Su intención era irse a dormir pronto y olvidarse de todo por hoy. Sin embargo, Valeria, al final, hasta ha cenado con su madre, Ernesto y Meri. Los cuatro han compartido una ensaladilla rusa y unos filetes de pollo empanados que la mujer ha subido preparados de la cafetería. Mara ha decidido tomarse la noche libre y pasarla con su familia. Sin embargo, sólo ella y su marido han hablado durante la velada. María casi no ha pronunciado palabra y Val se ha dedicado a responder con monosílabos las preguntas que le hacían. —Os toca fregar a vosotras —comenta Mara, poniéndose de pie y dándole un beso a su marido en la cabeza. —¿Otra vez? Me paso la vida fregando —protesta su hija—. Cuando no es en Constanza es aquí. —Es tu obligación echar una mano. —¿Y no lo hago? —Cuando te apetece... La chica no quiere discutir. No le apetece una bronca con su madre ahora mismo. Ya ha tenido bastante por hoy. Además, Meri ya se ha marchado a la cocina con varios platos en las manos y lo ha hecho sin rechistar. No va a quedar ella como la vaga de la casa. —¿Tú lavas y yo seco? —le pregunta a la pelirroja, agarrando un paño azul y blanco. —Vale. Las dos se ponen manos a la obra. No se dicen nada durante unos minutos, sólo se escucha el ruido del agua y el de los cacharros al colocarlos en los armarios. Entre ambas existe abundante tensión acumulada que no pueden evitar. —No tenías que haberle abierto a César —señala por fin Valeria, al tiempo que seca uno de los vasos.— ¿Por qué? —Porque no. —¿Y qué querías que hiciera? ¿Dejarlo tirado en la calle? —No lo sé. Pero por lo menos podías haberme preguntado si quería verle o no. María enjuaga un plato y se lo entrega de malas formas a Valeria. Ésta lo coge con fuerza y lo seca con brío. —Yo no voy a entrar en los problemas que tienes con los tíos. Si veo que un chico está en la calle y quiere entrar en mi casa, lo dejo entrar. —Es que ésta no es tu casa. —Hablaba en general. Ya sé que ésta no es mi casa, pero muchas gracias por recordármelo. —Creo que a veces se te olvida. —A ti también se te olvida que aquí vive mi padre. Y vive aquí porque está casado con tu madre. —Bah. El caso es que no deberías haberle abierto a César. —¿Tienes miedo de que se entere Raúl? Porque no le has dicho nada, ¿verdad? Valeria deja de secar el vaso y repasa con la mirada a María. No está nada conforme con lo que acaba de preguntarle. ¿Quién es ella para inmiscuirse en la relación con su novio? —No le he dicho nada porque está en Valencia y no quiero fastidiarle el viaje. Pero en cuanto regrese se lo contaré. —No sé si deberías. —¿Por qué? Entre nosotros ya no hay secretos. —Le harás daño. Pero tú sabrás. ¿Es mejor hacer daño a una persona contándole la verdad o no dañarla ocultándosela? No está completamente segura de lo que tiene que hacer. También existe la posibilidad de que se entere por terceros o de rebote. En ese caso, sería mucho peor. De cualquier forma, hasta el sábado no hablará con él sobre el tema. Si es que finalmente lo hace. De nuevo, silencio entre las dos. Es difícil para ambas dialogar sin sentirse molesta con la otra. Así que en cuanto terminan de fregar, Val se marcha a su habitación y Meri se dirige al salón junto a su padre y Mara. Cuando la chica pelirroja entra, su padre está sentado en el sofá y sostiene el teléfono con una mano. Se lo queda mirando y él le pide que se acerque. —Es tu madre —le indica, tapando el auricular. —¿Y qué quiere? —Pues... le gustaría saber... qué relación tienes exactamente con una tal Paloma. —¿Paloma? ¿Le ha pasado algo? —No. A ella no. Pero por lo visto su madre se ha puesto muy nerviosa cuando se ha enterado de que sois novias. Unos minutos antes... —No entiendo por qué tengo que quedarme esta noche aquí —dice Paloma, sentada sobre el colchón, rodeando con los brazos sus rodillas. —Porque lo ha dicho el médico —insiste su madre, que se lo ha repetido una vez tras otra—. Si no te metieras en líos, no tendrías estos problemas. —Han sido ellas, mamá. Esta vez no tengo culpa de nada. —Esta vez... —Y las otras tampoco. Yo sólo me defiendo. —No entiendo qué les has hecho a esas chicas para que te traten de esa manera. —Nada. —Algo te habrá pasado con ellas. ¿Por qué nos lo ocultas? Paloma resopla y mira hacia otro lado. Siempre terminan hablando de lo mismo. Aunque en esta ocasión todo se ha agravado. Está en el hospital y debe pasar la noche ingresada allí. —¿Me das mi móvil? —El doctor te ha dicho que trates de descansar lo máximo posible y que no uses mucho el teléfono. —Sólo voy a enviar un WhatsApp. —¿A quién? —¡Qué más te da! —exclama Paloma nerviosa—. Eres como una policía; tú y papá siempre me estáis