Los cinco chicos entran en el despacho del director y toman asiento alrededor de una gran mesa ovalada. Ninguno sabe para qué está allí y por qué les han llamado antes de comenzar la clase de Matemáticas. —El señor Olmedo llegará en un momento —les comunica su secretaria, una señora regordeta con gafitas de pasta roja. Antes de volver a su puesto, la mujer coloca una botella de agua mineral y varios vasitos de plástico sobre la mesa. Raúl es el único que se sirve. Da un trago y se cruza de brazos. —¿Alguno de vosotros ha hecho algo malo? —le pregunta al resto, tras beber—. Algo que no haya contado a los demás por el motivo que sea. Todos se quedan pensativos un instante y le dan vueltas a la cabeza, sobre todo Ester. Ella tuvo un lío amoroso con su entrenador de voleibol, pero ni siquiera pertenecía al centro. Sólo espera que Rodrigo no tenga que ver con aquella llamada imprevista. Hace muchas semanas que no sabe nada de él y así quiere que continúe siendo. —En ese caso, si alguno de nosotros hubiera hecho algo mal, Olmedo llamaría solamente a uno, no a los cinco —indica Bruno. —Ya, pero esto es muy extraño. —Tal vez piensan que hemos copiado en los exámenes del segundo trimestre. —Si fuera así, Meri —replica Valeria—, nos habrían dado el toque en marzo o a principios de abril, no ahora. —A lo mejor es un aviso para los finales de la semana que viene. Una advertencia. —Eso es una tontería. —¿Por qué es una tontería? —protesta la pelirroja, molesta. —Porque no tiene sentido. Yo no copié a nadie —insiste Val. —Ni yo, pero como trabajamos y estudiamos juntos, y sacamos notas parecidas, igual piensan que nos copiamos unos a otros. —Sigo pensando que eso es una estupidez. —No me hagas hablar de estúpidas y estupideces porque... El enfrentamiento entre las dos chicas termina cuando Vitorino Olmedo abre la puerta y entra en el despacho. No es un hombre muy alto ni corpulento, pero impone. Especialmente debido a su voz ronca y profunda y su mirada penetrante. A sus cincuenta y siete años, afronta su décimo curso como director del instituto, en el que se le respeta, se le teme y se le admira por igual. —Buenos días, chicos. Gracias por venir —les dice, ocupando un enorme sillón que preside la mesa—. Siento que tengan que faltar a clase a estas alturas de curso. Pero creo que esta conversación es necesaria. Tenía que dialogar con ustedes en privado. Luego, hablen con el profesor de Matemáticas y que les ponga al día de lo que ha explicado durante la hora que han perdido. Los cinco asienten atentos y expectantes a lo que aquel hombre les cuenta, aunque todavía desconocen el motivo de aquella improvisada reunión. La secretaria de Olmedo entra de nuevo en el despacho, en esta ocasión portando una carpeta. Se la entrega al director y desaparece otra vez. El hombre la repasa por encima, folio a folio, en silencio, y resopla. —Bien, se preguntarán para qué les he llamado —termina diciendo unos segundos más tarde, al tiempo que los observa—. Ustedes cinco se hacen llamar el Club de los Incomprendidos, ¿no es cierto? Aquello desconcierta a los chicos. ¿Cómo sabe eso el director del instituto y por qué les pregunta al respecto? Ninguno se atreve a responder hasta que finalmente Raúl es el que se lanza. —Sí. Así es, señor. Somos un grupo de amigos que nos conocemos desde hace mucho tiempo y que juntos decidimos crear el club del que habla. —Lo sé. Estoy al tanto. Ustedes cinco... y alguien más. —¿Se refiere a Alba? —¿Alba? ¿Quién es Alba? —Alba Marina es la otra chica que forma parte del grupo —responde Raúl, mirando a Bruno—. Pero no estudia aquí. El director se tapa la boca con una mano y vuelve a revisar los papeles que contiene la carpeta que antes le trajo su secretaria. Levanta las cejas y asiente con la cabeza. —Alba Marina... ¿Es la chica que creo que se tiró por una ventana? Los ojos de los cinco se abren como platos. Todos están al corriente de lo que