Línea azul de vuelta a casa. Atocha Renfe, Atocha, Antón Martín, Tirso de Molina y Sol: fin del trayecto de Valeria. La chica no ha dejado de pensar en Raúl en ninguno de los minutos que ha durado su viaje en metro. Cómo le gustaría estar en ese tren. En el AVE que le lleva a Valencia, hacia la meta de uno de sus sueños. ¡Se alegra tanto por él! Sabe que tiene mucho talento, que está más que capacitado para ser un gran director de cine. Es un genio tanto en la práctica como en la teoría. —¿Quién dirigió El Padrino? —Francis Ford Coppola. —¿Actriz de Lost in translation? —Scarlett Johansson. —¿Oscar al mejor actor por El pianista? —Adrien Brody. —¿Quiénes son los protagonistas de El secreto de Thomas Crown? —Pierce Brosnan y Rene Russo. —Una más difícil..., ¿de qué año es El silencio de los corderos? —1991. —¡Sí! ¡Increíble! —¿Qué quieres saber de Los Increíbles? —¡Nada! ¡Tú eres el increíble! ¡Te lo sabes todo! —Eran preguntas fáciles. Siempre comenta lo mismo cuando juegan al Trivial cinematográfico: un modesto «eran preguntas fáciles». Sin embargo, saber tanto de algo no es nada sencillo. Raúl se está preparando muy bien para ser director de cine en todas sus facetas. Y ella está convencida de que aquel festival de cortos sólo es el primer paso y el primer premio de los muchos que le aguardan en el futuro. Simplemente, espera compartirlos con él, a su lado. Poder darle un abrazo y un gran beso cuando pronuncien su nombre. A pesar de que esta vez no podrá ser así. La chica elige el camino que conduce hasta la salida a la calle Mayor. Hay mucha gente en el metro de Sol. En su recorrido, se cruza con un violinista que interpreta las Cuatro estaciones y más tarde con una chica que canta a capela un tema de Tina Turner que desconoce. Ambos suenan francamente bien y piensa que si tuviera alguna moneda, se la daría a cualquiera de los dos. Inevitablemente, a su mente acude la imagen de César y sus actuaciones en plena estación. Él sí que lo borda con su voz quebrada y haciendo rap por los vagones. Aunque pronto descubre que no sólo es algo mental. Antes de llegar a los tornos, tropieza con dos chicos que entretienen al personal. Uno de ellos es su amigo, que toca la guitarra; el otro, un curioso joven muy bajito de raza negra que hace rimas con lo que va observando a su alrededor. —El tío de la bici no me ha mirado, será porque mis versos le han asustado. La chica de la falda a cuadros sí que sonríe. Si quieres quedamos cuando termine. Y tú, ¿me das un beso? Perdona, nena, soy un negro travieso. Aunque de dinero estoy tieso. Gafitas de marca, págame la hamburguesa con queso. O sin queso. Que somos pobres pero con seso. Pienso que eso que piensas no es lo que pienso. Mi amigo y yo no somos de ésos. Él es guapo y se las lleva de calle, yo con mi verbo, tú no te rayes. Y si usted, señor con prisa, me da una moneda para una pizza. ¿Te da la risa? Si estuvieras como yo te comerías hasta las tizas. ¿Hambriento? Mucho, es cierto. No miento. En el estómago lo siento. Y tú, chica preciosa, ¿me cuentas un cuento? La chica preciosa es Valeria, que se ha detenido delante de la pareja de artistas. Son muy buenos. Aquel chico tiene la misma capacidad de improvisar que César. Éste la ve, sonríe y deja de tocar la guitarra. El otro continúa rapeando, sin música que lo acompañe. —¿Ahora quién es la que persigue a quién? —le pregunta, acercándose para darle dos besos que ella rechaza. —Es que te colocas en lugares estratégicos por los que sabes que voy a pasar. —Tienes razón. El único motivo por el que tocamos en el metro de Sol es porque cabe la posibilidad de coincidir contigo. No porque sea la estación más transitada de todo Madrid. —Hay otras estaciones por las que pasa mucha gente. —¿Y crees que no hemos estado en esas estaciones? Ésta es la décima de hoy —indica sonriendo —. Reconócelo, Valeria. Los planetas se alinean para que tú y yo nos encontremos una vez tras otra. ¿Por qué? Porque está escrito que estemos juntos. —Ja. Ésa es una explicación sin sentido ni fundamento. Los planetas no se alinean para prepararnos las citas. —¿Esto es una cita? —No. No es nada. Y menos, eso. —Has sido tú la que ha hablado de citas. —¡Pues lo retiro! —Al menos, reconoce que te gusta encontrarte conmigo de vez en cuando. Su expresión seria cambia al escuchar eso. Sonríe sin querer, a medias. Y se riza con los dedos un mechón de pelo. —Para nada. Es incómodo encontrarse contigo. Muy