Глава. 4. Собрание

A la hora de la cena, abuelo había conseguido reunir a toda la familia, cosa
que últimamente no sucedía con demasiada frecuencia.
Para comer había pizza del bar de la esquina, cerveza y gaseosas (газировки). Parecía un
cumpleaños.
Él repartió las porciones en los platos (по тарелкам). A mí me dio la de jamón con aceitunas (мне дал с ветчиной и оливками).
En realidad no me la dio, puso el plato delante de mí, en la mesa. Mamá se
acercó para dármela pero abuelo la miró y la dejó helada (es que tiene una
mirada terrible cuando está serio).
–Pedro, ¡Come! – me dijo.
Yo estiré el brazo sin mirar a mi madre tratando de recordar cómo se hacía para
agarrar (досл. "как делается, чтобы ухватить") una pizza. Casi no me acordaba, pero mi mano sí: cuando llegó al
plato, encogió los dedos del tamaño exacto de la pizza y la levantó; después mi
brazo se dobló y llevó mi mano hasta la boca. Lo demás me lo sabía de
memoria, abrí la boca y me comí la pizza. ¡Estaba buenísima!
–De ahora en adelante comerás solo (будешь кушать сам) o te quedas con hambre, ¿Entendido?
–Por mí no hay problema - dije.
Al instante me di cuenta de que había vuelto (что я снова) a meter la pata.
–Si lo que estás intentando, Papá, es dejarme como una madre
sobreprotectora – dijo mi madre – te advierto…
–No intento nada, Lucía… o mejor dicho… intento, sí. Intento que entendáis
que Pedro se puede valer por sí mismo. Que no está enfermo. Que tiene
una discapacidad pero que no es incapaz de hacer cosas por sí mismo. Sólo
hay que enseñarle y darle confianza (доверять ему). ¿Cómo es posible que ni siquiera vaya
al colegio? ¿Desde cuándo no puede comer sólo?
Ninguno respondió.
–¿Sabíais que Pedro cree haber perdido la buena suerte? - siguió diciendo
abuelo.
Al oírlo me quedé rojo de vergüenza. ¿Por qué tenía que decirles lo que le
conté en secreto? Miraban hacia el plato. Nunca hubo en mi casa un silencio
tan grande.
–¡Abuelo eres un chivato (подлец)! – me quejé.
–Un poco sí que la perdió - dijo mi hermano que para meter la pata es peor
que yo.
–¡Te quieres callar! – gritó papá.
–Lo que perdió tu hermano fue movilidad en las piernas. El resto de sus
capacidades sigue igual.
Me gusta como dice las cosas mi abuelo. Cuando crezca quiero ser como él.
Por la cara que tenían mis padres, creo que a ellos también les gusta
escucharlo.
–A propósito, he estado en el hospital para confirmarlo y efectivamente nadie
ha visto por allí tu buena suerte, Pedro, así que tiene que estar aún contigo
y no la sabes ver – me dijo guiñándome el ojo
–Muy bien, papá. Qué sugieres – dijo mamá que no estaba para bromas (которой было не до шуток).
Abuelo sugirió un montón de cosas. Algunas muy divertidas. Otras que le
pusieron a mamá los pelos de punta (волосы встали дыбом). Mis hermanos y yo nos reímos a
carcajadas el resto de la noche porque mamá se creía todo lo que él decía.
Me acuerdo cuando dijo que debían inscribirme en un club de paracaidismo así
estaría preparado para todo. O cuando comentó que las próximas vacaciones
iríamos él y yo de excursión al Amazonas.
Antes de irme a acostar, yo sabía que mi buena suerte era tener al abuelo
cerca.
Cuando me desperté a la mañana siguiente, había salido el sol.
Miré mi silla y le pregunté si estaba lista para salir a conquistar el mundo,
porque yo sí lo estaba. Me sentía súperpoderoso.
Y fueron pasando los días. En casa estábamos más contentos, sobre todo
porque cada uno volvió a ocuparse de sus cosas.