le sucedió a su amiga hace unos meses. Ella misma se lo contó cuando les relató toda la verdad sobre su vida. Pero ¿quién ha informado de aquella historia que tan pocos saben a Vitorino Olmedo? —Eso fue hace mucho tiempo, señor —comenta Bruno—. Alba ya está completamente recuperada. —No voy a entrar en ese asunto. No les he llamado para nada relacionado con esa chica que ni siquiera pertenece a este centro educativo. Era simplemente una nota informativa. En cualquier caso, me alegro de que ya se haya restablecido. El enigma continúa creciendo cada segundo que pasa. Aquel hombre conoce detalles que ninguno de los chicos sospechaba que podría saber. Alguien ha debido de informarle. Alguien muy cercano a ellos. ¿Quién? —Bueno, entonces, ¿para qué estamos aquí? —requiere Raúl, impaciente. —Están aquí por Elísabet Prado. Aquel nombre responde por fin a todas sus preguntas. Ella. No podía ser otra. Ya tienen la causa y a ninguno de los cinco le es indiferente. Hace varios meses que no la ven, ni tienen noticias de Eli. Lo último: lo que Alba les contó. Y a partir de ahí, nada. Hasta ese momento en el que el director del instituto la ha nombrado. —¿Qué tenemos que ver nosotros con Elísabet? —¿No es su amiga? —Si quiere que le sea sincero, señor, no creo que ésa sea la palabra más adecuada para definir nuestra relación con ella —indica el mayor de los Incomprendidos. —Lo sé, lo sé. Me he enterado de que ha habido conflictos entre ustedes. Ella misma reconoce que no se ha portado bien. —¿Ella lo reconoce? —Sí. Claro. Elísabet se arrepiente mucho de cómo se comportó. Sobre todo con usted, Valeria. La chica da un brinco encima de su asiento cuando la nombra Olmedo. No quiere faltarle al respeto a aquel hombre, pero no se cree nada. Aunque echa mucho de menos a su amiga y lo que hacían juntas, no puede olvidar que intentó pegarle y trató de romper por todos los medios su relación con Raúl. —¿Y qué es exactamente lo que quiere que hagamos respecto a Eli? —Algo muy sencillo. Que cuiden de ella. —¿Cómo? —se indigna Raúl—. A esa chica sólo la pueden cuidar médicos y psiquiatras. Si tantas cosas le ha contado, también debería haberle mencionado que está loca. Que ve a personas que no existen. —Alicia. También lo sé. Pero hace tiempo que no la ve. —¿También sabe lo de Alicia? —pregunta asombrado. —Sí. Por supuesto. Estoy al tanto de todo. Pero déjeme decirle que la señorita Elísabet Prado está muy recuperada de su enfermedad. Por eso yo mismo he autorizado que vuelva a clase. Olmedo mastica sus últimas palabras, las recalca. Su voz profunda sacude los oídos de los cinco chicos, que no se pueden creer lo que acaban de escuchar. —¿Cómo va a permitir algo así? —Muy sencillo, señor Corradini. Firmando un papel de readmisión. —Pero Eli no está sana... Está mal de la cabeza. —Eso ha sido así durante varios meses y todavía le queda mucho camino por delante. No se lo voy a negar. Tal vez nunca se recupere del todo. Pero un informe de sus médicos determina que es apta para asistir a clase y examinarse de los finales. Así no perderá un curso. Y ahí es donde quiero que ustedes le echen una mano. —¿Quiere que ayudemos a Elísabet? —interviene Meri, que hasta el momento no había dicho nada. —Exactamente. Esta chica necesita que los Incomprendidos vuelvan a ser sus amigos y estoy convencido de que todos ustedes apoyan mi petición. En ese instante, la puerta del despacho del director Vitorino Olmedo se abre. Una chica morena, de ojos claros, con un vestido oscuro de flores, entra dubitativa en la habitación. Aunque trata de aparentar calma, no lo consigue. Le sudan las manos y sus labios tiemblan cuando habla. —Hola, chicos, me alegro de volver a veros. |
Пятеро ребят входят в директорский кабинет и рассаживаются вокруг большого овального стола. Никто из них не знает, зачем они здесь, и почему их позвали сюда перед самым началом урока математики.
|
© Перевод — Вера Голубкова