incómodo. —No te creo. Te gusta. —¡No es verdad! Nota como le comienza a arder la cara. Sus mejillas empiezan a ponerse rojas. Maldito síntoma de nerviosismo. La delata. Siempre que está tensa, su rostro se convierte en un melocotón hirviendo. —Está bien. Te creo —comenta irónico César—. Por cierto, ¿dónde está tu novio? Últimamente, te veo muy sola. —Qué más te da dónde esté Raúl. —¿Ya lo habéis dejado? —¡Claro que no! ¡Eso no va a pasar nunca! La sonrisa socarrona del joven saca de quicio a Valeria, que está a punto de marcharse. Pero una extraña atracción le impide moverse de allí. —Sé que me quedan pocos días para poder conquistarte. Pero... lo voy a conseguir. —¿Sigues sin darte por vencido? Eres un cabezota. —Si no tuviera posibilidades, no estaría tan seguro. —Quiero a mi novio. Voy a seguir con él. Hagas lo que hagas. ¡Entérate de una vez! —Si gritas de esa manera, no sólo yo me entero de lo que dices. Qué vergüenza. Hay varias personas que se han parado a mirar qué sucede. Valeria se esconde detrás de César y le susurra: —Me desesperas, ¿lo sabes? —Me hago una idea —responde el joven, bajando también la voz—. Dime la verdad, tienes problemas con tu chico, ¿es eso? —No. —¿Y por qué no está contigo ahora? Valeria se muerde la lengua un par de segundos, pero no quiere que la imagen que se lleve de ellos sea la de una pareja desunida. —Porque se ha ido a Valencia a recoger un premio. —¿Un premio? ¿Qué ha ganado? —Es finalista de un festival de cortos. —¿Finalista o ganador? —Finalista. —Entonces no ha ganado todavía. —¡No! ¡Pero ganará seguro! —¿Y por qué no te has ido con él? —No me han invitado a la gala. Y un billete de AVE cuesta un dineral. No me lo puedo permitir. Además, tengo exámenes. Sin saber el motivo, Valeria le cuenta todo sobre el concurso a César. A la conversación se une el chico negro, que, harto de rapear y de esperar a su amigo, escucha en silencio lo que la joven dice. —Así que tu novio va a pasarse un par de días fuera de casa. Esto aclara bastante el panorama. —¡Qué dices! ¿De qué panorama me estás hablando? —De ti y de mí. Te invito a cenar esta noche. —¿Estás loco? —¡Por fin has dado en la diana, preciosa! ¡Este tío está como una cabra! —exclama el otro joven, que suelta una risotada. —Tú calla y rapea —le ordena César, bromeando. —¿No me presentas a tu novia? —No soy su novia. —Todavía no, pero dame unas horas más... Se llama Valeria. Éste es Nate Robinson, un amigo y compañero de estación. El chico se limita a saludarla con la mano, no intenta besarla. Val responde de la misma forma. Aquél es un tipo peculiar, y no sólo porque lleve el nombre y apellido de un jugador de la NBA, como le explica a continuación. Nate es muy bajito, no llega al uno sesenta y cinco. Tiene el pelo muy corto, rizado y tintado de amarillo. Y cuando sonríe, se aprecia un gran hueco entre paleta y paleta y que le faltan algunas piezas en la dentadura. —En lugar de tanta cháchara aquí, ¿por qué no vamos a merendar a alguna parte? Me muero de hambre. —Lo siento, yo no voy. —Venga, Val. ¿Qué te preocupa? Sólo será un café. —No. No voy. Quiero irme a casa a estudiar. —Un café. Sólo deja que te invite a un café. Y no insistiré en nada más por hoy. Te lo prometo. —Si tú no vienes, ya no quiero merendar —indica Nate, mirándola muy serio. Sus ojos marrones son enormes, casi tan grandes como su pequeña cabeza. —No ha comido nada al mediodía; tú serás la culpable si se desmaya rapeando. —Podría golpearme en la cabeza si me caigo. —Y morir. ¿No te da pena? Otra vez esa media sonrisa. ¿Por qué cae siempre en su red? Debería irse a casa, a estudiar los finales de la semana que viene. A esperar la llamada de Raúl cuando llegue al hotel de Valencia. Pero por alguna causa que está fuera de su comprensión, termina aceptando. —Un café. Sólo un café. ¿Entendido? |
Синяя ветка метро, ее путь возвращения домой. Аточа Ренфе, Аточа, Антон Мартин, Тирсо-де-Молина и Соль, конечная станция для Валерии. За всю поездку на метро девушка ни на минуту не переставала думать о Рауле. Как бы ей хотелось быть в том поезде, в “птичке”, везущей его в Валенсию, к конечной цели одной из его мечтаний. Как же она рада за него! Вал знает, что Рауль обладает недюжинным талантом и более чем способен стать выдающимся кинорежиссером. В этом деле он просто гений, и одинаково силен как в практике, так и в теории.
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© Перевод — Вера Голубкова