porque suena su teléfono. —Hola —saluda Valeria, al descolgar. —Hola, ¿cómo estás? —Pues... bien. Aquí sigo. —¿Estabas durmiendo ya? Te noto cansada. —No, no estaba durmiendo todavía. Estaba... a punto de irme a la cama. —Y yo. Ha sido un día agotador. —También para mí. —Si quieres te doy un masaje... Seguro que ahora mismo está sonriendo. ¿Prefiere esa sonrisa o la otra? Val continúa con la manzana de plástico en la mano, sujetándola por el rabito. La hace girar, indecisa. —¿Qué tal con tu amiga? —Bien. Acabo de dejarla. —¿Habéis cenado bien? —Bueno... ella es muy particular. Pero la cena estaba muy rica. Y el postre también. Aunque hubiera preferido compartirlo contigo. La manzana, por fin, cae en uno de los dos platos de la balanza, que sube hacia un lado y baja del otro. La chica la contempla en silencio. Suspira y luego sonríe. —Oye, me voy a dormir. Mañana hablamos. —Muy bien. Descansa y piensa en mí, eh. —Se hará lo que se pueda. —Buenas noches, Val. —Buenas noches, César. Cuelga el teléfono pero no lo guarda de inmediato. Busca el número de su novio y lo marca. Raúl responde al segundo bip. —Hola, guapa, ¿me has leído el pensamiento? —¿Por qué lo dices? —Porque te iba a llamar ahora mismo. ¿Qué tal? —Muy cansada. Sólo te llamaba para darte las buenas noches y desearte suerte para mañana. —Muchas gracias. ¿Te vas ya a dormir? —Sí, estoy agotada. —Pues que descanses, amor. —Raúl. —Dime. —Nunca olvides que te quiero, ¿vale? —Claro, ¿cómo voy a olvidar algo así? —Necesitaba decírtelo. Pase lo que pase, nunca dejaré de quererte —repite emocionada—. Espero que sueñes con que ganas el concurso de cortos. —Trataré de hacerlo. Hasta mañana. Y un último te quiamo antes de colgar, correspondido con otro. El chico se queda pensativo cuando Valeria cuelga el móvil. La ha notado distinta. Posiblemente le esté afectando no estar con él. Cuando regrese de Valencia seguro que se le pasa. Pero a ella no sólo le está afectando su ausencia. Hay mucho más detrás. Un sentimiento del que tendrán que hablar cuando vuelva y que hoy ha quedado depositado en una manzana pequeña de plástico sobre el platillo de una balanza. |
Этой майской ночью Валенсия изумительно прекрасна под звездным покрывалом, окутывающим ослепительно сверкающую луну. Перед тем как вернуться в номер, Рауль прогуливается по дорожке вдоль старого, осушенного русла реки Турия. Закрывшись в своей комнате, Вал слышит доносящийся до нее разговор Эрнесто и Мери. Похоже, Мери всерьез чем-то обеспокоена, но споры подруги с отцом – не ее проблемы. Валерия берет плеер и включает его на максимальную громкость. Мама всегда говорит, что когда-нибудь она оглохнет. Девушке нравится громко звучащая в ее наушниках песня Марии Вильялон “Город велосипедов”, и она тихонько подпевает: Войдя в гостиницу, Рауль здоровается с администратором и идет к лифту. Во рту еще чувствуется сладкий привкус только что съеденного йогурта, но в то же время к нему примешивается горечь от недавней размолвки с Венди. Завтра утром, за завтраком, он попробует уладить эту проблему. Черт! Опять ничья! По шесть пластиковых игрушек на каждой из чашек. Не может быть! Ну как они могут быть на равных, если один из них – ее парень, в другой – бессовестный наглец?!
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© Перевод — Вера Голубкова