Блю Джинс. "Знакомство с Раулем" Глава. 3. Отношения с семьей
Entra en su casa tratando de no hacer ruido. Son más de las dos de la mañana y sus hermanas y su madre estarán durmiendo. Raúl se dirige sigiloso hacia su habitación cuando una voz procedente del salón requiere su presencia. Resopla y obedece. —¿Qué haces levantada a estas horas, mamá? —pregunta, mientras observa resignado a la mujer sentada en el sofá. La televisión está encendida pero con el volumen al mínimo. Berta tiene aspecto de cansada, apenas logra mantener los ojos abiertos. Sostiene un libro en las manos, que deja a un lado cuando su hijo se acerca. —¿Dónde estabas? Es muy tarde. Su voz llega parsimoniosa, a trompicones. Como si le costara un trabajo enorme pronunciar cada una de las sílabas. —No lo es. Sólo son las dos. —Pero... —Pero qué, mamá. —Tus hermanas y yo hemos estado esperándote para... celebrar tu cumpleaños. Los ojos de Berta enrojecen y las arrugas instaladas en su rostro acrecientan su dureza. De golpe, ha envejecido diez años. —Lo siento. Había quedado y... —Te había preparado lasaña para cenar y tus hermanas se han pasado toda la tarde haciendo una tarta. —¿Y por qué no me lo habéis dicho? —Era una sorpresa —responde con tristeza—. Te hemos llamado al móvil y no lo has cogido. Es cierto. Tenía tres llamadas perdidas del número de teléfono de su madre. Estaba en casa de Miriam cuando le llamó y no quiso cogerlo. Como ha estado haciendo en los últimos meses. —Bueno, no pasa nada. Mañana lo celebro con vosotras. Tampoco es algo tan importante. —¿Que no es tan importante? Es tu cumpleaños, hijo. Cuando eras pequeño contabas los días que faltaban para cumplir años desde tres meses antes. —Ya no soy pequeño, mamá. He crecido. —Pero es un día... especial. —¡Es un día más! ¡No tiene nada de especial! Raúl alza demasiado la voz. La insistencia de su madre le ha puesto de mal humor. Se quita la chaqueta de cualquier forma y se tapa las piernas con ella cuando se sienta en el sillón. Mira hacia la pantalla de televisión en silencio. El programa que ve es uno de esos en los que la gente llama para resolver acertijos que son totalmente obvios. En esta ocasión se trata del juego del ahorcado. Los espectadores deben acertar una palabra de seis letras que empieza por J y termina en A. La pista: animal con el cuello más largo.— Jirafa —dice Berta en voz baja. —Claro que es jirafa —comenta Raúl, moviendo la cabeza—. Estos programas están hechos para que la gente ingenua llame y se gaste el dinero. —De pequeño te gustaban mucho los ahorcados. Tenías mucha imaginación. Lo recuerda perfectamente. Y también recuerda con quién jugaba. Él le compraba esos gigantescos cuadernos de pasatiempos y le iba retando para que los completara en un determinado periodo de tiempo. Era divertido. Pero él ya no está. Hace dos años y medio que su padre se fue en aquel desgraciado accidente. —Las cosas han cambiado mucho. —Sigues siendo un chico muy imaginativo. Raúl no está tan seguro de eso. Ha intentado varias veces escribir el guión de un corto pero siempre se queda a medias. Se bloquea con demasiada facilidad. Tal vez no sea capaz nunca, o no tenga el suficiente talento para hacerlo. A lo mejor eso de ser director de cine le viene grande, a pesar de que sus amigos están convencidos de que algún día lo logrará. —Me voy a la cama —dice, poniéndose de nuevo de pie. Su madre lo observa con una sonrisa apenada. No se levanta del sofá, es Raúl el que se acerca a ella. Recibe dos besos de su hijo y se dan las buenas noches. Mira sin pestañear cómo sale del salón con esa manera de andar que le es tan familiar. Y es que su niño, que ya no es tan niño, camina del mismo modo que lo hacía su marido. Se le forma un nudo en la garganta tan real que tiene dificultades para tragar una pastilla antidepresiva más. Es verdad que las cosas han cambiado. El joven avanza por el pasillo hasta su cuarto. Pero antes se detiene delante de la puerta de la habitación de sus hermanas. No está completamente cerrada. La empuja con cuidado y se asoma; parece que están completamente dormidas. Siente que las pequeñas se hayan pasado toda la tarde haciendo su pastel de cumpleaños y no haber pasado ni un minuto con ellas. Le invade un gran sentimiento de culpabilidad. Deberían de haberle avisado. Daniela es la que está más próxima a la puerta. De puntillas camina hacia su cama. Así, entre sueños, da la impresión de no haber