Si le pagaran por cada una de las veces que ha suspirado en la última media hora, se habría hecho millonaria. Valeria cambia de canal inconscientemente, sin prestar atención a la tele. Se siente sola, abatida y sin ganas de nada. Es muy curiosa y significativa su soledad: tiene novio, otro tío que le tira los tejos, un nuevo «padre» y dos hermanas de improviso y, sin embargo, se siente como si nadie estuviera de su lado en ese momento. Ni el constante silbidito de su agaporni Wiki la anima. Antes ha llorado, aunque no ha sido durante mucho tiempo. Fue cuando Raúl se despidió de ella. Prometió que la llamaría al regresar de su cena con Wendy. Al final, aquella chica de pelo anaranjado decidió no pasar el resto del día sola. La ha visto a través de la cámara del ordenador de su novio y le ha parecido... diferente. ¿Le gustará a él? Podría ser. Su aspecto es el de una muchacha frágil, ni guapa ni fea. Pero con un halo especial. Notó algo que le preocupa. Y es que no paraba de colocarse el pelo detrás de las orejas mientras hablaba con Raúl. ¿Una señal? Las chicas observadoras entienden de ese tipo de gestos. Sin embargo, no va a sacar conclusiones precipitadas. Apaga la televisión, tras un nuevo suspiro, y abre el libro que tiene sobre la mesa del salón. Debe ponerse a estudiar o la semana que viene se asemejará al infierno de Dante. Lengua. Análisis sintáctico. Subordinadas. Odia las subordinadas y mucho más al que las inventó. ¿Cómo se le ocurriría a alguien fastidiar a los estudiantes con algo así? Me emociona que me digas esas cosas cuando me miras a los ojos. ¿No había otro ejemplo? ¿Es que la profesora sustituta de Lengua también está enamorada? Desde que llegó al instituto, ella y sus compañeros la vieron como una solterona incapaz de estar con un hombre. Pero ya lo decían en la película Love actually: «El amor está en todas partes». Y el suyo, ¿puede estar en dos sitios a la vez? ¿En Valencia y en alguna estación de metro de Madrid? No quiere ni pensarlo. Ella está enamorada de Raúl. Raúl, Raúl, Raúl... —¡Mi novio se llama Raúl! —grita en un arrebato, lanzando el lápiz contra el cuaderno de Lengua. Se va a volver loca. Sigue sin saber por qué ha intentado besar a César. Con él siempre ha estado a la defensiva. Poniendo freno a cualquier cosa que ha intentado con ella. En las veces que se han encontrado desde que regresó de Inglaterra y en cada una de las ocasiones en que coincidieron antes de que se fuera. Sonríe cuando recuerda esos encuentros casuales o no tan casuales. Que un tío así se haya fijado en una chica tan simple como ella sólo pasa en las películas. Y en los libros de romántica juvenil. Es como cuando Edward se enamoró de Bella. Y luego aparece Jacob. En su historia, ¿quién es Edward y quién es Jacob? Bah, Crepúsculo está bien, pero ahora prefiere Los juegos del hambre. Ya le gustaría ser como Katniss Everdeen... ¡Las subordinadas! ¡Debe centrarse en el ejercicio y resolver aquella estúpida oración subordinada! Pero justo en el momento en que coge el lápiz para emprender un nuevo y desesperado intento, suena el telefonillo del piso. Se levanta con torpeza, dejando caer el cuaderno y el lápiz, y corre hacia el pasillo. —¿Sí? ¿Quién es? —Soy yo. ¿Me abres? —¿Tú? ¿Qué quieres? —Hablar contigo. Ábreme, por favor. —No. No pienso abrir. —Y cuelga el teléfono enfadada. ¡Cómo se atreve a ir a su casa! César no tiene límites. Después de lo que ha pasado antes en la cafetería, no pinta nada allí. Pero el joven no se da por vencido y vuelve a llamar al portero automático. Valeria alcanza de nuevo el telefonillo y escucha al joven enervada. —Déjame entrar. Vengo en son de paz. —No. No quiero que subas. —Pues baja tú. —No pienso bajar. Vete, estoy estudiando. —Vamos, Val. Sólo será un momento. —Siempre dices lo mismo. Siempre es un momento. Y al final... —Al final, se alarga la cita y terminas intentando besarme. La chica se pone roja, aunque sabe que tiene razón. La culpable de aquello es ella. Aun así, no piensa abrirle la puerta. —Vete, por favor. Adiós. —Y de nuevo cuelga el teléfono del portero automático con rabia. En cambio, aquella forzosa despedida no desmoraliza al chico, que continúa insistiendo. Llama varias veces más, pero Valeria ya ha tomado una decisión. No piensa abrirle la puerta. Un par de minutos después, el telefonillo deja de sonar y ahora empieza a hacerlo el móvil. ¡Es su número! César intenta hablar con ella a través