Глава. 6. Нежелаемый гость

Ya puedes pasarte a la silla, cariño – dijo mi mamá al cabo de un rato.
Mamá tiene la voz dulce. Me gusta cuando me habla al oído.
–¡Déjalo dormir, Lucía! – escuché a mi abuelo.

Los miré a través de las pestañas pero no abrí los ojos, como hago siempre.
Así creen que no los escucho, no se cortan y hablan de todo. Incluso de mí.
Mamá movió la cabeza para que el abuelo supiera (цель, поэтому субхунтив) que no me iba a despertar.
–Hay que ver las cosas que se inventan éstos críos. Pero cómo se les ocurre
cambiar los papeles y que Juan se siente en la silla de Pedro. No los
entiendo, ¡Se toman todo con una gracia! Como si no fuera terrible tener un
hijo en silla de ruedas, que ellos juegan a que tengo dos ¿Te das cuenta?

–¡Lucía! ¡Qué dices, mujer! Son críos; no dramatizan tanto. ¿Es que no
aceptarás nunca que Pedro está discapacitado (нет субхунтива, потому что вопрос) pero que es un chico como
otro cualquiera? Deja ya de hacer una tragedia por todo. Aprende de los
chavales, para ellos la situación ha pasado a formar parte del día a día.
¿Qué tiene de malo que Juan se siente en la silla de Pedro?
–Seguro, ¡yo siempre soy la culpable de todo! Mira, lo que me molesta es
que Juan esté provocando situaciones como ésta todo el tiempo. ¿Cómo se
le ocurre pedirle a Pedro que le deje su silla? Al final tiene razón la vecina,
tendré que llevarlo a un sicólogo.
–No se te ocurrió pensar que a lo mejor la idea se le ocurrió a Pedro,
¿verdad?
Abuelo me estaba mirando fijo mientras hablaba. Yo seguía haciéndome el
dormido.
–¿A Pedro? ¡Pero qué dices, papá! Pedro es muy pequeño para inventarse
algo así.
Abuelo siguió serio pero me guiñó el ojo. No es el guiño de siempre, es el
que usa cuando está enojado. ¿Cómo supo que estaba despierto?–Lucía, hija, espabila. Los niños crecen. Además Pedro es un pícaro, aunque
es un buen chico, dudo mucho que quiera que castiguen a su hermano por
su culpa ¿a qué no? – dijo sin quitarme los ojos de encima.
–¿De qué hablas, papá?
Ahora estoy convencido de que mi abuelo ya me había descubierto.
–Anda, hija, vamos a leer la carta de tu Tía Gertrudis. Seguro que la vieja
bruja está tramando algo.
–¡Papá!
La tía Gertrudis es insoportable y huele mal. A mis hermanos y a mí no nos
quiere, y el abuelo, no la quiere a ella. A papá no le importa porque siempre
está trabajando y cuando nos visita, la ve poco.
Deseé que escribiera para decir que se iba a vivir a la China.
Mamá se movió hacia un costado y ya no la veía. Tampoco me podía mover
para no descubrirme. Mientras esperaba, intenté volver soñar lo mismo que un
rato atrás... me concentré y me vi como si todo estuviese ocurriendo en la
realidad.
“ Es una carrera importante. Somos doce competidores. Dan la salida.
Corremos. Yo adelanto a tres. El estadio está lleno. Todos mis compis del Cole
han venido a verme. La señorita Alejandra también. Gritan mi nombre ¡Pedro!
¡Pedro!
La meta está cerca, adelanto al de 5o B. Un poco más y termina la carrera.
Llego a la línea, adelanto el pecho y levanto los brazos – como hacen los
corredores profesionales-, siento la cinta que se rompe y paso la meta.
Entonces todos lo que están sentados en las gradas se ponen de pie y agitan
banderitas con mi cara ¡PEDRO, PEDRO! Yo me giro y quedo frente a ellos,
alzo los brazos con los puños cerrados y sonrío. He ganado. Veo que la
Señorita Alejandra se lleva la mano a la boca y me tira un beso... “
–Parece que la Tía Gertrudis quiere pasarse unos días por la capital y
pregunta si puede quedarse en casa.¡Adiós sueño de gloria! La voz de mamá me trajo de golpe al mundo real.
–¡¿Qué?!
–¿Tú no estabas dormido? – preguntó mamá
–Sí, pero me despertaste – respondí. Abuelo se partió de risa, como siempre.
–A ver, dame esa carta, Lucía.
Abuelo le sacó a mamá la carta de las manos y leyó rápidamente.
–La bruja no pregunta nada, dice simplemente que vendrá a pasar unos días
a la capital y que se quedará en tu casa, Lucía. Que no es lo mismo.
–¿Y si le decimos que no tenemos lugar suficiente?
–Calla, Pedro. No te metas en las conversaciones de los adultos.
–Pero, mami...
–Oye, papá. ¿No podría quedarse en tu piso?
–Ni loco. Lo siento, hija, pero no lo haré ni siquiera por ti. Haz lo que sugiere
Pedro.
–Imposible, sería una descortesía.
–Peor es que se venga a vivir con nosotros – lloriqueé para hacerlo más
dramático.
–¡Basta!, es la tía de tu padre y no se hable más. Si ella quiere quedarse
unos días de visita, nos arreglaremos.
–¡La odio! – le dije.
–Peor para ti. – comentó mamá, que cuando se le mete algo en la cabeza no
hay quien se lo quite.
Salí de la habitación en busca de mis hermanos. Los encontré en el patio,
jugando a la pelota.
Me vieron la cara y supieron que algo no va bien.
–Es por la carta ¿no?
–Sí.
–¿Se le murió el gato?
–No.–¿Se le estropeó la escoba?
–No.
–Vamos, tío, larga ya lo que sea.
–Viene a pasar unos días en casa. Mamá está de acuerdo. Abuelo no, por
supuesto. A Papá le dará igual, como siempre – dije rapidito.
–Entonces estamos fritos. El abuelo no cuenta. Verás que por esos días no
pasa por aquí.
–Sí, nos dejará desamparados.
–Tenemos que pensar una solución, no podemos vivir bajo el mismo techo
que la Gertrudis – dijo Leo, mi hermano del medio, que fue el que más sufrió
con la anterior visita de la tía. Es que es muy guapo, y por eso se lo comía a
besos apretándole los mofletes.
–¿Y si nos vamos a vivir con el abuelo? – propuse.
–Perfecto – asintió Juan – al abuelo no le importará. ¿Estamos los tres de
acuerdo?
Sí, estábamos de acuerdo. Ninguno quería estar en casa cuando llegase la
bruja.
–Muy bien, colegas. ¿Quién se lo dice a mamá? – preguntó Leo.
Ni Juan, ni Leo, ni yo, queríamos ser quien se lo dijera a mamá. Fuimos a
buscar al abuelo y le pedimos que lo hiciera él, pero dijo que ni loco .
Nada qué hacer, la bruja llegaría en tres días y había que aguantarse.
Decidimos aprovechar el tiempo que nos quedaba para disfrutar y ya nos
ocuparíamos más adelante de la manera de neutralizar a la tía Gertrudis.
“Lo importante, dijo Leo, es que no se le ocurra quedarse para siempre”.
De sólo pensarlo nos pusimos enfermos e hicimos como que vomitamos. Juan
estaba todavía un poco pálido y como vomitó durante todo el día, lo hizo mejor
que ninguno.
Se ganó un aplauso. Después nos pusimos a jugar al baloncesto y nos
olvidamos del asunto.