Llevan más de una hora en el hospital. Meri y Ester ya han avisado por teléfono a la madre de Paloma, que está de camino. La chica recuperó la consciencia justo antes de subir en el coche del vecino que las ha acompañado hasta allí. Aunque siguen haciéndole pruebas y parece que ya está estable, todavía no se han recuperado del susto. Sobre todo María, que se mueve inquieta de un lado para otro. —Tranquila —le dice Ester—. Habrá sido una lipotimia. —No consigo quitarme de la cabeza la imagen de cuando se ha desplomado en el suelo del salón de tu casa. Me entran escalofríos. —Será un desmayo sin importancia. Ya lo verás. —Estoy preocupada. No puedo evitarlo. Un doctor joven entra en la sala en la que se encuentran esperando las chicas y se aproxima hasta ellas. —¿Sois las amigas de Paloma? —Sí —se anticipa a responder Meri, muy nerviosa—. ¿Va todo bien? —¿Habéis avisado a su familia? —Sí. Su madre está de camino. Pero ella, ¿cómo está? —Consciente. Aunque tendrá que pasar en observación unas horas. —¿Podemos verla? —Claro. Tiene muchas ganas de veros a vosotras también —afirma el médico, calmándola—. Por cierto, ¿sabéis a qué se deben las magulladuras que tiene Paloma por el cuerpo y la herida del labio? Ester y Meri se miran entre ellas antes de contestar. No saben qué decir. Se suponía que aquello debía ser un secreto y que nadie tendría que enterarse de lo que había sucedido a la salida del instituto. —Ha sido en una pelea —contesta María, tras tomar la determinación de revelarlo. —¿Una pelea? —Con las chicas de su clase. —Eso explica el golpe que tiene en la cabeza. —¿Tiene un golpe en la cabeza? —Sí. Bastante importante, además. Puede ser la razón del desvanecimiento. Cuando la curaron, Paloma no se quejó de ningún golpe en la cabeza. Quizá ni ella misma sabía que le habían dado ahí. —¿Podemos verla ya? —Sí, perdonad. Es por aquí. El joven doctor guía a las dos chicas hasta la habitación en la que su amiga descansa en una cama. Cuando ésta las ve, se incorpora como un resorte, aunque la enfermera que está a su lado le pide que no se levante. Ella la obedece y espera a que ambas se acerquen para abrazarlas. Sin reprimirlo, empieza a llorar desconsolada. —¡Pelirrojita! ¡Ester! —exclama sollozando—. Perdonadme. De verdad que lo siento. Yo no quería esto. No quería causaros tantas molestias. Lo siento mucho. A Meri se le saltan las lágrimas. No soporta verla allí tumbada, llorando, aunque en el fondo se alegra de que esté consciente y con la vitalidad de siempre. —No sientas nada. Tú no eres la responsable de lo que ha pasado. —Sí que lo soy. ¡Por supuesto que lo soy! —Vamos, cálmate. —Soy lo peor. La peor persona del mundo. —¡No digas tonterías! —Tú no tienes la culpa, Paloma —interviene Ester, sonriendo y acariciándole la cabeza—. Lo importante es que hagas caso a los médicos y te pongas buena. —¿Estoy muy mal? —No, no. Estás bien. Pero tendrás que pasar aquí unas horas para que ellos se aseguren de que todo funciona como debe. —Tengo hambre, ¿qué hora es? La chica examina el reloj de su móvil y descubre que son casi las cinco de la tarde. Entonces, repara en que había algo que tenía que hacer a esa misma hora y a lo que ya no llegará a tiempo. ¡La va a matar cuando se lo diga! —Son las cinco menos cinco —contesta Ester—. ¿Os importa que salga un momento para hacer una llamada? —¿A tu novio? —No tengo novio —responde, arrugando la nariz—. Ahora vuelvo. —Vale. Pero no tardes mucho, eh. O iré a buscarte —le advierte Paloma, secándose las lágrimas con un pañuelo. Meri observa como su amiga sale rápidamente de la habitación. No les ha dicho a quién va a llamar y eso le extraña. Quizá no es a un novio, pero sí a alguien que podría serlo pronto. Ester