Poco a poco aprendí a moverme solo en mi silla; a vestirme y a mucho más,
pero había cosas que no podía hacer y que me ponían fatal. Todo era muy
lento.
Un día, mis hermanos estaban jugando a encestar en el patio. A mí me tocaba
hacer de juez, que era lo único que se me ocurría ser para estar metido en el
juego, porque estaba seguro de que ya no podía encestar.
Mi hermano mayor tiró fuera y el balón se fue a la calle.
Mientras él iba a buscarlo, abuelo salió a tirar la basura. Había estado
observándonos desde la ventana.
Llevaba la pipa (трубка) en la boca, apagada, como siempre. Antes fumaba hasta por
las orejas, pero desde que le vino una tos y casi se le revientan los pulmones,
como dice mamá, dejó de fumar.
Ahora lleva la pipa sin tabaco, vacía, apretada entre los dientes. Dice que así
cree que recién se apagó y como no lleva mechero, no la puede volver a
encender. Mamá dice que si sigue así se va a volver loco.
Cuando ella dice eso, abuelo pone cara de susto, mete la pipa en el bolsillo y
se ríe.
Abuelo tiró la basura, se sacó la pipa de la boca y me preguntó que por qué no
estaba jugando con mis hermanos.
–Estoy jugando. Soy el árbitro.
–¿Y por qué no encestas?
–Porque ahora prefiero contar los puntos.
–A ver hijo, - le dijo a mi hermano que ya había regresado con el balón – deja
que Pedro enceste.
Mis hermanos se miraron y bajaron la cabeza.
–Abuelo, déjalo ya, quieres. Bastante hace Pedro ¿no?
–¿Bastante? Pero si apenas hace nada.
–Eso no es cierto – me defendí -, hago muchas cosas: hago mi cama, me
visto, como solo, conduzco mi silla por todos lados…
–Ya, ya... tira esa pelota.
–Abuelo…
–¡Hazlo! – me dijo con una voz que sólo le escuchamos el día de la pizza.
Mi hermano me dio el balón. Lo puse sobre las rodillas. El aro estaba más lejos
que nunca, allá arriba.
Cerré los ojos.
–Abre los ojos y tira. Ten confianza - insistió.
Apreté el balón, tomé la distancia como me había enseñado hace tiempo.
Levanté la pelota sobre mi cabeza, doblé los brazos y tiré.
¡Afuera por poquito!
–¡Mierda! – dije y me puse a llorar de rabia – ¡La culpa es tuya, abuelo! ¡Te
odio!
–¡Oye, sin palabrotas! - me reprendió -. Mal tiro. Como cuando te estaba
enseñando ¿recuerdas? Estabas nervioso. Igual que ahora.
–Es verdad. Puedes hacerlo mejor, chaval. – mis hermanos estaban
contentos. La pelota había tocado el aro.
–Pedro, recuerda que en todo equipo de baloncesto hay un jugador más bajo
que sirve para armar el juego. Si practicas un poco cada día, lo lograrás –
aseguró, antes de entrar en la casa.
Abuelo tenía razón, como siempre. Practicaría en casa y en el gimnasio.
Ahí mismo decidí que si quería ser el mejor, debía olvidarme de decir no puedo
hacer esto o aquello. Había muchas cosas que todavía no sabía pero seguro
que las aprendería, al fin y al cabo (в конце концов) todavía me faltaba crecer bastante.
Y hablando de crecer, ese temita me tenía cada vez más preocupado.
En tres meses mis hermanos habían crecido por lo menos tres veces, porque
había tres columnas dibujadas en la pared del dormitorio, bien separadas entre
sí. Dos de ellas tenían tres marcas cada una; la primera columna llevaba el
nombre de mi hermano mayor y la segunda, la de mi hermano del medio. En la
columna que llevaba mi nombre, en cambio, las rayas estaban muy juntas.
Tanto, que parecían hechas una sobre la otra. Cada vez que las veo, me siento
una hormiga. Sin embargo mamá dice que ya bajó varias veces el dobladillo de
mis pantalones, que si no hubiera crecido, para qué iba a bajarlos.