de su smartphone. Sin éxito. No tiene ganas de escucharle ni de decirle nada. Silencia el volumen e intenta centrarse de nuevo en las subordinadas. Se repite en voz baja cuál es la oración principal y cuál la subordinada de aquella frase. Dónde está el sujeto, dónde el predicado... el verbo es ¿transitivo?... ¿Y eso es un complemento del nombre? ¡Ahhh! ¡Maldito César! Es imposible concentrarse así. Alcanza el móvil y ve las siete llamadas perdidas. Aunque da la impresión de que ya ha parado. ¿Se habrá aburrido? Aquello es demasiado para su ánimo. Abandona una vez más el lápiz sobre la mesa y se cubre la cara con las manos. Se frota con ellas las cejas, los párpados y las mejillas. No puede más por hoy. Necesita relajarse, olvidarse de César, de Wendy, de Ernesto, de Elísabet, hasta de Raúl... Se tumbará en la cama y le escribirá un WhatsApp para avisarle de que se va a dormir. Que no la llame después de cenar. Sostiene el móvil en las manos cuando la puerta de su casa se abre. Escucha dos voces que dialogan. Una es masculina y otra femenina. La de ella es la de Meri. Y la de él... ¡César! —Hola, Val. Esta guapa señorita me ha abierto. —Qué casualidad que nos hayamos encontrado en la puerta. Me ha dicho que es amigo tuyo — indica Meri, guardando las llaves en su chaqueta. Los ojos de Valeria irradian ira y odio hacia ambos. Sin decir nada, toma de la mano al chico y se lo lleva a su habitación. —¿Qué pasa contigo? —le dice, cerrando la puerta—. ¿No me vas a dejar tranquila? —¿No te parece que deberíamos hablar de lo que ha pasado antes? —No ha pasado nada. —Has querido besarme —afirma sonriente, acercándose a la jaula de Wiki—. Es bonito este pájaro. Le silba y él le responde de la misma forma. Valeria intenta contener sus impulsos y trata de calmarse, respirando hondo. Está claro que César no tiene intención de irse de allí hasta que hablen. La chica retira la silla de su escritorio y se sienta en ella. —Venga, dime lo que quieras. Te escucho. El joven la observa de arriba abajo y decide sentarse en la cama. Apoya una mano en la barbilla y con la otra tamborilea sobre el colchón. Transmite serenidad; un control perfecto de todas sus emociones. —Creo que debemos empezar a salir juntos —comenta, después de unos segundos en silencio. —¿Otra vez con ese tema? Tengo novio. —Pero yo te gusto. —No voy a volver otra vez a lo mismo. No me gustas. —¿Y por qué querías besarme? —No lo sé... Se me fue la cabeza un segundo. Ya está. Olvidemos el tema. —Te estás enamorando de mí, Valeria. Sólo te falta reconocerlo. La chica agacha la cabeza y niega de un lado a otro. De fondo, se escucha el graznidito de Wiki, que tiene ganas de jugar. César imita su sonido y el agaporni le contesta. —¿Por qué no dejas de intentarlo? Soy feliz con Raúl. Estoy enamorada de él. Puede que me gustes, pero... —Así que, definitivamente, reconoces que te gusto —le interrumpe. —Sí, me gustas. ¿Contento? Pero «gustar» no significa que esté enamorada de ti. «Gustar» significa... —Shhh. Ya está. Eso es todo lo que quería escuchar. César se levanta de la cama, se aproxima a Wiki y se despide de él con un nuevo silbido. El pájaro le responde con otro y mueve la cabeza arriba y abajo, limando el pico con una de las barritas de la jaula. —¿Te vas? —Sí. He quedado para cenar con una amiga. —Me parece perfecto. —¿Que me vaya o que cene con otra chica? —Las dos cosas. —¿No estarás celosa? —¿Yo? ¿Estás de coña? —dice al tiempo que se pone en pie y lo acompaña hasta la puerta de la casa—. ¡Ojalá te cases con ella y me dejes en paz a mí! —¿Sabes una cosa? —¿Qué? —Estás muy guapa cuando te pones celosa. Y sin que se lo espere, le obsequia con un beso en la mejilla. Un solo y suave beso al lado de sus labios.—Eres un capullo. El mayor capullo que he conocido. Pero César no le responde. Abre la puerta y baja por la escalera. Valeria lo observa hasta que desaparece de su vista. Cierra y camina hasta su habitación sin prestar atención a Meri, que continúa por allí. Se tumba en la cama y reflexiona muy alterada sobre lo que acaba de pasar. ¿Y esa media sonrisa? Ni ella misma se lo explica. Qué lío tiene en la cabeza. Lo único que saca en claro de todo aquello es una cosa: esa noche va a ser imposible estudiar las oraciones subordinadas. |
Если бы ей платили всякий раз, как она вздохнула за последние полчаса, она стала бы
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© Перевод — Вера Голубкова