se va a un rincón en el que hablar tranquila. Busca su número y lo marca. No le va a gustar nada lo que va a decirle, pero las circunstancias se han dado de esa manera. Al tercer bip, responden. —¿Sí? —Hola, Félix. —¡Hola, Ester! Estoy a punto de llegar a tu casa cargado de apuntes, lápices, gomas y una calculadora. La mejor calculadora que hayas visto en tu vida. —¡Dios! ¡Lo siento muchísimo! Pero... es que... no estoy en casa. —¿Cómo? ¿Que no estás en casa? —Verás... ha pasado algo y he tenido que irme. —¿Te ha pasado algo? ¿Estás bien? —Sí, sí. Yo estoy perfectamente. Ha sido a... una amiga. —¿De clase? —No, no la conoces —comenta, sin saber muy bien si le está dando demasiada información—. Estoy con ella ahora en el hospital. Nada grave, no te preocupes. —Vaya... entonces, ¿qué hago? ¿Me vuelvo a mi casa? —Uff. La verdad es que... creo que es lo mejor. Lo siento muchísimo. Y lo dice completamente en serio. Siente de verdad lo que ha pasado y no poder quedar con él para estudiar. El pobre Félix ha ido andando hasta su casa... ¡Qué mal! Pero no estaría bien dejar a Meri sola, ahora que la madre de Paloma estará a punto de llegar. Aquel chico le gusta y tiene intención de conocerlo un poco más fuera de clase. —No te preocupes, lo primero es lo primero. —Perdóname. En otra ocasión. —¿Puedes esta noche? —¿Hoy? —Sí, te invito a cenar en el McDonald’s de Gran Vía y mientras, estudiamos. ¿Qué te parece? Aquel McDonald’s fue el último lugar en el que vio a Rodrigo, su exentrenador de voleibol. La persona que le quitó el sueño y le robó el corazón durante un tiempo. Aquel día de marzo resultó ser el punto final a su historia. Aunque por aquel entonces, ya había descubierto lo que sentía por Bruno. Bruno... —Me parece bien. Pero prefiero quedar en otro sitio. —¿Vamos al 40 Café? —No tengo dinero para tanto. —Te invito yo. —No, no quiero que me invites, Félix. —Insisto. Mi santo ha sido hace poco y mis padres, en lugar de regalarme lo que les pedí, me dieron dinero. Es tentador. Nunca ha comido en el restaurante de los Cuarenta Principales. Y le apetece ir con él. Así le compensará por el plantón de la tarde. —Está bien. ¿A las ocho y media? —Perfecto. Te veo allí a esa hora —comenta el joven, al que se nota más contento que hace unos minutos, cuando se enteró de que no estaba en casa—. Espero que tu amiga se recupere cuanto antes. Llámame si, al final, no puedes venir. —Muy bien. Esta vez no fallaré. Un beso y hasta luego, Félix. —Hasta luego, Ester. La chica cuelga en primer lugar. En su cara se dibuja una sonrisa tonta que no puede quitarse de encima. ¿Le gusta tanto como para sonreír de esa manera? Por lo visto sí. Le apetece mucho quedar con él. Conocerlo de verdad. ¿Eso significa que los sentimientos por Bruno se han marchado para siempre? ¿Ha pasado página de una vez por todas? Guarda el móvil en el pantalón y da un gritito casi inaudible para sí misma. ¡Qué tonta! Está exultante. Camina feliz hacia la habitación en la que se encuentran Paloma y Meri. Sin embargo, hay una cosa que no ha parado de preguntarse desde que ha terminado la llamada de teléfono con Félix: ¿desde cuándo el 40 Café es un lugar donde quedar para estudiar? |
Мери и Эстер находятся в больнице больше часа. Они позвонили матери Паломы, и та уже в пути. В больницу девушек привез на своей машине сосед. К счастью, Палома пришла в сознание как раз перед тем, как сесть в машину. Врачи продолжают ее обследовать, и хотя состояние Паломы кажется уже стабильным, девушки еще не оправились от испуга, особенно Мария, которая беспокойно мечется из стороны в сторону. de una vez por todas – окончательно, раз и навсегда
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© Перевод — Вера Голубкова