Mejor le creo porque ella casi nunca miente. Bueno, creo que a veces sí miente,
pero solo un poco. Y lo hace por mi bien y sólo cuando es necesario, dice.
Además para qué me va a engañar mi mamá, si está súper orgullosa de mi.
Para ella soy súper Pedro. Al menos eso creía yo cuando la veía sonreír todo el
tiempo; comerse la tostada del desayuno que he vuelto a prepararle. Y yo sé
que cuando habla con las vecinas en la Pastelería les dice que está
orgullosísima de cómo estoy creciendo de rápido y lo listo que soy, y de lo bien
que me las arreglo (как хорошо я справляюсь).
Yo estaba feliz con la madre que me había tocado hasta que un día, cuando
regresó de la compra, hizo un comentario que me dejó frito:
–Pedro, cariño, vengo de confirmar tu inscripción en el cole. En dos semanas
comienzas las clases. ¿No es maravilloso?
No, no era maravilloso. ¡Era horrible! Una traición. Mi madre me traicionaba en
mi propia cara y con una sonrisa. Imaginé que mi padre sería su cómplice y que
mi abuelo estaría con ellos.
¡Estaba solo frente al enemigo!
–Pero mamá, yo no puedo ir al colegio.
–¿Por qué?
–Porque... hay muchas cosas que todavía no sé…
–A eso se va al colegio, Pedro, a aprender.
–Pero…
–Pero nada. Tú tranquilo. Verás que sale todo bien.
“Tú, tranquilo”, me dijo. La verdad es que las madres no entienden nada. Y
aunque me hubiera tirado toda la tarde tratando de explicarle las mil razones
por las que no podía ir al colegio, siempre hubiera tenido una excusa.
El estómago me dio un brinco, y se me revolvieron las tripas. ¡Qué nervios!
Pasé el resto de la tarde fatal. Apenas si cené, cosa que a nadie pareció
importarle. Cuando me acosté, seguía con dolor de tripa.
Tenía la intención de llorar toda la noche, pero me dormí.
–Pedro, vamos. Es tu primer día.
Tomo el desayuno junto con mis hermanos. El Uniforme me queda grande y me
cuelga de todos lados.
Llegamos al colegio bastante tarde por culpa de un atasco.
Mis hermanos se van con sus amigos y a mí, la directora me acompaña hasta el
aula.
Allí están todos mis compañeros de clase. ¡Son gigantes! Igual que las mesas,
las sillas, los borradores, todo es enorme. Me ven llegar y se ponen en rueda a
mi alrededor, entonces uno dice, “Es un piojo” (вша) y otro “Microbio” (микроб) y otro “llegó el
pulguita” (блошка), continúan señalándome mientras la maestra y la directora se mueren
de risa. Entonces yo no puedo más y grito “ABUELOOOOOO”
–¡Pedro! Pedro, cariño, ¿estás bien?
Una pesadilla. Eso fue lo que me pasó. Tuve una pesadilla. Y otra; toda la
noche la pasé de pesadilla en pesadilla.
No dejé dormir a ninguno de mis hermanos.
Venganza cumplida. Mamá pasó la noche en vela sentada a mi lado. No me
gusta verla así, asustada, pero un poco sí que se lo merece.
Por suerte cuando llegué al colegio mis peores presentimientos no se
cumplieron.
En mi clase hay chavales y chavalas de todos los tamaños, incluso más bajitos
que yo.
Todos estábamos de los nervios porque era el primer día de clases. Por suerte
a último momento llegó Fran, tarde, como siempre, y se quedó al lado mío. Él
no estaba asustado porque es repetidor y me explicó que cuando uno repite el
curso ya sabe cómo es todo y entonces no siente miedo. Yo no le hice mucho
caso porque seguíamos peleados.
A la hora del recreo nos fuimos conociendo todos. Éramos veinticinco más la
maestra.
Me parece que es la señorita más simpática del colegio. Se llama Alejandra.