Están ellas dos solas. Elísabet se ha marchado en el coche con su madre y Bruno ha ido a recoger a sus hermanos pequeños a la salida del colegio. Ester y María caminan juntas por la calle. No hablan demasiado pero se sienten bien la una con la otra. Parece que la incomodidad que hubo entre ambas hace unos meses ha desaparecido por completo. Vuelven a ser buenas amigas, aunque no se lo cuenten todo. —¿Qué es lo que pasa entre tú y Valeria? —pregunta la chica del flequillo recto, mientras esperan en un semáforo en rojo. —No pasa nada. —Vamos, Meri. Si parecéis un matrimonio. Estáis siempre discutiendo por todo. Y vosotras nunca os habíais enfadado antes de que vuestros padres se casaran. —Imagino que es por eso. —¿Por vuestros padres? ¿Qué tienen que ver ellos? —En realidad, nada. Pero ahora ella y yo nos vemos más, tenemos opiniones diferentes sobre determinados temas familiares... y no me acostumbro a ver a mi padre con la madre de Val. Y eso que respeto y quiero mucho a Mara. —Mara es una gran mujer. —Sí, lo es. Y espero que mi padre se porte bien con ella. Pero creo que se han precipitado casándose. —Eso también lo cree Val —indica Ester sonriendo y arrugando la nariz—. Ves, tenéis más cosas en común de las que pensáis. La pelirroja se encoge de hombros y cruza por el paso de cebra hasta el otro lado de la calle. Sin darse cuenta, alguien se acerca hasta donde están, a toda velocidad. Se abalanza sobre ella y la abraza por detrás. Meri gira la cabeza y se encuentra con una jovencita rubia que tiene el rostro lleno de magulladuras y el labio roto. —¡Paloma! ¡Dios! ¿Qué... qué te ha pasado? —Las... de mi clase... me han pegado. —¿Qué dices? ¿Cuándo? —le pregunta muy nerviosa, revisando muy preocupada sus heridas. —Me estaban esperando cinco a la salida de la última clase. He conseguido escapar —solloza, abrazando con fuerza a María—. Me duele mucho. —¡Cómo no te va a doler! ¡Tenemos que ir al médico ahora mismo! —¡No! ¡No podemos ir al médico! Si se entera mi madre... me castigarán a perpetuidad; estoy advertida. —Pero si tú no has hecho nada. —Díselo a ella. —Podemos... ir a mi casa —comenta en voz baja la otra chica presente, que observa con curiosidad la escena—. Perdona, no nos conocemos. Me llamo Ester. La joven la mira con admiración. ¡Es preciosa! Meri se había quedado corta. En las fotos que le había enseñado de ella sólo le había parecido una niña mona. En cambio, aquella chica es espectacular. —¡Tú eres Ester! ¡Qué guapa! —exclama eufórica, olvidándose de las heridas y del dolor—. Encantada de conocerte, me llamo Paloma. Las dos se dan un abrazo delante de Meri, que encuentra aquella situación completamente surrealista. Los dos amores de su vida, cara a cara. Nunca le ha hablado a Ester de su novia. Ni siquiera le ha confesado que estaba con alguien. Ella y Bruno están enterados de su homosexualidad desde hace unos meses, pero no se había atrevido a decirles nada de aquella chica. —Yo también me alegro de conocerte —responde ella, tras guiñarle el ojo a su amiga—. ¿Y quién dices que te ha hecho esto? —Las de mi clase. La tienen tomada conmigo. —¿Y eso? ¿Por qué? Paloma interroga a Meri con la mirada pidiéndole permiso para responder. Ésta resopla y asiente resignada. —Porque me gustan las chicas, soy lesbiana. —Llevan muchos meses haciéndole bullying en el instituto. —¿Y nadie hace nada? ¿Cómo lo consienten? —Bueno..., es que yo... me he defendido también... y... las he zurrado a ellas. Me han echado ya dos veces. —No es tan mosquita muerta como parece. Ester suelta una carcajada que en seguida disimula tapándose la boca con la mano. No tiene intención de reírse de la pobre Paloma, pero aquella chica le divierte. —¡Qué quieres que haga! Si vienen a por mí, tendré que hacer algo yo, ¿no? Pero hoy eran cinco. —Qué cobardes. Cinco contra una. —Ya ves. Y todas más altas que yo. Pero, aunque me han pillado despistada y me he llevado varios golpetazos, he conseguido escaparme porque soy mucho más rápida que ellas. —Es increíble que pasen cosas así —dice Ester, a la que ya se le han quitado las ganas de reírse tras comprobar que aquella chica tiene un problema muy serio—. Podemos ir a mi casa a curarte, que no hay nadie ahora. —¿De verdad? —Claro. Vivo muy cerca de aquí. —¡Muy bien! ¡Gracias! ¡Eres tan guapa y tan buena como Meri dice! Los gritos de Paloma sacan los colores a las otras dos chicas, que a continuación sonríen. Pese a los moratones, aquella jovencita no pierde la alegría y su entusiasmo contagioso. Las tres se dirigen charlando animadamente hasta la calle donde vive Ester. Entran en el edificio y suben por el ascensor. Tercer piso. —No es muy grande, pero para mis padres y para mí está bien —advierte la joven, cuando abre la puerta del apartamento—. Es por aquí. Al final de un estrecho pasillo se encuentra el