Lleva unos minutos sentada en las escaleras de los cines de Callao. Valeria no para de maldecir su torpeza y de cabecear negativamente. Esta vez se ha superado. ¡Ha hecho el ridículo delante de más de cien personas! Tiene la impresión de que todos los que pasan por delante la observan y se burlan de ella en voz baja. Y no les faltaría razón. ¿Cómo puede ser tan torpe? Hace un poco de frío, aunque continúe con las mejillas muy calientes. Eso tampoco cambia. Se las cubre con las manos y resopla desesperada. Y Raúl, ¿dónde se ha metido? Se supone que debería estar a su lado para consolarla. El mensajito de WhatsApp ha estado bien, pero preferiría un beso o un abrazo. Quizá se está volviendo demasiado exigente. A su novio no puede pedirle más de lo que hace por ella. —¿Me estabas esperando? Aquella voz... Valeria se aparta las manos de la cara, alza la mirada y lo ve. Sonriente. Con el pelo más corto de lo que lo tenía la primera vez que se encontraron. Con la guitarra en la mano. César, sin pedir permiso, se sienta junto a ella. —No, no te estaba esperando. —Pues apunta este encuentro en nuestra lista de citas casuales. ¿Cuántas van desde que volví de Inglaterra? ¿Nueve? —Esto no es una cita. Y tampoco creo que sea una casualidad —protesta la chica, no demasiado amable. —Esta vez te prometo que sí. Estaba allí sentado tomando un Caramel Macchiato —dice César señalando los ventanales del Starbucks de enfrente—. Y te vi. No pareces muy contenta. ¿Qué te ocurre? —No es asunto tuyo. —¿Quieres que me vaya? —Sería lo mejor. Raúl está en el cine y... —¿Y te deja sola aquí fuera? —le interrumpe extrañado—. ¿Habéis discutido? —No hemos discutido. —¿Ha sido por mí? —Te lo repito. No hemos discutido —indica muy seria. El joven sonríe con descaro, algo que molesta aún más a Valeria. Aquel juego está llegando demasiado lejos. —¿Sabes que en Bristol no podía dejar de pensar en ti? —Eso ya me lo has dicho varias veces. —Vaya. Estoy pecando de poco original. No es la mejor forma de conquistar a una chica. —Yo ya estoy conquistada, César. Tengo novio. —Un novio que te abandona en la calle mientras ve tranquilamente una película. ¿Ése es el tipo de novio que quieres? Te mereces algo más. Cuando termina de hablar apoya la barbilla en las manos y la interroga con la mirada. Siempre tiene una respuesta para todo. Desde la primera vez que habló con él le deslumbró su capacidad para ello. Nunca se queda en blanco. Tal vez César sea la persona más inteligente y creativa que conoce. —No saques conclusiones que no son —contesta Val a la defensiva. —A las pruebas me remito. —Esas pruebas no son reales. Te falta información. —Estás en la calle. Tu novio dentro. ¿Qué más hay que saber? —A veces las cosas no son como parecen. —No me vas a convencer. Raúl te ha dejado tirada. No es normal que... —Estoy aquí porque me ha dado un estúpido ataque de hipo, ¿contento? El motivo es ridículo, pero es la única verdad. La carcajada del joven no tarda en aparecer y a continuación un golpecito cariñoso con el codo en su costado. Las mejillas de la chica echan humo. —Eso ha sido por las palomitas —apunta el joven, cuando deja de reír—. Te las habrás comido demasiado rápido. —No sé. Estas cosas sólo me pasan a mí. Y termina contándole el episodio completo en el interior del cine. No sabe el motivo por el que lo hace, pero se siente bien. Pronto se suelta y desaparece la vergüenza inicial. Está cómoda, tanto que terminan riéndose juntos cuando le relata su precipitada huida de la sala. —Y ya no tienes hipo. —¡Ostras! ¡Es verdad! —exclama la chica sorprendida—. Ni me había dado cuenta. Un soplo de viento despeina a Valeria, que se apresura a colocar el mechón de pelo rebelde en su sitio. Tímidamente tropieza con los ojos de César, que también la está observando. Conectan un instante, apenas un par de segundos, que se hacen larguísimos. Es ella la que aparta primero la mirada. Otra vez las mejillas coloradas y calientes. —¿Has pensado ya en mi propuesta? —pregunta el joven rompiendo el silencio, con más solemnidad