Блю Джинс. "Можешь мне присниться?" Глава 21. Четверг
El AVE llega a Valencia a las siete menos diez. Wendy y Raúl bajan del coche ocho y se dirigen juntos a la salida de la estación Joaquín Sorolla. Allí debe esperarlos alguien de la organización que los recogerá para acompañarlos al hotel. Durante el viaje se han conocido un poco más. Han congeniado y, aunque son rivales en el certamen de cortos, se han caído bien. —No me puedo creer que tú y tus amigos os hagáis llamar el Club de los Incomprendidos. —Ni yo que hayas titulado tu corto Incomprendida. —Es como me siento la mayor parte del tiempo. —También nosotros nos sentíamos de esa manera. Así que te comprendo —indica Raúl antes de dar el último trago a su botella de agua—. Es curioso que el corto con el que tengo que competir para ganar un premio se llame así. Increíble. La chica sonríe y tira con fuerza de su maleta con ruedas, en la que lleva su equipaje y el ordenador portátil. A pesar de que aquel muchacho le ha causado una gran impresión, quiere ganar el concurso. Para ella es muy importante. Nunca ha logrado nada positivo en toda su vida. Al contrario, siempre ha sido el centro de las burlas de todo el que se ha acercado a ella. Wendy Minnesota, no puedes ser más tonta. Te has meado encima por culpa de una avispa. Esa cancioncilla que le hicieron sus compañeros de clase la tiene grabada en su mente desde los seis años. ¿Qué culpa tiene ella si la aterrorizan los insectos, en especial las avispas? Aquel día, mientras dibujaba con sus lápices de cera, una avispa la atacó. En realidad, sólo se posó sobre su cabeza y luego sobre la lámina del bloc, pero le entró un pánico tan grande que no pudo evitar la tragedia. Y de ahí, aquella estúpida canción en su honor. —Creo que aquél es el de la organización del festival —dice Raúl, señalando a un joven vestido elegantemente, con una chaqueta gris, aunque sin corbata. En efecto. En cuanto los ve, el joven se aproxima hasta ellos con la mejor de sus sonrisas. —¡Hola, chicos! ¡Encantado de conoceros! Me llamo Marc Pons y soy la persona que se encargará de vosotros. ¡Qué bien que estéis aquí! ¡Mis dos finalistas! Demasiado entusiasta y exagerado. Es lo que piensan tanto Raúl como Wendy, que se miran cómplices en el taxi que los lleva hacia el hotel en el que se alojarán esos días. No deja de hablar y de sonreír todo el tiempo, enseñando una dentadura perfecta y blanquísima. A pesar de no tener más de veintitrés o veinticuatro años, presenta unas entradas bastante prominentes en su cabello oscuro. —Estaréis contentos, ¿no? Sois los finalistas de uno de los festivales de cortos para jóvenes más importantes de España. ¡Qué digo de España! ¡Del mundo! —Muy contentos —responde Wendy, contemplando la ciudad por la ventanilla del coche. De pequeña viajó mucho, pero es la primera vez que está en Valencia. —Sí, es una gran oportunidad para nosotros. —Hablando con toda humildad, y no lo digo porque me paguen, es la oportunidad con mayúsculas para una persona joven como vosotros. Yo mismo gané este concurso hace tres años. —¿Fuiste el ganador? —Sí, con Bésame despacio, que no tengo prisa. Y gracias a eso me contrataron para trabajar con ellos. Imaginaos, yo que acababa de terminar la carrera, sin trabajo, y me sale curro en el Festival de Cortos de Valencia. Durante varios minutos, Marc se dedica a contar su experiencia como organizador del certamen y lo que le había cambiado la vida desde que lo ganó. Wendy y Raúl no hablan, sólo escuchan y se miran. El monólogo del joven se prolonga hasta que llegan al hotel. —Esta noche no puedo estar con vosotros porque ando muy liado con la preparación del concurso, pero tenéis unos tiques en recepción para cenar gratis en el restaurante del hotel, donde se come genial. —No te preocupes. Nos las apañaremos —comenta Raúl, abriendo la puerta del taxi. —Bien. Mañana por la mañana os llamo para quedar. —Muy bien, hasta mañana entonces. Los chicos bajan del vehículo tras despedirse de Marc y entran en el hotel. Allí se registran y cogen el tique prometido para la cena. —Nunca había visto unos dientes tan blancos —apunta Raúl antes de entrar en el ascensor y pulsar el botón de la tercera planta. —Es verdad. Yo también me he dado cuenta. ¿Qué producto usará? —Ni idea. Pero no se lo pediré prestado. Casi me veía reflejado en su dentadura cuando lo miraba. Wendy se ríe. No suele hacerlo muy a menudo. Podría decirse que con aquel chico en dos horas se ha reído más veces que en lo que va de mes. Lo observa a través del espejo del ascensor y da fe una vez más de lo que piensa desde que lo vio la primera vez. Es un tío guapísimo. Llegan a la tercera planta y él le cede el paso a ella para salir. Habitaciones 311 y 312, una enfrente de la otra. —¿A qué hora quedamos para cenar? Aquella pregunta tan sencilla provoca un sobresalto en Wendy. Nunca ha cenado con nadie a solas, salvo con su padre. Mucho menos con un chico. —Pensaba pedir al servicio de habitaciones —apunta la chica, introduciendo la llave en la cerradura de la 312. —¿Estás de broma? ¿Por qué no cenamos juntos en el restaurante del hotel? No te vas a quedar encerrada toda la noche en la habitación. —Estoy cansada. Quiero irme a dormir pronto. —Venga, Wendy. Anímate. —No, de verdad, Raúl. Prefiero ver un rato la tele y acostarme temprano. —Bueno, no insisto más entonces. Como tú quieras —indica, abriendo la puerta de la 311—. Hasta mañana, entonces. Nos vemos en el desayuno. —Hasta mañana. Los chicos se despiden y se encierran en sus respectivas habitaciones. Aquel cuarto no está nada mal. Es bastante espacioso, la cama es de las grandes y tiene bañera. Raúl saca el cargador del móvil y lo enchufa en la pared. Conecta a él su teléfono y marca el número de Valeria sentado en una cómoda silla de escritorio. Tras ocho bips, salta el buzón de voz. Es muy extraño que su novia no responda. El joven insiste y vuelve a llamarla. ¿Dónde se habrá metido? Quizá esté estudiando o se ha quedado dormida. En cualquier caso, la echa de menos y le apetece mucho hablar con ella. Segunda llamada sin éxito. No quiere preocuparse, pero no es habitual que Val no coja el móvil. Normalmente, siempre responde a la primera. Prueba una tercera vez. Si en esta ocasión no la localiza, se irá a dar una vuelta por Valencia solo. Le apetece ver la ciudad y tomar un poco de aire fresco. Él sí que no tiene intención de quedarse encerrado en el hotel como Wendy. Sin embargo, en esta ocasión, al tercer bip alguien descuelga el teléfono al otro lado de la línea. Su voz parece triste, aunque ella intenta disimularlo. —Hola, amor. Perdona que no te haya cogido antes el móvil. Acabo de... llegar a casa. |
Поезд прибывает в Валенсию без десяти семь. Венди и Рауль выходят из восьмого вагона и вместе
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© Перевод — Вера Голубкова