roto nunca un plato. ¡Con lo que es cuando está despierta! Se agacha y le obsequia con un frágil beso en la mejilla. Sin embargo, como si tuviera activado un detector de hermanos, Daniela percibe la presencia de Raúl, abre los ojos muchísimo y le propina un golpe. —¡Ay! Pero ¿qué haces? —No me gustan los besos —protesta la niña, incorporándose. —Pero si soy yo, ¡tu hermano! —¿Y qué? Odio que me den besos. —¿Desde cuándo? —Desde siempre. ¿Desde siempre? ¡Si sólo tiene diez años! Su concepto de «desde siempre» es diferente al suyo, aunque esa renacuaja cada día sabe más. Están haciéndose mayores muy de prisa. —Está muy claro que no nos conoces. A mí tampoco me gustan los besos. La voz procede de la otra cama: Bárbara también se ha despertado. Enciende la luz del flexo, se sienta en el colchón sobre sus piernas y contempla fijamente a su hermano. Parece enfadada. —Vale, ya me ha quedado claro el tema de los besos —señala el joven, gesticulante—. Ya cambiaréis de opinión cuando os guste un chico. Las niñas se miran entre sí y enrojecen. Aunque les guste algún chico jamás consentirán que las besen. Lo han hablado en multitud de ocasiones entre las dos. ¿Recibir la saliva de un extraño? ¡Qué asco! ¡Ni en los labios, ni en la cara, ni en ninguna parte! —¿Dónde has estado esta noche? —pregunta muy seria Daniela, cambiando de tema. —Con una chica. —¿Quién es? —No la conocéis. —¿Vais en serio? —interviene Bárbara interesadísima—. ¿O es como la otra? Los ojos de Raúl se abren como platos. Le sorprende esa soltura con la que su hermana habla de sus relaciones. Con «la otra» se refiere a Cristina, su primera novia oficial. Una chica rubia, muy guapa, un año menor, y que va a la clase de al lado en el instituto. Se interesó por él y le pidió salir. Estuvieron unas cuantas semanas que si sí que si no, hasta que le dio una oportunidad. Apenas duraron un mes. Fue él quien decidió romper al no encontrarse cómodo. Algo parecido a lo que le estaba ocurriendo con Miriam. —Eso es algo que no os interese. —¡Claro que nos interesa! —Pues no debería. —Eres nuestro hermano, tenemos derecho a saber sobre nuestra cuñada. —¿Cuñada? Ya no sabe si va más rápido Miriam o las gemelas. ¡Cuñada! ¡Estas niñas son increíbles! El chico sonríe y mueve la cabeza al mismo tiempo. —Tus novias son nuestras cuñadas, ¿no? —insiste Daniela. —Sí. Pero esta chica aún no... ¡pero por qué estamos hablando de mí y de mis novias! ¡A dormir! Raúl se aleja de la cama de su hermana y se dirige hacia la puerta. —Nos debes una. Aunque hayas estado con tu novia, deberías haber venido a cenar a casa. —Sí. Mamá estaba muy triste —añade Bárbara, tumbándose de nuevo en la cama—. Y nosotras hemos perdido toda la tarde haciéndote una tarta. El joven se detiene en el umbral de la puerta y se gira. Suspira. Vuelve a sentirse culpable. Otra vez esa punzada tan desagradable en el estómago que se repite tan a menudo desde hace dos años y medio. —Mañana nos comeremos la tarta que habéis preparado —comenta, y respira hondo—. Y celebraremos mis diecisiete. —Puedes traer a tu novia. Así la conocemos. —Mejor nosotros cuatro solos —replica, con una sonrisa. —Eso es que no vais en serio. Raúl no sabe si reír o llorar con la ocurrencia de Daniela. Opta por lo primero y suelta una carcajada. Las dos niñas, en cambio, no comprenden por qué, ni de qué se ríe su hermano. —Buenas noches, hasta mañana —se despide el chico. Y cuando la luz del flexo se apaga, entorna la puerta de la habitación de las gemelas y se marcha a su dormitorio. Entra en el cuarto y cierra tras de sí. Va al baño y se cambia de ropa: un pantalón corto y una camiseta de tirantes, nunca usa pijama. Se mira en el espejo y bosteza. Está cansado. Mientras se cepilla los dientes hace un resumen en su cabeza de todo lo que ha vivido hoy. El día en el que cumplió los diecisiete. El año que viene ya será mayor de edad y se pregunta cómo estarán las cosas por entonces. Sin embargo, según le dicta la experiencia, es imposible deducirlo. Y es que en la vida, y particularmente en la vida de Raúl, todo puede cambiar en cuestión de segundos. |
Он заходит в дом, стараясь не шуметь. Уже третий час ночи, и сестры с мамой, вероятно, спят. Рауль тихо крадется к своей комнате, когда слышит голос из гостиной, подзывающий его. Обреченно вздохнув, Рауль послушно плетется в гостиную. eso le viene grande – это ему не по зубам
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