controlando todo. —Sólo queremos lo mejor para ti. —Lo mejor para mí ¿no es lo que quiera yo y me haga feliz? —No. Eso se llama ser una caprichosa —indica tajante la mujer—. Toma tu teléfono. Pero date prisa, debes descansar. —Estoy más que descansada. ¡Lo que quiero es un filete con patatas y marcharme de esta cárcel! —De momento, conténtate con enviar ese mensaje. La joven continúa protestando en voz baja. Aunque le duela la cabeza en algunos momentos, no se encuentra tan mal como para permanecer allí toda la noche. Paciencia, no le queda otra. Por lo menos tiene el teléfono para mandarle un WhatsApp a su chica. Ni te imaginas cuánto odio estar aquí encerrada. ¿Sabes qué me gustaría? Escaparme contigo a la sala del grito y chillar mucho. Como una loca hasta quedarnos sin voz. Sin que nadie nos moleste ni nos fastidie. Siento haberos estropeado la tarde a Ester y a ti. Prometo recompensaros algún día. —¿Ya has acabado? —pregunta Nieves, acercándose de nuevo hasta su hija. —No, espera un segundo. La proximidad de su madre la incomoda, y tapa la pantalla del móvil con la mano para que no vea nada. Manda el WhatsApp anterior y escribe un segundo y último, mucho más corto. Buenas noches. Estoy muy enamorada de ti. Te quiero muchísimo. Antes de terminar el mensaje y enviarlo, un fuerte dolor le sacude otra vez la cabeza. Deja el móvil sobre la cama un instante y se aprieta las sienes con las manos. —¿Qué te ocurre? —Nada, mamá. Estoy bien. —No me mientas. ¿Te duele la cabeza? —No, sólo es... un pequeño pinchazo. Ya estoy bien. Pero justo cuando el dolor se desvanece y va a alcanzar su teléfono para completar el WhatsApp, su madre contempla con asombro el mensaje que estaba a punto de mandar. No consigue ver el destinatario al que va dirigido pero sí parte del texto. —¿Y esto? ¿A quién quieres? ¿Qué significa ese mensaje, Paloma? —Nada que te importe —responde la joven, escondiendo el móvil bajo la almohada. —No me hables así —la regaña Nieves enfadada—. ¿Por qué le has escrito a alguien que estás enamorada de él? —¡Eso es sólo asunto mío! —¡Paloma, no me grites! —¡Y tú no te metas en mis cosas! —exclama, alzando todavía más la voz. El grito le provoca otro gran pinchazo en la parte de atrás de la cabeza. No se siente muy bien. —Soy tu madre. Tengo derecho a saber esas cosas —indica más calmada, tras unos segundos de nerviosismo—. ¿Quién es el chico? —No quiero decirte nada. Me vas a echar la bronca. —No voy a hacerlo. —¡Sí lo harás! ¡Tú no lo comprendes! —Cariño, todos hemos creído estar enamorados cuando somos adolescentes. Pero son sentimientos muy confusos. El amor real es para chicos más mayores. Tú sólo tienes quince años. —Ya no soy una niña. Puedo enamorarme perfectamente. —No sabes lo que dices. Ay, Dios mío. Cuando se entere tu padre. ¡Qué disgusto! ¿Quién es el chico?— ¡No te lo pienso decir! —¿No será un aprovechado de esos de Internet? ¿Es muy mayor? —¡Déjame ya! ¡Me duele la cabeza! —Es eso, ¿no? Te pasas el día delante del ordenador. Mira que me lo decía tu padre. Y yo como una ingenua pensaba que era para cosas del instituto. ¿Te has echado un amor de esos cibernéticos? —¡No es asunto tuyo! —Dime quién es, por favor. Necesito saberlo. —¡No! —¡Es por tu bien! ¡Tu padre y yo necesitamos saber que...! —¡Olvídame ya! —grita, interrumpiéndola—. ¡Me va a estallar la cabeza! —¡Pues dime de quién crees que te has enamorado! —¡Que no! ¡Vete! —¡No puedo irme sin saberlo! ¡Es por tu bien! ¿No lo comprendes? —Lo que no comprendes tú es que no es asunto tuyo ni de papá. ¡Es mi vida y siempre os estáis metiendo en ella! —¡Porque nos importas! —¡Mentira! ¡Te odio! —¡No me hables así! —¡Es la verdad! ¡No me dejas ni respirar! —¡Basta ya, Paloma! ¡Dime quién es ese chico de una vez! —¡No es un chico! —grita Paloma, fuera de sí, lanzando la almohada contra el suelo—. ¡Es una chica! ¡Y se acaba de ir hace un rato de aquí! |
Желанием Валерии было пойти и пораньше лечь спать, забыть о сегодняшнем дне, но вместо этого дело закончилось ужином с матерью, Эрнесто и Мери. Они разделили на четверых салат “оливье” и несколько кусочков куриного филе в панировке, которые женщина принесла из кафе уже готовыми. Мара решила устроить себе свободный вечер и провести его с семьей, однако на протяжении всего вечера разговаривали только они с мужем. Мария почти все время молчала, произнеся за ужином едва ли несколько слов, а Вал лишь односложно отвечала на заданные ей вопросы. Незадолго до этого... - Я не понимаю, почему должна остаться здесь на ночь, – говорит Палома, сидя на кровати и обхватив колени руками.
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© Перевод — Вера Голубкова