cuarto de baño. Ester abre el segundo cajón de una pequeña cómoda y saca agua oxigenada, alcohol, gasas y un bote de Betadine. —Esto no dolerá mucho, ¿verdad? —Un poquito. Pero nada que no puedas aguantar. —Cuidado, por favor. Que yo soy muy valiente para pegarme con cinco, pero muy cobarde para estas cosas. —No tengas miedo. Con mucho cuidado, Ester limpia la sangre del labio de Paloma con una gasa impregnada de alcohol. La chica da un salto cuando la siente. —¡Ah! ¡Escuece! —grita. —Será sólo un momento. Aguanta. Meri observa atenta cómo su amiga cura la herida de su novia. Es extraño verlas juntas. Como si se hubieran unido dos mundos diferentes y paralelos. Durante el tiempo que llevan saliendo, ha tenido la tentación de contarle al grupo que tenía novia, pero terminaba siempre por echarse atrás. Sin embargo, se alegra de que ellas dos se hayan conocido. —¡Me sigue doliendo mucho! —Ya termino, tranquila. Paloma cierra los ojos y coge la mano de María. Ester acaba de curar el labio de la chica y le pone un poco de Betadine en una herida en el codo y otra en la mano derecha. —¿Ya? —Sí, ya. Curada. —¡Por fin! ¡Eres una gran enfermera! —grita, dándole otro abrazo. A continuación, se echa encima de Meri y la besa en la boca. La pelirroja no cierra los ojos y observa a Ester algo avergonzada. Es la primera vez que se besan delante de alguien conocido. Y es precisamente frente a la persona de la que estuvo enamorada. Es una sensación extraña. Besa a su novia pero sus ojos están puestos en ella. Y recuerda aquel día. Aquel momento en el que desveló su gran secreto. Y supo que dar un beso a la persona que amas es una experiencia inigualable. Ahora, ella es otra. Otra boca, otros ojos, otras manos las que la rodean. Pero es la chica a la que quiere. De la que está enamorada. La única que hace que su corazón se dispare cuando está cerca. Y aunque les queda mucho camino por recorrer y muchas cartas que levantar, sabe que con ella será más sencillo. O, al menos, así debería ser. —Me da un poco de corte decir esto pero... ¿me dejáis un momento sola en el baño? —pregunta Paloma, sonrojándose. Ester ríe y, cogiendo de la mano a Meri, se van a un pequeño salón situado en el otro lado del piso. Las dos se sientan en el mismo sofá. Es la hora de las preguntas. —¿Por qué no me dijiste que tenías novia? —No sé... Soy muy reservada para hablar de estas cosas. —¿Cuánto hace que salís? —Dos meses y medio. —¿Tanto? ¡Madre mía! ¿Dónde os conocisteis? —Bueno... eh... en Internet. En un foro. —¿En serio? ¿En un chat o algo así? —Sí. En... un chat. María le cuenta por encima a su amiga lo de aquella página de lesbianas en la que tropezó con Paloma. Le hubiera gustado mantener aquello en secreto, pero está segura de que Ester se terminaría enterando. Su chica no es tan discreta como ella y ahora que se conocen... —Me encanta. De verdad, Meri. Creo que es genial. —Tú también le has caído bien. Se le nota. —Sus padres no saben nada tampoco, ¿no? —No. Ni los suyos ni los míos están enterados de... nada. Sólo tú y Bruno sabéis que... me gustan las chicas. Ester se siente mal por ocultarle que, en marzo, se lo contó también a Raúl y a Valeria. Pero no puede decirle nada ahora. Se enfadaría con ella y no está preparada para nuevas discusiones. No ha sido fácil recuperar la confianza de la pelirroja. —Eso no es nada malo, Meri. —Ya. Pero sus padres son muy tradicionales. Y los míos no sé cómo reaccionarán. Así que es mejor mantener todo esto en secreto hasta que encontremos un buen momento para decirlo. —¿Y no os molesta no poder expresar vuestro amor en público? —Claro. Mucho. Además, no es fácil contenerse —indica con tristeza María—. Pero ya sabes cómo es la gente. En su instituto imaginan que Paloma es lesbiana y no paran de hacerle y decirle cosas.— ¿Las chicas que le han pegado? —Sí. Son un grupo de su clase que no la deja en paz. Desde principio de curso la están fastidiando. —Vaya. Pobrecita. En ese instante, Paloma aparece en el salón con una sonrisa de oreja a oreja. Se ha peinado y pintado un poco los ojos y no se le nota casi nada la herida del labio. —¡Ya estoy lista! Y ahora, ¿qué hacemos? Sin embargo, la sonrisa de su cara desaparece de repente. Las piernas ceden, los ojos se le cierran y cae desplomada al suelo delante de Ester y Meri, que muy asustadas se levantan del sofá y corren hacia ella. |
Они остались вдвоем. Элизабет уехала с мамой на машине, а Бруно пошел забирать из школы своих младших братишку и сестренку. Эстер с Марией идут по улице. Они не слишком разговорчивы, но им хорошо вместе. Кажется, неловкость, существовавшая между ними несколько месяцев, полностью исчезла. Они снова стали близкими подружками, хотя и не все рассказывают друг другу. tenerla tomada con alguien – испытывать к кому-либо антипатию
|
© Перевод — Вера Голубкова