de la que acostumbra. —No, César. No he pensando en nada de eso. —Voy a continuar insistiendo. Me quedan cartas por jugar. —No es una buena idea. —Renunciar a lo que quieres sin luchar sí que no sería una buena idea. —César... No puede ser. Lo sabes. Estoy enamorada de Raúl. No es posible que haya algo entre tú y yo. El joven vuelve a sonreír tras escuchar la sentencia de Valeria y se pone de pie. Se cuelga la guitarra en el hombro y baja los escalones. —Me voy a tocar un rato a la estación. ¿Vienes? —No, me quedo aquí. Raúl no tardará en salir. —Más le vale. Última mirada, última sonrisa. Ella contempla cómo aquel chico tan especial se gira y camina con paso firme hacia el metro de Callao. No tarda en desaparecer por las escaleras. Una inexplicable sensación preocupa a Valeria. En sus ocho encuentros anteriores ha sucedido lo mismo y se siente culpable por ello. Quiere a su novio. Es el chico de su vida, de cada uno de sus sueños, por quien daría todo. Pero desde hace cincuenta y cinco días, aquel tipo descarado ha puesto en jaque su corazón. Aquella propuesta... una propuesta que llegó después de la misma canción con la que César empezaría esa noche su repertorio, al ritmo de su guitarra. Cincuenta y cinco días antes, un día lluvioso de principios de abril... Una pareja llega empapada a los tornos del metro de La Latina. —¡Deberíamos haber cogido el paraguas! ¡Mira mi pelo! —¡Si te lo he dicho, cabezota! —¡Cabezota tú, que decías que no llovía tanto! —No llovía tanto cuando hemos salido de tu casa, pero deberías haber cogido el paraguas de todas formas. —¡Eres...! —¿Qué soy? —¡Un capullo! —Y tú una... La discusión entre ambos se interrumpe con un beso en los labios y un abrazo resbaladizo. Valeria y Raúl cruzan al otro lado de la línea cinco y se dirigen hacia el andén por la escalera mecánica. De fondo escuchan el sonido de una guitarra y un tema de los Beatles, Strawberry fields forever. La voz desgarrada que lo interpreta no pasa desapercibida para la chica, que se detiene al pie de la escalera. —¿Qué te ocurre? —Nada. Miente. Se ha puesto muy nerviosa. Sabe que cuando doble la esquina del pasillo lo encontrará allí. Hacía mucho tiempo que no sabía de él. Desapareció sin dejar rastro. No había vuelto a ver a César desde aquel día en el metro. Aquel día en el que su novio le gritó por primera vez que la quería. —No me lo creo. Estás roja como un tomate. —¿Y qué hay de raro en eso? ¡Me pongo colorada a menudo! —Pero esta vez ha sido de repente y sin motivo. Además, ¿por qué nos hemos quedado aquí parados? La canción de los Beatles continúa sonando y Valeria no tiene ninguna duda de quién se esconde detrás de aquella guitarra. Agarra con fuerza la mano de su novio y, armándose de valor, comienzan a andar de nuevo. Doblan la esquina y lo ve al fondo del pasillo. Un joven con el pelo largo y castaño, ataviado con una cazadora vaquera y unos pantalones gastados, interpreta el tema de los cuatro de Liverpool con gran brillantez. Cuando la chica confirma sus sospechas, se altera aún más. Sigue siendo un tipo muy atractivo, con un halo especial. Una persona que siempre destacará del resto del mundo y que no encaja en el frío ambiente de la estación. No se atreve a mirarlo a la cara... Está desbordada de sentimientos. Confusa. ¿Se acordará de ella? Ella sí que lo recuerda perfectamente. ¡Cómo iba a olvidarlo! Pero han transcurrido varios meses. A lo mejor pasa desapercibida y ni siquiera sabe quién es. Reza para que así sea. Los chicos caminan en dirección a César, que parece que no se ha percatado de su presencia. Sin embargo, como si todo hubiera estado planeado, la canción acaba justo en el instante en que la pareja pasa por delante del músico. En seguida, sus ojos descubren a Valeria y una inmensa sonrisa de satisfacción se dibuja en su rostro. —Hola, cuánto tiempo. Tenía muchas ganas de verte. Raúl es el primero que se gira, sorprendido al oír las palabras del joven que sostiene la guitarra. Inmediatamente, mira a Valeria, a la que le gustaría ser invisible. —Hola —responde escueta. —Te queda bien el pelo mojado. Estás muy guapa —comenta alegre, y se fija en el otro chico—. Perdona, no sé si Val te ha hablado de mí alguna vez. Me llamo César. Los dos jóvenes se estrechan la mano. Su novia nunca le ha contado nada de aquel músico callejero, pero sí le suena de haberlo visto alguna vez, en alguna parte. ¿Dónde? —Yo soy Raúl —responde, mientras trata de hacer memoria y encontrar el porqué de que le resulte tan familiar—. No, creo que no me ha hablado nunca de ti. La situación es muy incómoda para la chica, a la que le encantaría desaparecer rápidamente de allí. Aunque no le haya hablado de él, creía que su novio podría reconocerlo de aquella tarde en que lo vieron juntos en el metro improvisando un rap. Incluso le dieron una moneda cuando terminó su actuación. —Lo entiendo. Hace mucho que no nos vemos. He estado fuera varios meses. En Bristol, haciendo un curso. Sólo hace unos días que he regresado a España. —Ah. Muy interesante —apunta irónico Raúl, a quien aquel tipo no le agrada nada. Se ha tomado demasiadas confianzas. Valeria permanece en silencio, inquieta, en medio de aquella tensión que puede cortarse con unas tijeras.— Aquello es muy bonito. Pero estaba deseando volver. —¿Y eso? ¿No estabas bien allí? —Sí, muy bien. Pero echaba de menos a la persona de quien estoy enamorado. —¿Tu novia? —Más bien... es la tuya. Aquella respuesta deja boquiabiertos a Val y a Raúl, que se miran confundidos uno al otro. —Perdona, ¿cómo dices? —Tu novia y yo somos viejos amigos. Y en estos meses fuera, he descubierto que me gustaba más de lo que yo mismo pensaba. —¿Nos estás tomando el pelo? El tono que usa Raúl es amenazante. Suelta la mano de Valeria y da un paso hacia delante, acercándose a César. —Para nada. No es mi intención burlarme de nadie. —Tienes la cara muy dura, ¿sabes? —Simplemente, es amor, amigo. —No soy tu amigo. Y no puedes soltarle a alguien algo así de buenas a primeras y menos estando delante su pareja. —No he podido resistirme. Tenía muchas ganas de verla y de decirle lo que siento. Mejor delante de ti que actuando a tu espalda, ¿no? —Yo soy su novio. No tienes derecho a esto. —Uno no puede controlar de quién se enamora —contesta César con tranquilidad—. De todas maneras, es ella la que debe elegir con quién sale o no sale. ¿No crees? Los ojos de los dos chicos buscan rápida e irremediablemente a Valeria. Ésta se sobresalta y titubea antes de responder. —Mi novio... eres tú, Raúl. —¿Y le quieres? —Claro. Muchísimo. Estoy muy enamorada de él. César esboza una sonrisa, apoya la guitarra en el suelo y se recoge el pelo en una coleta mientras continúa hablando. —No esperaba otra respuesta de ti, Val. Sin embargo, no voy a rendirme tan pronto. Te voy a hacer una propuesta. —Déjanos en paz —replica Raúl, cogiendo de nuevo la mano de su chica—. Olvídate de nosotros. —Te propongo estar contigo para siempre. Durante dos meses te preguntaré varias veces si has cambiado de opinión. Si dentro de sesenta días sigues pensando lo mismo, desapareceré para siempre. Tengo dos meses para enamorarte. ¿Qué me dices? —¡Que estás loco! —exclama Raúl, anticipándose a su novia. Y tirando de la mano de Valeria se alejan caminando deprisa hacia el andén de la línea cinco. —¡Piensa en mi propuesta! —grita César, recuperando su guitarra. Mientras suenan los primeros acordes de un tema de Nirvana, Raúl y Valeria suben al tren en dirección Alameda de Osuna. En aquel instante comenzaron las dudas. Aunque ni uno ni otro sabían entonces hasta qué punto llegarían. |
Несколько минут Валерия сидит на ступеньках лестницы кинотеатра на Кальяо, не переставая проклинать свою несуразность и негодующе качая головой. На этот раз она превзошла саму себя – сделалась посмешищем перед более чем сотней человек! Пятьюдесятью пятью днями ранее, дождливый день начала апреля... Пара подходит к турникетам метро Латина, вымокнув до нитки. quedarse en blanco – быть не в курсе, остаться с носом
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© Перевод — Вера Голубкова