Todo el camino abrazadas. Así es como se han pasado Meri y Paloma todo el trayecto de vuelta en el coche. Se han cortado porque están delante los padres de la pelirroja; si no, se habrían comido a besos aquella media hora. Están en la casa en la que vive María con su madre y su hermana Gadea, que volvió también de Barcelona cuando Ernesto y Mara decidieron unir sus vidas en Madrid. Los cuatro se han sentado en el salón para decidir qué hacer ahora. —Yo no quiero volver con mis padres —protesta la joven, dándole la mano a Meri—. Me quiero quedar aquí con vosotros. Duermo en el sofá si hace falta. A Paz aquella jovencita rubia le parece adorable. Desde el primer minuto le ha caído muy bien. Le resulta muy raro cuando se dan un beso en los labios, pero sabe que se acostumbraría rápidamente. —Ya me gustaría que te quedaras con las chicas y conmigo, pero tus padres estarán muy preocupados buscándote. —Me da lo mismo. No quiero ir a Londres. —Tenemos que llamarlos para avisarles de que estás bien —indica Ernesto. —Si los avisáis, vendrán a por mí. Y volverán a llevarme lejos de Meri. ¡No quiero! Las dos chicas se miran entre sí y se aprietan las manos. María está preocupada por la situación, pero también contenta. Ella creía que nunca más volvería a verla. Y ahora mismo se encuentran sentadas una al lado de la otra, cogidas de la mano. Es mucho más de lo que podía aspirar hace unas horas.— Ya sé que no quieres, pero no podemos hacer otra cosa. Son tus padres y tú eres menor de edad. Podrían denunciarnos por secuestro. —Como dice Ernesto, hay que llamar a tus padres —insiste la mujer—. Podríamos intentar hablar con ellos para tratar de arreglar las cosas. —Mis padres no querrán arreglar nada. Lo único que les importa y que les repugna es que su hija sea lesbiana. Ninguno de ellos comprende la manera de pensar de esa familia. ¿No es más importante la felicidad de su hija que su tendencia sexual? —Hay que intentarlo. No nos queda más remedio. María asiente, mientras Paloma se deja caer sobre ella, apoyando la cabeza en su regazo. Sabe lo que va a pasar y no quiere. ¡Desea quedarse allí con esas personas que la cuidan tanto y la respetan! Paz se pone de pie y, mientras camina de un lado para otro, marca el número de la madre de la muchacha. Ni tres segundos tarda en contestar. —¿Sí? —¿Nieves? Soy Paz, la madre de María. La mujer da un grito para avisar a su marido. Se oye cómo el hombre acude inmediatamente junto a su esposa. Y prosigue la conversación. —Sí. Dígame. —Su hija está con nosotros. —¿Qué? ¡Gracias a Dios! ¡Ya lo sabía yo! —exclama al otro lado de la línea—. ¿Y a qué están esperando para devolvérnosla? —Ella no quiere volver a casa. —¡Ella no sabe lo que quiere! —vuelve a gritar, encolerizada—. Dígame su dirección y nosotros pasaremos a recogerla. —Señora..., deberíamos hablar sobre el tema. Nuestras hijas están saliendo juntas y tengo la impresión de que se quieren mucho. —¡Eso es lo que su hija le ha hecho creer a la mía! ¡Le ha comido la cabeza! Nieves ha elevado tanto el tono de voz, que ni siquiera hace falta que Paz ponga el manos libres para que todos oigan sus palabras. —A su hija le gustan las chicas, no es nada malo. —Lo que le guste o no a mi hija es asunto nuestro. De nuestra familia. No de extraños. —También es asunto mío, porque sale con mi hija. —Se equivoca. Todo lo que tenga que ver con nuestra hija es exclusivamente asunto de nuestra familia. Ustedes no pertenecen a ella, ni pertenecerán. —¿No desea que Paloma sea feliz? —Señora, con todos los respetos, no se meta en nuestra vida. Nosotros sólo queremos lo mejor para ella. Y no es precisamente su hija. —Mi hija es una gran chica. Una persona excepcional y un ejemplo para todos los adolescentes de su edad. Debería conocerla mejor antes de decir algo así. Pero Nieves no responde. Se escucha un murmullo ininteligible al otro lado del teléfono. Hasta que habla una voz masculina y profunda. —Señora, soy Basilio, el padre de Paloma. Buenas tardes. —Hola, buenas tardes. —Lo único que quiero saber es si traen ustedes a mi hija a casa o voy yo a por ella. No pienso hablar nada más sobre el tema. Las palabras amenazadoras del hombre acongojan a Paz, que le pregunta a su exmarido por señas qué tiene que contestarle. Ernesto se encoge de hombros. —Basilio, ¿no es posible que aclaremos las cosas? ¿Por qué no hablamos tranquilamente de la situación de nuestras hijas? —Oiga, ¿vienen ustedes o vamos nosotros? No pienso repetírselo. La otra opción que les doy es una denuncia por secuestro que mi bufete tardaría en preparar cinco minutos y ustedes recibirían en diez. Elijan. La mujer resopla y se da por vencida. No quiere más líos de los que ya tienen. Le sabe fatal por las chicas, pero aquel hombre es peligroso y si no quieren hablar, deberán acatar su decisión. Por mucho que les duela. —Nosotros la llevamos. No se preocupe. En unos minutos estará con ustedes. —Muy bien, los esperamos entonces, buenas tardes —se despide Basilio Vidal, antes de colgar el teléfono. Aquello es un gran golpe moral para todos. Paz contempla a Paloma, que solloza triste en el sillón de salón y sujeta con fuerza el brazo de María. Ésta intenta consolarla, aunque por dentro también está hundida. Deben separarse. No les queda más remedio. —Ojalá yo hubiera tenido unos padres como vosotros. —No digas eso. Tus padres están equivocados, pero estoy convencida de que te quieren mucho — le contesta Paz muy apenada—. No existen padres que no quieran a sus hijos. —Si me quisieran... no me harían esto. La mujer se acerca hasta ella y le da la mano para ayudarla a levantarse. Se siente como si le estuviera arrebatando la libertad a esa pobre chica. Meri también se incorpora. No quiere que Paloma se vaya, pero comprende a sus padres. Ella está sufriendo mucho también y además, está agotada. —¿Estáis preparadas? —pregunta Paz, cogiendo las llaves del coche. Ninguna de las dos responde. Es un final que se ha alargado un poco en el tiempo, pero en definitiva, un final. No hay posibilidad alguna de que los padres de ella den marcha atrás o comprendan la situación. Para ellos, la única posibilidad de que su hija esté bien es alejándola de María. Los cuatro bajan al garaje y entran en el coche. La mujer arranca y salen a la calle. —Pase lo que pase, te voy a querer —le dice Paloma a Meri, con lágrimas en los ojos—. Nunca olvides lo mucho que te quiero, pelirrojita. La pelirroja sonríe, también con un río de lágrimas recorriendo su rostro. Le promete lo mismo y le repite una y otra vez lo mucho que la quiere. Siempre se querrán, aunque sea a cientos de kilómetros de distancia. |
Всю обратную дорогу Мери и Палома сидели в машине, смущенно обнявшись. Прямо перед ними сидели рыжулькины родители, и девушки немного стеснялись. Не будь родителей, и за эти последние полчаса девчонки, целуясь, уже съели бы друг друга. comer la cabeza – вбить что-то в голову, убедить в чем-то |